15 marzo,2022 5:33 am

Francesca Gargallo

TrynoMaldonado

Metales pesados

Tryno Maldonado

 

Con cariño para Helena Scully

 

Me negaba a escribir esto para que no fuera cierto. Como muchas y muchos, me quedé desapalabrado y descorazonado al saber que Francesca Gargallo no estará más en un mundo que ella nos enseñó a construir a partir del corazón y la palabra. Y duele mucho. Francesca siempre estuvo para tender lazos, abrir las puertas de su casa, solidarizarse con todas las causas justas y compartir su saber, que era tan grande como su amor.

Francesca Gargallo fue –es, me niego todavía a usar el pretérito– una prolífica escritora, historiadora, filósofa, crítica de arte, activista y referente de los feminismos de Abya Yala. Pero sobre todo, familia, amiga y maestra para muchas y muchos de quienes tuvimos la inmensa fortuna de ser parte de su círculo afectivo. El 3 de marzo supimos de la noticia de su fallecimiento. Y todavía hoy cuesta creer que un pilar vital y un faro de luz como lo era ella para muchos de nosotros y nosotras, se haya ido. Pero no, me niego a usar el pretérito.

Conocí a Francesca en mi natal Zacatecas en el año 2002. Ella acababa de publicar las novelas Marcha seca (1999) y La decisión del capitán (1997), que la habían llevado a familiarizarse con la región en su incansable caminar y su proceso de acción colectiva y creación. Yo apenas había publicado un librito de relatos que ella, en su infinita generosidad, leyó. Como para tantas y tantos jóvenes que cultivaban el deseo de dedicarse al arte desde las perfirerias, Francesca siempre se mostró generosa conmigo y mi literatura desde entonces y mantuvo abiertas, literalmente, las puertas de su casa. Desde entonces, sin un peso en la bolsa, nunca me faltó un techo a dónde llegar en la desconocida y abrumadora Ciudad de México cuando los compromisos editoriales lo requerían. Y es que su casa siempre fue una extensión, en la práctica, de los principios e ideas que ella enarbolaba. En su casa abierta gravita hasta hoy una gran familia en torno al amor pródigo de Francesca y su hija Helena que en su propia colectividad rebasa generaciones y fronteras.

En la lucha simbiótica que encarnó su pensamiento, obra y vida, Francesca concibió siempre a la literatura como “el lugar de los cambios y de lo que enfrenta las censuras”. El espacio libertario para agrietar al poder. Idea que hizo siempre extensiva a su experiencia vital y a su forma de relacionarse con el mundo, con las otras, con los otros.

Aprendimos de Francesca, entre muchas otras cosas, que “la literatura es a la filosofía lo que una madre anarquista a su hija liberal: la ama pero no puede dejar de sentirse traicionada por ella, porque su hija quiere organizar en un discurso lo que ella transmite transformando.” Y más: “No obstante, ésta no es sino una metáfora porque la literatura no es una madre sino muchas, es todas las voces que la hacen, polifonía absoluta, mitización constante, repetición creadora”.

Y, como la literatura para Francesca, ella fue al mismo tiempo una madre, muchas, pues acuerpó hasta sus últimas consecuencias la literatura.

A decir de Francesca, “escribir para una mujer es la experiencia de un sujeto creador que se hace conciente de sí en relación con otras mujeres, en un mundo mixto, cambiante y fenoménico. Toda escritora refiere su proceso de liberación creativa, estallando las múltiples censuras del deber ser”.

Durante estos días traté, sin éxito, de esribir alguna de las muchas anécdotas de vida que durante estos 20 años tuve la suerte de compartir con Francesca. Ella tenía el don natural de volver cualquier encuentro o actividad trivial un acto simbólico en sí mismo y de aprendizaje invaluable para quienes la compañábamos. Quienes la conocieron lo podrán corroborar: desde una visita al dentista, el paseo de los perros, un encuentro en algún caracol zapatista, una presentación de libro, un paseo por Oaxaca, un concierto de Panteón Rococó, un viaje en Metro, las marchas por Ayotzinapa o un corte de pelo en su cumpleaños número 50. Todo, al lado de Francesca, se convertía inevitablemente en un acto de afecto radical, lo mismo que una semilla de una potencia revolucionaria.

Si bien el camino libertario es por principio autodidacta, debo reconocer en toda la amplitud del corazón y la palabra que Francesca no sólo fue para mí la más grande maestra, sino también eso que ella reconocía en la literatura: una madre. Muchas.

Gracias.

 

* Entre comillas, fragmentos tomados de la lectura de Francesca Gargallo el 15 de octubre de 2006 en la V Feria Internacional del Libro de Ciudad de México.

 

@tryno