5 marzo,2024 4:26 am

El masculino statu quo en el arte contemporáneo

 

(Segunda parte y última)

Federico Vite

La protagonista de The blazing world (Hodder & Stoughton, Londres, 2014, 379 páginas), de Siri Hustvedt, es Harry. Y Harry, cuya mutación masculinizada de Harriet Burden, nos permite entender que la valoración en el mundo del arte moderno no tiene que ver con el arte mismo en sí, sino con la enunciación artística desde el género masculino (algo similar a la literatura, donde no se valora la literatura per se) que a final de cuentas no ya no sabemos qué es un hombre. Bueno, un hombre, siempre está en deconstrucción.
Esa es la apuesta de Hustvedt, deconstruir al artista y mirarlo por dentro, sea mujer u hombre, lo mira con mucha curiosidad y complacencia. Y en este libro, lo literario no es precisamente lo que tiene que ver con el feminismo. Este proyecto está fundamentado en mostrar que una mujer es profundamente talentosa, pero el mayor aporte es el disfraz de hombre que le proporciona, mejor dicho, el disfraz de tres hombres (una mujer equivale a tres artistas), sólo así Harry puede cosechar la fama y el éxito que merece. Y lo logra, pero no le conviene revelar su identidad. Vive gozosa en el anonimato. Hasta ahí, todo está relacionada con los papeles de hombre y mujer, pero mientras más se hurga en la historia de Harry, su esposo, su hijo, sus hija, sus amigos y sus amantes, el lector comprende que ese personaje estaba más cerca de lo queer, pero los papeles tradicionales la consumieron, se guareció en el anonimato y al final luchó para que su historia como artista se hiciera pública y con ello se mostrara que los papeles de hombre y de mujer se han vuelto intercambiables. Polos magnéticos, a final de cuentas: energías, siempre.
Es decir, Siri propone lo siguiente: se necesitan estudios, artículos, análisis y muchas otras cosas para explicar por qué el arte resulta exitoso sólo para algunas personas. Y de mi cosecha, diré que si el arte, más allá de la mera expresión estética, modula la identidad de una persona y el género. Pongo un ejemplo, Maisie expone un caso que alimenta la búsqueda estética de su madre, Harriet Burden: “Hablando sobre la historia de James Tiptree, un escritor de ciencia ficción, que según mi madre nadie lo pudo ver en carne y hueso, ni siquiera su editor. Su secreta identidad causaba un montón de especulación, y hubo algunas personas que pensaban que escondiéndose bajo un pseudónimo podría ser una mujer, no un hombre. Robert Silverberg, otro escritor de ciencia ficción, escribió una introducción sobre un libro de cuentos de Tiptree. Él enfatizaba la cuestión sexual y argumentaba que sólo como no hombre podría haber escrito las novelas de Jane Austen; ninguna mujer podría haber escrito los cuentos de Ernest Hemingway o los dramas de James Tiptree, porque la fe de Silverberg en los incuestionables escritores masculinos está lejos de ser inapropiada. Cuando la persona salió detrás del nombre de escritor, el macho Tiptree terminó siendo Alice Bradley Sheldon”.
Esto expone Hustvedt y nos recuerda algunos casos similares a los de la multipremiada Carmen Mola. Quizá no lo recuerde, pero en 2021, la autora Carmen Mola obtuvo el premio Planeta con la novela La bestia. Se reveló entonces que esa autora era un pseudónimo que cobijaba a tres hombres: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero. La biografía ficticia de Mola era simple: se desempeñaba supuestamente como profesora universitaria, pero se negaba a dar su nombre real porque una investigadora seria no escribiría novelas policiacas. Y, la supuesta Mola, confesaba en una entrevista que hizo pública la editorial Alfaguara: “En realidad, hay tantos motivos que no entiendo por qué otros autores no lo hacen. Para empezar, creo que lo importante es la novela, no quién la haya escrito. ¿Qué más da que sea una mujer guapa y alta o un señor feo y bajito? Mi interés era que la gente leyera la historia de las dos novias gitanas y la inspectora de policía aficionada a las canciones de Mina Mazzini que investigaba sus muertes. Pero he dicho que había más motivos. Es mi primera novela y eso quiere decir que me dedico profesionalmente a otra cosa. No quería que mis compañeros y compañeras de trabajo, mis amigas, mis cuñadas o mi madre supieran que se me ocurría escribir sobre alguien que mata a una joven haciéndole perforaciones en el cráneo para meter larvas de gusano y sentarse a ver cómo le van comiendo el cerebro… No lo entenderían, para todas ellas soy tan convencional… Hay más. ¿Y si la novela hubiera sido un absoluto fracaso? Tendría que dar explicaciones y pasaría mucha vergüenza. Y, por el contrario, ¿si fuera un clamoroso éxito? A lo mejor me veía obligada a cambiar de vida, que es algo que no me apetece, estoy muy satisfecha con la mía… Se me ocurrirían más razones, estoy segura”. Pienso en Harriet Blunder y en la obsesiva pelea por  acreditar su obra que casi le arrebatan algunos seudónimos masculinos. Luego contrasto eso con lo señalado por la supuesta Mola. Parece una carambola de dos bandas lo que hace Siri en The blazing world.
Los escritores que se cobijaban bajo el pseudónimo Carmen Mola señalaron que en este momento de nuestra vida a las mujeres les va mejor, pero esencialmente la existencia de Carmen Mola valida la búsqueda estética y literaria de Siri Hustvedt en The blazing world. Es más, no sólo la valida sino que la amplifica porque para los hombres detrás de Mola este tiempo de mujeres está oprimiendo el talento de los varones. Ese tipo de aseveraciones, por lo menos a mí, me parece una broma de mal gusto. Una estupidez.
Hustvedt hizo algo mucho más rico, atractivo y seductor con Harriet, no porque la novela se convierte en un discurso feminista, sino porque asevera algo que siempre se debe poner en perspectiva: el autor no es la obra. Lo importante es la obra. Y la obra de Harriet es justamente inusual. “Vivimos en categorías, y nosotros creemos en ellas, pero ellas a menudo tienen un desorden. El desorden es lo que me interesa. El caos”, confiesa Harriet en un texto que le escribe a su hija, Maisie, y se revela poco a poco el motivo por el que ella quiere llamar “The blazing world” a una de sus piezas, las más atractiva, la más ambiciosa, una escultura gigantesca, obviamente, de una filósofa. Esa obra generó estas líneas en el cuaderno de Harry: “Ella debe ser grande, y ella debe ser una mujer difícil, pero ella no puede ser una criatura de horror natural o una fantasía con una vagina dentada. Ella no puede ser un Picasso, ni un monstruo de Kooning o una Madonna. No, ella debe ser verdadera, debe tener dentro tanto actividades de hombres como de mujeres”. Esto habla del ideal de mujer que anhelaba Harry; en cierta forma lo logra, aunque no como ella hubiera deseado. La gran indagación que hace la novela no es sobre la justicia, sino sobre la época en que vivimos: un momento complicado, porque no se puede reconocer lo valioso de lo baladí.