3 septiembre,2024 7:30 am

En el ex cuartel militar de Atoyac, un museo con imágenes y objetos de desaparecidos y de sus familiares

 

Atoyac, Guerrero, a 3 de septiembre de 2024.- En la década de 1970 este terreno albergó las instalaciones del 27 Batallón de Infantería, fue también una prisión clandestina del Ejército que se utilizó para la tortura y la desaparición de campesinos, simpatizantes de la guerrilla y cientos de otros civiles, y este viernes se inauguró aquí el Museo de la Memoria La Silla Vacía para recordar a las víctimas de desaparición forzada de esa época reconocida jurídicamente como de terrorismo de Estado.

Es impactante entrar y observar las decenas de fotografías de las víctimas, son 156 de desaparecidos, y otro tanto de sus familiares que lucharon por justicia y su presentación, pero que murieron en el camino, sin verlos regresar.

Hay también ropas y herramientas de algunos de los desaparecidos, “tesoros” de las familias que exponen su intimidad con la intención de que jamás se olvide el horror, y con la esperanza de que no se repita, aunque los desaparecidos en el país ya se cuentan por miles y cada día se suman más casos, según se documenta a diario en los medios de comunicación.

Una de las exposiciones más perturbadoras es la de dos cajas para archivos. En una se lee “cráneo 1, ropa, osamenta 0”, en la otra “osamenta 2”, que es en donde el gobierno entregó a sus familiares los restos de dos víctimas.

Las familias las adornaron con flores como una manera de superar el agravio, y en una ficha se explica, “en estas cajas se entregaron los restos óseos de Esteban Mesino Castillo y Lino Rosas Pérez, ejecutados por el Ejército de manera violenta, presumiblemente en el año de 1974. Sus familias y Afadem recuperaron sus restos en El Otatal, municipio de Tecpan, Guerrero”.

El espacio es emblemático porque albergó al 27 Batallón de Infantería (el mismo involucrado en la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa), pero también porque está en Atoyac que fue el epicentro de la represión del terrorismo de Estado, la

Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (Afadem), fundada en 1978, tiene documentadas mil 200 desapariciones forzadas, 650 casos son de Guerrero y de éstos 470 son de este municipio.

Otra intención de este museo es que se haga justicia, ante lo que Alan García Campos, de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, advierte que “el criminal termina de imponerse cuando el olvido prevalece, por eso tenemos que recordar a las víctimas.

Este viernes –Día Internacional del Detenido Desaparecido– acudieron a la inauguración alrededor de 100 familiares de los desaparecidos, la mayoría hombres y mujeres con edades que oscilan entre los 70 y los 95 años, como el veterano luchador social Hilario Mesino, quien tiene 94.

Por momentos parecen resquebrajarse, pero no lo hacen, lloran, se abrazan y siguen en pie de lucha.

Como organizaciones solidarias asistieron integrantes de Fundar, del Colectivo Encuentros Nacionales, la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS), el Frente Popular Francisco Villa, el Colectivo Contra la Tortura y la Impunidad (Ccti), y el Centro de Estudios Ecuménicos.

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“Es más grande el amor al ser querido que el miedo. Cuando hay coraje ni miedo da, y cuando hay miedo ni coraje da”, comentó sobre su activismo la vicepresidenta de la Afadem, Tita Radilla Martínez, quien busca a su padre Rosendo Radilla Pacheco, desaparecido por soldados del Ejército el 25 de agosto de 1974”.

Se le comenta de lo impactante de las exposiciones, que a diferencia de cuando se leen los reportes o las notas al respecto, se puede llegar a reducir a cifras, pero observar sus retratos, algunos sonrientes, otros serios o incluso distraídos al momento de que se les tomó la fotografía, se cae en cuenta de que son padres, madres, hijos, hermanos… parte de una comunidad y una familia rota por la represión de los distintos gobiernos que consolidaron lo que los expertos llaman la ruptura del tejido social, y Tita lo sintetiza en una frase, “este es un memorial para luchadores, todos eran gente importante”.

“Es una gran ofensa lo que hicieron, nunca debió de haber pasado, (los perpetradores) condenaron a la familia a vivir una vida de dolor y tristeza. Es la gran deuda del Estado con las familias, con las comunidades”.

Relata, “este museo ha sido un sueño desde hace mucho tiempo, es una parte aledaña a las oficinas de la Afadem y con recursos propios, cooperaciones de los familiares, se ha ido arreglando, con la idea de hacer un museo”.

“La memoria es algo muy importante, van a pasar muchas generaciones que van a mirar esto, nosotros en un momento nos vamos a ir y esto va a quedar, queremos que esta historia no se olvide, que se conozca y se reconozca, y que las personas la hagan suya porque son las raíces de esos pueblos que han luchado por demandas populares, por tierras, por justicia sobre todo”.

“Creo que el pueblo de Atoyac merece saber, así como el mundo entero merece saber lo que pasó en Atoyac, fueron hechos aberrantes, hechos dolorosos para las familias. El sufrimiento y el dolor nos han acompañado siempre, afortunadamente hay otras personas solidarias que siempre están apoyándonos”.

“Para este museo contamos con el apoyo de Fundar, que acompaña el caso de mi papá, recibieron ocho obras que rifaron y mucha gente compró boletos para poder apoyarnos, ellos principalmente aportaron ese dinero que la gente donó con el fin de que pudiéramos tener este espacio significativo para nosotros. La última semana estuvieron aquí permanentemente gente de Fundar y del Centro de Estudios Ecuménicos, son personas tan nobles y comprensivas que nos han ayudado”.

Ante la pregunta, contextualiza, “este lugar era parte del cuartel militar de Atoyac, no sabemos si aquí en algún momento pudieron estar ellos (los desaparecidos), no sabemos si estas paredes escucharon sus gritos de dolor, su llanto, su sufrimiento, su pena, precisamente para nosotros es tan significativo tener este espacio, decían que por aquí entraban los desaparecidos”.

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De la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Alan García Campos, también en entrevista, dijo que la inauguración del museo “es un momento histórico cargado de simbolismos, una vez más las familias nos abren su intimidad, sus tesoros, y nos muestran que la memoria sigue viva, y esa es una fuente de esperanza”.

“Decía (el escritor Jorge Luis) Borges en uno de sus poemas más connotados: aquí habita cualquier cosa, menos el olvido”.

Dijo que es muy significativo “porque una silla representa muchas cosas, ciertamente el dolor por quien está ausente, pero también cuatro pilares, la derechura, la rectitud, la verticalidad de las familias, supone equilibrio, que simboliza la templanza de las familias, cuenta con un respaldo que es el reflejo de quienes han acompañado a las víctimas de desaparición forzada, como las organizaciones sociales, una prensa comprometida, sectores de la academia. También tiene una base, que es la dignidad de las familias”.

La silla vacía, “nos muestra que hay una persona que fue desaparecida, pero también nos muestra que en esa silla ningún familiar se ha sentado, las familias están de pie porque han decidido no sentarse a descansar, han decidido caminar, salir de la casa, ir y exigir el esclarecimiento”.

Y advirtió, “esa silla solamente se llenará cuando los responsables rindan cuentas, cuando el Ejército reconozca lo que hizo, cuando abra sus archivos, colabore con la justicia, pero sobre todo se llenará cuando regresen don Rosendo y todas las víctimas de desaparición forzada, porque ciertamente hay una silla vacía, pero está lleno el corazón rebelde de las familias”.

Hace ya 50 años del terrorismo de Estado, muchos familiares-luchadores sociales han muerto sin encontrar a sus desaparecidos, ante lo que el integrante de la Organización de las Naciones Unidas observa, “hay una causa intergeneracional de encontrar a las personas desaparecidas, materiali-zar la verdad y alcanzar la justicia”.

Agrega: “tenemos un gran respeto por todos estos memoriales, monumentos, antimonumentos que se han erigido por parte de las familias, de las víctimas, son espacios que con múltiples sacrificios se erigen, con múltiples dificultades, lo que planteamos es que el Estado tiene que hacer esfuerzos de memoria, pero tiene que respetar también los procesos de las familias, que lo hacen de manera autónoma e independiente porque lo que están esperando del Estado es que les regrese a sus seres queridos, que haga que los perpretadores rindan cuentas, es necesario que no se materialice la aspiración más elevada de quien perpetra la conducta de luego de desaparecer a la persona, pretende desaparecer la memoria”.

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En la entrada al museo hay una pequeña silla de madera y un texto:

“Sin memoria, ni verdad no hay futuro. En casa, todas las familias tenemos una o más sillas vacías. Estas representan la ausencia de un ser amado que ya no está con nosotros. para Afadem esas sillas son de alguien que nos fue arrebatado, pero que su lugar sigue ahí, recordándonos nuestra lucha por la memoria, verdad y justicia”.

“A pesar del tiempo, las circunstancias y el dolor que no nos deja en paz, seguimos conservando esta silla con la esperanza de que vuelvan a casa a ocupar su lugar. Padres, madres, esposas, hijos e hijas, familias enteras se han ido sin saber qué ocurrió con sus seres queridos. Algunos, incluso llevamos más de 50 años esperándoles”.

“Construimos este museo, como construimos la memoria, en colectivo, con las manos, el corazón, con la palabra y con la intención de hacerle espacio a la verdad. En La Silla Vacía, Museo de la Memoria, queremos dejar la historia de quiénes fueron nuestros seres queridos, a quiénes amaron, su búsqueda por un mundo mejor, y quiénes somos las personas que les amamos”.

“Que todas las generaciones sepamos sobre el terrorismo de Estado y cómo los perpetradores quisieron borrar a nuestros familiares de la historia, pero ellas y ellos son el campo en el que labramos y sembramos la semilla de la memoria, para mantenerla presente”.

“Somos familias unidas ante el dolor y la incertidumbre haciendo lo que el Estado no ha querido hacer: buscar”.

Al interior hay tres exposiciones y una sala audiovisual, una es Voces acalladas, vidas truncadas con fotos, y se explica, “Ellas y ellos son nuestros seres queridos: estudiantes, campesinos, campesinas, amas de casa, a quienes un día el Estado mexicano arrancó no sólo de nuestros hogares o de nuestras familias también, de nuestros pueblos y comunidades. En esta sección de la exposición están todas las personas que soñaron con ser libres, con armas y sin ellas, con sus sueños y con ilusiones. Aquí están quienes cultivaron sus tierras, compartieron sus saberes y construyeron la lucha con sus comunidades, para vivir una vida sin abusos, sin explotación y sin carencias. También, se encuentran las y los luchadores que pacíficamente demandaron lo que debe ser del pueblo educación, salud, respeto, paz y tierra para todas las personas”.

“Todas y todos tuvieron un objetivo común: ver florecer la tierra y los campos. Sus luchas les convirtieron en un peligro para el Estado que, con una fuerza desmedida les reprimió”.

Otras exposiciones son Manto de Impunidad, y Montañas Invisibles, que “son las esposas, madres, padres, hijos e hijas, hermanos y hermanas, en su gran mayoría mujeres, que vivieron un infierno a partir de la desaparición de sus seres queridos. Quienes después de ser señalados (en algunos casos, sin razón alguna) como simpatizantes de la guerrilla de los maestros Genaro Vázquez y Lucio Cabañas fueron detenidos-desaparecidos, durante el terrorismo de Estado perpetrado desde las más altas esferas gubernamentales a finales de los sesenta, setenta y principios de los ochenta”.

Texto y fotos: Rosendo Betancourt Radilla