Gaspard Estrada
El pasado domingo, los guatemaltecos fueron a las urnas para elegir a su próximo presidente de la República. Y por una vez, el resultado fue más que positivo. En lo que parecía casi inconcebible hace tan sólo unas semanas, el activista de centro-izquierda (e hijo del primer presidente elegido democráticamente en Guatemala, Juan José Arévalo) Bernardo Arévalo, fue electo Presidente para el próximo periodo 2024-2028: con el 100 por ciento de los votos escrutados, Arévalo obtuvo el 58.01 por ciento de los votos frente al 37.24 por ciento de la ex primera dama Sandra Torres, que terminaba de esta manera su tercera campaña presidencial.
Así, el declive democrático de Centroamérica ha recibido un fuerte correctivo. En efecto, Guatemala ha sido, junto con El Salvador y Nicaragua, uno de los países centroamericanos que han sufrido una preocupante deriva autoritaria en los últimos años, con jueces y fiscales obligados a exiliarse y varios periodistas encarcelados o amenazados.
Hasta hace unos meses, la idea de una presidencia de Arévalo parecía descabellada. Este intelectual de 64 años, que nació en Uruguay después de que su padre se viera obligado a exiliarse por el golpe de Estado de 1954, respaldado por la CIA, pasó a la segunda vuelta de manera muy ajustada, tras quedar segundo en la primera ronda de junio con el 12 por ciento de los votos. Dentro de la clase política guatemalteca, nadie esperaba este resultado.
Semanas más tarde, en julio, las elecciones se sumieron en la confusión después de que el fiscal superior de Guatemala intentara sin éxito suspender el partido de Arévalo, en lo que se consideró un intento políticamente motivado de echar por tierra su campaña. Sin embargo, la medida fue un bumerán que impulsó el nombre de Arévalo a los titulares de la prensa y provocó una avalancha de apoyos de todo el espectro político, a tal punto que su victoria había sido anticipada por la gran mayoría de las encuestadoras serias del país.
El avance democrático de Guatemala contrasta con la sombría situación de El Salvador y Nicaragua. En el primer caso, el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, ha puesto detrás de las rejas a cerca del 1 por ciento de la población de su país en el marco de una “guerra contra las pandillas” muy controvertida, y parece dispuesto a conseguir un segundo mandato de cinco años el año que viene, a pesar de estar prohibido por la Constitución.
En el segundo, Daniel Ortega ha gobernado ininterrumpidamente desde que fue elegido en 2006 y, a sus 77 años, no da señales de dimitir. Por el contrario, el antiguo héroe sandinista se ha transformado en uno de los líderes autoritarios más longevos del continente. Después de haber encarcelado a la casi totalidad de la oposición, censurado a los medios de comunicación y haber suprimido libertades públicas, Ortega deportó a Estados Unidos a más de 200 presos políticos y les despojó de su ciudadanía.
Los desafíos de Arévalo son mayúsculos. Si bien su elección constituye una noticia excelente en sí, los márgenes de maniobra de su gobierno serán estrechos, teniendo en cuenta que Guatemala es uno de los países de América Latina con el ratio impuestos / PIB más bajo (el Estado recauda poco más del 12 por ciento del PIB, frente a un promedio de 21 por ciento del PIB en la región). Frente a una clase empresarial hostil, y un congreso fragmentado, será difícil votar una reforma fiscal justa y amplia, que le permita financiar nuevas políticas sociales. Sin embargo, donde su gobierno sí puede hacer la diferencia es en la lucha contra la corrupción.
A nivel internacional, la victoria de Arévalo fue respaldada rápidamente por los gobiernos de América Latina, Estados Unidos y Europa (paradójicamente, Sandra Torres, su rival, todavía no ha reconocido su derrota). La pregunta que los analistas se hacen ahora es saber hasta qué punto habrá cambios (o no) en la política exterior del gobierno de Arévalo.
En este sentido, el nuevo jefe del ejecutivo guatemalteco ha dicho que quiere ampliar las relaciones con China, lo cual constituye un cambio frente a la antigua lealtad de Guatemala con Taiwán. Queda por ver cómo piensa hacerlo en la práctica, dada la política de China de que ningún país con el que tenga lazos pueda mantener relaciones diplomáticas por separado con Taipei.
* Director ejecutivo del Observa-torio Político de América Latina y el Caribe (OPALC), con sede en París.
Twitter: @Gaspard_Estrada