21 noviembre,2020 4:58 am

Héctor Aguilar Camín: del plagio considerado una de las bellas artes  

USAR esta

Adán Ramírez Serret

 

Hace algunos meses reseñaba en este espacio la potente novela del escritor español, Daniel Jiménez, cuyo enigmático título es Las dos muertes de Ray Loriga.

La obra me resultó apasionante porque habla de la obsesión por ser un gran escritor, de convertirse en un autor de la talla de Dostoyevski o Nabokov, pero, ¿qué sucede el día que se descubre que no se podrá escribir nunca como se soñó? ¿Qué pasa en la mente de un ser humano megalómano cuando descubre que tiene poco talento?

La novela de Daniel Jiménez está muy clavada en la idea romántica de ser escritor: es una aspiración existencial en donde a partir del modo de vida, leyendo y existiendo al máximo, y por supuesto, escribiendo como obseso, se puede llegar a construir una obra o al menos morir en el intento.

Sin duda algunos escritores son así, pero hay otros que son mucho más cínicos, o menos profundos para decirlo de una manera menos dura, y deciden hacerse de un nombre en la esfera cultural y construir una obra literaria a como dé lugar, aunque esto quiera decir quitarle las comillas a las obras de los grandes escritores y hacerlas pasar como de su propia autoría, con la esperanza de nunca ser descubiertos, pero también con cierto orgullo en la maestría de hacer pasar como suya la obra de otros. Con el orgullo de engañar a los expertos que, usualmente, son sus amigos.

Sobre esto gira, precisamente, la más reciente novela, Plagio, de Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946), la cual comienza con esta paradójica advertencia a lo Lewis Carroll, “Todo lo que aquí se cuenta es verdad, salvo los nombres propios, que también son falsos”.

Plagio se trata precisamente sobre la historia de un hombre de letras, con cargos públicos importantes, es el director cultural de la universidad más importante del país.

La novela comienza el día en que este hombre gana un importante premio literario que se jacta de ser un premio de escritores para escritores, es decir, dado a los escritores “de a deveras”.

El narrador, el plagiario, nos cuenta sus tribulaciones y la semana fatídica que su vida dio un giro radical cuando le confesó, de manera torpe y desvergonzada, a su mujer que gran parte de la novela con la cual se había ganado el premio, era una copia, a veces incluso literal, de una novela de Martín Luis Guzmán.

Comienza a partir de aquí una sátira divertidísima sobre las corruptas esferas culturales en donde todos se saben los chismes de todos y están esperando la mínima desventura para poder dar la espalda y pisar a amigos y enemigos.

Sin duda recuerda a grandes personajes del medio literario como al talentoso –y desvergonzado, claro– escritor Alfredo Brice Echenique o a Enrique Sealtiel Alatriste, quienes se vieron involucrados en un problema muy grave de plagio y sus vidas estuvieron en el ojo del huracán.

Así, en esta novela, muy similar, por cierto, en estructura a Los relámpagos de agosto, de Jorge Ibargüengoitia. Un hombre, a manera de confesión, relata sus días desventurados, su vida da un giro y pasa de las grandes expectativas de ser un escritor respetado a ser el ejemplo de la desvergüenza y la corrupción: El día que perdió a todos sus amigos y hasta a su esposa debido al desprestigio.

Héctor Aguilar Camín, Plagio, Random House, Ciudad de México, 2020.  109 páginas.