18 junio,2021 5:11 am

Haruki Kawakami: poner el dedo en la llaga

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Adán Ramírez Serret

 

El Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, reflexiona en su brillante libro, Ensayo sobre la ceguera, sobre la ética de narrar una historia, acerca de la cualidad extraña de los lectores de meter las narices en la vida privada de los demás. Cavila Saramago: “La mujer del médico, se sintió como si estuviera detrás de un microscopio observando el comportamiento de unos seres que ni siquiera podían sospechar su presencia, y esto le pareció sumamente indigno, obsceno, No tengo derecho a mirar si los otros no me pueden mirar a mí”, pensó.

Esta idea rondó varias veces mi mente, mientras leía De pronto oigo la voz del agua, de la perturbadora escritora Hiromi Kawakami (Tokio, 1958), pues se trata de una novela que se interna en las turbulentas aguas de las relaciones fraternales. Ese lugar en donde el amor, el odio, la competencia, la empatía, el desprecio y la admiración, (y el deseo, de manera inconfesable), conviven a partes iguales.

La novela es contada por una mujer que vuelve junto con su hermano, a quien siempre admiró y quien siempre la despreció, a la casa materna. Vuelven ambos, pues viven una profunda soledad, y deciden que lo mejor es hacerse compañía e irse a vivir juntos a esa casa que les pertenece, en donde pasaron su infancia.

No conforme con esto, deciden en poco tiempo, dejar sus cuartos separados y compartir el cuarto y la cama. Kawakami sugiere de manera un tanto perversa el incesto. Y al igual que aquel célebre cuento de Julio Cortázar, Casa tomada, en donde fantasmas morales comienzan a invadir la casa y las vidas de los personajes, Miyaco y Ryo comienzan a ser cada vez más asediados por un pasado dejado del lado.

La narradora, Miyaco, nos dice que siempre amó a su hermano porque era excelente en todo lo que hacía. Estudioso, inteligente y desde niño con un carisma único con las mujeres. Sin embargo, el hermano, el consentido de su mamá, sentía una suerte de desprecio por ella, le dice en una ocasión que estaban en un concierto, “¿No quieres sentarte más cerca?, le pregunté. No, porque estoy contigo, dijo Ryo.–¿Y eso qué quiere decir?/ –Me da un poco de vergüenza”. El mundo de la terrible realidad cuando no eres querido por alguien de tu familia.

La novela va y viene en un recuento de su pasado, y aquella extraña relación de amor profundo que sentía por su hermano, quien siempre intentó alejarse lo más que pudo de ella, hasta que lo alcanzó una profunda soledad y decidió volver a su hermana. Frío y distante, pero a su lado.

Kawakami explora minuciosamente las preguntas más profundas de los humanos, ¿estamos solos? ¿Sabemos por qué vinimos al mundo?, se pregunta la narradora, “Cómo iba a vivir yo a partir de entonces, me pregunté con el oído pegado a las cigarras. Aún hoy no he encontrado la respuesta. ¿Moriré acaso sin conocerla?”.

La novela va dando giros y más giros sobre la historia, bucles y bucles de nostalgia y recuerdo con el presente de estos hermanos: una amiga en común de la que ambos estuvieron un poco enamorados; una madre que solo quería al hermano, dice Miyaco: “Yo quería ser como Ryo, alegrarla con mi presencia (a su madre) pero nunca lo logré. Tal vez por eso lo quiero tanto a él”.

También, descubrimos más y más revelaciones, por ejemplo, recuerda el día en que una persona cercana, les dice a los dos hermanos que quien vive con ellos y a quien llaman papá, no es en verdad su padre; sino el hermano mayor de su madre. Este descubrimientos antes que otra cosa, les causa una profunda confusión, ¿por qué sucedió esto? ¿Por qué su papá, su tío en realidad, decidió ayudar a su madre cuando se quedó sola? Y sobre todo, ¿por qué nunca se lo dijeron?

Kawakami, pertenece a esa maravillosa familia de escritoras como Patricia Highsmith, Liliana Blum o Elena Garro, que hacen de su obra, de sus historias un ensayo, una profunda y dolorosa investigación moral, escribe en algún momento, “Me pregunto si no se esconde un cierto placer en el tormento, como cuando uno se arranca la costra de una herida reciente y disfruta del dolor, del picor”. Es el placer de contar aquello que todos suponen, y nadie dice. El talento de poner el dedo en la llaga.

Hiromi Kawakami, De pronto escucho el agua, Ciudad de México, Alfaguara, 2021. 129 páginas.