26 agosto,2018 7:53 am

Hablan los actores Daniel Giménez Cacho y Pedro de Tavira de machismo y amor en pareja en “Los adioses”

Texto: Tatiana Maillard/ Foto: Cuartoscuro
Ciudad de México, 26 de agosto de 2018. El retrato de ficción de la juventud y la madurez del filósofo Ricardo Guerra en la película Los adioses, que aborda parte de la vida de la escritora Rosario Castellanos, corre a cargo de dos actores: Daniel Giménez Cacho, ganador del premio Ariel en cinco ocasiones, y Pedro de Tavira, nominado al Ariel por esta cinta.
En la presentación del filme a los medios, ambos actores conversaron con El Sur sobre algunas de las reflexiones –respecto a la pareja, el género y las relaciones de poder– que se dieron durante la realización de la película dirigida por Natalia Beristáin, cuyo estreno comercial y a nivel nacional fue este viernes.
–Usted interpreta a Ricardo Guerra en su madurez, como un hombre más bien opresor y celoso del éxito de Castellanos. ¿De dónde se alimentó para dar forma al personaje? –se le pregunta a Giménez Cacho.
–Uno, de lo humano, que es complejo y desconocido, pues, por más que investigues lo histórico, hay áreas que no podrás vislumbrar. Ahí tienes la libertad de interpretar eso que quieres expresar y enfatizar los rasgos, despegándote de las formas rígidas. Yo investigué sobre Ricardo Guerra. Es una cosa muy divertida: hay gente que reacciona a mi interpretación exclamando: “¡Claro que él no era así! ¡Yo lo conocí!”. Bueno, puedes basarte en algunos rasgos, pero otros se los otorgarás de acuerdo con lo que necesita la historia, para expresar lo que queremos. Ponerte a hacer un retrato es imposible. Mejor tener libertad y despegarse.
–¿Cómo evitar hacer personajes unidimensionales? Es decir, retratar a un macho muy macho, o una mujer absolutamente genial.
–Confrontamos la figura pública de Rosario, sus luchas y sus declaraciones, con su vida cotidiana. Es interesante ver la teoría, el personaje público y contrastarlo con la madre, la esposa. Mucha de su literatura, pero principalmente la poesía, es biográfica. Habla de lo que le pasa y cómo lo siente, su vida cotidiana, doméstica, sus relaciones amorosas. Buscamos recrear el machismo con el que tuvo contacto a través de su marido, pero no desde un retrato de macho intransigente sino el cotidiano, cultural, social, que pareciera no ser culpa de nadie. No necesitas gritar: “¡Tráeme de comer!” para ser un macho. Basta con que sugieras: “Deberías traerme de comer, no seas mala onda”. Estas sutilezas son las que quisimos retratar. Incluso, cómo puede afectarle a Rosario el planteamiento de falsos dilemas y sufrir por ellos, como decir: o se es profesionista o se es madre. Eso aún se plantea. Yo lo escuché en mi casa. Mis hermanas, mi mamá, a propósito de mi esposa (Maya Goded) decían que era muy buena fotógrafa, por lo cual, más valía no tener hijos juntos.
Pero volviendo a la historia que queremos contar –continúa Giménez Cacho–, cuando Ricardo y Rosario se conocieron, él era un filósofo en ciernes y con cierto reconocimiento. Pero a lo largo de sus vidas, la que creció y se desarrolló fue ella, mientras que él se quedó estacionado, no publicó casi nada. Fue un buen maestro, pero no logró el reconocimiento público que ella tuvo. Para hacer un personaje así, echas mano de tus experiencias y memorias. Cómo lo viviste en casa. Y bueno, en mi casa mi papá era un semidiós. Pero al paso del tiempo hubo un golpe de Estado y fue derrocado. Mi mamá se puso la pila. Luego, nos puso a accionar contra él. Después, vino una especie de balance y ella se realizó: se hizo pintora. Pero tuvo que luchar, y hubo gritos… y acabaron su vida juntos. Yo viví ese proceso. No me es ajeno.
–¿Cómo construyó al personaje de Ricardo Guerra en su juventud? –se le inquiere ahora a Pedro de Tavira.
–Al ser un personaje que Daniel y yo compartimos, tuvimos tiempo de vernos unas semanas antes de empezar a rodar para repasar las escenas y ver qué visión tenía la directora (media hermana de Pedro). Me sirvió ver cómo trabajaba Daniel, cómo se movía, cómo fumaba, porque yo era ese mismo personaje 20 años antes. Así que me planteé: ¿qué tipo de carácter tenía Guerra de joven, para que acabara por adoptar esos celos y amargura? También hablamos con la gente que fue su alumna o su asistente. Descubrimos cosas que yo no sabía.
Por ejemplo, que Ricardo era muy carismático y chistoso y que le gustaba más el convivio que concentrarse en la escritura. Que fue parte de este movimiento importante de la Facultad (de Filosofía y Letras de la UNAM), el grupo Hiperión, junto con Luis Villoro y otros filósofos mexicanos y españoles que se metieron en el plan de estudios. Que quiso ser director de la Facultad y lo logró. Que quiso ser rector y no pudo.
Natalia y yo fuimos elaborando un joven Ricardo que tenía todo el futuro por delante. Que era la joven promesa de la intelectualidad mexicana. Un gallito. Que siente que todo lo puede, que se trae a la Rosario bien acá. Todo eso, para entender sus celos. ¿Qué ventajas tenía en su juventud? ¿Qué lo llevó a tener tanto recelo cuando Rosario surge como Rosario Castellanos? Ricardo no escribió mucho. Su trabajo y obra más importante, estuvo en la creación de planes de estudio, en la labor diplomática.
–¿El planteamiento es la frustración?
–Rosario fue una joven que llegó a la Ciudad de México desde Comitán, Chiapas, que se encontró con un hombre culto, de la capital del país, que escribía y era experto en Heidegger. Pero que no era nadie conocido. Con los años, pasa a la esfera pública convertido en “el marido de” Rosario Castellanos. Creo que eso, seas hombre o mujer, puede pegar. Hay que tener mucha madurez emocional para decir: “sí, soy el marido de”, o “la mujer de”, si ambos se dedican a lo mismo y uno destaca más que el otro. Si uno crece y el otro… no es que deje de crecer, pero no lo paran en la calle, no le piden entrevistas, no gana premios. Como cuando eres actor y a otro le dan el Ariel y a mí no.
–¿Son las consecuencias de la búsqueda por cumplir con las expectativas de lo que se considera exitoso?
–A veces son expectativas impuestas, otras responden a un deseo personal. Ricardo tenía un programa de radio famoso a fines del siglo pasado. Yo lo busqué en la Fonoteca Nacional. Es chistoso, porque en una emisión hablaba de la filosofía de Kant, con la voz engolada y cierto regodeo. Por eso puedo intuir que había un deseo de ser, y de tener cierta fama. Es decir, siempre es bonito cuando te reconocen, te dicen que haces bien tu trabajo. En cambio, cuando a todo mundo lo entrevistan… y a ti no –De Tavira echa una mirada al resto de sus compañeros de elenco, que son entrevistados en ese momento por distintos periodistas–, cuando yo me quedo aquí nomás –se cruza de brazos–, digo: okey. Hay que tener mucha… mucha congruencia con lo que uno quiere. Hay gente que no aspira a ser espectacular. No me interesa ser el espectacular. Ahora, cuando te toca ser el espectacular porque la vida te puso ahí, te rifas. Lo que quiero decir es que la expectativa se pelea muchas veces con el deseo y el camino que uno quiere emprender. A mí no me interesa que me reconozcan en la calle. De verdad. Pero tengo que hacer estas cosas (las entrevistas). Ir a la alfombra roja, tomarme la foto con el póster de la cinta. Yo no me siento cómodo. Y también ocurre que estás aquí (en las entrevistas) y nadie te pela y te sientes como si…¡ah! (suspira).
–Y se requiere madurez para aceptarlo.
–¡Pues sí! Que lo entrevisten a él (señala a Giménez Cacho). Él es el famoso. Tiene 30 años más que yo en esta carrera. Y ha hecho todo para que todo el mundo quiera hablar con él. ¡Perfecto! Yo, no. Sí, se requiere madurez.
–La película retrata a una pareja de mediados del siglo pasado, que se hace daño. ¿Cómo concibe las relaciones de pareja en estos tiempos?
–Quiero pensar que han cambiado, aunque los dilemas de poder y posesión no dejarán de existir porque son parte fundamental de cualquier relación. Mi relación amorosa no es como se retrata en la película. Pero, grosso modo, en todo el país estamos más cerca de lo que vemos en la pantalla. Las cosas no han cambiado estructuralmente, porque es un problema educacional y tal vez hasta moral. Es una cosa de costumbres.  Que mi pareja y yo tengamos otro tipo de relación es consecuencia de que ambos deseamos alejarnos de las dinámicas de nuestros padres. Eso no quiere decir que, de repente, uno y otro no tengamos celos. A la mitad de la discusión, podemos tomar conciencia de que es una pendejada lo que estamos haciendo y pedir disculpas. Pero no creo que eso sea el común denominador. Ojalá la película pueda ayudar a que, quizás, alguien piense: hay algo en el comportamiento de Ricardo que reconozco en mí.
–¿Qué cuestionamientos se ha llegado a hacer sobre las relaciones, a partir de su participación en esta película?
–A la par que empezamos a grabar, mi pareja quedó embarazada. Lo que vino fue el dilema laboral. Y entonces puedo entender cuando, digamos, Ricardo llega y le exige a Rosario ya no dar más clases y dedicarse a su hijo. O sea, yo podría haber sentido esa necesidad de decir: “Oigan… este… denle chance a mi pareja, para que deje de trabajar unos meses”. Okey. ¿Qué hay de Ricardo en mí? ¿Cómo podemos ser plenos? Supongo que reflexionando sobre nuestra postura con la vida personal y la laboral.