29 marzo,2019 6:35 am

Huelga de viernes por el futuro

Andrés Juárez
Ruta de Fuga
 
Nuestro clima está cambiando y nuestro acercamiento a la política y al activismo debe cambiar con él, dice el semanario The Nation. Viernes por el Futuro (FFF, Fridays For Future) es una ola estudiantil que exige mejores decisiones para solucionar el problema del clima. O, para ser más preciso, demanda soluciones. En México, la ola se llamó Huelga Estudiantil por el Clima. La idea era que niños y jóvenes faltaran a la escuela y salieran a tomar las calles para llamar la atención de sus gobiernos sobre el problema del cambio climático. Al grito de “No hay un planeta B” o “Ni un grado más, ni una especie menos”, esta es la primera generación que toma las calles por una causa completamente medioambiental. El movimiento ambientalista siempre había sido, en las calles, un aliado de otros movimientos, algo colateral o paralelo. Esta acción global, con presencia en los cinco continentes, 125 países, 2 mil plazas y la presencia acumulada de 1.6 millones de personas, con gran alboroto virtual en redes sociales, constituye la primera manifestación masiva por la preservación del planeta.
La urgencia no puede ser mayor. Los datos del último ciclón que arrasó Zimbabue y Mozambique, los tifones del año pasado en Asia y la devastación del Caribe y la Costa Este de Estados Unidos por huracanes son apenas unos síntomas cada vez más claros de lo que puede pasar si no se detiene el calentamiento del planeta y se atiende y apoya a las comunidades vulnerables. El cambio climático es un asunto económico y político, más que técnico y ambiental. En un último reporte de la Reserva Federal de Estados Unidos se afirma que “el cambio climático es una de las tres fuerzas clave que están transformando la economía”, junto al crecimiento poblacional y los cambios tecnológicos. Quizá por eso una de las consignas más repetidas del FFF era “Si el clima fuera un banco, ya lo habrían salvado”.
Tan se comprende como un problema económico, que en el centro de las demandas –principalmente empujado por el movimiento de 350.org– figura la desinversión en combustibles fósiles. Estamos convencidos de que el planeta llegó al límite y que los combustibles fósiles deben quedarse bajo tierra, reservados para emergencias, ya no como el motor de la economía global. Lo que esta generación de jóvenes impulsa es una economía que use más eficientemente la energía, y sobre todo que use energía renovable. No solamente que se deje de explorar y extraer hidrocarburos o que se cierren las plantas productoras de energía con carbón, sino algo más radical: que los fondos públicos dejen de invertir en esa fuente de energía, que los fondos de pensiones o de ahorro no inviertan en las petroleras. En respuesta, algunos fondos como el de pensiones de Noruega, los ahorros del Vaticano o de algunas universidades privadas como Harvard, han empezado a considerar retirar sus fondos de la industria de combustibles fósiles.
Ese es el nuevo mundo. O, mejor dicho, es el mundo del futuro. El futuro al que México parece darle la espalda. Al mismo tiempo que niños y jóvenes hacen huelga en un viernes por el futuro y el clima, la Comisión Nacional de Hidrocarburos anuncia que México tiene reservas de gas natural para los próximos 200 años. El titular de la Comisión Nacional de Hidrocarburos declaró: “Con rondas que tengan petróleo ligero y alto contenido de gas. Si logramos sacar alrededor de 50 lotes cada año podemos incrementar la producción de gas y no sólo llegar a los 2.6 millones (de barriles diarios de petróleo) sino reducir las importaciones de gas a la mitad”. Es decir, acelerar el modelo extractivista que ha sido ya bien identificado como la causa del desastre.
Lo dijo en un foro sobre energías renovables, delatando la confusión de que el gas natural es una fuente de energía limpia, ya que existe la creencia de que genera menos CO2 por unidad de calor generada –y omitiendo estudios recientes como el presentado en la revista Nature, donde se explica que el uso de este gas no garantiza menos emisiones, por el contrario, bloquea el avance en la generación y uso de energías renovables como el calor del sol, el uso del viento o la fuerza de las olas; tampoco se menciona que para extraer todo ese gas natural se necesitaría fractura hidrahulica (fracking) con devastadores efectos adversos sobre los ecosistemas terrestres y las aguas subterráneas.
Además, la Comisión de Energía del Senado está a cargo de un empresario del carbón que no tiene empacho en declarar que la Comisión Federal de Electricidad comprará miles de toneladas de carbón para producir energía. Y ya sin abundar en el tema de las refinerías, la termoeléctrica de Huexca o la desinversión en transición energética que esperábamos más intensa con un gobierno progresista. Por cierto, en un último editorial publicado en La Jornada del campo, el gran Armando Bartra alega que no se puede traer a colación en todos los casos el derecho de las comunidades a la consulta sino que se debe buscar un equilibrio entre el interés particular –en el caso de la termoeléctrica de Huexca sería el de los campesinos afectados– y el interés general –para el mismo caso, la población de Morelos que ocupa electricidad. Al respecto preguntaría al maestro: ¿este movimiento de jóvenes por el futuro no es también una exigencia del interés general?
La caminera
The Nation está publicando una serie de reportajes sobre el clima. El primero es sobre campesinos mixtecos en California que han vuelto a emigrar más al norte, hasta Washington, huyendo de los efectos del calor provocado por el cambio climático, que los ha llevado a formar cooperativas campesinas indígenas en Estados Unidos: es decir, cómo el cambio climático ya está cambiando la forma de la agricultura.