28 enero,2022 10:04 am

Fallece el científico Ruy Pérez Tamayo, eminente patólogo y divulgador de la ciencia

 

Ciudad de México, 28 de enero de 2022. Ruy Pérez Tamayo, científico, divulgador de la ciencia y miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), falleció a los 97 años en Ensenada, Baja California, informaron este jueves diversas instituciones culturales y científicas. No se dieron a conocer las causas del deceso.

Pérez Tamayo, nacido en 1924 en Tampico, en el estado de Tamaulipas, era uno de los más reconocidos divulgadores científicos en México.

Como recordó la AML, el investigador estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se especializó en patología.

También realizó posgrados en la Universidad de Washington en San Louis, Misouri, y se doctoró en inmunología en el Instituto Politécnico Nacional (IPN).

En 1954, Pérez Tamayo fundó en el Hospital General de México la Unidad de Patología de la Facultad de Medicina de la UNAM.

Y además escribió más de 100 artículos y cerca de 70 libros científicos y de divulgación.

La AML también recordó que recibió diversos galardones como el Premio Nacional de Ciencias y Artes, 1974; el Premio Luis Elizondo y el Miguel Otero, 1979; el Premio Nacional de Historia y Filosofía de la Medicina, 1995, y la Presea José María Luis Mora, 2001.

Además, apenas en junio de 2021, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), en Santander, España, le entregó su premio Menéndez Pelayo en reconocimiento a su doble faceta como “referente” en la investigación biomédica y humanista.

En su trabajo en patología, resaltó como discípulo de los doctores Isaac Costero, Gustave Dammin y Lauren V. Ackerman, y sus investigaciones fueron “significativas aportaciones” para la medicina, según la UIMP.

Pérez Tamayo estudió el efecto de la metionina en la cicatrización de las heridas y, por primera vez en México, de enfermedades como la mesotelioma pleural, la amibiasis cutánea, la critococosis, el enfisema broquiolar y la mesotelioma peritoneal.

Entre las instituciones que lamentaron su muerte están la UNAM y el Colegio Nacional, donde era investigador.

“La comunidad científica de nuestro país ha perdido a uno de sus mayores representantes”, expresó el Colegio Nacional en su obituario.

Ha perdido el tiempo discutiendo con personas estúpidas o en las filas en el banco, decía

Frustrado, cansado, contento, feliz o, en numerosas ocasiones, hasta encantado. El patólogo Ruy Pérez Tamayo podía sentirse de muchas maneras en el laboratorio, pero aburrido, aseguraba él, nunca.

En principio, porque la propia palabra sugiere “la transformación progresiva del individuo en un burro: a-burrimiento”, tal cual explicó, ingenioso, ante una Sala Miguel Covarrubias atestada de universitarios en 2014.

“Y tiene sentido, porque es la sensación de estar perdiendo algo que es absolutamente irrecuperable y que se llama tiempo. Yo lo he perdido en varias ocasiones discutiendo con personas estúpidas, o haciendo cola en las ventanillas de algún banco. Ahí sí he estado aburrido.

“Pero, ¿en mi laboratorio? ¡Qué barbaridad! Ahí el tiempo se me va volando”, refrendaría entonces el eminente médico e investigador fallecido el miércoles en Ensenada –donde vivía con su hija, la bióloga y editora María Isabel Pérez Montfort– a los 97 años.

Número que en realidad no le representara mucho al científico nacido en Tampico en 1924, pues “el que está trabajando en la generación de conocimiento no envejece, se mantienen en la juventud eterna”, sostenía en sus famosas Diez razones para ser científico.

Imposible no creer que así lo viviera quien solía ubicar el origen de su trayectoria en 1943, cuando ingresó a la Escuela de Medicina de la UNAM -aún no Facultad- e hizo amistad con un joven y entusiasta Raúl Hernández Peón, quien tenía un pequeño laboratorio de fisiología en el sótano de su casa.

“Yo fui por pura curiosidad, y quedé absolutamente encantado”, recordaría Pérez Tamayo, evocando la impresión de ver a un gato anestesiado en una mesa de operaciones. “En un par de semanas, yo ya quería ser investigador científico como Raúl”.

Y en realidad muy pronto ya cazaban gatos en las azoteas de la Colonia Roma, obteniendo información que derivó en un primer artículo publicaron en la Revista Mexicana de Urología cuando apenas eran estudiantes de tercer año.

Muy atrás habían quedado ya esas intenciones suyas y de sus hermanos de dedicarse a la música, como su papá, violinista de la Filarmónica de la UNAM. Sus padres, un humilde matrimonio de origen yucateco, no se los habían permitido: “Queremos una vida mejor para ustedes, que sean médicos”.

Texto: Redacción / Agencia Reforma