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Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión  

AMLO, el capital y el nuevo patrón

El de AMLO no será un gobierno anti capitalista. Nunca pretendió serlo. Su triunfo –así le llaman, porque en el sistema de democracias capitalistas hay ganadores y perdedores– caerá como el lavado de imagen perfecto para el Estado mexicano ante el escenario internacional para obtener el espaldarazo y el carisma institucional suficientes para la continuidad … Continúa leyendo AMLO, el capital y el nuevo patrón

Julio 03, 2018

El de AMLO no será un gobierno anti capitalista. Nunca pretendió serlo. Su triunfo –así le llaman, porque en el sistema de democracias capitalistas hay ganadores y perdedores– caerá como el lavado de imagen perfecto para el Estado mexicano ante el escenario internacional para obtener el espaldarazo y el carisma institucional suficientes para la continuidad de las políticas neoliberales, los megaproyectos y la extracción de recursos geoestratégicos en el territorio nacional.
Sobre el tema de la violencia, queda muy poco claro cómo se erradicará desde un gobierno capitalista como el que propone AMLO si esa violencia es estructural; si es, justamente, una violencia propiciada por el capitalismo y materializada en su expresión ideológica y ejecutora más salvaje: el capitalismo gore, los cárteles de la droga, que a su vez sirven como los brazos paramilitares del Estado en la avanzada del despojo de los recursos de los pueblos. ¿Cómo se desmonta esta pirámide de violencia dentro de una necropolítica de Estado sin desmontar también el régimen capitalista que la sostiene? Silencio.
Y de pronto, en su discurso de victoria del domingo 1 de julio, AMLO se volvió un Ricardo Anaya. Sin emoción, sin imaginación, con teleprómpter y sin recursos retóricos. Conciliador con los empresarios y el capital.
Para AMLO, la explotación del sistema capitalista no es la causa principal de la enorme brecha de inequidad en nuestro país. Para él lo son la moral y la corrupción. No en balde suele citar la cartilla moral de Alfonso Reyes con todo y su asimilación cristiana, como guía para su gobierno. AMLO habló insistentemente de que el eje principal de su gobierno será el ataque a la corrupción; no obstante, en su discurso de victoria, olvidó mencionar los escándalos más emblemáticos de corrupción del sexenio peñista –la Casa Blanca, Odebrecht, la Estafa Maestra, entre otros– e hizo, en cambio, un amplio reconocimiento a Peña Nieto por permitirle una dócil transición.
Frantz Fanon es certero: las élites son violentas en las palabras y reformistas en las actitudes.
Se sabe que la conformación del gabinete del gobierno de AMLO será en su mayoría femenino. Aunque algunas de estas mujeres tengan trayectorias muy cercanas al régimen del PRI, como en el caso de Olga Sánchez Cordero quien, como escribió Luis Hernández Navarro, “llegó al puesto en el Poder Judicial cuando a finales de 1994, el entonces presidente Ernesto Zedillo, en una especie de golpe de Estado técnico, disolvió la Corte anterior destituyendo a sus 26 ministros e integró una nueva con 11 miembros” (La Jornada, 19 de diciembre de 2017). AMLO, sin embargo, no hizo una sola mención a las mujeres durante su discurso. Y aunque en su templete en la plancha del Zócalo lo acompañaban su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller, y Claudia Sheinbaum, ganadora de la jefatura de Gobierno en Ciudad de México, envió una extrañísima señal al compartir la tarima con Hugo Eric Flores, el pastor evangélico que preside el partido ultra conservador PES con el que Morena fue en alianza en estos comicios.
Así como en toda la campaña AMLO le sacó la vuelta al tema de la ola de feminicidios y desapariciones forzadas de mujeres que azota al país, tampoco tuvo una palabra de reconocimiento a las mujeres que construyeron y apuntalaron su campaña, y sin cuya labor –como en el caso de la heredera del linaje de la derecha empresarial Tatiana Clouthier– los resultados en las urnas hubieran sido muy distintos.
Aunque mencionó el respeto por los pueblos indígenas, la percepción colonial de AMLO es notoria: “México es heredero de grandes civilizaciones”, dijo, porque para él esas naciones deben ser algo que habita mayormente en el pasado; no en el presente “mestizo”. Esta visión estática de lo indígena, como ha escrito Silvia Rivera Cusicanqui, es muy propia de los gobiernos latinoamericanos neoliberales a partir de los años noventa. “Respetan” el pasado de las naciones originarias, lo folklorizan, pero no conciben como un problema ético desplazarlas o despojarlas de las tierras que ellas cuidan si el capital lo demanda. Será allí donde los pueblos originarios habrán de dar las primeras luchas del sexenio.
El gran llamado del primer discurso de AMLO como presidente electo fue, con mucha insistencia, por la reconciliación. El origen etimológico de la palabra reconciliación es conciliare, que proviene de concilium: asamblea, reunión, unión. Hacer volver a alguien a la asamblea, a la unión. Por lo que no se puede llamar al pueblo a una reconciliación. Se puede llamar a una reconciliación únicamente a lo que antes fue parte de esa unión. Si el sueño más grande de AMLO ha sido transformar al PRI desde su interior, quizá este llamado sea para volver a reconstituirlo con otras siglas, con otros colores. Con mucha probabilidad lo que veremos a partir del próximo 1 de diciembre no será lo que él llama “la cuarta transformación de México”, sino únicamente una reconciliación, una transformación más del PRI.
Escuchemos el mensaje del EZLN y de Marichuy, difundido en abril pasado: “Lo peor vendrá después del 1 de julio. Debemos estar organizadxs. Ya eligieron al nuevo patrón. Será el nuevo dueño de las fincas y de las haciendas. Y, como patrón, tendrá sus caporales, mayordomos y capataces”.