9 enero,2024 4:29 am

El pasado sentimental, ruinas de viejos sueños

Federico Vite

(Segunda de dos partes)

 

¿Por qué no se pueden adquirir libros en este lugar ahora? Quizá nunca ha sido fácil la adquisición de material de lectura, aunque a pesar de todo, antes era posible y ahora ese mismo acto implica un esfuerzo mayúsculo. El paso del huracán también nos permite visualizar carencias: aquí no fomentamos ni la lectura ni las empresas relacionadas con la cultura. Antes siempre se le dio impulso al turismo y ahora es lo único en el panorama. Eso pone en evidencia Enrique Fernández Castelló, autor de Sombras de aquellos sueños (Suma de Letras, México, 2008, 319 páginas). No me refiero a los recursos literarios, sino a la forma de encarar una historia, en este caso, ubicada en Acapulco. Una historia, por cierto, donde rezuma el mal gusto y la ignorancia de los nativos de este puerto. Aparecen muy poco, además, sólo como servidumbre.

La forma en la que Fernández Castelló plantea narrativamente a este puerto no dista mucho de los recursos, a manera de postal, del realismo, de lo actual. Es decir, el protagonista de esta novela tuvo momentos amables en Acapulco, visitaba este sitio desde niño y cuando grande, como secretario de Hacienda, simplemente puso en marcha esos recuerdos para sentirse vivo nuevamente. ¿Cómo ve a Acapulco este personaje? Como todos los turistas. Lo observa sólo como una extensión de la playa, las discotecas, las gringas guapas y liberales que venían a ligarse costeños. Ve al puerto de una manera muy simplista, a final de cuentas resulta un escenario para divertirse sin prejuicios ni límites; también enfoca ciertas áreas de su memoria (y de su labor de hombre joven de los años 60) en la que la Quinta Rebeca (un prostíbulo de la vieja guardia y con rancio abolengo) y la Zona Roja tienen vigencia. En esa zona de tolerancia, ahora arruinada como gran parte de Acapulco, había mucho dinero gracias a la explotación sexual.

Desde los años 60 del siglo pasado, Acapulco ofrece a los turistas lo mismo y parece que esos turistas no se aburren, pero la verdad es que sí, eso también se pone de manifiesto en Sombras de aquellos sueños. Ergo: Acapulco ha crecido únicamente sólo y para el turismo. No hay más que las playas, los hoteles, los bares, las discotecas, la barra libre, las drogas, las mujeres, los hombres y los niños para uso sexual. Este puerto sólo crece en una área más: pobreza. Ni siquiera tiene más habitantes que antes, ni más servicios, ni más teatros, ni más cines, ya no diga usted que hay más librerías, más centros culturales, más oferta laboral para los creadores –de los pocos que aún viven acá– porque según se ve en las calles, la única oferta es la de estirar la mano, recibir apoyos y agarrar despensas. Para eso sí hemos mutado y adoptado ciertas habilidades no precisamente loables. En esta novela, Fernández Castelló también detalla la raigambre del morbo, es decir, por qué Acapulco borra las barreras a la hora de la diversión, siempre alejado, completamente alejado del ámbito cultural. Cito: “Durante uno de esos primeros viajes con sus amigos conoció la famosa zona roja de las que tanto hablaban, fascinados y morbosos, sus primos mayores. Un torrente de imágenes desordenadas, pero nítidas, le llega de repente: ‘qué maravilla’. Piensa, ‘hacia cuánto tiempo que no me acordaba de la zona roja’. Justo donde descubrió y disfrutó las delicias del sexo en su adolescencia, allá en La Huerta y El Burro, esos burdeles disfrazados de centros nocturnos. En El Burro vio por primera vez, siendo todavía un niño –tendría catorce, quince años–, más asustado que excitado, un streap-tease ‘integral de a deveras’, con pelos y todos los ridículos movimientos de la gorda sin gracia ni pudor que se quitaba ese horrible vestido rojo y todo lo demás, entre los gritos de la concurrencia, hasta quedar completamente desnuda ante sus ojos”. Este tipo de recuerdos festivos de un personaje que es secretario de Hacienda del gobierno federal pintan de cuerpo completo lo que representaba este puerto. Un sitio que exalta la diversión sin límites; de hecho, lo trajo a cuento –para las nuevas generaciones– la campaña turística: Mom, I’m in Acapulco, del 2020, donde literalmente se habla de este aspecto que aparece en la novela que comento: No hay reglas y si las hay, debes saltarlas, pero destaca y diviértete. Y curiosamente ese turismo siempre ejercita el hedonismo, se salta las reglas y listo: recuerda bellamente a este puerto. En especial, si tiene dinero. Lejos de hacer de esta idea una escaramuza a favor de la pobreza y denostar a todo aquel que tiene su capital, me interesa la narrativa de Acapulco en un momento como éste, donde se estira la mano y se trabaja poco. Lo normal, digamos, para quien vive acá, quien todo lo quiere barato y que en realidad sale muy caro recibir apoyos así, como ahora, a manera de limosna. Porque el problema no es la pobreza o el resentimiento social, sino que todos nos saltamos las reglas. No se aplica la ley. Se tolera la delincuencia. Se fomenta. Se protege. Por eso nos dan limosna, ¿para compensar?

¿Por qué el turismo se convirtió en una actividad desligada del ámbito cultural? Tal vez porque los turistas que nos visitan quieren algo simple, no pagan por conciertos, por presentaciones de libros, por obras de teatro, por proyecciones de películas, por festivales de cine, por exposiciones artísticas, etcétera. O tal vez porque aquí pensamos que eso no es atractivo para un turista.

Ahora vemos que el apoyo decidido a “la industria sin chimeneas” se potencia a granel, igual que antes. Si este momento es el ideal para reconfigurar lo que somos, dígame usted por qué ni uno de los gobiernos, ya sea municipal, estatal o federal, ni uno solo, se ha preocupado por este asunto: ¿qué tipo de reconstrucción existe sin libros? Una ciudad sin libros nos ha dado este aspecto que hoy tenemos, tan deslucido puerto, tan maltratado, tan jodido, tan ignorante.

Si el licenciado José Antonio Escandón Ugarte, protagonista de la novela mencionada, era un hombre poderoso, adinerado y una figura pública, ¿Acapulco qué implicaba para él? Bueno, era la posibilidad de saltarse las reglas y emborracharse como antes y recordar, con la honestidad de un cínico, los círculos nocivos del pasado. Turistear en Acapulco es saltarse las reglas. Vivir en Acapulco también.

En 2030 este puerto cumplirá cien años de estar en el playing, la pregunta es obligada, ¿un Acapulco sin libros nos regresaría al mismo punto del pasado? A usted no le parece extraño que ningún gobierno tenga presente este problema: los libros, los diarios de circulación nacional, revistas o cualquier otra publicación especializada no se pueden adquirir en el puerto (recordemos también que la reconexión del servicio de internet va muy lenta aún). Sin material de lectura, ¿qué tipo de vacío estamos generando?

El pasado sentimental del puerto es algo agotado. Y lo que sigue, de acuerdo con lo planeado en el proyecto de reconstrucción, empieza a convertirse en algo torpe y amorfo. ¿A quién le favorece que no haya libros en la vida de los acapulqueños? Usted sabe la respuesta. Ningún gobierno de izquierda haría esto con su gente. Ninguno. Y si hace eso no es de izquierda, sino todo lo contrario: conservador, por lo menos.