31 octubre,2017 8:40 am

Épocas violentas, libros “noir”

Federico Vite

Lituma en los Andes (Planeta, España, 1993, 313 páginas), de Mario Vargas Llosa, es una novela que se publica tres años después de que el Nobel intentará ser presidente de Perú. Tras la derrota electoral, en 1990, el novelista retornó a la ficción y con este libro obtuvo el Premio Planeta. Cierto, se trata de un galardón sumamente comercial, pero sin duda es un remanso para el bolsillo de todo novelista, un colchoncito para recostar la testa en pensamientos de abundancia.

Lituma en los Andes nos remite a los extravagantes años 80 del siglo pasado, cuando Sendero Luminoso, amo y señor de los cerros de Naccos, le declaró la guerra al Estado peruano. Las cosas estaban mal, de verdad, como aquí en Guerrero. En esa fisura que permite definir lo macro en lo micro, Vargas Llosa retrata los alcances devastadores de la terrible política económica de Fernando Belaúnde Terry, entonces presidente del Perú. Grosso modo, hizo más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, como aquí, en México. Era una época, como la actual en Guerrero, de constantes violaciones a los derechos humanos, una época de pobreza extrema, de temibles fallas en los servicios de salud y de educación, una época coronada por la violencia.

Vargas Llosa, después de haber recorrido todo su país en campaña electoral, entendió con mucha mayor hondura los conflictos de la sociedad peruana: las paradojas sexuales, morales y políticas. Retomó esas preocupaciones y las ensambló en una novela de corte policiaco con técnicas narrativas contemporáneas; es decir, recurrió a la multiplicidad de enfoque narrativos, a los montajes de planos espacio-temporales y al monólogo interior. Se instaló en una región de Perú para describir los problemas que evitan el florecimiento cultural y el progreso de se país: terrorismo, narcotráfico, corrupción, ignorancia e incapacidad gubernamental.

El cabo Lituma, personaje que aparece en otros libros de Vargas Llosa (La Casa verde, ¿Quién mató a Palomino Molero?, La chunga y El héroe discreto), y el guardia civil Tomás Carreño tienen un puesto de vigilancia en la sierra peruana, concretamente en Naccos, comunidad que fue un próspero pueblo minero y que poco a poco terminó convirtiéndose en un páramo. En la novela es el campamento de los trabajadores que construyen una carretera. Aparte del hambre, la inseguridad y el desamparo institucional, otros peligros acechan a Naccos, los terroristas de Sendero Luminoso y los huaycos (violentos y devastadores desprendimientos de las montañas), así como los espíritus sangrientos que habitan la sierra. A esto se une la misteriosa desaparición de tres hombres del campamento: Pedrito Tinoco (El mudito), Demetrio Chanca (o Medardo Llantac) y Casimiro Huarcaya (El albino). Lituma y Carreño carecen de información, no encuentran pistas que les ayuden a resolver el caso. Preguntan insistentemente a los trabajadores de la carretera, al matrimonio que regentea una cantina, a los viajeros que se cruzan en esas tierras, pero todo mundo desconfía de la policía. Sólo gracias a los influjos del alcohol, entre charla y charla de borrachos, entienden que lo ocurrido con los desparecidos es algo mucho más complejo que el secuestro de los senderistas, algo relacionado con los espíritus de la sierra y con los sacrificios humanos que suelen practicar algunas comunidades para tranquilizar a los habitantes primigenios de la montaña.

El factor técnico que ofrece un rostro novedoso al relato policiaco, el que más destaca en la novela, consiste en entrelazar diálogos del pasado con el presente, fusiona situaciones reales con recuerdos; para el autor, tanto lo evocado como lo real tienen la misma sustancia y el mismo peso. Coloca ambos ejes temporales (pasado y presente) dentro de un plano narrativo. Crea un horizonte que permite entender a plenitud, y a dotar de importancia, cada uno de los hechos ocurridos en la novela. El lector descubre ese artefacto inmediatamente. A pesar de lo novedoso del dispositivo narrativo, no hay confusiones. Las secuencias se entienden a la perfección. Se trata de un recurso que dota de elegancia la ruptura espacio temporal y el enfoque del narrador.

Ya como historia, como acierto autoral, el aporte más significativo de Lituma en los Andes se revela en las pesquisas policiales, cuando el lector va descubriendo, a la par de los guardias, que la violencia política y el terrorismo ocultan una cultura ancestral, un mundo que se consideraba extinto, un mundo que nunca podrá ser reemplazado por la cultura racionalista, una mitología propia de los ancestros latinoamericanos. La potencia de los ataques terroristas, al miedo a los alzados y a todos sus demonios, todo eso como un caldo de cultivo ardiente, sumado a la pobreza extrema, los prejuicios raciales y sexuales, sumado a la izquierda intolerante, todo propicia que los personajes regresen la mirada a los dioses antiguos, a las supersticiones.

A pesar de que es ficción, Vargas Llosa incluye lamentables hechos en el libro; por ejemplo, las matanzas de Sendero Luminoso en la Reserva Nacional de Pampa Galeras, en marzo de 1983; además del asesinato de la ecologista Bárbara d´Achille, cometido el 31 de mayo de 1989 en Huancavelica, también a manos de los senderistas.

Lituma pone todo su empeño en resolver las misteriosas desapariciones de los tres obreros mientras comprende que el viejo mundo, donde son necesarios los rituales, aún rinde tributo a dioses violentos. Lituma, de la mano de Vargas Llosa, nos muestra las regiones del alma que nosotros conocemos como Perú. ¿Para qué podría servirnos leer Lituma en los Andes? Básicamente para entender que el punch literario tiene fortuna cuando se reajustan algunas cuestiones técnicas que otorgan novedad al relato que tantas veces nos han contado. También creo que esta novela ayudó a Vargas Llosa a entender por qué no fue presidente de Perú. Habla de un territorio salvaje que no quiere a los intelectuales. El novelista convirtió su desencanto en artefacto literario. Que tengan un potente martes.