2 febrero,2023 4:58 am

Guerreras del Sur

Anituy Rebolledo Ayerdi

(Primera parte)

 

Isabel Barreto. Solidaridad

Acapulco de Juárez

Lo temporalero le viene a Acapulco de épocas remotísimas. Es un síndrome que lo acompaña a partir de la internacionalización de su bahía y no lo suelta por más lucha que hace. Las temporadas tienen actualidad plena y vigencia escalofriante; desafían las proclamas que las destierran con el optimismo barroco de algunos jerarcas turísticos.

El primer ciclo para visitar Acapulco de pisa y corre, como hoy en día, ni más ni menos, nace cuando el puerto se convierte en punto de partida y destino final de la navegación comercial entre España y Oriente. La Feria de Acapulco, iniciada con la llegada de la Nao de Manila y concluida cuando esta regresaba a Filipinas, se convierte en un suceso comercial, turístico y cultural que llama la atención del mundo conocido. No por nada el sabio alemán Alexander von Humboldt la llama “la feria más renombrada del globo”.

Durante el evento que duraba de 90 días, la ciudad albergaba una escalofriante población flotante que llegaba a multiplicar a la fija, de por sí escasa, por muchísimos dígitos. El resultado era un abigarramiento caótico, promiscuo, insalubre y anárquico, agravado por un calor despiadado, calles pantanosas habitadas por miríadas de mosquitos y en general un ambiente absolutamente asqueroso. Serán clérigos españoles, de paso, quienes bauticen al puerto como “la caldera del Diablo”

Sucedía siempre lo mismo: terminada la Feria de Acapulco se quedaban aquí solo quienes no podían abandonarlo: soldados de la guarnición, sacerdotes y monjes del templo, operarios del muelle, burócratas de medio pelo y la población habitual integrada en mayor medida por etnias. El trotamundos italiano Gemelli Carreri ofrece en Viaje a la Nueva España (1697) su particular visión de aquél Acapulco.

“Por la destemplanza en el clima y su terreno fangoso, al puerto de Acapulco deben llevarse los víveres de otros lados y con este motivo son tan caros que nadie puede vivir ahí sin gastar en una regular comida menos de un peso cada día; además de que las habitaciones son muy calientes, fangosas e incómodas. Causas estas por las que solo lo habitan negros, mulatos, indios, filipinos y chinos. Terminada la Feria de Acapulco los comerciantes españoles, así también los oficiales reales y hasta el propio Castellano se retiran a otros lugares por causa del mal aire que reina en el lugar, quedando la ciudad despoblada”.

La malaria

Acapulco era entonces un terreno fértil para todo tipo de epidemias, particularmente de la terrible malaria (del italiano, mal air), con una impresionante poda de habitantes. En medio de aquél dramático suceso surgirá, como en tantos otros casos similares, la presencia de un ángel de bondad que procura alivio a los enfermos y consuelo a los dolientes. Su nombre, Isabel Barreto, residente del puerto junto con su esposo, un antiguo capitán de la Nao de Manila.

La leyenda

Sobre Chabelita, como aquí se le conocía, don José Manuel López Victoria, cronista puntual y entrañable de Acapulco, ha bordado una hermosa leyenda entregada aquí a grandes pinceladas.

“Frente a aquella espantosa tragedia, Doña Isabel encabeza los trabajos urgentes para acondicionar un hospital para las víctimas de la epidemia, casi la mitad de la población. Localiza para ese efecto una lomita tepetatosa de fácil acceso y bastante aireada, posiblemente donde más tarde estará el convento de San Francisco (hoy ex palacio municipal del centro). Dada la emergencia, la dama dispone de un inmueble de su propiedad para habilitarlo como centro de atención inmediata.

La quinina como cura milagrosa de la malaria llegará más tarde. En tanto, la señora Barreto hace con sus voluntarios lo que Dios les da a entender para bajar las altas fiebres y disminuir el malestar general de los picados por la hembra del mosco anopheles. Los cuadros en menores de edad serán particularmente dramáticos y necesariamente mortales.

La muerte de Chabelita

La mujer pone oídos sordos a las advertencias del marido sobre las altas posibilidades de contraer el mal, dada la intensidad de su entrega. Ella le recuerda que ya vivió una experiencia similar en la que salió indemne, no obstante la pérdida de su primer marido. Que la vida de un semejante merece cualquier sacrificio, particularmente si de niños se trata Sucederá lo previsto: doña Isabel se contagia del mal. El ex capitán de la Nao de Manila, escucha al lado su postrer deseo:

–Que su tumba sea el mar como la de todos los marinos del mundo y ella lo había sido. Pero en su caso no desea cualquier mar sino precisamente el de Acapulco donde había sido tan feliz. La mujer expira entre las manifestaciones de dolor del esposo y junto con él la de todos los habitantes del puerto queriéndola y respetándola como a un auténtica santa.

El marinero se dispone a preparar la nave que conducirá a Chabelita a su última morada en la bahía, cuando se entera de un impedimento oficial para ello. Que la autoridad portuaria mantiene la prohibición de lanzar cadáveres a la bahía, al parecer una vieja costumbre no precisamente funeraria. Entonces el viejo lobo de mar formula un plan para no traicionar el último deseo de su amada. Divulga la versión de que su esposa le pidió antes de morir tener como última morada las aguas de la bahía de Zihuatanejo y hacia allá se dispone partir.

Una multitud impresionante se aglomera frente a la Bahía para despedir a su ángel salvador y les será por demás doloroso el trance de ver zarpar la nave que lleva sus restos mortales. Hombres, mujeres y niños lloran desconsoladamente la muerte de la dama a la que muchos de ellas debían la vida. Multitud que dice adiós a Chabelita agitando pañuelos blancos.

Antes de acercarse a la Bocana, el capitán ordena aminorar la marcha de la nave para dar un giro inesperado a la embarcación. Toma él mismo el cuerpo amortajado de su esposa para lanzarlo rápidamente a aquellas aguas de azul intenso. Lo hará subrepticiamente, por estribor, a efecto de ocultar la operación a los espectadores de la playa. Luego, abandona el puerto a toda vela para no volver jamás.

Quienes estaban en el secreto lo divulgaron pasado el tiempo y a partir de entonces no faltarán las flores de cempazúchitl flotando en las aguas de la bahía, como humilde ofrenda para la bienhechora Chabelita

 

Antonia Nava de Catalán.

La gran heroína

Tixtla (1779-1843)

Antonia Luisa Nava nace el 18 de noviembre en la ciudad de Tixtla,Guerrero, y desde muy joven manifiesta una gran admiración por el cura José María Morelos y Pavón y su lucha por la independencia que ella hará más tarde suya. Lo conoce en el cerro de El Veladero de Acapulco, donde el Jefe Morelos ha establecido su cuartel militar el para la toma del puerto. La acompaña su esposo el doctor Nicolás Catalán, para entonces lugarteniente del general Nicolás Bravo.

La pareja Catalán-Nava volverá a encontrase con el Siervo de la Nación en Chilpancingo, cuando este abra el Primer Congreso de Anáhuac. Doña Antonia será entonces la encargada de organizar el banquete celebratorio a base de platillos de la desde entonces sabrosa gastronomía guerrerense.

A partir de entonces don Nicolás y doña Antonia participarán en todas las batallas libradas en la entidad por los generales Hermenegildo Galeana, Vicente, Guerrero, Pedro Asensio de Alquisiras y José María Lobato. Entre ellas las de Poliutla, Huetamo, Tlatlaya, Cutzamala, Coahuayutla y Coyuca, hoy de Catalán por la muerte en ella de uno de sus hijos.

Sucedió en Jaleaca –hoy también de Catalán– donde las tropas de Morelos, auxiliadas por el Nicolás Bravo, fueron sitiadas por los realistas de Gabriel Armijo . Así, cuando el cerco cumpla dos meses y la situación se torne desesperante, al grado de que la tropa y la población empiecen a morir de hambre, los jefes militares encontrarán como única solución comer carne humana . El plan sugerido establece la ejecución diaria de uno de cada diez soldados, argumentando que cosas peores se adjudicaban a los ejércitos europeos y asiáticos, Napoleón entre ellos.

La orden en ese sentido es conocida antes de aplicarse por doña Antonia Nava de Catalán, quien, acompañada por su cuñada María Catalán Catalán y Catalina González Bautista, exigen a los jefes militares la suspensión de tal orden considerándola ella, además de absurda, injusta porque se estaría asesinado a hombres en defensa heroica de la Patria. A cambio, son ellas las que se ofrecen en sacrificio para para que los soldados sigan peleando hasta alcanzar la libertad de los mexicanos.

Fue en ese momento cuando doña Antonia da un paso al frente. Saca una puñal de entre sus ropas para llevarlo al cuello con la intención de cortársela yugular. Lo evita a tiempo un soldado cercano a ella.

Fue un momento aquél que emocionó con tal intensidad al pueblo de Jaleaca que al día siguiente el grueso de la población, encabezada por las mujeres, armados con piedras, palos, instrumentos de labranza y machetes logren finalmente romper el cerco enemigo. El suceso se conocerá pronto en toda la entidad para, sin duda, acelerar la el triunfo de la causa.

La familia Catalán-Nava, integrada por cinco hijos varones y cuatro mujeres, volverá necesariamente disminuida a Chilpancingo; ello después de once años de lucha intensa por la independencia de México. Aquí morirá el para entonces general Antonio Catalán; ella cinco años más tarde, a la edad de 55 años. Ambos serán inhumados en la iglesia de Santa María de la Asunción de la propia capital.

 

María Manuela Medina.

La Capitana

Taxco de Alarcón (179?-1822)

Será la amplia erudición del ingeniero Víctor Alessio Robles –ingeniero, militar, periodista, escritor– la que reivindique para la historia la figura de una mujer sencilla nacida en Tixtla, Guerrero, quien participó con sus propios medios en la guerra de Independencia. Lo hace en su libro Acapulco en la Historia y la Leyenda (Acapulco y el Generalísimo Morelos):

“El 6 de abril de 1813 Morelos inició el ataque de Acapulco con fuerzas de corto efectivo y con un número limitado de cañones de pequeño calibre. Galeana se apoderó del cerro de La Iguana, Julián Ávila del cerro de La Mira y Felipe González de las primeras casas de la población. Durante cuatro días los insurgentes y los realistas cambiaron entre ellos muchos cañonazos. El día 10 Morelos adelantó sus posiciones y el 12 emprendió el asalto general. En la noche, el fuerte del Hospital, defendido por 100 hombres y cuatro cañones, a las órdenes del español Pedro Ruvido, cayó en manos de las fuerzas de Morelos y toda la ciudad de Acapulco quedó en poder de los insurgentes.

“Al día siguiente se presentó a Morelos la capitana María Manuela Molina , una india de Taxco que había reclutado una compañía de cien hombres”.

Debe decirse que María Manuela no usurpaba el grado de capitán del ejército, fueron sus hombres quienes la llamaron Mi Capitana a partir de que ella misma los reclutó. Grado confirmado más tarde por la Junta Militar de Zitácuaro, luego de verificar las siete acciones de guerra en las que había participado su compañía. Lo dice el Diario de Morelos.

La Capitana morirá en la ciudad de México el 2 de marzo de 1822 a causa de las complicaciones de dos heridas, no de bala de lanza, recibidas en combate apenas un año atrás. No hay certidumbre sobre el lugar en que fue sepultada pues se habla de las ciudades de México, Taxco y Acapulco.