EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Agustín de Iturbide, ¿libertador de México?

Fernando Lasso Echeverría

Noviembre 27, 2018

 

(Última parte)

El artículo anterior mencionaba al final el inicio del movimiento republicano originado por Santa Anna y Guadalupe Victoria en Veracruz en diciembre de 1822, en contra del régimen imperial iturbidista (impuesto 10 meses antes) mediante la proclamación del Plan de Casamata, apoyado poco después prácticamente por todas las fuerzas militares activas en las diversas plazas de la ex colonia.
Esta explosión social y militar en contra del gobierno imperial fundado por Iturbide y sus allegados, se había manifestado en forma rápida y espontánea, debido a que a las Provincias no se les había pedido su opinión para escoger el tipo de gobierno que se instalaría en el nuevo país, y éstas, cansadas del régimen realista que las había agobiado durante 300 años, aspiraban en realidad a un sistema republicano federalista, en el que imperara la democracia. A este rechazo casi general al sistema imperial, mucho ayudó la conducta apolítica y abusiva del ejecutivo de la monarquía, que a corto plazo provocó con sus hechos, que se reunieran en un solo frente la mayoría de los grupos políticos existentes en su contra.
Iturbide, instrumento de las élites sociales del país, y víctima también de sus propias ambiciones, así como de su fuerte carácter y temperamento, salió desterrado de su patria, después de que el Congreso, con fecha 7 de abril de 1823, declaró que no había lugar a la abdicación de la corona, puesto que legalmente no había sido electo emperador; que su designación había sido obra de la violencia y de la fuerza y, por consiguiente, nula por derecho; que Iturbide debería salir cuanto antes del territorio nacional radicándose en algún lugar de Italia, y que se le asignaba una pensión anual de veinticinco mil pesos. Por último, el propio Congreso declaró que eran nulos el Plan de Iguala expedido por Iturbide y los Tratados de Córdoba, celebrados estos últimos con el postrero virrey don Juan de O’Donojú, “pues en ningún tiempo –decía el decreto– hubo derecho para obligar a la nación mexicana a sujetarse a ninguna ley ni tratado, sino por sí misma o por sus representantes nombrados según el Derecho Público de las naciones libres”.
El 11 de mayo del mismo año (1823) abandonó Iturbide el país, embarcándose en la fragata Rowllins, en el puerto La Antigua, Veracruz, llevando consigo a su esposa, a ocho hijos y 19 personas de acompañamiento y servidumbre. Hasta el puerto lo acompañó también una escolta, a las órdenes del general Nicolás Bravo –escogido por Iturbide para ello– quien por cierto, desbarató un complot que se había formado para asesinar al ex emperador.
Para sustituir al emperador, se designó a un triunvirato que ejercería el mando con el nombre de Poder Ejecutivo y que en principio estuvo formado por los generales Guadalupe Victoria, Celestino Negrete y Nicolás Bravo, pero argumentándose que la situación militar era delicada, Bravo y Victoria fueron cambiados por el licenciado Miguel Domínguez (ex corregidor de Querétaro) y Mariano Michelena. Este triunvirato removió también a los secretarios de Estado, encargando el Ministerio de Relaciones Exteriores a don Lucas Alamán, político conservador de larga trayectoria tortuosa. Gran entusiasmo había en el país en aquellos días: por primera vez resonaban en México los vítores a Hidalgo, a Morelos y a los caudillos que durante 11 años lucharon y murieron por nuestra soberanía; estos nombres habían estado proscritos por Iturbide, quien expresó una vez que si los caudillos de la Independencia resucitaran, los volvería a enjuiciar.
Sin embargo, muchos eran los problemas que tenía que afrontar el nuevo gobierno: la absoluta falta de fondos en las arcas nacionales; los primeros préstamos obtenidos con usureros extranjeros. Guatemala se independizó de México y otro tanto pretendieron hacer las provincias de Texas, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, a las cuales hubo que forzar a la obediencia con bastantes esfuerzos. Asimismo, hubo que apagar otras sublevaciones en diversas partes del país, pero estas en favor de Iturbide, promovidas por conservadores de la élite social, mismas que por su menor importancia fueron fácilmente sofocadas. Sin embargo, estas manifestaciones, aunque aisladas y poco importantes a favor del ex emperador, preocuparon al gobierno instituido, porque mediante el Congreso, aplicó medidas duras pero indispensables para cortar de raíz todo propósito de una restauración iturbidista, que hubiera continuado ensangrentando el suelo mexicano: el Congreso dictaminó lo siguiente: 1- Se declara traidor a don Agustín de Iturbide, siempre que se presente bajo cualquier título en algún punto del territorio mexicano. En este caso, queda declarado por el mismo hecho, enemigo del Estado y cualquiera puede matarlo. 2- Igualmente, se declaran traidores a la federación a cuantos cooperen directa o indirectamente para que regrese a la República.
En medio de aquel desorden, el gobierno expidió un decreto reconociendo los méritos de los primeros caudillos de la independencia, declarándolos beneméritos de la patria y mandando que sus nombres se escribieran en letras de oro en el recinto de la Cámara de diputados. Los primeros héroes que merecieron tal honor fueron Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, Abasolo, Morelos, Matamoros, Miguel y Leonardo Bravo, Hermenegildo Galeana, Mariano Jiménez, Francisco Javier Mina, Pedro Moreno y Víctor Morales, precisamente, aquellos nombres que Iturbide ni siquiera quería que se pronunciaran, porque para él no habían sido más que facinerosos y traidores.
El primer Congreso, aquel que tuvo que ver con la elevación de Iturbide al trono y también con su caída y destierro, funcionó casi dos años y cerró sus sesiones el 30 de octubre de 1823; para esa fecha, había sido ya electo un nuevo Congreso, que tendría el carácter de constituyente, el cual fue integrado por algunas personas que habían formado parte de la Legislatura anterior y por muchas otras, que por primera vez iban a figurar en el escenario político nacional, como el experimentado ex diputado de las Cortes de Cádiz, el párroco Miguel Ramos Arizpe. El Congreso Constituyente, que expediría la Carta Magna de 1824, abrió sus sesiones el 7 de noviembre de 1823, pero antes de empezar a discutir el proyecto de Constitución, expidió el Acta Constitutiva, que trazaba las bases generales sobre las cuales debería funcionar el gobierno y que, desde luego, daba por aprobado el sistema federativo, señalando cuáles deberían ser los estados de la República, y dividía los poderes en Ejecutivo, Legislativo (con dos cámaras) y Judicial. El futuro presidente sería electo por los Congresos de los estados, cada uno tendría su propio gobierno y su propia Constitución, en las que se definirían los derechos de sus habitantes, incluidos los de votar y ser votados para los cargos de gobierno.
El 14 de julio de 1824, Agustín de Iturbide proveniente de Londres, llega a las costas mexicanas en el bergantín Spring. En la Barra de Soto la Marina (Tamaulipas) desembarca un individuo de origen polaco llamado Carlos Beneski, quien le entrega una carta al responsable de la zona, el general De la Garza, firmada en Londres por un tal P. Treviño, supuesto mexicano radicado en Inglaterra, quien recomendaba a Beneski y a un inglés que lo acompañaba pero continuaba en la embarcación, que tenían el proyecto de colonizar alguna región de México con irlandeses, si el gobierno lo autorizaba después de estudiar su proyecto. El general concedió el permiso de desembarco y al otro día regresó Beneski con su compañero el supuesto inglés que no era otro que el propio Iturbide, quien fue identificado de inmediato y aprehendido y llevado a Padilla, asiento del gobierno del estado, en donde se encontraba el Congreso. Ahí fue juzgado y posteriormente fusilado en la plaza pública, después de confesar al general De la Garza, que había salido de Londres por amor a su patria y por necesidad, pues no le quedaba más dinero ni alhajas de él o su mujer, que una docena de cubiertos.
En octubre de 1824 fue nombrado el primer presidente de la República. El ganador de la elección de los congresos estatales fue Guadalupe Victoria, quedando en segundo lugar Nicolás Bravo, que ocupó la vicepresidencia, iniciándose la vida republicana constitucional de nuestro país y formándose de inmediato dos partidos o grupos políticos: los liberales y los conservadores, que comenzaron el sangriento vaivén histórico pos independentista de México: el cruento y doloroso debate entre dos proyectos de país, que de hecho, duró más de medio siglo.
El proyecto de los conservadores pretendía establecer un país similar al de la Colonia, unitario, católico, moderado, centralizador y europeizante, dominado por los criollos; el liberal, deseaba un Estado federalista, laico, americanista, generoso, que abriera las puertas del poder a mestizos e indígenas occidentalizados, y lograra una distribución más justa de la riqueza entre la sociedad del país.
Después de este repaso histórico de la vida del criollo y militar realista, Agustín de Iturbide, concluimos que existen razones suficientes para que éste no sea considerado como libertador de México. El argumento fundamental es que las clases privilegiadas de la Colonia –de las que formaba parte– viéndose amenazadas con el restablecimiento de la Constitución de Cádiz, fueron las que –al no poder vencer a los insurgentes del Sur comandados por Vicente Guerrero– se apresuraron a unirse a ellos para consumar la independencia, pero no la que soñaron Hidalgo y Morelos, sino una simulada, que buscaba desligarse del gobierno liberal que acababa de triunfar en Madrid, pero no del servilismo y la esclavitud que dominaban en la Nueva España.
Iturbide engañó vilmente al guerrillero Vicente Guerrero para que se uniera a él, con la promesa de una independencia que resultó falsa. El criollo vallisoletano deseaba romper las cadenas de España, para imponer al país otras más fuertes y ceñidas: las de los conservadores tradicionalistas; las de los criollos y españoles reaccionarios avecindados aquí; aquellos que le huían a las ideas predominantes en la península desde 1812, y que deseaban salvaguardar los fueros del clero, del ejército y de la aristocracia, y perpetuar los grilletes del fanatismo, de la oligarquía y del oscurantismo en que tenían sumida a la colonia. Esa es la verdad histórica.
Y no podía ser de otra manera, ya que Iturbide era un realista fanático que se había negado a colaborar con los insurgentes cuando Hidalgo le envió una carta a Valladolid, invitándolo a participar en la lucha. Así mismo, el hecho de que haya huido de Valladolid, con el objetivo de salvaguardar la vida y los bienes de los principales personajes políticos y religiosos establecidos en esa ciudad, cuando las fuerzas de Hidalgo se acercaban a tomar esta importante ciudad, aclara perfectamente de qué lado estaba Iturbide en la guerra de independencia.
Por otro lado, en una carta de don Mariano Michelena –encontrada muchos años después– éste afirma que Iturbide fue el que delató al grupo de ciudadanos que él había formado con García Obeso y otros distinguidos criollos, y que se estaban preparando en Valladolid para alzarse en armas en los preámbulos del levantamiento independentista.
Igualmente es conocido el odio irracional que Iturbide le tenía a los insurgentes; durante su carrera castrense fue el único militar realista que igualó a Calleja en atrocidades contra lon independentistas, pues se caracterizaba por su fiereza y crueldad. Iturbide no aceptaba prisioneros, ya que los mataba sin misericordia alguna y quemaba sus pueblos. Nunca se ha olvidado que precisamente un Viernes Santo –después de haber vencido a López Rayón– asesino a 300 insurgentes, asegurándoles a los sentenciados en forma fanática que se irían al infierno, por haberse sublevado contra el rey de España. Esta animadversión nunca la superó; cuando asumió el poder, prohibió que los insurgentes buscaran acomodo en el nuevo gobierno o alguna compensación por sus actividades como insurrectos. Quizás a esto se deba que no tengamos expedientes puntuales sobre el desarrollo militar de nuestros héroes patrios. ¿Cómo podía pues, ser veraz y desinteresada, la conversión independentista de este ferviente y leal realista?
Su carrera castrense fue truncada por las acusaciones que acumuló por ladrón, deshonesto y abusivo cuando fue militar en activo; Iturbide era mujeriego, jugador de cartas y otros juegos de azar como las peleas de gallos y por ello tenía un gasto muy superior a sus ingresos, hecho que le hacía buscar entradas económicas sin importar los medios para conseguirlas. Las denuncias fueron tantas, que el virrey Apodaca se vio obligado a sacarlo del servicio militar activo y fue trasladado a la Ciudad de México, para que se corrigiera mediante unos ejercicios espirituales que realizaba en La Profesa.
En la Ciudad de México, conoció a La Güera Rodríguez con quien se involucró sentimentalmente, y fue esta poderosa mujer quien lo recomendó a los conspiradores de La Profesa, para que él fuera el brazo armado de la maquinación ideada por este grupo. De no haberse dado este escenario, el militar seleccionado pudo haber sido cualquier otro general realista como Filisola, Bustamante o Quintanar. Asimismo, a Iturbide por su propia situación de castigo y sin ingresos, le urgía un cargo oficial que lo sacara de la penuria económica en la que estaba y del aislamiento político en el que lo tenían. Esos fueron los motivos de su aceptación para ingresar al grupo de conjurados, no la independencia de su país que era lo menos importante para él, pues era un criollo elitista que se sentía español y veneraba al sistema realista.
Treinta años después, otro gobernante ex realista y megalomaniaco, quien se autonombró Alteza Serenísima de los mexicanos, emitió un decreto en mayo de 1853, declarando a Iturbide Libertador de la Patria y ordenando que su nombre fuera inscrito con letras de oro en la Cámara de Diputados del Congreso, error que fue remediado el 22 de septiembre de 1921, por el Congreso de la Unión correspondiente al gobierno obregonista, el que después de sesionar durante tres días, decidió por mayoría de votos quitar el nombre de Iturbide del recinto parlamentario.

* Ex Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A.C.