20 febrero,2024 4:41 am

El infierno y la poesía

TrynoMaldonado

METALES PESADOS

Tryno Maldonado

En su más reciente texto en estilo epistolar en la revista Proceso, Javier Sicilia –como lo hizo con los dos administradores anteriores del narco Estado mexicano– le recrimina a Andrés Manuel López Obrador con justeza: “Nunca sabremos el motivo de tu traición y desprecio. Lo cierto es que al final de tu sexenio, fracasado y, como tus antecesores y la mayoría de los criminales en México, terminarás impune. Llevas contigo no sólo las más de 170,000 víctimas que hasta el momento ha cobrado tu sexenio, sino también las más de 300,000 que cobraron los gobiernos de Fox, Calderón y Peña. También las de la Guerra Sucia que, junto con Ayotzinapa, nunca resolviste. Dejas, con ello, un país más destruido y más capturado por el crimen organizado, la degradación moral, el odio, la impunidad, la inseguridad y la normalización del infierno. Eres la continuación de lo que decías despreciar y en realidad amabas”.
Alguna vez coincidí con el poeta Javier Sicilia. Ocurrió en marzo de 2015 por invitación del maestro Francisco Toledo para inaugurar junto a ellos la muestra de carteles por Ayotzinapa en el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México. Entre los asistentes estuvo, en primera fila, una comisión de familiares de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Al final del evento, el maestro Toledo compartió con los familiares 43 papalotes con los rostros de cada uno de los estudiantes desaparecidos por el Estado mexicano. (Años después tuve todavía oportunidad de contarle al maestro Toledo que muchas de las familias prefirieron atesorar esos papalotes en sus casas y otras más colocarlos en las butacas vacías de los muchachos en la Normal).
Pero ¿qué sentido tiene, entonces, la poesía, el arte, cuando como sociedad habitamos un infierno impuesto por gobiernos con políticas esencialmente de muerte?
En la masacre del 28 de marzo de 2011 en Morelos, donde fueron acribilladas siete personas más dentro de esta absurda guerra que prevalece hasta hoy, al joven hijo de Sicilia, Juan Francisco, como a miles de otros hijos a lo largo de estas últimas décadas, le arrancaron la vida de la forma más absurda. El viejo régimen del PRI, afirmó Sicilia en aquella ocasión, creyó que podría administrar el infierno. Administrar el infierno de la guerra que inauguró Felipe Calderón y que continuaron Enrique Peña Nieto y, hoy en día, AMLO bajo la oprobiosa máxima de “abrazos, no balazos”.
Se trata de una guerra que ha sembrado miles de casos dolorosos como el del propio poeta. Casos tan obscenos –es decir, todo aquello que por su horror debiera estar “fuera de escena”, no existir siquiera– que no hay una palabra en ningún idioma para nombrarlos. Si para los hijos que pierden a sus padres muchas lenguas los nombran huérfanos, para la condición en que los padres y las madres quedan sin un hijo, en cambio, ni siquiera hay vocablo en ninguna cultura que se atreva a describirla. Así para los horrores y el infierno que el narco Estado mexicano nos ha impuesto desde hace muchos años: tampoco conocíamos una palabra para esto. Como no conocemos hoy palabra alguna, por ejemplo, para describir el rostro desollado del joven Julio César Mondragón, uno de los estudiantes caídos durante la desaparición de sus 43 compañeros.
Al referirse a la pertinencia de la poesía en medio de este horror inédito en el que cotidianamente habitamos, el crítico literario James Wood recurre en uno de sus ensayos a una escena de la película El eclipse, de Antonioni. En ella vemos a un corredor de bolsa perder todo su capital en la caída de la economía italiana. Monica Vitti, la protagonista, lo sigue por las calles de Roma temiendo que el hombre se quite la vida. En un café, el corredor de bolsa pide un trago y pergeña algunos garabatos en una servilleta. Cuando se marcha, Monica Vitti se apresura a tomar el papel temiendo algún indicio de lo que podría ser una nota suicida. Pero lo que ella encuentra inesperadamente es el dibujo detallado de un bella flor. La poesía, es decir, la vida, subsistiendo incluso en momentos de crisis sistémicas.
Tal como en la escena de Antonioni, en aquella única ocasión en que pude escucharlo, Sicilia hizo un recorrido sobre la función de la poesía y de la palabra en momentos críticos del país en los que el horror ha rebasado al lenguaje, momentos en que lo ha despojado de significado, momentos de horror en los que se ha extraviado el sentido. Y con él, por tanto, se ve amenazada la continuidad de los ciclos del tiempo y de la milpa. Es decir: la continuidad de la vida a capricho de un régimen capitalista y necropolítico.
La poesía –y el arte en general– crea tensión con el poder. Lucha por el espacio de enunciación y territorio simbólico también en pugna cuando el trauma como colectividad nos ha dejado sin palabras. Cuando el trauma colectivo –tal cual nos ocurrió como país con Ayotzinapa– nos ha dejado desapalabrados.
El Estado, el poder, por su lado, luchan no sólo por imponerse a toda costa. Luchan también para plantar sus símbolos, para instaurar una narrativa monolítica dictada por éstos. Es entonces que la palabra, que la poesía, el arte, pugnan por abrir grietas, por sembrar desde abajo la semilla de la crisis en las narrativas de los de arriba.
Javier Sicilia, padre de Juan Francisco, al igual que Mario González, padre de César Manuel de Ayotzinapa, le espetaron en su momento al entonces administrador de este infierno Enrique Peña Nieto: “Usted no tiene corazón”. Cómo se puede hablar de superar el dolor cuando decenas de miles de padres y madres no tienen a sus hijos, ni los cuerpos de sus hijos y, a cambio, les ofrecen polvo y muerte y olvido.
Hoy, a 13 años del asesinato de Juan Francisco y a nueve de la desaparición forzada de César Manuel y sus 43 compañeros de Ayotzinapa dentro de la misma guerra, no tememos equivocarnos ya respecto al profundo desprecio de AMLO por las víctimas que su gobierno y los anteriores han dejado regadas por todo el país: ese hombre no tiene corazón.