19 febrero,2021 4:52 am

El silencio de Peter Handke

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Adán Ramírez Serret

 

En los últimos años la literatura ha estado cada vez más ligada a la corrección política, a tal grado que es tan importante, o quizás más, la vida del autor que la obra misma.

Así, hemos caído en cierto puritanismo en donde medios, editoriales y escritores, se “curan en salud” apoyando todas las causas que “deben” ser apoyadas por las corrientes “bien pensantes”.

Por supuesto que no se puede estar en contra de esta actitud, pero se corre un riesgo enorme, el de satanizar autores –el menos grave– y sobre todo, condenar obras en favor de una ultra corrección política.

Siempre será complicado leer a autores como el fascista Louis Ferdinand Celine y su maravillosa obra Viaje al fin de la noche, o Los cantos del demencial y genial Ezar Pound e incluso, autores talentosísimos difíciles de digerir como Mario Vargas Llosa.

Es incómodo pensar que alguien tan controversial como los autores mencionados, sea capaz de hacer una obra de arte que nos deslumbre y sacuda.

Quien ha resuelto mejor este dilema, hasta ahora, es Javier Cercas, dice que ama Viaje al fin de la noche, pero si se hubiera encontrado con Celine, le habría dado un puñetazo en la cara.

Sobre este tema han reflexionado y escrito mucho autores muy brillantes como Karl Ove Knausgard, John Banville y Peter Handke (Austria, 1942). Lo han hecho con una honestidad que por momentos raya en el cinismo pero su postura es revitalizante, porque ataca la hipocresía mostrándola. Estos autores, dicen, son como una especie de ars poética.

Peter Handke es quizá uno de los autores más incómodos y cuestionables, pues asistió al sepelio del dictador y genocida Slobodan Milosevic. Handke argumenta que fue por la provocación de un periodista. Sin duda es injustificable su asistencia, pero tampoco me parece una razón –por terrible que sea lo que digo– para dejar de leer a este autor austriaco.

Cuando le dieron el Premio Nobel a Handke en 2019 me llamó la atención que lo hicieran después de esta polémica con Milosevic, que fue en 2006. ¿Acaso quería decir algo la Academia Sueca luego de sus propios escándalos en 2018 por los cuales se suspendió el premio ese año? Por momentos me pregunto si lo que quisieron decir es que es más importante la obra que el autor.

Handke no es sólo un autor complicado éticamente, también su escritura lo es, porque no tiene la mínima intención de atrapar al lector. En su más reciente novela, La ladrona de fruta, busca mostrar el mundo; narra la extrañeza a través de una profunda misantropía, de mostrar los árboles, el cielo y la tierra, los cuales a pesar de estar habitados por humanos, contienen una extraña belleza.

La ladrona de fruta comienza con el narrador que se encuentra en su jardín, en las periferias de París, y se percata que es un hombre extraño para el mundo porque siempre está en silencio. No hace ruido por lo cual sus vecinos le guardan cierto recelo.

El narrador vagabundea por un bosquecillo y encuentra a una mujer que le llama la atención, pues no está viendo su celular, no se está maquillando, ni haciendo cualquier otra cosa para perder el tiempo; esta chica simplemente observa la naturaleza y parece disfrutar de ella.

A partir de aquí la novela comienza un ir y venir a partir de la mente del narrador misántropo que toma un tren y observa a los humanos y comienza a contar la historia de la mujer que vio en el bosque, una chica rusa que tenía la afición de niña de robar fruta en los huertos cercanos.

La ladrona de fruta es la oportunidad de leer a un autor único, una obra que recupera ese lado vital de la literatura, un tanto confrontante, pues en su escritura habita algo extraño lejano de nuestro mundo: el silencio.

Peter Handke, La ladrona de fruta, Madrid, Alianza, 2019. 387 páginas.