23 marzo,2023 5:09 am

Guerreras del Sur

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Octava y última parte)

 

Felícitas V. Jiménez

Profesora tixtleca, fundadora de la escuela Ignacio Manuel Altamirano

Sólo para varones

Fue en el siglo XVII cuando se abre la primera escuela de enseñanza elemental en Acapulco. La establecen misioneros franciscanos en su propio convento levantado en un montículo cercano a la parroquia de La Soledad . El inmueble será utilizado más tarde por el generalísimo Morelos como cuartel; durante y ya en pleno siglo XX se convertirá en el Palacio Municipal del puerto, con reclusorio anexo. Mismo sitio donde en los 900 se levantará la casa municipal conocida como El Redondel, cerrada por falta de estacionamientos para autos. Hoy es sede cultural.

El censo de población levantado en Acapulco en el año 1777, a cargo del comendador Juan Josef Solórzano, revela una abigarrada basada en etnias y extranjerías. Mujeres y niños españoles no los había, excepto burócratas de medio pelo y soldados esperando en el fuerte de San Diego a los corsarios que nunca desembarcaron. Los dignatarios hispanos, enviados por la corona ultramarina, residieron en el puerto sólo por temporadas huyendo de las altas temperaturas, las miasmas, los mosquitos y los terremotos. Residían permanentemente en poblaciones como Dos Arroyos y Xaltiánguis, creando necesariamente correos humanos muy eficaces.

De acuerdo con el censo referido, quizás el primero levantado en Acapulco desde su fundación, el puerto estaba habitado por 2 mil 565 personas integradas en 605 familias. Mestizos, indígenas, chinos (¿filipinos?), negros, mulatos y lobos (nacidas de india con negro). El universo infantil estaba compuesto por 803 menores –433 niños y 370 niñas–siendo difícil pensar que un buen número de ellos haya sido atendido los franciscanos. Por si fuera poco, estos religiosos sostenían la convicción en el sentido de que “los niños indígenas no eran de razón”.

Siglo XIX

Un brinco espectacular nos lleva al levantamiento armado del general Porfirio Díaz contra el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada. Memorable para los estudiantes de Acapulco porque se cierra la única escuela de gobierno exclusiva para varones. Sobre ello, el cronista Rubén H. Luz Castillo rememora que la omisión oficial en materia educativa fue suplida por particulares. Cita a don Daniel H. Luz y a don Antonio Martínez que enseñaban el abc en sus propios domicilios. Una noble tarea que durante la mitad del siglo XX asumirán distinguidas damas acapulqueñas.

Él mismo recrea en sus Recuerdos de Acapulco aquellos días de la escuela oficial. Las calificaciones, por ejemplo, iban del 0 al 4: 0 mala, 1 regular, 2 buena, 3 muy buena y 4 excelente. Ora que en materia de castigos las cosas no eran menos drásticas. El “flojo” se quedaba de guardia en la puerta del plantel y sólo entraba al salón hasta después del recreo. Para el indisciplinado la pena era una ración de azotes en la espalda con vara de zazanil, irrompible o tres palmetazos en las manos extendidas (la palmeta era un trozo de madera con agujeros y agarradera y los hoyos permitían prolongar el dolor de los golpes). Otros castigos consistían en la exhibición del alumno en una ventana a la calle, luciendo largas orejas de burro y uno físico no menos doloroso: hincar al niño con las rodillas descubiertas sobre arena gruesa. (Nota: El fruto de zazanil, además de chupeteable, pegaba mejor que hoy todos los resistoles juntos).

Siglo XX

El siglo XX encuentra a un Acapulco cubriendo apenas sus exigencias educativas. A la escuela para varones con el nombre de Miguel Hidalgo y Costilla se ha sumado, a regañadientes, una “escuela para niñas”. Ambas se localizan en la calle México (hoy 5 de Mayo) esquina con el callejón de El Mesón (hoy Mina). Pero entonces “vino el remolino y las alevantó”. Irrumpe en efecto el alzamiento del general atoyaquense Silvestre Mariscal quien ordena el desalojo de ambas instituciones para convertir el inmueble en cuartel y caballerizas. Ora que la paranoia de este auténtico “¡guacho jijo…!” ( como lo llamaban) no tendrá límite. Apoderado de la gubernatura de la entidad con la aquiescencia de Venustiano Carranza (1916-1917) ordena la militarización de la Miguel Hidalgo dirigida por el profesor Miguel Carrillo Robredo.

Se viste al alumnado con el uniforme caqui de la milicia e incluso le dota fusiles de madera con los que, embrazados, marchan en los desfiles patrios. Terminada la ceremonia, los guachitos” jugaban a las guerritas” disparando sus rifles a los gritos de “¡puuuum!, ¡puuuum! …¡te maté!”. La disciplina castrense no variará. Se castiga la indisciplina con plantones de hasta por dos horas y no faltan los sablazos en la espalda descubierta con un espadín copia del de Mariscal. Lo recuerda el periodista Jorge Joseph Piedra, alcalde de Acapulco en 1960, citando a algunos de sus compañeros que los sufrieron:

Ángel Lito Tapia, Alejandro Gómez Maganda, Pepe y Rafael Muñúzuri, Leopoldo Estrada, Herlindo Liquidano, Benjamín H Luz, Pancho Meléndez, Honorato Liquidano, Nacho y Joaquín Altamirano, Esteban Valdivia, Nacho Alarcón, Salvador Villalvazo, Carlos Solís, Alfredo Hudson, Isaías y Ulises Acosta. También, Luis y Gerardo Bello; Alfonso, José Agustín, Augusto y Ramón Ramírez Altamirano; Carlos Antonio, Joaquín, Rodolfo y Pepe Adame; Ernesto, Alfonso y Jesús Rico; Gaudencio Guerrero, Teófilo Berdeja, Romeo Jiménez, Sergio y Enrique Bello Almazán; Benjamín, Tito y Félix Álvarez; Prisco y Aarón Peláez, Juan Soler, Manuel, Guillermo y José Sabah; Wilfrido Valverde, Carlos, Alfonso y Arturo Sutter; Fernando Heredia, Abel Galeana, Fructuoso Agatón, Esteban Gómez, Miguel y Félix Galeana, Antonio Pintos Carvallo, Abel Espinosa y más.

Las nuevas sedes

Desalojadas por el general Mariscal, las escuelas para varones y para niñas, encontrarán acomodo, la primera en una casona localizada en la esquina de los callejones del Brinco y del Mesón (hoy, Galeana y Mina), prestada generosamente por don Simón Chamón Funes, un personaje icónico del puerto. La segunda en una casa de la calle Progreso, cercana del Pozo de la Nación, dirigida entonces por la profesora Hipólita Orendáin, directora más tarde del colegio Guadalupano, auspiciado por la iglesia local.

La escuela “Real”

Todas las escuelas oficiales de México estarán sometidas durante los primeros 40 años del siglo XX, o más, a la atávica denominación de “Real”, impuesta por la corona española durante la Colonia. Era la marca de la casa que concitaba el agradecimiento de los súbditos ultramarinos para la bienhechora monarquía absolutista. Nadie nunca notó la contradicción que significaba la denominación de “Real”, por ejemplo, para la escuela Revolución del Sur de San Jerónimo de Juárez. La de los primeros tres años de primaria de este columnista. Los tres restantes, para que no digan.. fue la gloriosa:

Escuela Ignacio Manuel Altamirano

De acuerdo con el testimonio de Enrique Díaz Clavel, quien fue mi mejor amigo y ha sido hasta hoy el mejor cronista de Acapulco, la profesora Felícitas Victoria Jiménez Silva, egresada a los 18 años de la Escuela Normal de Tixtla, su tierra natal, cumple aquí su primer contrato laboral. Llega al puerto en 1905 acompañada por su mamá, Benigna Silva, y su hermana Gregoria, recomendada ampliamente para hacerse cargo del colegio confesional Guadalupano, sostenido por el párroco Leopoldo Díaz Escudero. Está dedicado a las niñas de la dominante colonia española con acceso restringido para las morenitas y nulo para las “negritillas” Será este el primer desacuerdo de la tixtleca ante el patronato de la institución. Le ofrecen prontos cambios en la política de admisión.

Otra muy severa contrariedad de la recién llegada surgirá cuando el mismo patronato pretenda inmiscuirse en sus cátedras, particularmente en la de biología, en la que no deberá tocar ningún tema relacionado con el sexo y mucho menos con la procreación. Seguramente porque se rompía en las menores el encanto de haber sido traídas volando en el pico de la cigüeña. Otra exigencia absurda se refería a la prohibición de lecturas que no fueran las de la Biblia y otros textos sagrados.

Llegará el momento en que, hastiada pero nunca confrontada, la maestra Felícitas abandonará la escuela asumiendo la decisión de luchar hasta lograr una escuela pública para las niñas de Acapulco. Con parientes y amigos tixtlecos logra acercarse al gobernador interino de entidad, Manuel Guillén (1904-1906) quien, impresionado por el entusiasmo y vehemencia de aquella mujercita, accede a su propuesta aun sin saber bien a bien los pasos a seguir. Para fortuna de la entusiasta profesora, el mandatario conoce la existencia del tixtleco Ignacio Manuel Altamirano y por ello estará de acuerdo con ella en que ese el nombre de la nueva institución. Será entregada a la niñez acapulqueña en calidad de regalo de Reyes, el 6 de enero de 1906, instalada en una casona en la actual calle Cinco de Mayo.

¿Profesores?

Ante un primer escollo para conseguir el número necesario de mujeres educadoras se estará ante le necesidad de llamar a profesores. ¿Profesores?,“¡Ni lo mande Dios, son borrachos y arrechos por naturaleza”, advierten varias aspirantes. El problema será superado mediante la habilitación de mujeres que desde siempre habían enseñado las primeras letras en sus hogares; “escuelitas particulares”, les llamaban. Entre ellas: Amelia Alarcón, Ambrosia Bocha Tabares, María de la Cruz Martínez, Aurora Apresa y Ernestina Tina Clark. Más tarde, las propias aulas de la Altamirano formarán muchas vocaciones docentes: Rosaura Chagua Liquidano, Paula Velarde, Andrea Olivar, Emilia Lobato, Francisca Pachita Merel y más.

La sede actual

Cuando en 1910 el gobernador porfirista Damián Flores se apropie de la casa que albergaba a la Altamirano desde su fundación, don Rosendo Pintos Lacunza se encargará de conseguir un nuevo albergue. Lo hace con la complacencia del profesor Francisco Figueroa Mata, para entonces primer gobernador de la revolución triunfante Dado a la tarea, Don Chendo logra que su amigo Nicolás Uruñuela le venda en 8 mil pesos un inmueble sobre la calle de Las Damas (luego de la Quebrada) perteneciente a una herencia de la que fungía como albacea. Misma casona demolida por un temblor dos décadas más tarde. Todo Acapulco acaudillado por la profesora Chita emprenderá una nueva y tenaz lucha para que logre la reconstrucción del plantel.

El gobierno de la República, encabezado por el presidente Abelardo L. Rodríguez, inicia la construcción de la nueva escuela en la calle de la Quebrada, que no logra terminar por el fin de sexenio. Lo hará el presidente Miguel Alemán, quien él mismo la pondrá en servicio el 4 de enero de 1948. Se rememorará entonces el dramático episodio protagonizado por la profesora tixtleca en 1920, cuando un grupo de soldados revolucionarios intente penetrar por agua al patio de la entonces sede de la Altamirano, dotado de un generoso venero.

–¡Aquí no pasan, –les grita enérgica–, ¡este es un recinto sagrado! Si lo que desean es agua, yo y mi hermana Goya se la vamos a traer! Satisfechos, aquellos fieros armados se cuadrarán ante las dos mujercitas.

Cuando todo Acapulco empiece a llamarla cariñosamente profesora Chita o simplemente Chita Jiménez, la educadora venida de Tixtla tendrá que olvidarse que alguna vez fue Felicitas Victoria Jiménez Silva. El agradecimiento para ella por parte de los acapulqueños será sincero y amoroso. Particularmente de las acapulqueñas que recibieron de ella las primeras letras o bien la magia del bordado a mano. Sólo algunas: Concepción Batani, Cristina Atim, Claudia Castillo, Olga Martínez, Guadalupe y Juana Mallani.

Vestidas de blanco y azul

El mayor número de acapulqueñas nacidas en el siglo XX vestirán a su tiempo falda y chaleco y blusa blanca, uniforme creado por nuestro personaje. De tantas y tantas que en distintos tiempos lo vistieron, aquí sólo algunas:

Elisa Batani, Victoria Sabah, Gloria Gómez Merckley, Hortensia Guerrero Polanco, Alicia del Río Quevedo, Leonor del Río Quevedo, Candelaria de la Cruz Gómez, Raquel Fox Leyva, Irma Flores Flores, Margarita Ruiz Acevedo, Leticia Salgado Román, Divina Zárate Vázquez, Ernestina Rosas Romero, Amalia Hernández Arroyo, Julia Ávila Díaz, Filomena Karam, Amparo Añorve, María Luisa Rosas, Cristina Rodríguez, María Elena Gómez, Hilda Pedroza Villicaña, María de Jesús Estrada, Guadalupe Zamora, Guadalupe Sánchez, Gloria Negrete.

Crisantema Barrientos Campos, Elia Muñoz Abarca, María Inés del Valle Garzón, Ernestina Galeana Valeriano, Aurora Quevedo Pérez, Carolina Arteaga Tapia, Indalecia Lobato Giles, María de la Luz Lobato García, Juana Grado Castañeda, Francisca Cortés Cruz, Noemí Liquidano Ramírez, Sara Sánchez Guerrero, Thelma Flores, Estela Roque Caro, María Enríquez Castellanos, Carmen Loranca Bello, Guadalupe Talavera Martínez, Zaida Vielma Heras, María Luis Román Genchi.

Lilia Hernández Arroyo, Emma Hernández, Magdalena García Vinalay, Carmen Salgado Román, Carmen Maganda, Carmen Sosa, Carmen Valeriano, Gisela Jiménez, Sofía Pérez, Alicia Pérez Salinas, Graciela Blanco Miranda, Elvira Hernández Pingos, Ana María Arzeta y Aurora y Gloria Jiménez, sobrinas ambas de Chita; Lourdes y Magalirio Rebolledo Ayerdi.

Las guerreras

Las Guerreras de la Altamirano fue llamada la generación femenina que terminó sus estudios primarios en esa escuela, justo al término de la Segunda Guerra Mundial.

Hilda Pedroza, Guadalupe Sánchez, Gloria Negrete, Amparo Añorve, María Luisa Rosas, María Elena Gómez, Filomena Karam, María de Jesús Estrada, Guadalupe Zamora, Cristina Rodríguez, Aurora Quevedo, Indalecia Lobato, Elia Muñoz, Crisantema Barrientos, María Inés Valle Garzón, Ernestina Galeana, Carolina Arteaga, Estela Roque Caro, Thelma Flores, Zaida Vielma, María Luisa Román, María de la Luz Lobato, Juana Grado, Francisca Cortés, Noemí Liquidano, Sara Sánchez, María Enriqueta Castellanos y Carmen Loranca.

Carolina Vélez

Cuando decida el retiro, Chita Jiménez tendrá el acierto de entregar la dirección de la Altamirano a la profesora chilpancingueña Carolina Vélez viuda de Leyva. Una mujer bien plantada, bella y de carácter firme que sabrá llevar a la institución a ser ejemplo nacional de aprovechamiento y disciplina. También dejarán huella al frente de la dirección de la institución los profesores Petronila Blas Cortina y Benicio Lucero, del turno matutino, y Fidencio Tellechea García, del vespertino.