26 septiembre,2024 6:02 am

El “socialista” y el rey

 

 

Humberto Musacchio

 

Crece el diferendo con España, pues el gobierno del “socialista” Pedro Sánchez Pérez-Castrejón decidió no enviar representante alguno a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, pues consideró “inaceptable” que no se incluyera al monarca en la invitación. Debió doler en Madrid el gesto mexicano, pues el propio Pedro Sánchez se comunicó con Claudia Sheinbaum con la exigencia de pedir explicaciones, ante lo cual la mandataria electa, con elegancia, lo mandó al caño y respondió haciendo referencia a la solicitud que en 2019 hizo el presidente Andrés Manuel López Obrador a Felipe VI de España, en la que demandaba:

“Que el Reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados y que ambos países acuerden y redacten un relato compartido, público y socializado de su historia común, a fin de iniciar en nuestras relaciones, una nueva etapa, plenamente apegada a los principios que orientan en la actualidad a nuestros respectivos Estados y brindar a las próximas generaciones de ambas orillas del Atlántico, los cauces para una convivencia más estrecha, más fluida y fraternal.”

Como no hubo respuesta, en febrero de 2022 AMLO declaró en pausa las relaciones con las autoridades españolas. Ahora, Sheinbaum señaló que, “lamentablemente, dicha misiva no mereció respuesta alguna de forma directa, como hubiera correspondido a la mejor práctica diplomática de las relaciones bilaterales. En cambio, parte de la carta se filtró en medios de comunicación y posterior a ello, el Ministerio de Asuntos Exteriores de España realizó un comunicado de prensa. Hasta el momento, esta circunstancia no ha sido aclarada, ni respondida de forma directa al gobierno de México.”

Por sus resbalones conceptuales y sintácticos, especialmente de puntuación, ambos textos parecen hechura de la misma mano, pero es lo que menos importa, pues si en 2019 pudo parecer ocioso que se pidiera un mea culpa, la falta de respuesta expresa una inadmisible soberbia muy explicable, pues el Estado español mantiene enclaves coloniales en África y, en esas condiciones, no podía admitir su política esclavista y genocida mantenida durante siglos.

En América, esa política se expresó en hechos como lo ocurrido en México, donde de los 25 o 30 millones de habitantes que tenía el territorio a la llegada de Hernán Cortés, para principios del siglo XVII sólo quedaba un millón y cuarto, o en el tráfico esclavista en el continente que arrancó por lo menos a 13 millones de africanos de sus lugares de origen, muchos de los cuales acabaron en Nueva España.

Aunque en la península existieron leyes que prohibían el tráfico de seres humanos, la corona española expidió más de 120 mil licencias para trasladar a sus colonias americanas esclavos negros a un precio de ocho ducados cada uno. Un negociazo, pues un ducado del siglo XVI y comienzos del XVII, dice la Wikipedia, “tendría una equivalencia actual a unos 196 euros”. Incluso, al establecerse las Cortes de Cádiz, el diputado mexicano José Guridi y Alcocer y el asturiano Agustín Argüelles propusieron abolir la esclavitud, lo que fue rechazado.

De modo, pues, que el señor Sánchez Pérez-Cstrejón y su monarca no pueden alegar inocencia, y al negarse a reconocer el papel de España en el tráfico y matanza de seres humanos se hacen cómplices de sus antepasados.

Por otra parte, cabe preguntar por qué en las reuniones internacionales España tiene representación dual, pues asisten el jefe de gobierno en turno y el rey, jefe de Estado. Que sepamos, ningún otro país pide ni disfruta de privilegio semejante. Lo que está en el fondo de esa actitud pretenciosa es la reprobable idea de superioridad cultivada a lo largo de tres siglos, pese a que hace 200 años las naciones iberoamericanas pintaron su raya.

Junto al detestable pasado colonialista, mexicanos y españoles tenemos muchos lazos que nos unen, desde los antepasados comunes, numerosas realizaciones materiales, una cultura llena de semejanzas y la firme convicción de que la independencia y la democracia hay que defenderlas bajo cualquier circunstancia, como los republicanos peninsulares y los mexicanos lo hicieron durante la guerra contra el fascismo de Francisco Franco y sus manadas de fanáticos.