28 septiembre,2024 6:17 am

Huracán John

 

 

 

Octavio Klimek Alcaraz

 

 

Septiembre de 2024 es otro mes malo para la sociedad y los ecosistemas de Guerrero. En especial, los más vulnerables, que son los pobres de la ciudad y el campo sufren los embates de la naturaleza en tiempos de cambio climático, la inmensa mayoría de nuestra población.

Ahora, el huracán no fue Paulina, Ingrid y Manuel u Otis, ahora su nombre fue John. El huracán John nos ha torturado a lo largo de su lento recorrido, no por sus vientos como Otis, sino principalmente por sus grandes precipitaciones en la mayor parte de Guerrero a lo largo de los días de su presencia. Habrá que ver en comparación con épocas anteriores cuanta agua nos dejó el huracán John en estos días. Se conoce que son lluvias inéditas, de casi un metro acumulado en 5 a 6 días, dependiendo del sitio. A dichas precipitaciones, súmense los escurrimientos que fluyen de las partes altas hacia las bajas en las cuencas. Sólo la existencia de una cubierta vegetal poco perturbada permite infiltrar el agua gradualmente y amortizar la velocidad y volumen de estos escurrimientos. Si no existe vegetación y el suelo no permite la infiltración por el sellamiento de la construcción urbana, la lluvia y el agua de escurrimiento buscan su salida con violencia hacia las partes más bajas. Por ello, la consecuencia es que los ríos y arroyos han recibido volúmenes de agua impresionantes, han crecido y salido en muchos lugares fuera de sus cauces habituales. El huracán John ha inundado y destrozado la infraestructura, los caminos y las viviendas, así como arruinado los cultivos agrícolas. Los ecosistemas de selvas y bosques y su biodiversidad de la entidad sufrirán impactos adversos. Habrá que conocer si los esfuerzos de reforestación y forestación de este año no se los llevó John. Pero, sobre todo, han causado lamentablemente la muerte de personas con nombre y apellido, que se encontraba expuestas y vulnerables a este fenómeno. Una tragedia humana.

Los daños por la parálisis de la actividad económica en Guerrero son seguramente muy altos, en especial la actividad turística se encuentra colapsada y su recuperación será complicada, y todavía más lenta, a 11 meses del devastador Otis. La parálisis se extiende desde las actividades primarias hasta las de servicios, como el comercio, la educación, la salud y el gobierno en general. Vendrá paulatinamente la información más precisa para conocer los daños económicos y sociales causados.

Especialmente en Acapulco, el lumpen urbano sale a la búsqueda de la rapiña ante la impunidad y ausencia de educación y cultura ciudadana, esa mínima parte del pueblo que no es bueno, ni sabio. Espero, con la mala experiencia de Otis, que estas manifestaciones sean ahora contenidas. Acapulco y Guerrero no merecen esto.

Sabemos, en los hechos, que Guerrero es un estado especialmente vulnerable ante los efectos del cambio climático en marcha. Dicha vulnerabilidad de las personas y los ecosistemas al cambio climático varía sustancialmente debido a factores geográficos, diferencias socioeconómicas, falta de equidad o sistemas de gobernanza inadecuados. Ante los huracanes, las zonas costeras de Guerrero y las partes bajas de las cuencas de los ríos tienen tal vulnerabilidad, que resulta en el riesgo de ocurrencia de un desastre mucho mayor. Acentúa más el hecho, que Guerrero es una sociedad injusta y desigual, con una alta vulnerabilidad social en donde muchos de sus habitantes viven literalmente en sitios que los colocan en riesgo para ellos y sus bienes. Asimismo, el cambio climático está exacerbando dicha desigualdad. Finalmente, los impactos climáticos socavan la justicia social en este mundo globalizado, ya que los más marginados, tanto económica como socialmente, son los primeros y más afectados por los impactos del cambio climático, que nosotros los guerrerenses en esencia no generamos, sino los habitantes de países con mayores emisiones de gases de efecto invernadero acumulados a lo largo de décadas.

Me atrevo a señalar que los damnificados por el huracán Manuel u Otis en Acapulco son nuevamente afectados por el huracán John. Muchas de las áreas de viviendas donde viven esas personas están en condiciones de mayor vulnerabilidad que el año pasado. Por tanto, el daño se ha incrementado de manera acumulativa, hasta que, en un algún momento de continuar este ciclo de incremento de fenómenos naturales, como los huracanes debido al cambio climático, dichas áreas sean abandonadas por los damnificados recurrentes en los próximos años. No se puede vivir con dignidad en un área de inundación cuasi permanente, salvo que exista cierta adaptación a ello, tanto en vivienda y los servicios colaterales.

Lo más irritante en el caso de Acapulco, y seguramente en otras ciudades de Guerrero, es que muchos de estos asentamientos se construyeron o construyen con la complacencia, omisión y/o complicidad de autoridades de todo tipo. El caso de Acapulco es un paradigma. A lo largo de los años se impulsaron asentamientos en áreas de inundación recurrente, ahora como se observa inundadas de manera más frecuentes ante los impactos del cambio climático. Muchas áreas de huerta y humedal en la zona costera se rellenaron y sus suelos se sellaron con concreto y asfalto. La consecuencia es que sus calles se convierten en verdaderos arroyos que buscan salir al mar. Esas imágenes en Acapulco de ver en las calles inundadas lanchas, motocicletas acuáticas, que más allá del asombro son síntoma de la realidad triste de la magnitud del problema que se tiene. El agua tiene memoria y recupera sus zonas de inundación.

Esto se multiplica, ya no es sólo Acapulco. El problema es ahora la enorme y terrible escala de los impactos del huracán John a lo largo de la costa guerrerense con un grado significativo de perturbación de sus ecosistemas, en especial un sistema lagunar costero deteriorado en grado continuo. Parece una tarea de Sísifo reconstruir el paraíso perdido de la Costa Chica y Costa Grande.

En los días próximos habrá que recurrir a la solidaridad de la sociedad del país y el apoyo obligado de los gobiernos en la próxima fase de la asistencia inmediata. Se trata de recuperar infraestructura y servicios básicos en el menor tiempo posible: movilidad, energía, alimentos, albergue, educación, salud, entre otros aspectos. Pero el asistencialismo inmediato no cuestiona las causas del desastre, ni entra de fondo a evaluar los daños producidos. Sólo de pensar, me marean los números con grandes volúmenes de despensas repartidas, los damnificados en albergues, los gastos en enseres domésticos, las dádivas económicas, los metros cúbicos de pintura en las paredes de las viviendas, entre otros aspectos de la industria de la asistencia. Seguramente son asuntos que tienen su necesidad, pero que no son la luz al final del túnel, ojalá así fuera. Tengo la impresión de que en muchos casos es coartada para el protagonismo de muchos políticos y funcionarios públicos, así como de las buenas conciencias filantrópicas ante la tragedia de la gente. Lejos en muchos casos de la vida cotidiana de ésta que vive en carne propia el desastre. Obvio, quiero suponer que no todas las personas son así. Mucha gente de los gobiernos y sociedad civil en la emergencia se la juegan sin pedir nada a cambio, por la solidaridad con la gente damnificada. A esas mejores personas que uno mismo, mi reconocimiento eterno. Sin embargo, el asistencialismo, es una aspirina ante el daño profundo y recurrente, que nos lleva en ocasiones a perder la memoria de desastres similares en los mismos sitios en años anteriores.

Recuérdese que los desastres son socialmente construidos, los daños a las personas y a sus bienes son debido normalmente a malas decisiones de políticas públicas y de las propias personas por necesidad, ignorancia, codicia o una mezcla de estas causas. Creo, que a pesar de la experiencia del huracán Otis, hace 11 meses, poco se ha trabajado por ejemplo en Acapulco para lograr una recuperación permanente, la necesaria reconstrucción. Es decir, en la idea de la reconstrucción se trata de por lo menos impulsar una ruta para retornar de manera mínima a las condiciones de vida previa al desastre, pero en condiciones de menor vulnerabilidad, para así reducir que dicho desastre siga repitiéndose una y otra vez. Eso no sucedió evidentemente ahora con el huracán John, demasiado poco tiempo para la reconstrucción real después de Otis. Me consta que la sociedad civil ha intentado hacer algo al respecto. Es un actor importante, que requiere articularse de manera efectiva con los gobiernos. Tal vez, ahora sí sea posible.

Reducir la vulnerabilidad ante fenómenos naturales agravados por el cambio climático significa que se deben relocalizar viviendas, servicios educativos y de salud, y en general todo tipo de actividades en áreas menos expuestas a inundaciones, deslaves, entre otros peligros. Al mismo tiempo, en lo posible generar acciones de mayor protección con acciones como la restauración ecológica en favor de la naturaleza.

En conclusión, se requiere de manera urgente y prioritaria ordenar el territorio a niveles de decisión local, comunidad por comunidad, colonia por colonia. Comprender, que el gran desastre producido ahora por el huracán John es en realidad la suma de numerosos desastres a nivel local, y que solo los actores locales tanto de la sociedad, como de los gobiernos son los que pueden implementar la necesaria y urgente reconstrucción. Pero requieren estar articulados y apoyados por los demás ordenes de gobierno como son el federal y el estatal.