16 enero,2022 8:42 am

Es Javier Sánchez el maestro del color

Ciudad de México, 16 de enero de 2022. Recorrer el estudio del pintor y escultor Javier Sánchez Treviño es dar un vistazo a la historia del arte en Nuevo León.

Situado en la Colonia Villa de San Miguel, en Guadalupe, el luminoso espacio conformado por diversas salas luce repleto de cuadros del artista nacido en Monterrey el 25 de marzo de 1940, buena parte paisajes, así como piezas de otros creadores: desde artistas de su generación como Gerardo Cantú, fallecido el 24 de julio del año pasado, hasta figuras de menor edad como Juan Carlos Merla, quien murió también, el 13 de julio del 2021.

Ocho artistas fallecidos por distintas complicaciones el verano pasado, pasaje único en la historia del arte en la entidad, no mantuvo indiferente a Javier: todavía hoy al enumerar a gente querida, amigos y maestros entrañables, finaliza su evocación con la frase: “Todos idos”.

No se crea, sin embargo, que el artista vive en un estado de permanente melancolía: inquieto, nunca como en la pandemia había trabajado tanto no sólo en nuevas creaciones, sino también en hacer un minucioso registro de su obra, diversa y abundante, en la que también destacan las esculturas de pequeño y mediano formato. Pero es que, aun cuando se mantiene ocupado todo el tiempo, no deja de pensar en el olvido en que algunos compañeros de trazos y maestros han sido confinados.

El artista toma algunos retratos que le hicieron artistas como el pintor de albas Rodolfo Ríos o que él ha hecho de otros como el propio Gerardo Cantú. También hay fotos del silencioso grabador Manuel Durón, del escultor Mario Fuentes, autor de monumentos como el de Luis de Carvajal y de la Cueva -en el que Javier colaboró al igual que en la de Diego de Montemayor y otros más-, y del maestro de la acuarela Manuel de la Garza.

“Muchos ni los recuerdan, pero fueron muy importantes en su momento y aportaron mucho a nuestro arte”, afirma Javier, bajito y de tez blanca, bien abrigado, de gorra, mientras hojea álbumes con fotos en las que hay gente pintando al aire libre, trabajando en esculturas. Felices.

“Por eso es muy importante no dejar pasar más tiempo y que el gobierno o la universidad abran un gran museo de nuestra historia en el arte”, comenta. “Un lugar que cuente lo que hemos sido”.

En el estudio de Javier hay autorretratos correspondientes a distintas etapas de su vida. Los de la infancia seguramente se encuentran en carpetas o libretas con cientos de dibujos, trazos, ensayos.

La vida lo habría llevado por otro lado de no ser porque un maestro de secundaria vio formar con plastilina la cabeza de un tigre al segundo de los 11 hijos de Dionisio Sánchez, dueño de una popular zapatería del mismo nombre, y de Guadalupe Treviño, y le sugirió dos cosas: que lo untara de laca para que el calor no lo desbaratara y que buscara clases de arte porque era evidente que se le daba el modelado.

Naturalmente él ya se orientaba por el dibujo, por lo que se inscribió en 1959 en la Facultad de Arquitectura de la entonces Universidad de Nuevo León, pero dos años antes ya había entrado a la Escuela de Artes Plásticas, continuación de la semilla del arte moderno en la entidad, el Taller de Artes Plásticas, dirigido por la catalana Carmen Cortés.

La Escuela de Artes Plástica a la que Javier entró fue dirigida por Pablo Flórez y Armando López, y entre sus maestros estuvieron Marcos Cuéllar, Mario Fuentes, Efrén Yáñez, Ignacio Ortiz y Gerardo Cantú, todos figuras del arte local.

Vivaz, cuenta que en aquel tiempo se entusiasmó con irse a estudiar a la Ciudad de México, pero el padre lo convenció que siguiera con el Taller y en Arquitectura: “No conocemos a nadie en la capital y todavía eres muy chico”, le dijo.

“Síguele en la carrera y en el taller, te va a ir bien”.

Cuenta Javier, risueño: “Me la pasé cinco años estudiando de día en Arquitectura y de noche en el taller, fue bien complicado, en la carrera eran muchos trabajos.

“Con las matemáticas batallé más: las tronaba todas y hasta el final las pasaba”.

El artista recuerda libros que lo marcaron en aquellos años iniciales: uno sobre pintura de Van Gogh que le trajo su padre de la Ciudad de México, otro que le obsequió el entrañable librero Alfredo Gracia Vicente sobre arte prehispánico de los que se vendían en la librería Cosmos y uno más que le dio un maestro de Arquitectura, hermano del Piporro, sobre historia de México.

De hecho, conocer el arte prehispánico, sobre todo las estelas, fueron de gran influencia para su obra escultórica, trabajada con materiales como madera, barro y alabastro.

Todo esto y los primeros paseos con amigos encabezados por el acuarelista Manuel de la Garza por las sierras y el campo de Nuevo León fueron determinantes para su mirada.

“Haz de cuenta que encontramos un camino yendo directo a la naturaleza, fuimos como muy paisajistas. Íbamos a casa de (Rodolfo) Ríos todo el año, luego yo hice la mía, andábamos hacia Rayones para dibujar, luego Allende, Bustamante, García, Santiago, hasta Zaragoza que está bien lejos.

“Todo eso nos motivaba a gozar intensamente de la naturaleza y eso es lo que en el Taller queríamos a hacer: aprender a observar.

Lo dice mientras da retoques en un cuadro con colores propios del melón, la papaya y el mango que colorean un valle en que las sierras brillan ante un cielo que no acaba de decidirse si será azul o rojizo.

Blanca es una de las cinco hijas que Javier tuvo con la montemorelense Esthela Garza González y sólo tiene palabras de orgullo para su padre.

“De niña me gustaba mucho ir a su estudio a verlo pintar, porque transmite paz, alegría: disfruta mucho lo que hace”, afirma sobre este feliz abuelo de ocho nietos y cuatro bisnietos.

Por su parte, la pintora Saskia Juárez, quien es su amiga, reflexiona sobre la vida del creador regiomontano.

“Un artista no se mide por un cuadro o una escultura”, comenta. “Javier es un artista tan prolífico hoy como cuando era joven y el resultado de toda esa experiencia acumulada es un artista en toda la extensión de la palabra, un hombre apasionado de su trabajo, admirado por mí, por muchos años de amistad”.

Sin dejar de alternar sus excursiones en busca del color con la enseñanza, Javier fue maestro en la Escuela de Artes Plásticas, institución en la que se transformó el original Taller, y posteriormente en el Taller de Experimentación Plástica, que por 20 años y dependiendo del Gobierno estatal cambió constantemente de sede.

Este último taller fue fundado en 1987 por Javier, Gerardo Cantú, Marcia Salcedo, José de la Paz y Efrén Yáñez. Gerardo fue el primer director y, durante 19 años, Javier fue el titular de este espacio con muy poco presupuesto donde cientos de personas tuvieron la oportunidad de encontrarse con el arte a través de la pintura, la escultura y las distintas técnicas en papel.

Independientemente de los inconvenientes, que no fueron pocos, Javier gozaba enseñar entonces y ahora.

“Eso era lo que me daba alegría: motivar a los que quisieran aprender arte a que disfrutaran y que a su vez enseñaran. Muchos alumnos dan clases en pueblos, en lugares de aquí.

“Viajamos muchos con los alumnos no sólo a comunidades y municipios de aquí sino de otros lugares retirados como Teotihuacán, Tajín, Chichén Itzá, Zacatecas”, comenta el artista cuya obra ha sido exhibida en Estados Unidos, Bulgaria, Rumania e Inglaterra.

La idea, dice, era que los alumnos sintieran la libertad de dejarse llevar por los trazos, por las formas y los colores, y ser fieles a sus emociones, a lo que sintieran.

“Hay etapas en las que quieres cambiar y estás saturado de azules, entonces hay que poner verdes, rojos, buscarle, porque el arte no es una enseñanza así nada más: el artista debe tallarse como el violinista, jale y jale, o como el guitarrista.

“Lo mismo hacen los de artes escénicas: hasta morirse, porque agarran la pasión. Lo mismo los artistas, los escultores, porque además somos del norte y así pintamos. No necesitamos pintar muy ‘así’: ‘Tú pinta, sé sincero contigo mismo'”.

Gerardo Cantú, quien siempre defendió la vocación del Taller de Experimentación Plástica y a sus maestros, definía a Javier como un maestro del color.

“En Javier Sánchez, en Rodolfo Ríos, tú ves nuestras sierras, se nota cómo aprendieron a verles tan bien sus formas, sus colores, pero ellos a su vez las reinventan, las imaginan y las vuelven unas sierras todavía más coloridas, más espléndidas.

“Javier Sánchez tiene eso: es un maestro del color, de nuestro arte, y todos los maestros del Taller de Experimentación Plásticas esperan una reivindicación por su trabajo, por su amor por el arte, por tantos años”.

Por este compromiso por el arte es por lo que creadores como Javier han insistido en la necesidad de un espacio en el que se narre de manera permanente la historia del arte nuevoleonés: un espacio, afirma, donde la ciudadanía, los estudiantes, conozcan y se motiven, vean de otra manera las sierras de la región y los paisajes.

“Observando la naturaleza encuentras el Yo”, comenta.

– ¿Cree usted que encontró el suyo? ¿Su Yo?, se le pregunta.

“Sí, lo he gozado y me he sentido satisfecho…, pero llega un momento en que estás pintando y quieres más”.

Texto y foto: Agencia Reforma