31 marzo,2024 9:00 am

Guardianas de la tradición ancestral de la artesanía

 

Ciudad de México, 31 de marzo de 2024. La tradición ancestral de la artesanía en Jalisco, cuando se le reconoce, la llevan en el nombre y el legado familiar los varones, aunque las mujeres de esas familias han aportado sus manos y en ocasiones sus vidas para forjar ese legado.

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, fue la excusa perfecta para reconocer el trabajo de estas mujeres, que en sus manos guardan la herencia del barro, la cerámica, la madera tallada, el papel maché y algunos metales como muestran en “Nosotras. Guardianas de la cultura” en el Museo Regional de la Cerámica en Tlaquepaque, donde 30 mujeres artesanas de Jalisco exponen parte de su trabajo.

Artesanas en la exposición: Ana María Sierra Galván, Anisol Peregrina Álvarez Tostado, Bertha Alicia López Núñez, Blanca Gutiérrez Nava, Cony Núñez Hernández, Erika Vázquez Ayala, Eva Núñez Hernández, Flor Alejandra Robles Aréchiga, Georgina Delgadillo Flores, Juana Amezcua Rosas, Juana Facundo Rodríguez, Lucía Galán Ríos, Marcela del Sol Álvarez Zárate, María de Jesús Barba García, María de Jesús Peña Ibarra, María de los Ángeles González Carrillo, Maria de Lourdes Bonales Villalobos, María del Rosario Cardona Ponce, María del Rosario Jimón Barba, María Elena Melchor Jimón, María Genoveva Pajarito Fajardo, María Luisa Amezcua Rosas, Mariluz Robles Farías, Mónica Juárez Luna, Petra Gutiérrez Gómez, Pilar Núñez Hernández, Raquel Neri Orozco, Rosario Cardona, Silvia Barboza Ramos, Silvia Olea Flores.

La exposición permanecerá hasta el 4 de agosto en el Museo Regional de la Cerámica de Tlaquepaque, que se encuentra ubicado en Independencia 237, en el Centro de Tlaquepaque y está abierto de martes a domingo de 11 de la mañana a 5 de la tarde.

 

Este bendito oficio

Eva Núñez tiene 60 años y desde que era una niña aprendió también el amor por la artesanía. Cada que se refiere al barro lo llama “este bendito oficio”, porque dedicándose a él es que su padre en San Pedro pudo darle a ella y a sus hermanos una vida digna con estudios universitarios.

Ella se graduó como trabajadora social, pero tras el fallecimiento de su padre decidió que ella también quería poner sus manos para seguir forjando su legado creando piezas de barro policromado modelado a mano.

Pertenece a la quinta generación de artesanos que proviene de la dinastía que inauguró Pantaleón de la Trinidad Panduro, tatarabuelo de Eva, uno de los más importantes artesanos en la historia de Jalisco.

Desde que Eva era una niña, ella y sus hermanos aprendieron a hacer sus primeras figuras en miniatura, y mientras crecían tenían que aportar en las tareas domésticas que hacían sus padres. Ella recuerda su infancia con cariño y con un gran orgullo por cómo se respetaba y reconocía la tradición.

Dice que aunque era la normalidad que todos en su casa ayudaran en el oficio, cuando era una joven estudiante fue que le llegó un sentido de responsabilidad y de orgullo al darse cuenta que gracias a el bendito oficio su padre, el artesano Margarito Núñez, sostenía a toda la familia con seis hijos.

Hoy para ella la artesanía es un orgullo nacional. En su taller dentro de San Pedro, Tlaquepaque, enseña, sobre todo a extranjeros interesados, la historia de su familia, la historia ancestral de la artesanía.

“Ahí en el barro nosotros manejamos los cuatro elementos, la tierra y el aire porque hacemos nuestra obra y esperamos a que se seque y luego el fuego y el agua también desde que preparamos el barro, necesitamos el agua, el aire, el fuego y la tierra, necesitamos los cuatro elementos, por eso somos maestros”.

 

El barro fue mi salvación

María de Jesús Barba García, de 57 años, trabaja el barro policromado. Ella no proviene de una familia con tradición alfarera, pero la artesanía con barro sí le ha dejado un legado: le salvó la vida.

Al menos así lo recuerda en el recuento de su trayectoria que tiene ya siete años.

Hace trabajo doméstico para vivir y en un momento de crisis y de mucho estrés acumulado se encontró con el barro en un taller y lo que sintió allí, con las manos en la tierra, la hizo continuar en este trayecto haciendo piezas únicas, miniaturas encantadoras con las que recrea escenas de la vida tradicional mexicana, animales y objetos cotidianos como los silbatos, su especialidad.

“La verdad que el barro fue mi salvación”, recuerda.

“Traía mucho estrés y quedé encantada con esa sensación, fue mágico el barro, te deja hacer todo lo que te imagines. Es relajante y es como si te transportaras a otro mundo”.

Ese primer taller con el que comenzó la ha llevado a otros muchos talleres y a otras mujeres que la han enseñado generosamente. Hoy no es su preocupación más grande monetizar su trabajo, dice que sobre todo porque son piezas pequeñas, la gente espera que sean baratos. Ella valora cada una de sus piezas y le cuesta desprenderse de ellas porque son la materialización de su creatividad y su capacidad de resiliencia.

“Me da mucho orgullo ser artesana y veo cómo hay una gran dedicación y amor real a cada una de las piezas que nosotras hacemos”.

 

Continuar la tradición

Lucía Galán Ríos tiene 58 años y trabaja el barro policromado en frío. En su familia se hace barro desde hace tres generaciones, pero la especialidad de Lucía son los nacimientos tradicionales en la fe católica que se ponen durante Navidad.

“Hago de todo, claro, afortunadamente el barro es muy noble, entonces nosotros podemos hacer lo que sea de barro, pero mi especialidad es el nacimiento”, explica.

Esta tradición se ha ido transformando poco a poco, en su momento había casi un modelo único, con colores específicos, pero con el paso del tiempo hoy cada familia le imprime al nacimiento que pone en su casa sus propios colores y su propia atmósfera.

“Hoy trato de enseñarles esta tradición a mis hijos y a mi nieta, a las personas que conozco también, trato de darles a conocer la importancia que tiene porque el nacimiento en barro no se hace en otra parte del País, a nosotros nos parece normal porque es algo que muchos lo hacemos, pero ya saliendo de aquí de Jalisco, ves que no se hace en otra parte, es endémico o de aquí de Tlaquepaque”, dice.

“Yo tengo una gran responsabilidad de seguir manteniendo mi oficio, que siga formando parte de la cultura que de que nos rodea de nuestro municipio”.

Ese sentido de responsabilidad está inevitablemente ligado a su herencia y es quizá en parte la nostalgia la que la sigue manteniendo firme.

“Yo nací entre el barro. Mis piezas se han podido comercializar desde que tenía 10 años. Entonces tengo 48 años prácticamente realizando piezas”, cuenta Lucía.

“Los que tenemos tradición de nacer en familias de artesanos toda la vida nos dedicamos a eso porque nacemos reconociendo el barro, ahí entre pinturas. Aprendí jugando, aprendí de joven a hacer platitos, perritos, gatitos. Los primeros obviamente no servían, eran ensayos, pero poco a poco uno va tomando experiencia y perfeccionando las piezas. Es un camino hermoso”.

 

Herencia de mujeres

Juana Amezcua Rosas, de 56 años, hace barro policromado, como muchas, por herencia.

Tiene un puesto en el Parián de Tlaquepaque, una zona de mucha afluencia turística y su especialidad son los corazones y las cruces decoradas.

Aunque el barro forma parte de la historia de su familia, ella comenzó a dedicarse de lleno a esto desde hace poco más de siete años, después de dedicarse a otras formas de comercio. Cuando volvió supo que quería imprimirle a su artesanía su toque personal y sus corazones son únicos por eso.

Con sus 10 hermanos se dedican todos, en mayor o menor medida, a seguir preservando la herencia de la artesanía.

“Desde que éramos niños en mi casa para dejarnos jugar mis papás nos ponían a hacer a mí y a mis hermanos unas gallinitas de barro que mi papá luego vendía cuando se iban a (Ciudad de) México o a los mercados. Era parte natural de nuestra vida”, recuerda.

Su marca de artesanía tiene tres rosas en el logo, en honor a su abuela, a su madre y a ella misma. En su familia las mujeres desde siempre ocuparon un papel importante en la realización de la artesanía y combinaban constantemente la vida doméstica con la creación paralelamente con sus maridos.

“Mi abuela fue cornada por un toro en una de las fiestas en un lienzo charro y siempre llevo su imagen conmigo porque a pesar de las complicaciones que tuvo por ese accidente nunca dejó de trabajar. Así con su dolor y sus extremidades chicas salía a la calle con su canasta de artesanía a seguir vendiendo. La admiré mucho toda su vida y me da mucho orgullo ser artesana”, dice Juana.

 

Texto y foto: Agencia Reforma