EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

A propósito de don Nicolás Bravo

Fernando Lasso Echeverría

Julio 12, 2016

Segunda parte

En mi anterior artículo, por razones de espacio, no se hicieron muchos comentarios que me parecen importantes para un mejor conocimiento de don Nicolás Bravo. Algunos de éstos, ratifican la rivalidad que tuvo con Vicente Guerrero y aclaran un poco más la personalidad de Bravo, y otros, dan a conocer facetas poco sabidas, como la hipótesis sobre su intervención en el complot contra Guerrero, confirmada en la carta del chilapeño decimonónico don Manuel Parra, y otros datos más, que complementan lo ya escrito.
Varios escritores –sobre todo guerrerenses como el licenciado Miguel F. Ortega– han mostrado preocupación por negar o mitigar la rivalidad que existió entre Bravo y Guerrero, y que llevó al primero de ellos a odiar terriblemente a don Vicente, después de que éste –mandado por el presidente Guadalupe Victoria– frustró su levantamiento militar en contra del primer presidente mexicano, no obstante de que Guerrero le perdonó la muerte, y se limitó a aprehenderlo y a entregarlo a la máxima autoridad del país, quien ordenó su exilio. Al volver de su estancia forzada en el extranjero, don Nicolás, en forma rencorosa se adhiere al levantamiento del vicepresidente Anastasio Bustamante –que fue apoyado por la élite colonial, el alto clero y los grandes terratenientes de la ex colonia– para deponer al presidente Guerrero, recibiendo como premio a sus servicios la Comandancia del Sur, con sede en Chilpancingo, ejército que mantenía a raya –junto con el español Armijo– a los simpatizantes de Guerrero encabezados por don Juan Álvarez, ubicados en las costas de la región. Es por ello que, por lógica elemental, Bravo no podía haber ignorado la maquinación contra Guerrero, urdida en las altas esferas del gobierno usurpador, y que de alguna manera don Nicolás tomó parte en la trama contra don Vicente. Pero una cosa está clara: estoy de acuerdo con el título del escrito de Ortega: Bravo no traicionó a Guerrero, pues Bravo y Guerrero no eran amigos, sino todo lo contrario.
El pequeño texto editado en 1935, refiere en su introducción que lo motivó la carta que escribió el chilapeño don Manuel Parra, a don Vicente Rivapalacio Guerrero el 28 de marzo de 1886, en la cual denuncia a don Nicolás Bravo como iniciador y cómplice de la traición de Francisco Picaluga, que trajo como consecuencia la aprehensión y fusilamiento del general don Vicente Guerrero, carta que –al parecer– nunca recibió el nieto de Guerrero, pero que sirvió de base a su vez, para que el coronel don Rubén García –quién conoció la carta, muchos años después– publicara ya en los inicios del siglo XX un folleto titulado ¿Quién fue el verdadero responsable de la muerte de Guerrero?, en el cual afirma (páginas 17 y 18) que esa carta, “arroja luz meridiana en la responsabilidad del crimen de Cuilapa” y que “cree firmemente, que el general Bravo, tomó parte activa en el asunto”.
La carta menciona también la narración que le hizo al autor de ella –18 años después del asesinato– un oficial que había militado en las fuerzas realistas, llamado José María Díaz, diciéndole que al estar de servicio en la comandancia militar de Chilpancingo, cuya jefatura estaba a cargo del general Bravo “vio que una tarde llegó Picaluga y en la sala de la comandancia habló con Bravo, quien le preguntó el objeto de su viaje a la Ciudad de México, y que cómo había dejado las costas; que luego lo invitó el general a pasar a una pieza interior; hablaron largo rato a solas, y cuando salieron, el general tomó papel para escribir y volvió a la pieza, en donde enteramente solo estuvo escribiendo algunas cartas, que entregó a Picaluga”. Luego –le dijo también Díaz a Parra– “que un militar de los del general Bravo, apellidado Fachini o Pachini, que era novio de Margarita la hija de don Nicolás, se fue con Picaluga a Acapulco, cuando éste regresó de la Ciudad de México, sin que se haya comunicado a la Secretaría de Guerra, la licencia o baja, que debe haberle concedido don Nicolás Bravo para separarse de sus fuerzas, si no que parece que se la expidió de pronto, como si fuese a una comisión importante para la que estaba autorizado de antemano. Y ese Fachini –concluye don Manuel Parra– fue el que dentro del bergantín Colombo, intimó a prisión a Guerrero, le puso los grilletes y lo abofeteó. Por otro lado, refiere Parra en la multicitada carta, que cuando se supo en Chilpancingo el fusilamiento de don Vicente Guerrero, los oficiales del general Bravo festejaron en la noche la noticia con música, cohetes y repiques de campana; y que si no continuaron al otro día los festejos, fue porque advertido don Nicolás Bravo, por el general Nicolás Catalán de lo reprobable de ello, los mandó suspender y ordenó a los oficiales que “se abstuvieran ya de hacer ninguna demostración contra Guerrero”.
Endebles son los argumentos del Lic. Ortega para defender a Nicolás Bravo. Por ejemplo, afirma que en el tomo correspondiente (IV) de la obra México a través de los siglos, escrito por Enrique de Olavarría y Ferrari, no se acusa a Bravo de haber intervenido en el crimen, cuando se sabe que por causas no conocidas, la carta de Parra no le llegó a Vicente Rivapalacio, el nieto de Guerrero que estaba a cargo de la obra por indicaciones de Porfirio Díaz, y me atrevo a asegurar la posibilidad de que si Rivapalacio la hubiera conocido, no hubiese osado publicar estos conceptos en un texto oficial, precisamente por ser el responsable de la obra total y pariente cercano de la víctima, pues lo hubiese hecho sospechoso de alterar el texto para afectar al enemigo de su abuelo. Como segunda prueba, Ortega pone la nota que aparece en el Federalista Mexicano de esa época (5-II-31), en donde se afirma que don Nicolás tuvo preso a Picaluga cuando pasó por Chilpancingo, pero que lo liberó por órdenes del gobierno federal, situación que pudo haber sido tergiversada a propósito, con la finalidad de justificar la estancia del genovés en la instalación militar; y finalmente, menciona un oficio que Bravo envió al gobierno de Bustamante el 26 de enero de 1831, en donde les comunica que “uno de los espías que tenía en Acapulco, le había informado que Guerrero se había embarcado en el Colombo, llevándose con él a Primo Tapia, a Juan Atié, y al comisionado que mandó de Jalisco, el señor General Barragán y que les avisa por si el barco toma el rumbo de San Blas para que el gobierno tome providencias al respecto. Es decir, como si el hecho de que Bravo –aparentemente– ignorara que el barco iba a entregar al prisionero en Huatulco, lo liberara de cualquier sospecha de haber intervenido en la intriga contra Guerrero.
Respecto a lo anterior, es obvio que por la importancia del popular personaje que iban a apresar y a matar, nadie quería responsabilidades en este hecho y menos por la manera en que se planeó, y estas dos medidas pudieron haber sido tomadas a propósito, para desviar la atención sobre Bravo en el evento; es más, le hacemos una concesión a don Nicolás: es posible que él no haya deseado el asesinato, sino sólo el exilio de Guerrero, para que con eso pagara lo que le habían hecho a su persona; lo cierto es que la muerte de Guerrero fue decidida en la ciudad de México, en una reunión entre Bustamante, Alamán, Facio y Espinoza, los cuales votaron por el exilio o la muerte de Guerrero y decidieron finalmente matarlo. Lucas Alamán siempre aseguró posteriormente que él había votado en contra de la muerte de Guerrero, pero nunca se le creyó.
Aquí vale la pena hacer hincapié en que Bravo y Guerrero nunca tuvieron una amistad cercana; y no la tuvieron debido más que nada a sus diferencias de origen y de clase social, que provocaban que don Nicolás menospreciara siempre a Guerrero, desde el punto de vista social e intelectual; y que si bien es cierto que Bravo respetaba a Guerrero como militar y que los dos pelearon por la independencia de México unidos por esa meta, cuando se cumplió el objetivo del movimiento, totalmente desvirtuado por el mecanismo que usó Agustín de Iturbide para ello, se inició su distanciamiento, pues sus principios ideológicos no eran iguales y las ambiciones políticas de ambos menos, ya que don Nicolás siempre buscó abiertamente un acomodo personal en la cúpula del poder, mientras que don Vicente rehuía los puestos políticos, y es en esta época –la iturbidista– cuando ambos caminaron ya por rutas diferentes, acentuándose las diferencias entre ellos; don Nicolás siempre se mantuvo como un hombre conservador, más ligado a los intereses de los españoles que a los criollos, a pesar de que él y su familia eran “españoles” oriundos de la Nueva España… criollos pues; don Nicolás era un hombre elitista, y sus simpatías por los ex realistas y en general, por la gente culta y educada de origen peninsular, hacía que sus discursos públicos fueran –con fines personales– políticamente moderados, y sus acciones medidas y calculadas fríamente, con el propósito de no distanciarse demasiado del bando contrario, con quienes se identificaba más. Recordemos el mensaje que le envió al militar realista Andrade, que le facilitó servicios médicos para sus hombres enfermos allá en Veracruz: “Dígale vuestra Merced, que lo único que deseo, es la reunión pacífica de los españoles de ambos mundos”.
Don Nicolás –ya en el México independiente– veía a Vicente Guerrero como un oponente político que le estorbaba para lograr sus metas personales relacionadas con el poder, y es por ello que Bravo –como ya se mencionó– en realidad no traicionó a Guerrero, sino que simplemente cumplió con el anhelo de vengarse de un viejo enemigo, que siempre lo obstaculizó políticamente, y que lo había humillado nacionalmente, al capturarlo en Tulancingo, cuando Bravo pretendió levantarse en armas contra Guadalupe Victoria, intentando hacer, lo que poco tiempo después logró el vicepresidente ex realista Anastasio Bustamante, al quitarle el poder al presidente Guerrero. Algún autor asegura que después del exilio, estaba prohibido nombrar a Vicente Guerrero en la casa de los Bravo.
Por otro lado, para don Nicolás Bravo –en contra de lo que pensaba Vicente Guerrero– los derechos ciudadanos de los mestizos y los indígenas en el nuevo país, no existían; su actitud hacia ellos era de franco desdén, y los consideraba ignorantes, infractores de la ley y causantes injustificados de trastornos sociales, a quienes había que poner en su lugar; eso le llevó a defender a grandes terratenientes –como los de Chilapa y Quechultenango por ejemplo– que peleaban con núcleos indígenas por tierras que eran propiedad de éstos, y no sólo eso, don Nicolás también enfrentó un largo juicio por apropiarse indebidamente de las tierras de la población de Xochipala, legalmente en manos de estos indígenas, pues la corona les había dado títulos de propiedad.
La situación fue que don Leonardo –su padre– tenía un convenio “de palabra” con los pobladores de esta localidad, para que éstos sembraran sus tierras con recursos suyos e iban a medias de la cosecha, trato fundado en la confianza que los indígenas tenían en don Leonardo; al morir éste, su hijo Nicolás continuó –no de muy buena gana– con esta relación agrícola entre su hacienda y la población de Xochipala, y años después pretendió sumar estas tierras (o parte de ellas) a las de su hacienda, provocando un problema legal con la población, que no se levantó en armas como otros pueblos sureños enfrentados con hacendados colindantes, pero demandó que se respetaran sus derechos; este juicio fue alargado artificiosamente por don Nicolás, por el respeto que las autoridades le tenían como ex jefe independentista y por el prestigio político del que gozaba; la justicia, finalmente les dio la razón a los xochipaltlecos, 20-30 años después de iniciado el litigio, cuando ya Margarita, la única descendiente de don Nicolás, había vendido la propiedad y emigrado de Guerrero.
El heredero de la pugna personal e ideológica entre Guerrero y Bravo en el sur, lo fue don Juan Álvarez, el hombre que fue soldado de Morelos y compañero de armas de don Vicente; don Juan era un cacique respetado por los núcleos indígenas, los que estimaban y veneraban a Álvarez porque defendía sus causas y pacificaba los pleitos, logrando arreglos entre ellos y los hacendados; sin embargo, los terratenientes –entre los que se encontraba Bravo– no veían con buenos ojos a don Juan, y opinaban que éste actuaba así por conveniencia personal (y así intrigaban a Álvarez con el gobierno federal) pues cada vez que Álvarez requería hombres para pelear, acudía a los grupos indígenas y lograba reunir grandes cantidades de soldados entre ellos. Era –otra vez– la ambición particular de don Nicolás Bravo, la que asomaba en su enemistad con don Juan Álvarez, pues a pesar de su larga edad, Bravo no cejaba en dominar políticamente el sur. El conservador don Nicolás Bravo fue comisionado en varias ocasiones por el presidente Santa Anna para combatir al liberal Álvarez, situación que se prolongó décadas después, cuando –ya muerto don Nicolás en circunstancias extrañas, pues también murió su esposa al mismo tiempo– el general Vicente Jiménez (heredero político de Bravo) se enfrentó permanentemente con Diego –el hijo de Juan Álvarez– por el poder. Este hecho provocó que el presidente Juárez enviara al jalisciense Otalora Arce como gobernador de Guerrero, intentando poner paz en el estado, costumbre política que continuó firmemente en el “reinado” de Porfirio Díaz, pues éste desconfiaba de los guerrerenses.
* Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” AC.