19 junio,2021 10:06 am

Entregan a la filósofa mexicana Juliana González Valenzuela el Premio Internacional Eulalio Ferrer

Afirma la pensadora que “el humanismo no puede ser antropocéntrico” y se debe abandonar por completo la idea de que la humanidad está por encima de la naturaleza

Ciudad de México, 19 de junio de 2021. Durante la ceremonia virtual de la entrega del Premio Internacional Eulalio Ferrer, anteriormente otorgado a figuras como Fernando Savater, Edgar Morin, Tzvetan Todorov y Roger Bartra, la filósofa mexicana Juliana González Valenzuela lanzó una proposición casi axiomática, convertida después en conferencia magistral: “El humanismo no puede ser antropocéntrico”.

Un llamado a abandonar por completo la añeja idea de la humanidad por encima de la naturaleza y de todos sus habitantes; “el hombre cortado del resto de los seres vivos y poseedor de toda la vida y de todo lo vivo”, explica, poniendo el énfasis en la necesidad de una nueva forma de vinculación con el todo de la vida en general.

Tarea de un humanismo ético en crisis que debe revertir el proceso destructor en el cual está inmerso, en una época marcada por la pandemia de Covid-19, califica la ex directora de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y ex titular de la Asociación Filosófica de México.

“No sé. Yo por momentos tengo la esperanza, además de la ilusión, de que una vez que podamos ya todos salir a la calle, todos, empiece otro giro de la historia”, comparte.

“Creo que el capitalismo cerrado, siniestro, el capitalismo destructor… Tengo la profunda esperanza de que ya no (persista). Que encontremos otra forma de abastecernos a nosotros mismos, los humanos en general, y que la lucha y la escisión de clases no vuelva a ser lo que venía siendo por varios siglos ya”.

Que tras este momento crítico pudiera venir algo diferente, añade. Una esperanza que tiene puesta en la juventud.

Ante la crisis civilizatoria, sostiene que la propia filosofía ha fallado, la capacidad autocrítica de la humanidad para reflexionar sobre su destino.

“Por ahí va la esperanza. Un vuelco de nuevo a un equilibrio de lo humano por dentro y por fuera. No sólo el humano conquistando el mundo y las cosas, y el dinero y lo externo, perdiendo el alma”, comenta, momentáneamente interrumpida por el ladrido de sus perros. “Una autoconsciencia humana de lo que es o puede ser verdaderamente el ser humano. Esto nos falta”.

La filosofía me ganó

“Fue algo verdaderamente bello”, es lo primero que enuncia la filósofa Juliana González Valenzuela ante la pregunta, una de las que encara su gremio de manera más frecuente, sobre qué la llevó al camino de la filosofía.

Sucedió en la Universidad Femenina de México, donde realizó su bachillerato la joven hija de padres y familia sonorenses, pero nacida en la Ciudad de México, en 1936. Ahí, el encuentro con su primera profesora el la materia, la investigadora, historiadora y filósofa Carmen Rovira, destacada hija del exilio español, le iluminaría la senda.

“Estaba muy joven, recién llegada del exilio, y nos daba clases de filosofía a las jovencitas de prepa”, rememora con emoción González Valenzuela en entrevista telefónica. “Ahí fue donde creo que se me abrió la consciencia de que me encantaría estudiar filosofía”.

Lo hizo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde, además, dedicó el primer par de años de su formación a explorar también sus inquietudes en torno a disciplinas como el teatro, la historia y la literatura.

“Hasta que acabé definiéndome por la filosofía. Pero me abrí, le digo, al teatro mucho; a la literatura, en general a la literatura contemporánea, y también a la historia.

“Pero finalmente la filosofía me ganó. O yo le gané”, reflexiona, entre risas, la profesora emérita de la UNAM, figura representativa de la filosofía en México por sus contribuciones en ámbitos como la ontología, la ética y la bioética.

Y si Rovira había sido fundamental para que optara por la ruta, la influencia de otros grandes maestros del exilio, como Eduardo Nicol, José Gaos y Luis Villoro, la definirían aún más.

Especialmente Nicol, apunta, de quien lo primero que la marcó fue su capacidad para comprender a los griegos.

“Por ahí fue, por ahí entré y entramos todos los que nos fuimos por ese lado”, recuerda.

“Esa necesidad de esa otra consciencia histórica que permitía entender el pasado filosófico de una manera viva, verdaderamente viva. Por ese lado entramos por Nicol, con quien yo me quedé hasta el día de hoy. Esto nunca se ha quebrantado en mí”.

Pero igualmente determinante resultó Gaos, en cuyo seminario le tocó leer Ser y tiempo, de Martin Heidegger, prácticamente mientras era traducido al castellano por el filósofo español, responsable de la insigne interpretación del término “Dasein” como “ser-ahí”.

Y junto con esta influencia heideggeriana, continúa González Valenzuela, a su generación no sólo le llegó fuerte la filosofía existencialista de pensadores como Jean Paul Sartre, sino, más que nada, el marxismo en su plenitud, para lo cual Adolfo Sánchez Vázquez, otro maestro del exilio, jugó un papel importante.

“Entonces, entre existencialismo, marxismo, y luego yo por mi parte la metafísica, fue verdaderamente muy rico todo”, recuerda la pensadora que hizo de la UNAM también la casa de su maestría y doctorado, y para quien tal florecimiento filosófico y cultural fue un aliciente para permanecer en el país.

“Yo tenía interés y ganas, porque incluso había estudiado alemán para irme a estudiar a Alemania, pero no. Sentía que lo que teníamos en México no lo había en ninguna otra parte. Y así fue, lo sigo pensando ya en retrospectiva: fue un privilegio esta época de la vida de la Universidad, y en particular de la filosofía. Fue una época de oro”.

Ése estrecho y determinante vínculo con el exilio español recientemente se resignificó para ella al convertirse en la primera mujer galardonada con el Premio Internacional Eulalio Ferrer, que otorga la Fundación Cervantina de México en distinción a personalidades sobresalientes por sus aportaciones en las ciencias sociales y las humanidades.

Un reconocimiento creado en honor del escritor, publicista y mecenas cultural –exiliado español en México, por supuesto– que pasó sus días en el campo de concentración de Argelès sur Mer, en Francia, leyendo Don Quijote de la Mancha, adoptando posteriormente la misión de difundir en el mundo la obra de Cervantes y, a través de ella, el idioma español.

“(Fue) una satisfacción profunda recibir este premio. Y ha sido además para mí muy conmovedor, porque tuve la oportunidad de meterme absolutamente a conocer todo lo relativo a Ferrer, y me fue muy interesante”, cuenta la filósofa desde su casa en Tepoztlán, donde recibió la noticia del galardón.

“Seguramente me llegó por teléfono, no me acuerdo. Pero me dio mucha alegría”.

Texto: Israel Sánchez / Agencia Reforma