28 noviembre,2023 8:30 am

En la Colosio y Rinconada, los vecinos manifiestan aún su temor al porvenir

 

Las secuelas van más allá de la infraestructura destruida o de la emergencia sanitaria, pues a pesar del trabajo de las autoridades, la reactivación económica o el acotado retorno a clases es sólo una pequeña esperanza

 

Acapulco, Guerrero, 28 de noviembre de 2023. A un mes del impacto del huracán Otis en Acapulco, las secuelas van más allá de la infraestructura destruida o de la emergencia sanitaria, pues a pesar del trabajo de las autoridades, la reactivación económica o el acotado retorno a clases, la ciudad y su gente aún guardan silencio en medio de la devastación.

Más en lugares como la zona Diamante, en especial la colonia Luis Donaldo Colosio, donde los estragos de Otis incluyeron inundaciones que dejaron a cientos de familias damnificadas y que hasta apenas la semana pasada, en el caso de Rinconada del mar, por ejemplo, fueron visitadas por brigadas de limpieza que retiraron toneladas de escombro y lodo de las calles, que se acumularon por un mes, generando focos de infección y la angustia de los vecinos por tener que soportar los malos olores.

Tal es el caso de la señora Mary, quien tenía una miscelánea en Rinconada del Mar, que fue tragada por un brazo del río de La Sabana, cuando se desbordó.

Ahora, y una vez que terminó de limpiar, no sólo su negocio sino la vivienda, situada atrás de la miscelánea y que compartía con su esposo y tres hijos, sus pensamientos van en el sentido de no volver a pasar por una madrugada como la de aquel 25 de octubre.

De hecho, y por cuestiones de salud de sus hijos, tuvo que viajar a Morelos, desde donde escribió en charla electrónica: “Estamos en Cuautla, es que se me enfermaron los niños, por eso mejor me salí. Sólo se quedó mi esposo y mi suegro allá”, especulando con la posibilidad de irse a vivir a Chiapas, de donde es originaria.

De manera similar pensó la señora Xochitl, quien en compañía de su hija y su padre enfermo, escapó casi nadando de la inundación tras Otis, también en Rinconada.

“Sobrevivimos a Manuel (hace diez años) pero esto fue más. Creo que, y perdón que así lo diga, sólo esperaremos a que mi papá descanse (muera) para irnos a Guadalajara, con el resto de la familia”, aseguró con la quijada apretada y la mirada puesta en la pila de escombros en la que se convirtió su patrimonio de varios años.

Si bien, en un recorrido realizado el sábado pasado al mediodía se observó que las calles están prácticamente libres de escombros, en medio de decenas de vehículos abandonados, que fueron dañados por la inundación, el panorama es nuevo: no hay árboles que aminoren el poder del sol, no hay sombra y se siente el calor como si fuera verano o primavera.

Asimismo, se mantiene un silencio incómodo entre las pocas personas que a esa hora estaban afuera de sus casas, además de una mirada de temor por lo que pueda venir.

De hecho, ese temor se vio reflejado cuando apenas el miércoles anterior por la noche, volvió a llover en la zona y se volvió a meter el agua a las casas.

“Yo estuve saca y saca agua de mi casa ya que entra mucha por las ventanas y por el cuarto de servicio; Dios, ya fue mucho”, lamentó en su momento la señora Ema, añadiendo que las calles también se volvieron a inundar y la gente tuvo que destapar las coladeras con rastrillos.

Más adelante, ya en la colonia Luis Donaldo Colosio, se nota la reactivación económica, sí, pero en medio de aquel silencio incómodo.

Peluquerías, estéticas, misceláneas, tlapalerías o ferreterías están abriendo, de la mano de sus encargados y si no es para ofrecer sus mercancías, es para hacer un inventario de lo perdido y limpiar lo recuperado.

En el peor de los casos, como ocurre con una taquería ubicada sobre la avenida principal, la Simón Bolívar, realizan trabajos para reconstruir su local y regresar al trabajo.

Al mismo tiempo, hay quejas por la quema de basura y es que el terreno baldío que está a lado del parque de la Familia, cerca del monumento, está siendo utilizado como tiradero, acusaron vecinos.

Todos los días, principalmente por la noche, camiones de volteo se meten a descargar toda la basura y los escombros recogidos por la zona, generando nubes de humo que son un foco de infección para los habitantes.

Todo en medio de un escenario que aún exhibe las heridas de Otis: techos y postes caídos, negocios saqueados y abandonados, y sí, ese silencio que se repite de manera constante, incluso del otro lado del bulevar de las Naciones, en la avenida Las Palmas, donde algunos comentan en voz baja: “Los ricos también lloran”.

Este bulevar, que da acceso a hoteles como el Princess Mundo Imperial o el Mayan Palace, es la entrada a decenas de edificios con vista al mar, a villas y casas construidas a un costado de los campos de golf, cuyo valor sobrepasa en promedio los 5 millones de pesos. Pero a Otis no le importó.

El sábado pasado por la tarde fue constante ver a decenas de trabajadores de la construcción salir de edificios como Maralago o Costa Ventura, dándole fin a una jornada de labor ante la mirada de arquitectos y propietarios, quienes no daban crédito al tamaño de los daños de sus departamentos, destruidos en su totalidad, negándose incluso a dar entrevistas.

“Estuvo cabrón, la verdad”, comentó la encargada de un comedor de la organización Internacional World Central Kitchen, instalado más atrás, a unos 50 metros de La isla Residences y a poco menos de un kilómetro del centro comercial del mismo nombre, que hasta la fecha se ve abandonado, pues decenas de locales aún tienen huellas del saqueo que sufrieron días después del paso del huracán.

Mientras tanto, y ya de regreso, el bulevar de Las Naciones da muestras de querer mostrar una cara distinta. Mientras la vía ya está despejada, decenas de grandes locales comerciales, como de las automotrices Mazda o Kia, están en vías de reparación y tiendas como WalMart o Sam´s Club, que también fueron saqueadas, ya reabrieron sus puertas en medio de protocolos de seguridad y bajo la vigilancia de marinos, quienes al igual que la Cruz Roja, pusieron en el estacionamiento un campamento para dar comida y agua a quien aún lo necesita.

 

Texto: Óscar Ricardo Muñoz Cano / Foto: Carlos Carbajal