23 julio,2019 4:18 am

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría *
 
Octava parte
Al final del capítulo anterior, iniciamos el relato de los preludios del “destape” del sucesor de Luis Echeverría Álvarez, siendo Jesús Reyes Heroles el presidente del PRI; éste último, había sugerido la elaboración de un Plan Básico de Gobierno, como eje rector de la sucesión que se avecinaba, y Echeverría fingió simpatizar con el proyecto, le dio “cuerda” y los dejó hacer, más con fines distractores –el “destape se aproximaba– que por la utilidad que pudiera tener el documento; “primero el Plan y luego el candidato”, se decía pomposamente en los medios políticos. El equipo priista –con un dirigente de lujo– hizo un esfuerzo extraordinario para lograr un instrumento útil para el partido y el gobierno y sobre todo, para el siguiente candidato y seguro sucesor de Echeverría.
Se formaron 13 comisiones para discutir aquellos problemas del país, que deberían contemplarse en el Plan. Asimismo, se organizaron reuniones regionales previas en las que se diagnosticaban los problemas específicos locales y se proponían soluciones a ellos. La primera fue en Puebla el 10 de julio de 1975, cuyo tema central fue La industrialización en los Estados de Puebla, Hidalgo, Morelos y Tlaxcala; la segunda en Guanajuato el 18-19 del mismo mes, misma en la que se trató sobre Las cuencas del Lerma, Chapala y Santiago; la tercera se realizó en Tijuana el 25 de julio, sobre Problemas fronterizos, Migración ilegal, empleo, Turismo, industrialización y desarrollo de zonas libres; la cuarta en Monterrey, el 1 de agosto; en ella se discutieron Las diferencias entre el campo y la ciudad, así como entre ciudades grandes y pequeñas. Fue un documento muy completo, pues se realizaron en total 26 reuniones en todo el país para formular el Plan, y se hablaba abiertamente de “el desarrollo regional, dentro de la planificación democrática” como un método de gobierno del presunto candidato del PRI, sin que éste existiese todavía; sin embargo, todo fue en vano, pues sorpresivamente –y antes de tiempo– se nombró al candidato sin discutir el documento previamente como estaba previsto; el destape fue hecho totalmente a espaldas de los dirigentes del partido el 22 de septiembre del mismo año, pues Echeverría temía un “madruguete” en contra de su candidato personal y por supuesto de sus propios intereses. Se hablaba abiertamente en el medio político, que el “madruguete” lo preparaban los simpatizantes de Moya Palencia, y que inclusive éste, ya tenía preparada y escondida su propaganda para la campaña.
La plana mayor del PRI –encabezada por Jesús Reyes Heroles– se encontraba en una reunión en el interior del cine Versalles, discutiendo los puntos finales del programa largamente esperado, cuando se enteraron con pleno desconcierto que afuera, la “cargada” de los políticos mexicanos se dirigía a felicitar al precandidato presidencial José López Portillo, destapado minutos antes por Luis Echeverría; tres días después, en la VIII Asamblea Nacional Ordinaria del PRI organizada en el Palacio de los Deportes, fue suplido Reyes Heroles en la dirigencia del partido por Porfirio Muñoz Ledo, acompañado por Augusto Gómez Villanueva como secretario general, quienes se habían desempeñado respectivamente como secretarios del Trabajo y de la Reforma Agraria en la administración de Echeverría, y fueron puestos ahí para dirigir la campaña política de José López Portillo, quien se encontraba presente en la asamblea y fue ovacionado al finalizar el evento.
Reyes Heroles, fue designado director del IMSS y el famoso Plan, uno de los mejores documentos técnicos y políticos jamás elaborados con anterioridad en el país, basado en siete mil ponencias en las que participaron los mejores hombres de la República, fue archivado. Durante la campaña lopezportillista nunca se hizo mención a este trabajo partidista y tampoco por supuesto, a la valiosa intervención de Jesús Reyes Heroles –el verdadero padre del Plan– para elaborarlo.
Para suceder a Echeverría en el poder se habían perfilado varios personajes, entre los que destacaban el secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia (el favorito de la clase política y empresarial de la época para suceder a Echeverría); el secretario de la Presidencia, Hugo Cervantes del Río, y José López Portillo, secretario de Hacienda, quien era menospreciado en el medio político de ese tiempo; también se mencionaron como posibles candidatos –aunque con posibilidades menores– a Porfirio Muñoz Ledo y a Gómez Villanueva; sin embargo, y a pesar de los pronósticos en contra, salió nominado López Portillo.
José López Portillo ingresó al servicio público a los 40 años, en el gobierno de López Mateos, ocupando algunos cargos de bajo nivel, situación que se repitió en el sexenio de Díaz Ordaz; su amigo Echeverría –ya como presidente– lo nombra subsecretario de Patrimonio Nacional en 1970; en 1972, pasa a ser director de la Comisión Federal de Electricidad, y finalmente en 1973, asume el cargo de secretario de Hacienda, precisamente cuando el presidente anunciaba “a los cuatro vientos”, que las finanzas del país se manejaban en Los Pinos, situación confirmada por el nuevo secretario, quien tampoco tenía el perfil profesional ni la experiencia necesaria, para manejar los asuntos hacendarios de México.
De acuerdo a la opinión de numerosos analistas políticos e historiadores diversos, el motivo fundamental para que López Portillo haya sido elegido por su antecesor, era que éste carecía de trayectoria política y por ende de equipo o grupo político propio, situación que –en teoría– facilitaba que Echeverría al no poder reelegirse, podría manipular fácilmente a su inexperto amigo de toda la vida y continuar gobernando a través de él –en principio– imponiéndole gente de su confianza en puestos claves, que continuarían obedeciéndole lealmente.
Ya destapado López Portillo, la mano pesada del presidente en funciones sobre el candidato no tuvo límites, revelando las intenciones políticas transexenales de Echeverría; la campaña fue dirigida por indicaciones del presidente saliente, por Muñoz Ledo y Gómez Villanueva, dos ex presidenciables que asumieron los cargos de presidente y secretario general del PRI y que ya electo López Portillo como presidente, fueron nombrados a petición de Echeverría como secretario de Educación y presidente de la Cámara de Diputados, respectivamente; En el PRI de la capital del país, quedó otro ex presidenciable frustrado: Hugo Cervantes del Río, quien pronto renunció al cargo y no fue invitado o no quiso formar parte del nuevo gobierno.
Sin ningún rubor, Echeverría continuaba sirviéndose con la “cuchara grande”, imponiendo candidatos a gobernadores, incluso adelantándose a los tiempos electorales, como fue el caso del general Cuenca Díaz en Baja California; eligiendo a la mayoría de los candidatos para senadores y diputados, provocando con ello, que las cámaras quedaran atestadas con legisladores impuestos por él; nombrando a un senador de sus absolutas confianzas –Carlos Sansores Pérez– para suplir a Porfirio Muñoz Ledo como presidente del partido político oficial; igualmente, muchos personajes de filiación echeverrista quedaron incrustados en puestos claves del equipo de campaña y durante ella, la seguridad y la logística del candidato se hallaban enteramente en manos del Estado Mayor Presidencial, controlado hasta sus últimos detalles por Echeverría, quien sabía antes que nadie quién acompañaba al candidato, quién lo visitaba, el texto de sus discursos etc.
Al cumplir su primer año de gobierno, la tolerancia de López Portillo empezó a ser rebasada y dio lugar, a que los “emisarios del pasado” de ese momento, sólo duraran en el cargo ese lapso de su sexenio, tiempo en el cual Echeverría dio muestras amplias de no adaptarse a ser un “ex” más e intentaba continuar tomando decisiones que ya no le correspondían; sus abusos, causaron el cese de estos funcionarios. Echeverría, quien además de imponerle a López Portillo a mucha de su gente para puestos de primer nivel, intentaba seguirlos mandando, y por otro lado, le pidió al presidente electo, que no incluyera enemigos políticos de él en su gabinete, tales como Carlos Hank González, Jesús Reyes Heroles –quien como presidente del PRI, en tiempos de Echeverría, coartó varias veces los excesos del presidente y al final desenmascaró su intento de reelección– y Emilio Martínez Manatou, situación que López Portillo ignoró y sumó a estas personas a su círculo de poder, como regente de la Ciudad de México, secretario de Gobernación, y secretario de Salubridad y Asistencia respectivamente, mismos que de inmediato se convierten en arietes del antiecheverrismo y ayudaron al nuevo mandatario, a sacudirse al abusivo ex presidente, quien –mientras lo dejaron– continuaba haciendo activismo político.
Echeverría recibía y atendía a numerosos políticos en su casa, que le iban a pedir su intervención para lograr puestos o candidaturas para cargos de “elección popular”; visitaba a “sus” funcionarios directamente en sus oficinas, para influir en sus actividades y disposiciones y usaba la red telefónica presidencial cada vez que lo deseaba, para presionar al nuevo presidente en la toma de decisiones, situaciones políticamente intolerables para López Portillo, hecho que lo obligó –como ya se dijo– a cesar en sus funciones a los echeverristas recalcitrantes y a mandar al mismo Echeverría, como embajador de un país al otro lado del mundo, después de escuchar la propuesta de su antecesor de “que no se dilapidara la experiencia de los ex presidentes, sino que se aprovechara en el Senado de la República, erigiendo una especie de consejo de ancianos –al antiguo estilo romano– que diera cabida a los servidores de la Patria”.
Seguramente a López Portillo, se le erizaron los pocos cabellos que le quedaban en su cabeza al escuchar esta propuesta, pues el único ex presidente vivo o sano en el país era Echeverría; a Gustavo Díaz Ordaz se le había diagnosticado un cáncer de colon y los anteriores ya habían muerto, con excepción de Miguel Alemán, quien –ya muy viejo- se entretenía al frente del Consejo Nacional de Turismo.
Es de recordarse también, que durante sus primeros meses de gobierno, López Portillo sancionó a varios ex funcionarios del echeverriato, quienes acusados de peculadores –elegante término que suplió al de ladrones o rateros, cuando los que se apropiaban de lo que no era suyo, habían sido funcionarios de alto nivel– fueron encarcelados; entre ellos, hubo dos ex secretarios de Estado: Eugenio Méndez Docurro y Félix Barra García. Luego, –para remachar su distanciamiento con su antecesor– López Portillo reincorpora a la política activa, a políticos allegados al expresidente Díaz Ordaz, como Martínez Domínguez, quien fue promovido para gobernador de Nuevo León, y al mismo Díaz Ordaz lo nombra embajador de México en España, honroso cargo que el ex presidente finalmente no pudo cumplir por razones de salud.
Sin embargo, fue un hecho indiscutible que Echeverría no eligió al candidato adecuado para sucederlo y regir los destinos de México; la época –ya crítica para entonces– que vivía el país, requería como dirigente a un político formado de tiempo completo y con experiencia probada; José López Portillo, el excelente profesor de Teoría del Estado, el hombre culto y de estirpe conservadora que escribía excelentes discursos, no tenía la experiencia necesaria como administrador público, ni tampoco como político, pues nunca se había desempeñado en ningún cargo de representación popular y por lo tanto, carecía de la malicia que sólo se adquiría –en aquellos tiempos– en los laberintos del PRI; todo ello hacía de él un hombre inocente y sin la preparación necesaria para enfrentar la problemática política, social y económica del país; no tenía consigo, pues, los recursos de la sabiduría pragmática que sólo la experiencia proporciona. Pero era el amigo íntimo de Echeverría; era el individuo dentro del gabinete que por sus características personales era precisamente el que al presidente saliente le merecía más confianza para continuar manipulando a su antojo –o cuando menos intentarlo– el gobierno que no quería perder. No obstante, olvidó el sabio refrán popular que dice: “Dadle poder y lo conocerás” y Echeverría se llevó un chasco –y por la personalidad del candidato– el país aún más, como se vio más adelante.
José López Portillo y Pacheco, fue candidato presidencial único, pues el PAN no lanzó candidato presidencial para ese sexenio; el PARM y el PPS se sumaron a su candidatura y sólo el Partido Comunista Mexicano, postuló en forma independiente la candidatura del combativo luchador comunista Valentín Campa, quien a pesar de sus limitaciones logró cerca de un millón de votos. El lema de la campaña de López Portillo, fue “La solución somos todos”, frase que proponía un frente común de todos los sectores sociales y políticos de México, como único modo de resolver la crisis política y económica que el país estaba viviendo.
No obstante, el nuevo presidente inició su gobierno con el pie derecho a pesar de los temores que su novatez política inspiraban a gran parte de los mexicanos; su discurso de toma de posesión –que fue calificado por políticos e historiadores, como uno de los mejores en la historia de México– fue un mensaje sensato y conciliador, que proponía un pacto de unión para superar la crisis, y le aportó al nuevo gobernante, simpatías populares y mayor apego al gobierno del empresariado nacional. En esta pieza oratoria el nuevo presidente establecía metas económicas precisas y factibles para el país: en dos años la nación se recuperaría; en otros dos se consolidaría la economía del país, y en su último bienio habría crecimiento económico. Afirmaba también en su discurso, que se establecería una alianza para la producción, y lanzaba un mensaje de esperanza y una auténtica solicitud de perdón a los ciudadanos pobres de la nación, a quienes solicitaba un frente común para solucionar la problemática del país. Todas estas expresiones le procuraron la adhesión instantánea de grandes sectores del país.
Sin embargo poco nos duró el gusto a los mexicanos, pues todo fue bien con el mesurado nuevo presidente del país durante sus dos primeros años de gobierno; en ese lapso, López Portillo salía muy bien librado, cuando la gente lo comparaba con su antecesor, pero concluyendo ese periodo, se confirmaron los grandes descubrimientos petrolíferos del país, y México empieza a ser motivo de ofrecimientos económicos sin límite de la banca internacional; esto provoca, que –lamentablemente para los mexicanos– López Portillo no haya sido el dirigente nacional sensato, prudente y honesto que ofreció ser; también empezó –como la mayoría– a olvidar con ligereza y sin escrúpulos, el respeto que el país y su población le merecían; la irreflexión y la imprudencia empezaron a marcar sus decisiones; la humildad, esa virtud que exhibió en forma notable en su discurso de toma de posesión y al inicio de su gobierno, la perdió totalmente.
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* Ex Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C.