EL-SUR

Sábado 28 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión  

Armando Escobar Zavala

Sobre el PRD y los clásicos  (Primera de dos partes) Más que a la reflexión, llevan a la comedia los análisis de los intelectuales orgánicos de un sector del perredismo guerrerense. Miren que apelar a la historia y a los clásicos de la filosofía política,  manosearlos y ponerlos de cabeza, para dar sustento a sus … Continúa leyendo Armando Escobar Zavala

Junio 18, 2004

Sobre el PRD y los clásicos

 (Primera de dos partes)

Más que a la reflexión, llevan a la comedia los análisis de los intelectuales orgánicos de un sector del perredismo guerrerense. Miren que apelar a la historia y a los clásicos de la filosofía política,  manosearlos y ponerlos de cabeza, para dar sustento a sus análisis e “ideas”, no es sólo poco serio sino inmoral. Llevaré mis líneas a la discusión parcelar, de ese sector de la sociedad, la del perredismo. Sé que esto no es correcto, porque son más los que están fuera del partido, que aunque estoica, tiene una reducida militancia. Esta idea no es nueva –pero no por ello ha perdido vigencia– es tan vieja como la discusión que daba Alexandra Kolontai en esas interminables sesiones del PCUS.

Las filias lógicas por una precandidatura no nos dan derecho a encorvar una filosofía académica para vaciar de contenido la vida política. “El sabio debe carecer de pasiones”, decía Cicerón. Sé que es difícil en una cultura como la nuestra, pero cuando menos debemos intentarlo. Como todos sabemos, quien hace política pacta con el diablo. Pero, ¿los que hacen teoría política, los que analizan la política, también tienen ese pacto con el diablo? Me refiero obviamente a “la idea weberiana de los poderes diabólicos que acechan todo lo relativo al poder”.

Me encanta la cita de Maquiavelo, porque nos permite recrearnos y eso me llamó la atención de la colaboración de Jorge Salvador Aguilar aparecida aquí el miércoles. Pero sorprenden los nudos de su interpretación –espero que sea sólo eso y no mala fe–. Esto lo escribo por la riqueza de la filosofía ante las limitaciones de las ciencias sociales y de los dictados de apuntes de clase para convertirse en faros de la verdad. Coincido con Aguilar, por la cita a la que recurre en su artículo, en la tesis básica sobre la imposibilidad de pensar la política sin la lectura de los clásicos; pero lo invito a superar los acercamientos dogmáticos a la filosofía política.

Mas allá de los prejuicios inherentes a la tradición del maquiavelismo, recordemos su admiración por un Príncipe quien casi logró la unificación de Italia, Cesar Borgia, de cuya trayectoria extrae lo mejor de sus escritos. Una breve reconstrucción de algunos aspectos centrales de la teoría política de Maquiavelo nos advierte, escribe Jurgen Habermas, de que con Maquiavelo asistimos al abandono de la política en el sentido clásico, para convertirse en una “ciencia experimental”. Se deja de cultivar la política al estilo aristotélico para convertirse en una filosofía social, esto es, deja de ser entendida como una doctrina de la vida buena y justa, como una continuación de la ética, para convertirse en una técnica puesta al servicio de la correcta organización del Estado.

El florentino, imprescindiblemente citable para parecer culto, quien murió un 21 de junio de 1527, tres años antes de publicarse El Príncipe, los discursos y la Historia de Florencia (ésta por encargo de Julio de Médici), autor y padre prolífico, casado con Marieta, legó a la humanidad una basta obra y no pocos hijos (tuvo siete).

A partir de su cita, pasando y repasando por la mercadotecnia y la experiencia Fox, el señor Aguilar arriba al puerto que lleva nombre y que desde el inicio de su travesía anuncia: la descalificación de Zeferino Torreblanca Galindo, la incongruencia, desmemoria y el abandono de los principios de la izquierda que lo apoya. Pero su travesía no se detiene ahí, con la proa arremete contra ellos porque, según Aguilar, abandonaron la disciplina de la lectura y de la crítica. En cuanto a la lectura, coincido, pero creo que es más grave leer mal o torcer a los clásicos.

Podemos estar en desacuerdo con la precandidatura de Carlos Zeferino Torreblanca Galindo, pero manifestemos ese desacuerdo como cualquier ciudadano, sin pretender engañar con subterfugios acaremalados o comparaciones ahistóricas o descontextualizadas, maniatando a Maquiavelo.

Sólo por recordarle, y mire que no soy nostálgico señor Aguilar ni adorador de iconos, en la historia de los procesos electorales en Acapulco, la oposición al entonces partido de Estado sólo alcanzaba representación menor en el ayuntamiento de este municipio con contados regidores. Es hasta 1981, en el periodo de Amín Zarur Menes, cuando Abel Salgado Valdez (PCM) y Catalino Mendoza Lopez (PST) alcanzan las primeras regidurías en el ayuntamiento de Acapulco, gracias al rendimiento electoral –ahora así se le llama– de los partidos opositores al PRI. En el periodo posterior 1984-1986, sólo el PAN (Oscar Meza Celis) tuvo un regidor. En 1987-1989 ocurre lo mismo, el PAN es el único partido opositor que alcanza una representación (Alejandro Way Garibay) frente a la acostumbrada mayoría priísta. En 1989-1993, el PRD-OPG, PFCRN y PAN obtienen una regiduría cada uno de ellos y el PARM, dos. En 1999-1996, con la candidatura de Zeferino Torreblanca Galindo (PRD-FCA), sin críticos como usted puesto que nadie se atrevía a aventurarse a competir, porque las campañas de la oposición eran más que testimoniales, el PRD alcanzó ocho regidurías, de un total de 16 de la oposición, en tanto que el PAN y el PFCRN obtienen 2 y PPS y PARM sólo una. Para el periodo 1996-1999, el último de hegemonía priísta y segundo intento de Zeferino, se mantiene la misma representación de los grupos opositores y hasta la elección de 1999, el PRD asume la conducción del gobierno municipal de Acapulco. No quiero ser perverso como usted, por lo que agrego que ya en el periodo 1989-1993 se incrementaron el número de regidores en los ayuntamientos del estado. La representación alcanzada no debe llevarnos a modelar nuevos iconos de la democracia ya que el avance electoral del PRD se explica por factores múltiples, pero negarle a Zeferino su contribución, mínima si usted quiere, es necedad o mezquindad política.