15 enero,2019 7:27 am

En el lomo del tigre

Florencio Salazar
La geografía política en Guerrero se dividió en tres partes: Morena, PRI y PRD. En la nacional, el presidente de la República es de Morena; y en lo estatal, el gobernador del estado, del PRI. Verdad de Perogrullo.
Es la realidad de un aproximado a la cohabitación política. Conviven como órdenes de gobierno fuerzas opuestas, y esta situación somete a prueba la destreza política de las partes.
Debatir es diferente a confrontarse, y el desacuerdo, al pleito. Guste o no, el destino es el mismo –mejorar la condición de la gente–, aunque la ruta sea distinta. Por ello, cuando la ocasión permite una mayor proximidad entre gobernantes de diferentes signos, deben prevalecer los buenos modos.
Bien que el viernes anterior, el presidente López Obrador haya venido a poner en marcha el programa de pensiones para discapacitados, en Tlapa, corazón de La Montaña, la región más pobre de Guerrero.
Mal, que el acto de gobierno se haya convertido en partidista, propiciando un trato grosero hacia el gobernador del estado, Héctor Astudillo Flores. Grosero, porque no es sostenible afirmar que fue espontánea la muestra de rechazo.
Es bien sabido que entre gitanos no se lee la buena fortuna. Tres botones de muestra: no hubo coordinación de la parte federal con la del estado, sobre la visita de AMLO. Se manejó la organización y el programa prácticamente con secrecía hasta que los medios lo divulgaron.
Los servidores públicos locales, responsables de políticas sociales, no fueron tomados en cuenta.
Como se ha podido observar en los partidos de futbol, una pésima decisión del árbitro es rechazada por unos silbidos, luego por otros más, hasta que se generaliza. Al gobernador lo recibieron con silbidos iniciados al mismo tiempo. Fue por consigna.
Y la prueba del ácido: que AMLO le haya dicho a los asistentes que la campaña ya había terminado, que las autoridades merecen respeto.
La reacción de Héctor Astudillo fue inmediata y necesaria. Exigió el mismo respeto con el que él trata al presidente de México y a los adversarios políticos. No fue un asunto de piel sensible, fue de dignidad, de decoro.
Los políticos estamos acostumbrados a los ambientes hostiles, que suelen ser consecuencia de las decisiones que se toman. Para el político, es elocuente la figura del elefante: colmillo retorcido, excelente memoria, buen olfato y piel gruesa. Y pisa fuerte.
De ahí que no se deba olvidar que la política es conflicto para la solución de problemas y la democracia acuerdo para evitar que las luchas políticas terminen en guerras civiles.
Especialmente en una entidad como la nuestra, debe haber la suficiente serenidad para evitar que la confrontación entre órdenes de gobierno termine por hacer ingobernable al estado. Ingobernable para quien sea. Dijo John F. Kennedy: “Quien quiere llegar al poder montado en un tigre, terminará devorado por sus fauces”.
Lo que ocurrió en Tlapa no es para regocijo de nadie. Por radicales que sean las militancias, como se ha dicho hasta la fatiga, en la democracia hay adversarios, no enemigos. Cuando arriba a una entidad el Ejecutivo federal, no lo hace en conquista de territorio, sino de coordinación con el gobierno local, para ofrecer soluciones, atender problemas.
Ojalá sirva de lección de lo que no debe repetirse.