EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Agustín de Iturbide, ¿libertador de México?

Fernando Lasso Echeverría

Octubre 02, 2018

Un segmento minoritario del grupo de escritores –fundamentalmente historiadores– del país, afirman que es una injusticia histórica que no se reconozca a don Agustín de Iturbide como el principal personaje del movimiento libertario que quitó el yugo español a nuestro país en 1821, e incluso le restan importancia a la inicial corriente libertadora de 1810 encabezada por don Miguel Hidalgo y Costilla, y que don Agustín tanto combatió. Llaman a Iturbide “el héroe olvidado por la historia oficial” y también “el otro padre de la patria”.
Iturbide, nacido el 27 de septiembre de 1783 en Valladolid (hoy Morelia), fue miembro de una distinguida familia michoacana residente en esa ciudad, formada por un respetado terrateniente español originario de Navarra, llamado José Joaquín de Iturbide, y una criolla de abolengo llamada María Josefa de Aramburu, descendiente de uno de los fundadores de Valladolid de apellido Villaseñor, quien también era ascendiente de Miguel Hidalgo, por lo que ambos tenían parentesco. El matrimonio Iturbide-Aramburu tuvo cinco hijos: otros dos varones que murieron en la infancia y dos mujeres, de las cuales sólo una se casó.
Agustín de Iturbide no tuvo estudios formales superiores, con los cuales un ciudadano de primera como lo era él socialmente, pudo haber destacado en aquel tiempo; aprendió a leer y escribir en su propia casa, por medio de un preceptor pagado por su padre, y luego de concluir sus estudios básicos, lo inscribieron en el Colegio Seminario de su ciudad natal; sin embargo, se salió tempranamente de esta institución por su carácter rebelde, pues según le dijo a su padre, detestaba el latín, lengua básica para aprender el resto de las materias; por ello no fue un hombre culto.
Su padre optó por enfilarlo a las labores del campo y a la administración de su hacienda, en donde el joven Agustín ocupó su tiempo provechosamente, pues en estas actividades obtuvo la energía y el temple necesario para la lucha en que se vio envuelto posteriormente; por otro lado, mucho tiempo lo ocupó en montar a caballo largas distancias y a domar potros briosos, hecho que lo hizo un gran jinete y lo distinguió en su etapa de soldado realista como un excelente montador, capaz de realizar largas jornadas a caballo persiguiendo insurgentes. No obstante, algunos autores lo describen como un joven disipado, sin amor al estudio, y muy apegado a cultivar la amistad de gente de mejor posición social que la suya; el recordado escritor michoacano don Jesús Romero, lo describe como amante de la vida fácil, mujeriego, jugador y déspota con quien creía sus inferiores; por otro lado, lo señala como un fanático realista, que afirmaba que la obediencia hacia el rey español era inviolable, e infaltables para él, las prácticas del culto religioso.
Es en 1798 cuando al no interesarle continuar con actividades de hacendado, Iturbide opta por la carrera de las armas, e ingresa muy joven al Regimiento Provincial de Valladolid, con el grado de subteniente. Esto fue facilitado porque desde el gobierno del virrey Revillagigedo (1789-1792) se intensificó en la Nueva España la formación y organización de los Ejércitos Reales, que habían empezado a crearse desde algunos años antes por el Visitador don José Gálvez. La oficialidad de estos ejércitos estaba formada por personas de alto nivel socioeconómico (los cargos se vendían) y muchos jóvenes optaron por esta carrera, entre los que se recuerda a Ignacio Allende, Juan Aldama, Mariano Abasolo, los hermanos Mariano y Nicolás Michelena, José María Obeso, Ruperto Mier y otros que militaron posteriormente en el bando insurgente. Los grados militares, tenían costo y se pagaban 6 mil 500 pesos por el nombramiento de capitán; 3 mil por el de teniente y 2 mil por el de subteniente.
Con 22 años de edad, en 1805 el joven Agustín de Iturbide contrajo matrimonio con la señorita Ana María Huarte, también originaria de Valladolid y que era tres años menor que él; esta joven dama era hija de una acaudalada familia encabezada por don Isidro Huarte, quien era dueño de la hacienda de Urundaneo y Regidor Perpetuo del Ayuntamiento de Valladolid. Cuando los insurgentes al mando de don Miguel Hidalgo entraron a Valladolid, don Isidro los recibió con el cargo de alcalde interino, pues el titular había huido. El matrimonio Iturbide-Huarte tuvo 10 hijos.
Once años de servicio en el ejército tenía Iturbide, cuando empezaron a manifestarse públicamente las primeras señales en favor de la independencia de México. En el año de 1808, los sucesos acontecidos en la capital del virreinato, que ocasionaron la prisión del virrey Iturrigaray y de otras personas, y culminaron con la misteriosa muerte en las celdas carcelarias del licenciado Primo de Verdad y del padre Talamantes, fueron hechos que conmovieron al país.
El cúmulo de tropas que se congregó en 1809 en la Ciudad de Jalapa por indicaciones del virrey, para ser enviadas a España en caso de que fueran necesarias para combatir la invasión de los ejércitos de Napoleón, dio oportunidad de que muchos oficiales criollos se conocieran y concibieran la idea de una sublevación para independizar a México de una manera rápida, e incluso sin grandes luchas ni derramamiento de sangre; sin embargo, el acantonamiento se disolvió, y las tropas volvieron a sus Provincias de origen; no obstante, en la mente de muchos oficiales continuó vigente la idea de la emancipación, lo cual motivó la formación de muchos grupos que empezaron a conspirar; el primero fue la junta de Valladolid, que inició sus actividades en el año mencionado.
En la casa del capitán José María García Obeso, se reunía éste con los hermanos Michelena, el licenciado Soto Saldaña, el fraile Santamaría y más personas, que hacían proselitismo entre sus amigos de la ciudad y de otros lugares, pero fueron delatados y enviados a prisión; no obstante, los conspiradores y sus familiares convencieron hábilmente al virrey, de que se estaban preparando para defender a Fernando VII y los intereses de la Nueva España, ante una probable invasión de las fuerzas napoleónicas. Algunos historiadores afirman que fue Iturbide quien los delató, cuando fue invitado a formar parte de la conspiración, basados en un escrito de don Mariano Michelena –escrito años más tarde– en el cual éste atribuyó la delación al subteniente Agustín de Iturbide.
Cuando el cura don Miguel Hidalgo proclamó la independencia en el pueblo de Dolores, la madrugada del 16 de septiembre de 1810, al recibirse dicha noticia en Valladolid, las autoridades se alarmaron extraordinariamente y su primer impulso fue organizar tropas para resistir y para ello se hicieron algunos dispositivos bélicos; pero al darse cuenta de que no contaban para nada con la gente del pueblo, y temiendo que ésta se pasara al bando insurgente como todo parecía indicarlo, el obispo Abad y Queypo, el asesor de intendencia don Alonso de Terán y el subteniente Agustín de Iturbide con 40 soldados de su regimiento que quisieron seguirlo, encabezaron la huida de docenas de vecinos acaudalados que abandonaban Valladolid al saber que Hidalgo y sus fuerzas se aproximaban; tomando recovecos y caminos poco usados, llegaron a la Ciudad de México, dejando desguarnecida a Valladolid y a merced de las tropas insurgentes que se acercaban rápidamente a la ciudad. Siendo Iturbide un miembro de la élite social de Valladolid y un militar criollo muy apegado a los principios religiosos y a los de la estirpe real (que prácticamente eran los mismos), no podía tomar otro camino; su campo estaba en la defensa de las clases sociales superiores de origen peninsular, con las cuales se sentía plenamente identificado. Es en los reportes de esta huida, cuando empieza a figurar el nombre de Iturbide en la historia de nuestro país.
El oficial Agustín de Iturbide tuvo una campaña militar muy exitosa y destacada contra los insurgentes; tanto, que llegó a comparársele con el mejor militar de los realistas españoles: el general don Félix María Calleja; tan triunfales fueron sus acciones de represión de los revolucionarios, que fue ahí donde ganó todos sus ascensos militares; sin embargo, Iturbide no sólo se distinguió por su valor y sus inteligentes estrategias de lucha, sino que hizo gala de una notable crueldad inhumana con sus enemigos insurgentes (a quienes llamaba criminales y facinerosos), quemando sus poblaciones, sus casas, y matando sin piedad a todos sus prisioneros, superando en ello, a la mayoría de la oficialidad española que defendía el imperio. A pesar de lo anterior, cuando el movimiento independentista estaba ya disminuido, se le separó del servicio activo por haber sido acusado en varias ocasiones de “poco escrupuloso” en el manejo del dinero ajeno, y un hecho de esta naturaleza bien comprobado en el Bajío de Guanajuato, originó una acusación en su contra hecha por el cura de Guanajuato don Antonio Lavarrieta y Macuso ante el moderado virrey Apodaca (que sustituyó al duro y cruel Calleja) y obligó al gobierno virreinal a desplazarlo de las actividades dentro de su ejército mientras se le juzgaba. Es en esta posición, cuando –a mediados de 1820– los conspiradores de La Profesa se fijaron en él para hacerlo instrumento de sus perversos planes y lo recomendaron al virrey Apodaca. Iturbide estaba en ese centro religioso haciendo unos ejercicios espirituales, mientras transcurría su juicio.
Muchos autores aseguran erróneamente que Iturbide fue el autor del Plan de Iguala, pero este documento fue elaborado artículo por artículo en La Profesa, por un grupo formado por aristócratas, funcionarios virreinales de alto nivel y miembros de la cúpula religiosa del país, que conspiraban para separarse de España, por así convenir a sus intereses; a estas juntas de la Casa de La Profesa acudían el propio virrey don Juan Ruiz de Apodaca, el Oidor Bataller, el Canónigo Matías Monteagudo (quien encabezaba las reuniones) el ex inquisidor Tirado, y otras personas de la buena sociedad colonial, quienes se sentían amenazados por la implantación en la Colonia de la Constitución de Cádiz, documento publicado en 1812 y que traía en su texto artículos muy liberales para esos tiempos que afectaban a las sociedades colonialistas de esa época: suprimía la inquisición y limitaba al clero en otros aspectos, daba libertad a la prensa, abolía la Compañía de Jesús y contenía otras determinaciones contrarias a los sistemas opresivos que habían imperado hasta entonces en España y sus colonias.
Todo ello impulsaba a las clases privilegiadas de la Nueva España a buscar el cambio que permitiera que todo siguiera igual; la élite de la sociedad novohispana no quería saber nada de la Constitución de Cádiz, elaborada –cuando el rey español Fernando VII estaba como prisionero de Napoleón– en el puerto español del mismo nombre por un grupo legislativo de diputados españoles liberales, mezclados con diputados constituyentes llevados allá de todas las colonias españolas, que forjaron la Constitución más disidente del mundo en aquella época, y que obviamente perjudicaba a las clases altas de las sociedades coloniales, quitándoles injustos privilegios que habían gozado durante siglos.
Al regresar del cautiverio, Fernando VII derogó la Constitución española que habían elaborado las Cortes de Cádiz, y se declaró un monarca absoluto, tratando de reimplantar su régimen imperial, pero el pueblo y el ejército español reaccionaron valientemente y a fines de 1819, se hizo la revolución que acaudilló el general don Rafael del Riego en España, y que al triunfar obligó al monarca a restaurar el sistema constitucional; sin embargo, los conservadores novohispanos, partidarios de la monarquía absoluta, no quedaron conformes y externaron su inclinación de traer a Fernando VII a la Nueva España, a fin de que aquí ejerciera el poder en forma absoluta, sin limitación constitucional alguna. Con esta idea, la élite novohispana –con la finalidad de no perder privilegios– apoyaba el deseo de instaurar en la Nueva España, no un México autónomo, sino un país subyugado por la voluntad de un rey, que ni en su propia patria era aceptado con simpatía.
Para cumplir este objetivo, empezaron a celebrarse desde mediados de 1820, juntas en la Casa de La Profesa, organizadas por el canónigo Matías Monteagudo. El primer punto a tratar por los conspiradores fue la manera de evitar que en la Nueva España se jurara obediencia a la nueva Constitución, pero el general Dávila, en Veracruz, ya había sido obligado a hacerlo por los partidarios de la Constitución y no hubo otro remedio que en México fuera jurada también por el virrey, la Audiencia, el arzobispo y todos los funcionarios civiles, militares y eclesiásticos temerosos de ser obligados a hacerlo por la fuerza.
Frustrado este propósito, tramaron otro plan, en el cual se proponía que la Nueva España, quedaría gobernada por el virrey Apodaca, sin sujetarse a la Constitución de Cádiz, sino únicamente por las Leyes de Indias, pues el nuevo código era considerado ateo y sacrílego. Apodaca retendría el gobierno hasta que en España el rey Fernando encontrara la manera de derogar la Constitución. Pero este plan no podía realizarlo Apodaca por sí mismo, porque equivalía a declararse reo de deslealtad, por la categoría de sus altas funciones y desde luego reaccionarían en su contra el ejército y gran número de españoles; era indispensable que este movimiento se realizara de la periferia al centro y para ello, urgía buscar un hombre en el que se tuviera plena confianza por su completa adhesión al rey Fernando, por sus ideas absolutistas, por su odio a los insurgentes, por su valor, por su crueldad, por sus antecedentes dentro de la milicia y por el influjo que pudiera ejercer entre sus compañeros de armas.
* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI.