16 octubre,2021 3:42 pm

Familiares de Guerrero se suman a la VI Brigada de Búsqueda de desaparecidos en Morelos

Morelos, 16 de octubre de 2021.- Unas 40 personas examinan a detalle un amplio predio bordeado por árboles frutales. Bajo un sol abrasante, le miden el pulso a la tierra usando varillas, picos, mazos, azadones y palas: rastrean la posible presencia de entierros clandestinos.

Es el 13 de octubre y el equipo explorador –conformado en su mayoría por mujeres– es parte de la VI Brigada de Búsqueda de personas desaparecidas, un instrumento creado en 2016 por la Red de Enlaces Nacionales (REN) para fortalecer las búsquedas de familiares y organizaciones de especialistas.

La brigada se repartió en 14 municipios de Morelos, el estado “de la eterna primavera” en donde, como apunta Tranquilina Hernández, se cree que “nunca pasa nada, que no hay personas desaparecidas ni fosas clandestinas”.

“Si no hacemos esta búsquedas aquí y ahora en Morelos, no vamos a encontrar a nuestros seres queridos”, explica a El Sur la anfitriona, integrante del colectivo morelense Unión de Familias Resilientes Buscando a sus Corazones Desaparecidos y mamá de la joven Mireya Montiel Hernández, desaparecida en 2014 en Cuernavaca.

Este año acudieron familiares de 160 colectivos de búsqueda de Guerrero, Colima, Sonora y Veracruz, entre otras entidades, así como personas solidarias e integrantes de la Brigada Humanitaria de Paz Marabunta. Debido a las restricciones impuestas por la pandemia de Covid-19, la participación ha sido reducida respecto a años anteriores, sin embargo esto no limita la determinación y la energía de sus participantes.

El objetivo central, explican, no es buscar culpables, sino encontrar a sus seres queridos –o, como a menudo les llaman, sus “corazones desaparecidos”, sus “tesoros”— y apostarle a la reconstrucción del lastimado tejido social y la erradicación de la desaparición forzada.

La labor de la brigada, que arrancó el sábado pasado y concluirá el 24 de octubre, se organiza en varios ejes: búsqueda en campo y búsqueda en vida –en penales y servicios médicos forenses (Semefo)–, identificación forense, trabajo con escuelas y comunidades eclesiales, sensibilización en espacios públicos y sensibilización a autoridades y fuerzas de seguridad locales.

En el predio asoleado y rodeado por árboles frutales también se cuenta con la presencia de representantes de la Comisión Estatal de Búsqueda de Morelos y de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), aparte de elementos de la Guardia Nacional. Pero son los familiares quienes llevan la batuta.

“Como familias buscamos con el corazón, con dolor, con amor. Esto nos hace apegarnos a un campo de búsqueda, porque no nos podemos ir con las manos vacías. Y para las autoridades sólo es una jornada de trabajo, simplemente informan si hay un positivo”, comenta a El Sur Yoltzi Martínez Corrales, integrante del Colectivo Raúl Trujillo Herrera por los Desaparecidos en Guerrero y en busca de su hermana Yatzil Martínez Corrales, desaparecida en 2010 en Acapulco.

Esta es la tercera brigada nacional en que participa, pero ya cuenta con otras búsquedas estatales a lo largo de todo el país. Gracias a esta experiencia —y a la nueva familia que ha encontrado en las demás personas que buscan— ha aprendido cómo leer la tierra capa por capa y detectar si fue removida para una fosa, o cómo distinguir los restos óseos humanos de los animales.

“Una búsqueda sin encontrar positivos lastima mucho el alma”, dice mientras empieza a sondear el terreno cuidadosamente.

La primera vez que empuñó una varilla fue en 2018, durante una búsqueda en Guerrero. “Me sentí como una pirata tratando de encontrar un tesoro oculto, pero sin mapa”, recuerda. Estaba angustiada, en sus manos tenía un peso mucho mayor al de esa herramienta de hierro: la responsabilidad que implica analizar bien el terreno y no perderse ningún posible indicio. También le pesaba el miedo de encontrar un cuerpo o restos óseos, sabiendo que se trataba de una persona “que fue madre, padre, hijo, hermana, que respiró, sintió, tuvo ilusiones, metas, y que esto ya no está”.

Buscar para el bien común

Elizabeth Neri sonríe cuando se acuerda de la desconfianza que sintió al momento de conocer a sus compañeras de colectivo, en 2014. Estaban en la parroquia de San Gerardo, en Iguala. Tras la desaparición de los 43 estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, muchas personas habían empezado a exigir la aparición con vida de sus familiares víctimas de desaparición en la misma localidad.

“Veía a Gris y decía ‘¿qué tanto hace?’. Yo era de las que estaban en la orilla por el miedo y no subía al cerro pero la admiraba, se la pasaba en el cerro (buscando). Y Carmen es otra que nunca faltó”, relata Elizabeth, quien se acercó al colectivo para buscar a su esposo, Rosalío Albarrán Cotero, desaparecido en 2014.

Para ella y sus compañeras –Grisel Pavón Valdez y María del Carmen Abarca Baena, pertenecientes al colectivo Independientes de Iguala–, esta fue la primera Brigada Nacional de Búsqueda. Las tres son de las familiares pioneras que iniciaron las búsquedas en tiempos recientes.

Con el paso del tiempo aprendieron a identificar una fosa, a ir preparadas con suficientes alimentos y agua a una búsqueda, a entender el buen funcionamiento de las muestras de ADN.

“El ADN tiene que ser en un 100 por ciento. Si le toman muestra a una niña no lo arroja completo, en un familiar varón es donde se arroja más el porcentaje. Es importante que en el momento de la denuncia los familiares pidan que se les haga el examen de ADN completo, de todos”, añade Elizabeth. Esto lo aprendieron porque, al ser parte de un colectivo, tuvieron un contacto más constante con las autoridades.

“Acogemos a las familias y vigilamos que todo esté en orden, porque si tu investigación está incompleta pues jamás vas a encontrar a tu ser querido”, agrega.

Las primeras veces, hallar una osamenta humana les provocó “un sentimiento encontrado”. Les ponía a pensar, porque “encontrar un cuerpo en estas condiciones era algo feo, que nunca imaginé ver”, comparte Grisel, quien comenzó a buscar a su esposo, Antonio Iván Contreras Mata, desde 2012.

En marzo de 2020 Grisel recibió la notificación de que el cuerpo de su marido había sido identificado, y fue casi ocho meses después, hasta el 19 de noviembre, que se lo entregaron. En realidad había esperado mucho más, porque su hallazgo se remontaba a abril de 2015: la Fiscalía General de la República (FGR) tardó cinco años en entregarles los restos de Antonio Iván; en este tiempo Grisel nunca recibió notificación alguna por parte de la dependencia.

Dice que “cuando lo encontramos, cuando este cuerpo salió”, no lo pudo reconocer “porque la ropa estaba con mucha tierra, lodo, y no se veía bien… Cuando me notificaron que estaba identificado fue un golpe todavía más duro”.

Para María del Carmen, quien busca a su esposo, Saturno Giles Beltrán, desaparecido en 2014, la decisión de Grisel de permanecer en el colectivo y no dejar de apoyar en las búsquedas es una forma del bien común: “Ya le entregaron a su familiar y fácilmente podría irse, pero no, ella dice ‘yo voy a continuar porque faltan más’. Y es lo que yo digo: ‘no voy a trabajar para mí, voy a trabajar para que los demás compañeros sean beneficiados en algún momento con lo que a ella ya le tocó’”.

Carmen describe este hallazgo como un tesoro, un premio. Y participar en uno de estos encuentros tan anhelados, aunque no se trate del ser querido que buscas, se considera un privilegio.

Cambiar las historias de miedo

Es de noche y unas 15 personas abrazan con un círculo otras tantas fotografías de “corazones desaparecidos”. En el centro, acomodadas encima de una tela guinda, hay velas, flores, ramitas de romero y una cruz de madera pintada.

Se trata de la sesión de escucha que el eje de intervención en iglesias organiza cada miércoles desde hace año y medio: hoy es la primera vez que el encuentro es presencial.

Por medio de una computadora colocada en el círculo, también asisten virtualmente otras familiares de personas desaparecidas; se han conectado desde distintos estados del país y hasta desde Colombia.

“Ustedes son estas mujeres rebeldes que no se conforman con la mediocridad del sistema y rompen estas estructuras de muerte que paralizan las búsquedas –reconoce Noé Amezcua, del Centro de Estudios Ecuménicos–. Por esto te agradezco, Chelito, porque me hiciste recordar que el ser humano es capaz de esto, de irrumpir y cambiar la tendencia de una historia de miedo”.

Graciela Gutiérrez –Chelito, como prefiere que le digan– es originaria de Chalco, Estado de México; tiene pocas horas de haberse integrado al grupo de familiares en búsqueda y ahora comparte con este círculo de escucha y sosiego.

Para ella, que desde 2009 estuvo buscando a su hijo, Juan Manuel Chávez Gutiérrez, sola y con sus propios recursos, enterarse de la existencia de la Brigada Nacional de Búsqueda fue una sorpresa inmensa. En un noticiario nocturno vio cómo decenas de mujeres estaban buscando a sus seres queridos apenas a unos cuantos kilómetros de su casa. No lo dudó ni un segundo y la mañana siguiente se puso en camino hasta dar con el predio de los árboles frutales.

“Yo tenía miedo de todo porque no sabía desenvolverme en una fiscalía. Pero fue quitarme el miedo aun con miedo, anduve buscando en tantos lados: Nayarit, Jalisco, Michoacán, Guerrero. Me da mucho gusto que me hayan abierto las puertas”, expresa, emocionada, ante sus nuevas compañeras.

Buscando nos encontramos

Por años Chelito ha lidiado con un laberinto de autoridades negligentes y un sinnúmero de charlatanes que la hicieron pagar cara la información que supuestamente le hubiera ayudado a dar con el paradero de su hijo. Al final de la jornada de búsqueda y rodeada por esta familia de personas buscadoras, Chelito parece ser la encarnación de un lema de la brigada: “Buscando nos encontramos”.

Y lo mismo repite Carmen: estas palabras tienen el rostro de sus compañeras. Conociéndose han podido sanar, aunque sea un poco.

“Antes no podíamos ni hablar, era un llanto terrible, ahora podemos manejar más esta situación. Mi sueño guajiro es ver que un día ya vienen de regreso unos tantos de los que están desaparecidos. Aunque estén indigentes o loquitos, ¡pero encontrarlos!”, recalca.

Este lema también se concretó en la tarde del pasado 14 de octubre: gracias al esfuerzo de familias y personas solidarias, se tuvo un primer hallazgo positivo. Se trata de un resto óseo humano que se encontró en una barranca del municipio de Yecapixtla.

Un aliento para no detener la búsqueda.

Texto y fotos: Caterina Morbiato