EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A 90 años del asesinato del general Álvaro Obregón Primera parte

Fernando Lasso Echeverría

Julio 24, 2018

El 17 de julio de 1928 fue asesinado en la Ciudad de México el general Álvaro Obregón Salido, candidato electo para dirigir los destinos del país –mediante una reelección no continua pero bien planeada– durante el periodo 1928-1934, pues se alargó constitucionalmente el periodo presidencial a seis años, el cual hasta esa fecha era de cuatro. Obregón supliría a su amigo y paisano el general Plutarco Elías Calles, quien había ascendido al poder en 1924, sucediendo precisamente al mismo Obregón en la primera magistratura; en aquel entonces, don Álvaro lo había seleccionado para ello, dando lugar al mecanismo del dedazo presidencial que tanto se usó en el sistema político mexicano del siglo XX. Obviamente, habían acordado de antemano entre ellos que Obregón volvería al poder Ejecutivo del país al concluir el periodo Callista, sin embargo –al parecer– Calles se arrepintió del trato establecido, pues a pesar de no manifestarse nunca en forma pública en su momento contra la candidatura de su amigo y paisano, don Plutarco luchó soterradamente contra ella cuando el tiempo se cumplió.
Originario de Huatabampo, Sonora, Álvaro Obregón Salido fue un militar distinguido, un estratega brillante y un carismático hombre, con habilidad para conocer a profundidad a la gente que trataba, hecho que lo hacía un político sagaz.
Todo lo anterior lo convirtió en una importante figura pública, pues jugó un papel preponderante en el derrocamiento de Victoriano Huerta y en el sometimiento y desintegración de la célebre División del Norte, bajo el mando de Pancho Villa, convirtiéndose en el general carrancista más destacado y eficiente. Sus simpatizantes en el Congreso Constituyente de 1917 –Mújica, Jara, Monzón, Bojórquez, Colunga, Pastrana, Manjarrez y muchos otros– crearon los artículos radicales y verdaderamente revolucionarios de la Constitución, que rebasaron los deseos un tanto tibios del presidente Carranza, a quien enfrentó disputándole la sucesión, mediante el Plan de Agua Prieta, pues Obregón era en ese momento el general más popular del país y sucesor natural del presidente Carranza, pero éste deseaba imponer a un civil como su “heredero” y rechazaba la candidatura de don Álvaro, hecho que los enfrentó y provocó la destitución y muerte del presidente Carranza.
Al triunfar el Plan de Agua Prieta, otro sonorense, el general Adolfo de la Huerta Marcor, asumió la Presidencia en calidad de interino, a partir del 1 de junio de 1920 y concluyó su interinato el 30 de diciembre del mismo año, para dar lugar a la entrada de Álvaro Obregón como presidente constitucional, para el cuatrienio 1921-1924. Junto con el también sonorense Plutarco Elías Calles, De la Huerta y Obregón formaban un poderoso triunvirato, que se había hecho del poder político del país, mediante el plan mencionado, que logró el derrocamiento y la muerte de Carranza. Sin duda, la década de los 20 pintaba entonces como la década de los sonorenses en el poder. De los tres, Obregón era el hombre fuerte… el caudillo.
En su periodo de gobierno –1920-1924– Álvaro Obregón fue un hombre que ejerció su presidencia con autoritarismo, su gestión se caracterizó por centralizar notablemente el poder, pues en las secretarías de Estado no se firmaba ningún acuerdo o decreto sin la autorización previa del caudillo. Por otro lado, las cámaras estaban plenas de legisladores obregonistas, hecho que le daba al presidente amplio margen de maniobra en ellas y provocaba que los “representantes populares” fueran en realidad voceros del Poder Ejecutivo.
La política en el país se hacía en ese momento con tintes caudillescos y caciquiles, pues los partidos políticos importantes de la época –el Liberal Constitucionalista, el Laborista y el Nacional Agrarista– tuvieron sus orígenes en grupos militares regionales. Al primero lo desapareció Obregón en 1922, y dio apoyo y financiamiento a los otros dos, que tenían –además– con miras al futuro inmediato, subvenciones de Calles y De la Huerta respectivamente, y por lo tanto fueron los que a corto plazo brindaron su estructura y capital político a estos personajes para suceder al presidente Obregón que había iniciado la reconstrucción de la infraestructura del país, y que se caracterizó por ser uno de los mandatarios más sanguinarios en la historia política de México. Mandaba fusilar a sus enemigos porque decía que “de la cárcel podían salir, pero del agujero nunca”. Difícilmente pues alguien se le atravesaba a Obregón porque sabían a lo que se atenían.
Es por ello que durante el cuatrienio gubernamental de Obregón ocurre la eliminación de figuras con arraigo popular y prestigio militar. Ésta no se frenó ante nada, ni el parentesco ni la amistad ni la influencia o popularidad importaron cuando alguien estorbaba. El primero de los caídos fue un sobrino de Obregón y distinguido militar llamado Benjamín Hill, quien se desempeñaba como secretario de Guerra y Marina y era uno de los hombres claves del presidente. Hill fallece –se dijo que envenenado–, catorce días después de haberse iniciado el gobierno obregonista. Esta muerte pasó a la historia –a través del rumor popular– como un asesinato tramado por Plutarco Elías Calles –el otro hombre de las confianzas del presidente– para quitarse a un probable contrincante en la futura candidatura presidencial.
Posteriormente, continuaron en esta etapa de la historia pos revolucionaria los asesinatos políticos perfectamente programados, con la finalidad de conservar el control del Estado; tales fueron los casos de Doroteo Arango Arámbula Francisco Villa, a quien eliminaron por atreverse a brindar su apoyo públicamente a Adolfo de la Huerta Marcor, como sucesor de Obregón en la Presidencia: “Fito es un buen hombre y yo lo apoyaría para que sea presidente”, dijo Villa a El Universal; y agregó lo siguiente al reportero que lo entrevistaba: “en 40 minutos, levanto en armas a 40 mil hombres”. Otros lo fueron: Lucio Blanco, (líder carrancista y enemigo político de Obregón, que intentaba volver al país proveniente de Estados Unidos) y el senador campechano Field Jurado, que se oponía fervientemente a los Tratados de Bucareli. A estos habría que agregar al general Francisco Serrano y al general Arnulfo R. Gómez, opositores a la reelección de Obregón, que si bien murieron en la época presidencial de Calles, fueron capturados y asesinados por orden de Obregón, el candidato de la reelección. Con los exterminados murieron docenas de gente que los acompañaban en el momento de su muerte, o que sin andar junto a los asesinados en el momento de su homicidio fueron muertos en otras circunstancias, simplemente por ser amigos cercanos y simpatizantes de estos personajes, es decir, enemigos de Obregón.
Pero poco antes de concluir el gobierno de Obregón se desencadena otra terrible rebelión en su contra por la sucesión presidencial; se trataba del levantamiento de la mayoría de las facciones militares que apoyaban la candidatura de Adolfo de la Huerta para suceder a don Álvaro en la primera magistratura, y enfrentaban a Obregón, quien quería imponer como candidato a Plutarco Elías Calles, en contra de la voluntad de la mayoría de las fuerzas político-militares del país. Fue notorio que esta lucha fue más contra Obregón que por De la Huerta, a pesar de que éste fue seleccionado por la mayoría de los generales por haber tenido un gobierno apacible y conciliador que lo proyectó posteriormente como candidato constitucional a la Presidencia de la República.
Pero esta rebelión de alguna manera le sirvió a Obregón para purgar a unas fuerzas armadas que tenían un excesivo número de militares de alto rango que ambicionaban el poder. Murieron 54 generales, y no precisamente en acciones bélicas, sino fusilados por órdenes de Obregón después de su rendición o captura, mismos que fueron sustituidos por jóvenes oficiales promovidos por don Álvaro. En las batallas perdieron la vida 7 mil soldados. De la Huerta y algunos de sus colaboradores cercanos se exiliaron en Estados Unidos para salvar la vida.
Los factores fundamentales que le permitieron a Obregón derrotar a sus oponentes e imponer a su secretario de Gobernación como su candidato, fueron en primer lugar los miles de campesinos organizados y armados por don Álvaro, mediante el acuerdo del 20 de octubre de 1921, con el que se les convertía en reserva de la guardia nacional, formando numerosos contingentes agraristas, bajo el comando de las nacientes ligas de comunidades agrarias de diversos estados. También se armó a 10 mil obreros cromistas, que cuidaban la retaguardia de las tropas del Ejército del gobierno, fuerzas que además le daban al gobierno establecido tintes de legitimidad y descalificaban al delahuertismo. En segundo lugar, el haber logrado el reconocimiento formal que el gobierno norteamericano había hecho por fin del gobierno obregonista –a cambio de muchas concesiones anticonstitucionales plasmadas en los Tratados de Bucareli– y con el cual se logró el apoyo de este país para el gobierno de don Álvaro, en su enfrentamiento con las fuerzas delahuertistas. Por otro lado, ante la situación de convenio entre ambos gobiernos, las compa-ñías petroleras norteamericanas adelantaron al gobierno obregonista 15 millones de pesos por pago de impuestos, con lo que facilitaron a éste el financiamiento de los gastos militares que el levantamiento provocó al gobierno.
Terminado el conflicto y ya con Plutarco Elías Calles como presidente, don Álvaro se retira a su rancho en Sonora llamado La Quinta Chilla, y simula dedicarse –de tiempo completo– a la agricultura y ganadería; sin embargo, Obregón nunca dejó de hacer política y recibía en su casa a múltiples comisiones partidistas de todo el país, que lo animaban a volver al poder. Se dice que uno de sus fervientes partidarios le preguntó preocupado cuando el gobierno callista estaba avanzado:
–Mi general, ¿no está muy lejos de la política aquí en su hacienda de Sonora?
–No, mire usted –le respondió en forma punzante Obregón–; si me paro de puntitas, desde aquí mismo alcanzo a ver perfectamente la silla presidencial.
Obregón volvió a la capital el 1 de marzo de 1926 proveniente de su hacienda, con el objetivo preciso de empezar a mover las piezas del ajedrez político nacional de cara a la sucesión presidencial. Él sabía o imaginaba, que habría gente incrustada en el poder que se opondrían a su nueva candidatura, y le urgía conocer de inmediato su identidad para hacerles frente de una u otra manera. Entre ellos se distinguía el poderoso secretario del Trabajo y líder sindical Luis N. Morones, muy cercano a Calles y que pretendía sucederlo en la Presidencia. Por otro lado, a Obregón le urgía que se hicieran las modificaciones a la Constitución, sobre el impedimento de reelegirse y ampliar el periodo presidencial a seis años.
Su estancia en la Ciudad de México produjo una intensa actividad política que preocupaba notablemente al presidente Calles, pero éste mañosamente nunca se manifestó en contra de la candidatura y dejaba a Obregón modificar la Constitución para poder reelegirse y prolongar el mandato, y así mismo permitía que sus partidarios se infiltraran en su gobierno. Pero… ¿qué era lo que le preocupaba a Calles?… Obviamente, la pérdida del poder ante la gran popularidad nacional de Obregón. Bien sabía don Plutarco que después de seis años de gestión obregonista –o tal vez más– sus posibilidades de volver al Castillo de Chapultepec serían nulas, pues la llegada a la silla presidencial de don Álvaro se volvería un Obregonato similar al régimen totalitario de don Porfirio Díaz; es decir, una versión corregida y aumentada de los 30 años de la paz porfiriana. Él conocía perfectamente a su amigo Obregón, sabía de sus ambiciones y de lo que era capaz por alcanzar el poder y conservarlo en sus manos. Por otro lado, Elías Calles –y algunos de sus colaboradores cercanos como el mencionado Morones que era aborrecido por Obregón– sabían que asumiendo el poder don Álvaro, a ellos les esperaba la muerte o el exilio. Por ello, Calles tramaba en silencio una solución definitiva antes de enfrentar su propia muerte física o política.
Como ya se mencionó lí-neas arriba, temerariamente dos compañeros de armas de Obregón y Calles se opusieron públicamente a la reelección de don Álvaro y se postularon para la Presidencia de la República enarbolando la bandera antireeleccionista; los generales Ar-nulfo R. Gómez y Francisco Serrano –este último, pariente político de Obregón– al ver la imposibilidad de triunfar en las elecciones, por el control férreo del mismo gobierno sobre ellas, planean sublevarse contra Obregón y Calles en una ceremonia en el campo militar de la Ciudad de México, aparentemente con la complicidad del jefe militar, pero éste los delata, se frustra el golpe, y ellos y varios colaboradores o simpatizantes fueron aprehendidos y muertos sin juicio previo por órdenes del candidato oficial.
Ya elegido Obregón para suceder a Calles, es invitado por el grupo de diputados guanajuatenses a una comida que se organizaría en La Bombilla, restaurante de moda ubicado en San Ángel, en “las afueras” de la ciudad. Obregón aceptó la invitación, a pesar de que él conocía los fuertes rumores en la Ciudad de México de que iban a intentar matarlo, pero don Álvaro no creyó las advertencias. Su esposa –inclusive– le rogó que no asistiera a la comida que le ofrecían en La Bombilla, pues gente conocida y de absoluta confianza le había avisado en varias ocasiones del probable atentado, pero Obregón nunca creyó en las amenazas, a pesar de que ya había sobrevivido a dos intentos para matarlo en el transcurso de un año. (Concluye en el próximo artículo).

* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.