7 agosto,2023 5:42 am

El plan “B”

no usar ya

 

Florencio Salazar

 

Hay que vivir sembrando, siempre sembrando. Rafael Blanco Belmonte.

Profesionalmente me he dedicado a la política, aunque desde muy joven también he participado en la promoción de actividades culturales. En mi paso por diferentes cargos públicos he promovido la publicación de libros y la realización de conferencias y exposiciones. La cultura es necesaria para la política, pues ella nutre de sentido estético el ejercicio del poder. Es decir, de la armonía que dialoga con la ética. La cultura hace al poder moralmente viable.
Antes de terminar mi cargo como secretario general de Gobierno en el sexenio del gobernador Héctor Astudillo (2015-2021), tenía ya considerado mi plan “B”. El plan “A” es la tarea sustantiva a la que se dedican nuestros esfuerzos para alcanzar la meta fijada. Sin embargo, hay que tener planes alternativos para cuando los avatares de la vida se opongan a nuestros deseos y también para evitar el retiro ocioso.
Puede ocurrir que, después de que se alcanzan objetivos, quede un vacío existencial. Los procesos tienen lapsos de ejecución. Dicho coloquialmente: nada es para siempre. La política es una actividad absorbente, de tiemplo completo; y el poder político es totalizador. Por ello, el político debe darse espacios para la reflexión e identificar, de acuerdo con sus fortalezas e inclinaciones, a qué dedicar sus actividades posteriores al cese de su vida profesional. Significa elaborar el plan “B”.
La idea del plan “B” la tuve en 1975. El 15 de enero de ese año, desaparecieron los poderes del Estado de Guerrero, faltando dos meses para que concluyera el periodo del gobernador Israel Nogueda Otero. En ese entonces –tenía 26 años– yo era secretario general de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares (CNOP). De acuerdo con las reglas no escritas me tocaba ser candidato a diputado local –diputado, pues– por el llamado Sector Popular del PRI. Me entrevisté con el dirigente nacional Oscar Flores Tapia, a quien le hice saber mi decisión de renunciar a esa posibilidad. Tenía previsto trasladarme al Distrito Federal, en donde radicaría el Lic. Nogueda Otero en espera del destape del secretario de Gobernación Mario Moya Palencia, como sucesor del presidente Luis Echeverría.
Todo lo impensado ocurrió: cayó el gobernador Nogueda, Moya Palencia no fue candidato a la presidencia, ni yo miembro del Comité Nacional de la CNOP, como estaba convenido. Transcurrían las horas en el restaurante María Isabel de la capital guerrerense. A partir de las 11, a jugar ajedrez; en la tarde, dominó.
Sin actividad productiva alguna se acabaron mis modestos ahorros. Cortaron el teléfono de la casa, vendí parte de mis libros, el equipo de sonido y se acumularon meses de renta. El propietario de la casa era don Humberto Valle, dueño de la empresa calera Pet-Cal. Un día tocan a la puerta, abro y me encuentro con don Humberto. Me llevo las manos a la cabeza y cierro los ojos con fuerza esperando escuchar su enojo. Aún oigo sus palabras: “Le vine a decir que no se preocupe por la renta, yo sé que me va a pagar, todo junto, cuando pueda”. Tiempo después le cubrí no sé cuántos meses. Recuerdo con gratitud la calidad humana de don Humberto.
En aquellos días empecé a escribir con regularidad en el Diario de Guerrero. Sin embargo, la necesidad muerde y tuve que aceptar un interinato en la Comisión Federal de Electricidad por recomendación de mi hermano Jaime. Ya me había desempeñado como director juvenil y secretario general del Comité Directivo Estatal del PRI y, como ya mencioné, dirigente de la CNOP. Además, era diputado federal suplente. Nada de eso tuvo significado frente a una pesada máquina de teclas, llenando en el mostrador recibitos para el cobro de la luz en Zumpango del Río. Mi situación cambió cuando don Héctor García Cantú, propietario y director del Diario de Guerrero, me ofreció la dirección por un año y un sueldo decoroso. Dijo que nunca había tenido vacaciones y quería tener un año sabático.
El término del año en El Diario coincidió con la invitación de mi amigo Abraham Talavera para trabajar con él. El regente del Distrito Federal, Carlos Hank, lo había nombrado delegado en Venustiano Carranza. Todo se volvía a engranar. Reanudé mi actividad política y regresé a Guerrero como coordinador de la campaña electoral del candidato del PRI a gobernador, José Francisco Ruiz Massieu, en 1986.
Ese episodio de la desaparición de poderes me hizo comprender la naturaleza de los intereses personales, los conflictos políticos y las ambiciones por el poder. Cuando se acaba la influencia también se acaba la lealtad. A los que ayudaste te evaden; los amigos te niegan. Pero tuve la suerte de que el pasmo, el quebranto emocional, me haya ocurrido a los 26 años. ¿Hubiera soportado una situación así a los 50 o más? Aprendí a tener claridad sobre proyectos vitales, puertas de emergencia y saber decir no a lo que trastoca o desvía del objetivo propuesto.
Mi plan “B” consistió en ejecutar el proyecto Arcadia Centro Cultural que, instalado en la plazuela de san Francisco de Chilpancingo, cumple su primer año. Ahí se promueve la presentación de textos literarios y exposiciones de arte; el programa de fomento a la lectura Libro Viajero ha entregado más de mil libros; los domingos se exhibe Cine de Arte; y se divulga la revista digital de literatura AvispaRoja. Todo gratuito, de libre acceso. Y se ha publicado el primer libro de poesía.
Chilpancingo merece alternativas, sobre todo en este ambiente de descomposición social. La cultura puede hacer la diferencia. Alejado de la actividad política profesional, me anima haber concretado mi plan “B” y escuchar el viejo eco de mis inquietudes culturales juveniles.