5 diciembre,2017 7:32 am

Fascinaba a los mexicas la textura interior de las conchas marinas, dicen arqueólogos

Ciudad de México, 5 de diciembre de 2017. La rudeza exterior de las conchas de moluscos, ásperas al tacto pero tersas y espléndidas en su interior, deslumbró a los mexicas, que ofrendaron a sus dioses objetos fabricados con ellas. Su brillo tornasol denominaba, por ejemplo, a las nacaradas huitzitzilatzcalli, o conchas de colibrí, entre otros nombres en los que resuena la fascinación que produjeron.

Las excavaciones arqueológicas en el Templo Mayor de Tenochtitlan han recuperado numerosos vestigios del tipo, varios de Pinctada mazatlanica, también conocida como madreperla, que los antiguos nahuas trabajaron para eliminar la superficie externa y obtener la capa nacarada, precisa el arqueólogo Adrián Velázquez, miembro del Proyecto Templo Mayor (PTM).

Velázquez, junto con la restauradora Lourdes Gallardo, adscrita también al PTM, exhibe sus estudios en la exposición más reciente del Museo del Templo Mayor (MTM); destaca un conjunto de piezas de madreperla –rectangulares, circulares y zoomorfas– consideradas anteriormente parte de un collar, pero que las nuevas investigaciones las ubican en realidad como vestimenta ritual.

Provenían de la Costa del Pacífico y se transformaban en objetos preciosos en talleres especializados; una orejera, por ejemplo, podía requerir 90 horas de trabajo, pues había que desgastar la capa exterior para, una vez descubierto el nácar, darle forma con instrumentos de obsidiana y horadarlos con perforadores de pedernal. Para las que presentaban diseños, como el de serpiente de cascabel, había que trazar, además, líneas incisas, detalla el arqueólogo.

Pero las conchas no sólo eran valoradas por su aspecto, sino también por sus propiedades sonoras, como lo constatan estudios de arqueología experimental que remiten a rituales que involucraban todos los sentidos.

Las expuestas en el Templo Mayor, como parte de un atuendo ritual, formaban parte de una suntuosa ofrenda en honor a Tláloc que se halló en la Cámara II, explica Velázquez.

“Estaban las piezas desarticuladas. Comenzó Gallardo a estudiar conjuntos similares y algunos dieron mejores pistas de que las piezas habían sido, efectivamente, prendas”.

La Cámara III, por ejemplo, contenía piezas de concha con restos textiles, mientras las halladas en la Ofrenda 24 corresponden al diseño de una prenda para la parte superior del cuerpo, un xicolli –como el hallado en la Ofrenda 102–, cuyos círculos dentro de figuras romboidales forman una retícula que simula la piel de serpiente.

“Es muy común que cuando aparecen piezas como éstas se piense en collares, pero cuando se lleva a cabo una investigación más a profundidad, se sabe que no todas lo eran”, apunta el investigador. “Es lo primero que se nos ocurre, que son collares o brazaletes”, coincide la arqueóloga Patricia Ledesma, directora del MTM y coordinadora de la muestra, titulada Templo Mayor: Revolución y estabilidad.

Determinar que son parte de una prenda requiere mucho estudio, advierte, pues lo primero que destruye el tiempo es el material orgánico, la tela, en este caso.

Por su origen marino, pudieran asociarse exclusivamente con las divinidades del agua, pero las conchas del sitio no sólo forman parte de ofrendas a Tláloc, sino también a Huitzilopochtli, dios de la guerra, por ejemplo, con representaciones en miniatura de lanzadardos fabricados en concha, aclara Velázquez.

La muestra en el Museo Templo Mayor, que conmemora los 30 años del recinto y los 40 del Proyecto Templo Mayor, que se inauguró el pasado 3 de noviembre, permanecerá abierta hasta junio de 2018.

 

Nota: Yanireth Israde / Agencia Reforma/ Foto: Reforma.