Fernando Lasso Echeverría
Abril 05, 2016
En memoria de Fernando Pineda Ménez, mi amigo y hermano.
Don Jaime Sabines era chiapaneco y, de estar vivo, el pasado 25 de marzo hubiese cumplido 90 años, pues nació un día como ese en Tuxtla Gutiérrez, en el año de 1926. Murió también en marzo, pero del año 1999; 10 años antes se había roto el fémur en una caída, hecho que le dificultó la vida, y lo hizo sufrir en forma permanente hasta su muerte, pues había tenido –durante ese tiempo– numerosas intervenciones quirúrgicas, con la intención de devolverle su deambulación normal, sin silla de ruedas o el uso de muletas.
Este poeta ha sido muy controvertido y fue relegado durante mucho tiempo; sin embargo, es una realidad el hecho de que, nos guste o no su poesía, es imposible permanecer indiferente ante ella; aunque debe hacerse notar que a don Jaime –dado su carácter rebelde y manera de pensar un tanto desconcertante– era lo que menos le importaba, pues no era muy dado a publicar sus versos y tampoco, a que le llamaran poeta; Sabines decía que el poeta “no es un animal de ornato, ni la poesía un arete o un abanico. Somos hombres, antes que poetas y lo hondo, lo profundo, lo obscuro, como lo claro, lo concreto del hombre, debe ir al poema”.
No obstante, es indudable que Sabines fue un gran poeta; un poeta favorecido por los hados de la poesía, pues tuvo la genialidad de inventar una nueva manera de expresarla, y es difícil –hasta para los expertos en el tema– hallar antecedentes que lo hayan influido al respecto. Octavio Paz dijo de don Jaime que: “Sabines muy pronto, desde su primer libro encontró su voz. Una voz inconfundible”.
Y es que Sabines, tenía a la poesía como su principal destino de vida, y la escribía por una verdadera y vital necesidad personal, sin esperar nada a cambio; y componía su poesía, plasmando en ella hechos cotidianos –muchos de ellos autobiográficos– convertidos en miel o hiel, en vida o muerte… y resurrección, y en la que no faltaban ni Dios ni el diablo; poemas escritos en los que el amor, la ternura y el sexo –como fenómenos naturales en el ser humano– se asoman con frecuencia; en fin… su poesía refleja pues, realidades aderezadas con bellas fantasías que recuerdan la poesía popular que los bardos pueblerinos dicen recordando a sus amores, a sus muertos, y tantas otras situaciones habituales, que para los que no somos poetas pasan desapercibidas. Esther Hernández Palacios –Investigadora en Ciencias Lingüísticas, de la Universidad Veracruzana– llamó acertadamente a la poesía de Sabines: “Iracunda belleza”, al llevar a cabo, durante una década, una profunda investigación analítica sobre la poesía de Sabines tomando como ejemplo precisamente el poema Algo sobre la muerte del Mayor Sabines, que don Jaime le hizo a su padre, cuando éste murió, y que la estudiosa califica, como uno de los mejores poemas que ha dado la literatura española; esta investigación, se la envió a don Jaime antes de editarla para pedirle su opinión, y el escritor se la devolvió diciéndole con modestia, “Que no entendía nada del análisis gramatical que había hecho de su poesía, pero que le agradecía mucho que se ocupara de su obra”.
No obstante lo anterior, si bien Sabines –además de ser un poeta popular– fue un escritor muy humilde, éste presentaba una solidez intelectual a prueba de todo; fue un lector tenaz, que le permitió lograr una vasta cultura personal que respaldaba su obra; por medio de la lectura conoció la obra de innumerables poetas universales, leyó a escritores intemporales entre los que destacaban los rusos y los árabes, que al parecer eran sus predilectos; pocos saben que una parte de Algo sobre la muerte del mayor Sabines –el poema ya mencionado– está escrito en perfectos sonetos. Él decía que el poeta tiene que dominar la técnica de tal forma que los lectores no se den cuenta; quizá por eso –como ya se comentó– su bella escritura poética, presenta un desorden muy “ordenado”; merece mención, que en este poema, el dolor filial del iracundo Sabines lo llevó a asentar: “¡Maldito, el que crea que esto es un poema!”.
Sabines, el escritor que se autodefinía “igual que un perro herido al que rodea la gente, feo como el recién nacido y triste como el cadáver de una parturienta”, hizo a partir de Horal (1950), una de las poesías más singulares, más revolucionarias y más notables del segundo medio siglo XX mexicano. Al observarse sus primeros poemas, se puede afirmar que don Jaime nació sabiendo el oficio de poeta, el más constante de los múltiples que ejerció y que fueron desde vendedor de telas o de alimentos para animales, hasta el de diputado en dos legislaturas (1976-1979 y 1987-1990), la primera por su estado natal y la segunda por el antiguo Distrito Federal.
La crítica literaria siempre lo elogió, impresionada por su pericia para manejar sus temas en los poemas que escribió y el buen ritmo que le imponía a éstos. Carlos Monsiváis –amigo personal del escritor– reseñaba de Sabines lo siguiente: “Jaime, reúne en su poesía, la imprecación, la duda, la ternura, la blasfemia, la anarquía y su gusto por la soledad, con un equilibrio insólito. Insiste en la desesperanza, se emborracha para llorar, se rebela torpe y lúcidamente ante la muerte de los seres queridos. El riesgo de Sabines, ha sido su inmenso logro: el tono autobiográfico de su poesía, la capacidad de construir un personaje a base de reacciones, andanadas románticas, transfiguraciones de la impotencia, recuerdos de tardes inertes y noches de oprobio y de tedio”
José Emilio Pacheco, valioso escritor mexicano recientemente fallecido, afirmaba que, “Sabines tal vez sea el único caso de un poeta leído –en un país donde nadie lee ni le importa la poesía– que provoca que a la masa popular le interese la poesía”; esto se comprobó, cuando en el Palacio de Bellas Artes, pleno de admiradores de Sabines –sobre todo jóvenes– éstos, escucharon con entrega y veneración –en forma natural y espontánea durante varias horas– a un hombre solo en el escenario, leyendo sus poemas, interrumpido con frecuencia por los aplausos de un público emocionado profundamente con lo que oía, porque Sabines además, hablaba tal como escribía: apasionadamente.
Las obras destacadas de Sabines son Horal (1950), en donde viene su famoso poema Los amorosos; La señal (1951), que guarda en su contenido el sentido poema de la Tía Chofi; Adán y Eva (1952); Tarumba (1956); Diario semanario y poemas en prosa (1961), con varios poemas cortos de mi gusto como Mi cama de madera, Pasa el lunes y He aquí que tú estás sola; Poemas sueltos (1951-1961); Espero curarme de ti (1967); Yuria, en donde dedica un poema a Cuba y su situación política, y se encuentra el irreverente poema Vuelo de Noche (1967); Tlatelolco (1968); Maltiempo (1972), en el cual viene un poema dedicado a doña Luz, su madre muerta tiempo atrás: “Acabo de desenterrar a mi madre, muerta hace tiempo. Y lo que desenterré fue una caja de rosas: frescas, fragantes, como si hubieran estado en un invernadero”, dice Sabines en él; Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), uno de los poemas más crudos y emotivos ante la muerte paterna, que existe en la poesía universal, “Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas, por eso este hachazo nos sacude”, apuntó en él don Jaime; Otros poemas sueltos (1973-1994); Nuevo recuento de poemas (1977); No es que muera de amor (1981); Los amorosos: cartas a Chepita ( publicación post mortem, en 2009). El Nuevo recuento de poemas, ha tenido varias reimpresiones, y es un texto que compila casi la obra total de Sabines, aunque es interesante mencionar, que en su casa de la Ciudad de México (colonia Insurgentes Cuicuilco), permanece medio centenar de grandes carpetas guardadas por la familia, en cuyo interior existen decenas de poemas inéditos de este autor fallecido ya hace 17 años, por lo que seguramente, tendremos en un futuro próximo más novedades poéticas de este gran escritor, para beneplácito de sus admiradores, quienes reconocen en sus versos una de las más altas expresiones de la poesía mexicana actual. Él se autocalificaba como “un poeta sencillo que le gustaba ser directo, rechazando a aquellos que escriben con guantes de quirófano para no ensuciarse”; la poesía era sangre y tierra, decía Sabines.
En 1945, Sabines ingresa a la Escuela de Medicina de la UNAM, carrera que luego abandonó; en 1949, regresa a la universidad a estudiar lengua y literatura española; en 1953, se casa con su esposa de toda la vida, Josefa Rodríguez Zebadúa, con quien formó un feliz matrimonio después de un apasionado noviazgo; sirvan estos trozos epistolares dirigidos a su novia y escritos con un gran contenido poético a finales de los años cuarentas –publicadas en su texto póstumo, Cartas a Chepita– para confirmar lo anterior: “Amiga, óyeme, hay algo más allá de nuestros actos, atrás de nuestros gestos, en el fondo de nuestras palabras. Se llama silencio, olvido, cosas no dichas, intocables. Allí te tengo. Allí eres mía de siempre; irrevocable como un destino, dada como una voz y un juramento” (julio de 1947); “Porque tú eres más que tú a veces; eres un concepto, una imagen, lo genérico, lo específico del sexo. Perdóname si creo ofenderte, a veces, cuando piso una flor. Perdóname también el que te quiera como a mí mismo; porque me soy infiel, porque me engaño. Pero yo habría de ser otro, y tú otra, para que fuera distinto nuestro amor… Acaso es triste el irse, pero sin el irse no hay volver. Sin morir no hay resucitar” (enero de 1948); “Ay amor mío, no estoy triste, no, pero te quiero. Es un modo distinto de sufrir. Te considero mía ya inaplazablemente: mía sin distancias; mía sin tiempo. Eres mía como una cosa sabida, como algo que no se puede ignorar más. Y de este modo no tiene importancia la lejanía; sé que estás lejos, pero me perteneces; sé que estás distante, pero eres mía” (julio de 1948).
En 1959, Sabines se instala en la Ciudad de México y ese año el gobierno de Chiapas le concede el Premio Literario, que anualmente daba al poeta estatal más destacado; en 1973, es galardonado con el premio Xavier Villaurrutia por Maltiempo; en 1976, inicia su primera gestión como diputado, representando al primer distrito de Chiapas; Un año después, la SEP/Joaquín Mortiz, edita una recopilación de sus poemas y lo titula Nuevo recuento de poemas, con un tiraje de 40 mil ejemplares; en 1987 la editorial alemana Vervuert publica una antología de Sabines llamada Tu cuerpo está a mi lado; en 1988 vuelve a la Cámara de Diputados, como legislador del Distrito Federal; un año después, en una estancia en su estado natal, sufre una caída y se fractura el fémur izquierdo; en 1994 recibe la medalla que lleva el nombre del ilustre patriota de origen chiapaneco Belisario Domínguez, y dos años más tarde, el Premio Mazatlán de Literatura.
Creemos que este escritor se anticipó a toda una generación, produciendo obras de una originalidad literaria y una energía propia extraordinarias, y que es Indudable que Sabines es de los raros poetas –de esos que nacen sólo de vez en cuando– que logran revivir el gusto por la poesía en la población; la gente busca su poesía por la naturalidad reflejada en ella, hecho que logra que sus seguidores se identifiquen con sus textos poéticos; éste es un logro difícil de alcanzar para cualquier autor, y el poeta Sabines sin duda alguna lo consiguió.
* Presidente de “Guerrero Cul-tural Siglo XXI” AC