21 septiembre,2021 5:46 am

Imágenes del Sendero

Florencio Salazar

El arte pidió hospedaje en mi espíritu.

Jesús Anaya.

Imágenes del Sendero, dibujos y pinturas, de Jesús Anaya Roque, contiene su obra “inconfundible, lo cual permite y demanda un lugar original dentro del ámbito de las artes en la tierras del sur”, como señala el también artista Octavio Hernández Osorio. En efecto, “nos proporciona una mayor posibilidad de transitar por los sentidos de la expresión”, en donde el dibujante se expone igual que el pintor, como se advierte en los retratos de sus padres, de sus tías y en el notable Apunte del espejo, elaborado en carbón sobre papel.

A Jesús Anaya Roque lo conocí en los años noventa y desde entonces he retroalimentado mi afecto por él con la visualización de su obra, una obra pictórica llena de color y de seres mágicos, que viven en la laguna, al borde del río, en la selva, en una comunidad donde se advierte la inclusión de la forma y la metáfora de la riqueza humana, en una evolución sorprendente de plantígrados con cabezas de pájaros, bicéfalos, de peces, de equinos y de seres humanos en la lujuria del color del trópico.

Al mirar esta obra de arte, se podría suponer que la paleta de color está en los propios dedos de Jesús Anaya. Pareciera que bastan sus ademanes para plasmar en la tela el óleo y el acrílico para deslumbrar a la propia luz y darle brillo a la oscuridad.

Edgar Artaud, menciona que Anaya “explora el uso de la geometría y la luz, de la forma y el color, del surrealismo y la irrealidad, apuntando a insertar la evolución de su obra más allá de lo que conocemos como posmodernismo, más bien, una visión de la humanidad para el nuevo siglo”, ya que “el arte y la pintura nos ofrecen una visión utópica de la irrealidad”.

Isaías Alanís señala que Anaya “juega a las paradojas, y su trabajo inmerso dentro de un figurativismo juguetón, achanecado”, con una doble y triple expresión. Lo cual es comprensible, pues a diferencia del realismo en donde los símbolos son fundamentales para la interpretación de una obra, en la de Anaya hay una frenética gestación de formas armónicas y diversas, que seducen la mirada y desafían a la reflexión. El “figurativismo de Anaya ve pájaros de hombres, pinta a mujeres con cabezas de sirenas y enormes pies que recuerdan a la masovera de Joan Miró”.

En su breve nota introductoria, Anaya declara sin pretensiones pero con decisión: “Para mí, el arte es una oportunidad que me presenta la vida para tratar de encontrarme conmigo, desarrollando la imaginación creativa. Desde que me dedico a esta actividad, que me orienta a observar y pensar más libremente, he vuelto a nacer. El dibujo y la pintura son el camino de mi expresión”. Él sitúa el origen de su vocación en las figuras de barro prehispánico, que tuvo por primera vez en sus manos. Lo encantó la habilidad de nuestros antepasados. Es definitivo: “Cada uno de los sucesos en mi vida me están preparando en el arte para crear y convivir feliz en su camino”.

Es de reconocerse la contribución del gobierno de Héctor Astudillo –y la indispensable complicidad de Tulio Pérez Calvo– para patrocinar este decoroso libro de arte que contiene acrílicos, óleos, encausto, pastel, gouache, carbón, acuarela, mixta, es decir, una gala de materiales con los cuales Jesús Anaya atrapa la luz, el encanto y –diría Alanís– las travesuras de los chaneques.

Guerrero necesita una mayor divulgación de sus valores artísticos en sus diferentes manifestaciones, de manera que se muestre su espíritu creativo y que se sepa –diría el escritor José Gómez Sandoval– que en estos lares no todo es pozole verde ni pistolas humeantes.