EL-SUR

Jueves 18 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A 90 años del asesinato del general Álvaro Obregón Segunda parte

Fernando Lasso Echeverría

Agosto 07, 2018

El 17 de julio de 1928 –en plena guerra “cristera”–, el presidente electo Álvaro Obregón fue invitado por los legisladores guanajuatenses a una comida en su honor que se llevaría a cabo en el restaurante La Bombilla, ubicado en San Ángel al sur de la Ciudad de México, y en la cual estarían múltiples amigos y partidarios del nuevo mandatario, incluyendo distinguidos miembros del gobierno callista, como el licenciado Jesús Guzmán Baca, presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y el licenciado Ezequiel Padilla, quien posteriormente –como Fiscal de la Nación–, llevó el juicio contra León Toral, el “asesino solitario” de Obregón; don Álvaro asistió al convivio a pesar de ser advertido por varias personas que se había preparado un atentado contra él, y que por ello le aconsejaban que no fuera. Se ignora qué medidas de seguridad tomaron las gentes de Obregón, pero él asistió a la comida, y era notorio, que en el lugar pululaban muchos obregonistas de la absoluta confianza del presidente electo. El convivio, estuvo amenizado por la orquesta de don Alfonso Esparza Oteo, que ejecutaba las típicas melodías mexicanas de moda, como Las bicicletas, La Adelita, Mi querido Capitán, El Rancho Grande, y la favorita de don Álvaro: El Limoncito.
Narran crónicas periodísticas de la época, que el local estaba profusamente adornado con flores y arcos de bienvenida; había en el centro numerosas mesas unidas formando un cuadrilátero, dispuesto para que el agasajado y los invitados se sentaran para convivir y tomar los alimentos; en el lugar de honor, se sentó el general Obregón, presidente electo de México; a su izquierda, el licenciado Aarón Sáenz, el licenciado Enrique Romero Courtade, el diputado Enrique Topete, y el licenciado Enrique Fernández Martínez; a la derecha, el licenciado Federico Medrano, Arturo H. Orci, el presunto diputado por Guanajuato, licenciado Octavio Mendoza González, el senador Antonio Valdez Ramírez, el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el licenciado Jesús Guzmán Baca y el licenciado José Luis Solórzano, presidente del Bloque Revolucionario Obregonista, de la Cámara de Diputados.
Enfrente de los lugares de honor, al otro lado del cuadrilátero, estaban los cronistas parlamentarios y en los lados, numerosos personajes de la vida pública, como senadores, diputados y presidentes municipales de muchas partes de la república, perfectamente identificados con el obregonismo; merece mención, que entre los asistentes de confianza del general Obregón, estaba el galeno tixtleco Alejandro Sánchez Castro, quien fue médico de cabecera de don Álvaro, y estuvo casado con la señora Carmen Olea Leyva, originaria de Chilpancingo y fundadora de la Farmacia Olea de esta ciudad; don Alejandro –a petición de la familia Obregón–, acompañó el cuerpo embalsamado de don Álvaro cuando se le trasladó en tren a Sonora, y fungió como tutor de los hijos de Obregón, hasta que estos llegaron a la mayoría de edad; el doctor Sánchez Castro, terminó sus días aquí en Chilpancingo como empleado de las oficinas centrales de la SSA, en donde tuve el gusto de conocerlo y charlar con él en varias ocasiones, en los inicios de la década de los 70 cuando realicé mi servicio social. Don Alejandro, murió en 1981.
La comida transcurrió en un cordial ambiente de apoyo al presidente electo, amenizada –como ya se dijo–, por la conocida orquesta típica de Esparza Oteo, que tocaba la música de moda muy del gusto de los comensales; según crónicas de la época, el menú consistía en consomé ranchero preparado con arroz, aguacate, pollo deshebrado, limón, perejil, chile y cebolla picada, además de enchiladas potosinas, cecina de Yecapixtla, flan y café. Todo marchaba muy bien y al presidente electo se le veía muy contento y relajado.
Pero en el lugar, deambulaba discretamente –dando pasitos de un lado para otro–, un joven veinteañero delgado y pálido, vestido de negro, que llevaba en las manos unos cartoncillos y portaba en la derecha dos lápices, con los cuales dibujaba caricaturas de algunas de las personas presentes; de repente, el dibujante pidió permiso para hacerle un retrato al carbón al invitado de honor, lo cual le fue concedido; mientras escuchaban El Limoncito –la canción favorita de don Álvaro–, el dibujante se acercó al licenciado Saenz ubicado al lado de Obregón, y le mostró unas caricaturas que ya le había hecho al divisionario y Saenz las toma, las observa brevemente, se vuelve hacia el presidente electo y le muestra los cartoncillos con sus imágenes plasmadas en ellos; al voltearse a su vez el presidente para tomar los cartoncillos con su mano izquierda, puesto que le faltaba la derecha, el joven aquel dio un paso hacia atrás, y rápidamente sacó una arma automática de calibre 32 que traía entre las ropas, e hizo seis disparos contra el general Obregón, produciéndose un caos en el lugar.
Mientras el dibujante disparaba, se produjo una gritería general con palabrotas y maldiciones a todo volumen, carreras, ruidos de sillas que caían al suelo, los músicos dejaron de tocar, y se originó una confusión generalizada, difícil de describir; la mayor parte de los comensales estaban de pie con la pistola en mano, y varios, corrían hacia el escenario principal también con el arma empuñada; entre los alaridos y lamentos, destacaban gritos repetitivos de “No lo maten”…” “No lo maten”… “Queremos saber quién lo mandó” “Queremos saber quiénes son sus cómplices”… “No lo maten”. Los más cercanos al hecho, golpearon al asesino en su cara y cabeza con sus puños, o con las cachas de sus pistolas, haciéndole sangrar copiosamente. El general Obregón, tardó 30 minutos en morirse aproximadamente. Mientras, el detenido, un joven caricaturista de tan solo 23 años de edad, se limitaba a repetir mecánicamente una y otra vez: “Yo soy el único responsable”… “Yo maté al general Obregón, porque quiero que Cristo Rey, reine en México completamente”.
A ciencia cierta nunca se supo quién planeó este magnicidio; tampoco cuántos y cuáles fueron sus actores principales y qué papeles jugaron en él; sin embargo, a través del tiempo se han revelado detalles que hacen pensar que fue una conspiración hecha en los niveles más altos del gobierno callista. Inmediatamente después del atentado, el presidente Calles declaró a la prensa con rostro severo y adusto: “He sufrido una impresión tan fuerte, que materialmente me tiene destruido. La muerte del general Obregón es de enorme trascendencia para el país, puesto que representaba todas las esperanzas del pueblo mexicano. En mi concepto, nuestro país pierde su más alto representativo”; no obstante, la población siempre lo señaló como el autor intelectual de este magnicidio, y en el cual, estuvo involucrado íntimamente Luis N. Morones, el poderoso secretario del Trabajo y líder inamovible de la CROM, quien era enemigo acérrimo y franco de Obregón y también aspirante a la presidencia; al otro día del asesinato, los obregonistas, buscaron a Morones por “cielo, mar y tierra” para detenerlo o matarlo, pero nunca lo pudieron localizar; después, se supo que el mismo Calles lo había escondido en los sótanos de la fábrica de armas del ejército, lugar que era inaccesible para cualquier persona ajena a esta institución. Obviamente nunca lo encontraron a pesar de que Calles nombró a obregonistas de cepa, para encabezar la investigación.
Posteriormente, hubo un juicio contra el caricaturista ya identificado como León Toral y en el cual, implicaron a una monja llamada Concepción de la Llata, que al parecer fue la intermediaria que entregó la pistola al dibujante y había intervenido para convencer a Toral de que cometiera el magnicidio; León Toral fue fusilado y la madre Conchita fue condenada a cadena perpetua y enviada al penal de las Islas Marías. En dicho juicio –que fue tan rápido como el gobierno quiso–, se tergiversaron muchos datos, como los resultados de la autopsia por ejemplo, y no se tomó en cuenta la ropa del asesinado, para hacer un estudio pericial sobre el número de orificios provocados por las balas, señalándose el calibre de éstas y distinguiendo los de entrada y los de salida; se eliminaron arbitrariamente varios testigos de la defensa, y se ocultó información básica del asesinato, como el dato de que se habían recogido casquillos de calibres diferentes al de la pistola de Toral, hecho que indicaba que había habido otros tiradores acribillando al mismo tiempo a Obregón; por otro lado, empezaron a suceder hechos raros, como la muerte de dos meseros del restaurante La Bombilla que habían presenciado todo: uno murió en un “asalto” y al otro lo atropelló un vehículo en la calle. Muchos de los presentes en el banquete, desaparecieron o se escondieron durante mucho tiempo: ¿Por estar involucrados en el complot para matar a Obregón?, o bien, ¿Eran obregonistas temerosos de su vida porque habían visto más de lo debido?
A 19 años del evento relatado –en 1947, ya muerto don Plutarco–, el diario de circulación nacional Excelsior, publicó un artículo en primera plana que causó sorpresa y conmoción pública, pues narraba los resultados reales de la autopsia efectuada al cadáver de don Álvaro, por el mayor y médico cirujano Juan G. Saldaña, en el anfiteatro del Hospital Militar, así como el análisis científico de las ropas que traía puestas Obregón el día de su asesinato. Se afirmaba en el documento exhibido, que don Álvaro había presentado 19 perforaciones (seis de salida) de cuatro calibres diferentes: 32, 38, 45 y 7 mm., y que con excepción de una, todas las heridas eran mortales. Las ropas, confirmaban los datos balísticos hallados en el cuerpo durante la autopsia. Con ello, empezaron a aflorar datos no mencionados con anterioridad; por ejemplo hubo gente que afirmaba haber visto (o que un testigo les había relatado), cómo algunos de los comensales que se pararon de inmediato pistola en mano, y que se acercaron a la escena del homicidio disparando supuestamente hacia el agresor, en realidad lo hacían directamente contra el general Obregón, y bueno… fue notorio, que Toral no presentó ni un “rozón” por herida de proyectil de arma de fuego; otros “testigos” afirmaban, que inclusive un francotirador con arma larga puesto en el jardín del restaurante, había participado en el tiroteo contra el presidente electo.
Se han encontrado documentos oficiales, que siguen sembrando dudas respecto a la versión oficial de los hechos; por ejemplo, en el volumen XIX, de la colección Memoria y Olvido, Imágenes de México (1983), de Ricardo Pozas Horcasitas, titulado El triunvirato Sonorense, se publica la fotocopia del siguiente oficio –fechado dos meses antes del magnicidio–, de un partido que era presidido por el licenciado César Ruíz y que apoyaba originalmente al general Francisco Serrano para la presidencia; tenía su domicilio en Av. 5 de Mayo # 29, en la Ciudad de México, y su texto es muy revelador:
De hecho, desde siempre –y a pesar de que supuestamente aprehendieron a los culpables–, se ha hablado de una conspiración de Estado en contra de Obregón, en la cual participaron grupos políticos en la cima del poder, dirigidos activamente por Morones (monigote de Calles), y grupos clericales encabezados por el arzobispo Miguel Mora y del Río, por los obispos Francisco Orozco y Jiménez y Leopoldo Ruíz y Flores, el sacerdote francés Bernardo Bergöend y el padre José Aurelio Jiménez.
Existen numerosos autores que piensan que el gobierno callista utilizó el anticlericalismo como una estrategia para desviar la atención de la población de otros problemas; por ejemplo, las concesiones que se hicieron a los Estados Unidos sobre las leyes agrarias y el petróleo o como un intento de fortalecer aún más el poder central, disminuyendo el de los caciquismos militares regionales; igualmente, existen investigadores que afirman que Calles requería la rebelión clerical que Obregón como candidato trató de finalizar infructuosamente durante su campaña para montar la escenografía o entorno necesario para desaparecer del escenario político a Obregón su temible paisano y que éste, no tomara posesión de la presidencia nuevamente.
Finalmente, la llamada rebelión cristera fue interrumpida en 1929 con la intervención de Estados Unidos, que presionó diplomáticamente al Vaticano para ello.
Durante la campaña política de Obregón para reelegirse, se notaron ya algunas desavenencias entre el candidato y el presidente en funciones. Calles y Morones, el líder de la CROM y aspirante a la presidencia (distanciado de Obregón y hombre de las absolutas confianzas de don Plutarco), conociendo íntimamente a don Álvaro, sabían que asumiendo el poder éste, a ellos los esperaba la muerte o el exilio, y a la población del país; otra versión corregida y aumentada de los 30 años de paz porfiriana, es decir, con Obregón en el poder, no habría habido “maximato”, sino una franca dictadura de muchos años que hubiera impedido la aparición de gobernantes como Lázaro Cárdenas, Ávila Camacho o Alemán, quizás desplazados por descendientes directos de don Álvaro, en el momento de la desaparición física de éste.

*Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC