11 agosto,2022 5:19 am

¡Hundan al Río de la Plata! El crucero argentino que zozobró en la bahía de Acapulco

Anituy Rebolledo Ayerdi

Las campanas a rebato

Nunca tan apropiado el símil de anfiteatro dado a los cerros que rodean a Acapulco –la bahía como escenario maravilloso– cuando los acapulqueños sean espectadores angustiados del incendio y hundimiento del crucero argentino Río de la Plata. Un drama enigmático y milonguero cuyo misterio permanece intacto a casi ocho décadas.
Las campanas de la parroquia de La Soledad tocan a rebato aquél 18 de agosto de 1944. Alertan a la población sobre la presencia de peligros graves como lo han hecho secularmente. Los porteños, también como siempre, se ponen de pie dispuestos y solidarios para enfrentar la nueva calamidad. Desde cualquier punto de la ciudad es posible ver una gruesa columna de humo que surge de una embarcación anclada en la bahía. Se eleva verticalmente por no correr en aquel momento ni un soplo de aire.
Enterada del siniestro, la población se apresta a combatirlo. Baja de los cerros y corre por las callejuelas llevando agua en cubetas v cacharros de todo tipo y una firme decisión de ayudar a sofocar el fuego. Frustrada, al conocer que la nave arde casi en el centro del gran vaso azul que tanta fama ha dado al puerto.

La Ciudad y Puerto

Acapulco, de acuerdo con el censo de población de cuatro años atrás, estaba habitado por 29 mil personas. Todas ellas, mujeres , hombres y niños alertados y profundamente conmovidos ante un suceso inusitado. Oteando unos desde los cerros y otros ya en torno a la bahía, elevarán preces por la integridad de pasajeros y tripulantes de la nave en llamas. Temores superados muy pronto, cuando se haga público que todos los ocupantes del Río de la Plata se encontraban sanos y salvo. Habían desembarcado antes en el muelle fiscal y albergados algunos en los hoteles de la ciudad.
El presidente municipal Enrique Lobato, de oficio orfebre, hará lo único a su alcance frente a las características peculiares del desastre. Notificarlo telegráficamente al gobernador Rafael Catalán Calvo, quien a su vez lo hará del conocimiento del presidente de la República, Manuel Ávila Camacho y del secretario de Marina, Heriberto Jara. Sí atenderá el alcalde la petición de aquellos en el sentido de tener listo el hospedaje para el personal de auxilio que viajaría al puerto. Para ello deberá acudir a sus amistades por estar los hoteles repletos por vacaciones escolares. Los mejores: La Marina, en la plaza Álvarez (hoy Bancomer); Acapulco, 2 de Abril (luego Colonial), Miramar, La Colimense, El Paraíso y Monterrey, los mejores entonces.

La embarcación

Río de la Plata –eslora de 180 metros, manga de 45 metros, desplazamiento, 18 mil toneladas y capacidad para 400 pasajeros (258 en primera clase y 146 en tercera)– era una embarcación de gran lujo que realizaba cruceros de placer entre Argentina, su país de origen, y Los Ángeles, California, con escalas en Acapulco y otros puertos del Pacífico. Había formado parte de un lote de embarcaciones compradas a Italia cuando, estando surtas en puertos rioplatenses, se inicia la Segunda Guerra Mundial. Su botadura databa de 1923, con el nombre de Principessa María.

México en guerra

México mantenía entonces una estado de guerra contra las naciones del Eje –Roma-Berlín-Tokio–. Lo había declarado el presidente Manuel Ávila Camacho, el 7 de junio de 1942, respondiendo al hundimiento de tres barcos petroleros mexicanos por submarinos alemanes (por lo menos ese fue el informe de la CIA).

Las revelaciones

Conforme pasen las horas y el fuego de la embarcación empiece a formar nubarrones tapiando el cielo azul acapulqueño, se conocerán revelaciones estremecedoras. Como la que aseguraba que el incendio había sido ordenado por el propio capitán de la embarcación, Julio Alonso Ball, cumpliendo una orden trasmitida por el gobierno de Argentina a través del embajador de aquel país en México, Manuel M. Candioti. Antes, el capitán Ball había informado por la misma vía que dos buques de guerra y un submarino estadunidenses había seguido muy de cerca al Río de la Plata hasta Acapulco. Aún más, que tales unidades permanecían amenazantes frente a la Bocana. ¿Qué hago?
Cumpliendo las órdenes recibidas, el Río de la Plata se dirige directamente al muelle portuario donde los pasajeros reciben la orden de bajar a tierra inmediatamente porque es urgente la fumigación de la nave. Que terminada la operación, en cosa de dos horas, volverán por ellos al mismo lugar. Se le dice que por la urgencia del caso no podrán bajar ningún equipaje y al mismo tiempo se les ofrece el reembolso de todos sus gastos en tierra. A nombre del capitán se les sugiere conocer las muchas bellezas de Acapulco. Aunque no faltaron las protestas de algunos, el resto de los 400 pajeros abandonará la nave para verla partir llevando sus pertenencias.
Muchos de aquellos pasajeros, argentinos la mayoría, se verán obligados, por falta de hotel, a pernoctar en las playas y serán ellos los primeros en observar al amanecer la columna de humo surgida de la nave.

Las recompensas

Agolpados en el muelle de madera, los azorados pasajeros del Río de la Plata contemplarán con horror la violenta hoguera devorando la nave. Tan incrédulos como indignados, observarán cómo ni el capitán ni ninguno de sus marineros hacían nada por sofocar el siniestro. A hombres y mujeres les acogotará el pánico, la angustia y la desesperación y será entonces cuando recurran al auxilio de los lugareños. Muchos de estos los rodearán solidariamente para ofrecerles ayuda.
Ante aquella oferta no faltará el pasajero que solicite una lancha o canoa en alquiler para llegar al barco. “Está cabrón, ¿y si explota?” responde el lanchero aludido. ¿Explosión? Aquí tendrá su origen uno de tantos mitos en torno a un pretendido cargamento bélico del crucero argentino y hará crecer la crispación de los pasajeros. Histéricos, algunos ofrecerán a gritos recompensas económicas para quien logre salvar sus pertenencias
Así, mientras los familiares de un prócer militar brasileño estaban dispuestos a pagar ¡50 mil dólares! a quien lograra rescatar un cofre metálico conteniendo sus cenizas y condecoraciones, no faltará una dama bonaerense que ofrezca el doble (¡100 mil dólares!) a quien lograra salvar su alhajero, a esa hora quizás pasto de las llamas o en poder de algún marinero.
Serán aquellos momentos cuando, ante la indignación de los presentes, arriba a bordo de una lancha rápida el capitán Ball y algunos tripulantes. Ya lo esperaba el embajador argentino, a quien, más tarde, entregará la vajilla de plata del barco y 200 dólares en efectivo. La presencia del diplomático Candioti hará volver el alma al cuerpo de los forzados náufragos al asegurarles el retorno rápido a la patria y apoyo para el reclamo de los seguros. Todos ellos agradecerán vivamente a México el auxilio inmediato otorgado a través del personal de la Secretaría de Relaciones Exteriores, a cargo del paisano Ezequiel Padilla Peñalosa.

La Casa Rosada

La Casa Rosada de Buenos Aires, Argentina, sede del Poder Ejecutivo, era ocupada en aquel momento por el general Edelmiro J. Farrel, relevo del mandatario anterior, depuesto por el enorme pecado de haber roto relaciones con el Eje Roma-Berlín-Japón. Juan Domingo Perón ocupaba la vicepresidencia y la Secretaría de Guerra.

Rechazan el salvamento

Rechazada en un primer momento, por absurda, la versión pirómana será confirmada plenamente por los mandos navales del puerto. Se revelará, por ejemplo, la oposición del capitán Ball a la orden del comandante de la Zona Naval de Acapulco de remolcar la nave hasta las instalaciones navales para combatir mejor el fuego. El comisionado, capitán Carlos Margain, ordenará romper las cadenas que anclaban el barco a la mitad de la bahía, pero una vez logrado, el mismo capitán Ball ordenará lanzar una nueva ancla. Y más, al abandonarlo ordena abrir las compuertas.

La panza del Río

Una de las muchas interrogantes formuladas a lo largo de los años en torno al Río de la Plata se refieren al contenido de sus amplísimas bodegas, mencionándose cargas extrañas y misteriosas. Se ha hablado, por ejemplo, de 13 mil toneladas de lingotes de cobre jamás encontradas, así como de un enorme cargamento de mercurio, metal estratégico cuya exportación estaba prohibida por la guerra. También de documentos secretos relacionados con los nexos del gobierno argentino con la Alemania nazi.
Sobre el particular circularán versiones histéricas y no menos fantasiosas que hablan de la presencia en Acapulco altos funcionarios argentinos negociando la entrega del nazi Martin Bormann, arrestado al bajar de la embarcación. De acuerdo con la misma extravagante versión, el ex secretario personal de Adolfo Hitler será llevado a Buenos Aires, donde permanecerá hasta su muerte.

Misterio indescifrable

El Río de la Plata arderá en la bahía de Acapulco durante tres días y tres noches para luego depositar suavemente sus 18 mil toneladas en el lecho marino, a 40 metros de profundidad. Exactamente frente a Punta Guitarrón (Lat. 15° 5.2’ Norte; Long. 99° .52.2’ Oeste). A partir de entonces buzos de todo el mundo lo desnudarán hasta dejarlo como un herrumboso esqueleto, guarida de la fauna y jardín de la flora marinas.

El misterioso personaje del Río de la Plata, por Edwin Corona y Cepeda

“Pero esta historia no termina aquí ya que quince años más tarde, Errol Flynn, el actor de Hollywood, consiguió el desguace del Río de la Plata, cuya localización en ese tiempo era muy fácil pues su chimenea principal sobresalía del agua. El aventurero contrató los servicios de un buzo industrial de escafandra clásica, Jim Kelly, quien se sirvió de los hermanos Reginaldo y Alfonso Arnold como sus ayudantes. Ambos lo apoyaron utilizando los primitivos equipos de ‘acualón’ y los reguladores de doble manguera.
“Desde que aparecieron los primeros equipos de respiración autónoma bajo el agua, allá por 1958, incluso antes, se llegó a bucear en el pecio del Río de la Plata utilizando los equipo Drager de circuito cerrado. A partir de entonces miles de objetos se han recuperado de los interiores del Río de la Plata: ensaladeras, charolas y juegos de café de plata, cuchillos, cucharas, tenedores, todos de ese mismo metal. Platos y tazas de finísima porcelana francesa, adornos de bronce y otros objetos de gran valía como condecoraciones nazis de algo rango.
“Una pistola PPK con la suástica impresa en el cañón, encontrada por Alfonso Bárcenas. Espuelas de plata probablemente pertenecientes al equipo ecuestre argentino y un sinfín de chucherías entre las que destacan un reloj con chapa de oro y maquinaria de rubíes con las iniciales SB y que seguramente perteneció al capitán de la nave. Mucho se habló en ese entonces de los lingotes de oro de los alemanes cargados en Los Angeles, California.
“Pasados muchos años fui invitado junto con Alfonso Arnold y otros amigos buzos a una cena de fin de año a la casa de un prestigiado médico alemán radicado desde tres décadas atrás en Acapulco. Tras una cena estupenda en la que no faltaron las doce uvas, los abrazos y los deseos para el año venidero, al calor de las libaciones y hablando sobre el tesoro del Río de la Plata, el anfitrión nos invitó a subir a su recámara. Apenas entramos, el médico alemán se agachó bajo su cama y no sin gran esfuerzo extrajo un cajón que parecía a simple vista un ataúd.
“Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando al ver el contenido observamos que estaba repleto de lingotes de oro, en los que claramente destacaba la suástica nazi . Desde entonces nadie me quitará de la cabeza que el famoso médico alemán era ni más ni menos que Martin Bormann, el segundo hombre del Tercer Reich, misteriosamente desaparecido al final de la Segunda Guerra Mundial y que nunca fue encontrado”. (Texto tomado de internet).