EL-SUR

Lunes 21 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión  

Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO  * Propaganda  En su primera conferencia de prensa como gobernador de Guerrero, un reportero le preguntó a José Francisco Ruiz Massieu sobre la política de comunicación social y manejo de imagen que pensaba aplicar en su gobierno. Sin pensarlo, respondió: “Es simple, si encabezo un buen gobierno, mi imagen será buena; si mi … Continúa leyendo Arturo Solís Heredia

Octubre 15, 2002

CANAL PRIVADO

 * Propaganda

 En su primera conferencia de prensa como gobernador de Guerrero, un reportero le preguntó a José Francisco Ruiz Massieu sobre la política de comunicación social y manejo de imagen que pensaba aplicar en su gobierno. Sin pensarlo, respondió: “Es simple, si encabezo un buen gobierno, mi imagen será buena; si mi gobierno es malo, mala también será mi imagen”.

Más allá de su conocida malicia política y de su habilidad y dureza para manipular y controlar a la prensa de su tiempo, Ruiz Massieu confirmó en esa frase la íntima relación entre el ejercicio del poder público y la propaganda. Divisa antonomásica de los gobiernos populistas, la propaganda atrajo también a los primeros representantes del neoliberalismo, quienes incorporaron su versión posmoderna, rebautizada como mercadotecnia política.

Si ya desde hacía tiempo el libro de cabecera de muchos políticos mexicanos era El Príncipe de Maquiavelo, después algunos incorporaron, secretamente of course, los textos teóricos sobre la propaganda nazi de Joseph Goebbels. Y es que la promesa parecía irresistible: aprender a manipular las tendencias y simpatías políticas de la opinión pública.

Desde el primer día del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, los mexicanos sentimos el acoso de una revitalizada herramienta política. Los medios de comunicación, sobre todo los electrónicos, se convirtieron en casi una secretaría, en un instrumento esencial para lograr popularidad y respaldo social en el contexto naciente de una verdadera fuerza opositora y, por lo tanto, de una creciente competencia electoral.

Desde siempre, el antiguo régimen concibió su ejercicio gubernamental y su relación con la sociedad como escenarios ideales para “propagar” las bondades del PRI. Los actos oficiales estaban (están aún) llenos de discursos encendidos y zalameros, muchas avenidas y edificios eran bautizados con el nombre del presidente o del gobernador en turno, los presidiums se adornaban con carteles enormes, frases rimbombantes y protocolos monárquicos.

La obra social, la respuesta a las demandas ciudadanas, no se entendía como la responsabilidad intrínseca de los cargos de representación, sino como gestos graciosos de gobernantes generosos, queridos por su pueblo, dignos de ser agradecidos y aplaudidos. Y si a lo anterior le sumamos la ausencia de un verdadero proyecto de comunicación social y de acceso a la información, la deformación de la política alcanzó niveles vergonzosos.

Los gobiernos posmodernos, aún del viejo régimen, a pesar de estar dirigidos por tecnócratas educados en universidades de países con democracia electoral, no enterraron esas prácitcas. Por el contrario, su uso se fue volviendo cada vez más sofisticado e intenso, apoyado por la estridencia de los medios electrónicos. La cercanía de procesos electorales, ante una verdadera competencia entre partidos, agregó artimañas propagandísticas al viejo catálogo de excesos, ilegalidades y vicios proselitistas.

Muchos pensamos que con el arribo al poder de la oposición (de izquierdas y de derechas, rediez), se escribiría el epitafio de esas prácticas, que el mandato popular y la legitimidad electoral con que asumían la responsabilidad de ser gobierno (federal, estatal o municipal) serían suficiente armamento para convencer a los ciudadanos de las ventajas de la alternancia. Pero tal vez por su desconfianza en los estilos electorales de sus adversarios priístas, pero también por su incertidumbre en los vaivenes de las preferencias políticas ciudadanas, han ido adaptando buena parte de las antes repudiadas estrategias.

Algunos analistas son optimistas y entienden este fenómeno como parte de la transición democrática mexicana, como un episodio necesario en el que se confunden por momentos nuevas y viejas reglas, en el que conviven temporalmente los métodos del pasado con los del futuro. La reciente elección acapulqueña es un buen ejemplo de este confuso fenómeno.

Es cierto, la urgente e inmediata necesidad política del PRI de la alcaldía acapulqueña hizo que pesaran más las estrategias de la vieja guardia priísta, que los tímidos argumentos de los que buscan reconstruir un partido a la altura de los tiempos que vivimos. Los recursos modernos se contaminaron con los usos de siempre. Dávidas, acarreos, compra de votos, uso de recursos públicos y la participación activa del gobernador en favor de la causa priísta.

Pero también lo es que ni el alcalde de Acapulco pudo resistirse totalmente a esas tentaciones. Como si la evidente aprobación de los acapulqueños por su administración no hubiera sido un activo electoral suficiente para la campaña de López Rosas.

El nerviosismo ganó, incrementando las giras de trabajo de Zeferino Torreblanca, la inauguración de obras, invitando a candidatos del PRD a sus giras e intensificando la promoción televisiva de los logros de su gobierno. La justificación fue que la difusión en medios y la entrega de obras no se debía al proceso electoral, sino a la dinámica natural del fin de su administración, aunque octubre y noviembre parecía tiempo suficiente para hacerlo.

Obras son amores, dicen. Más que sus spots de radio y televisión, la mejor propaganda en favor de ZTG y, por lo tanto, de la propuesta perredista, estaba en las calles pavimentadas, en sus proyectos cumplidos, en la salud financiera del ayuntamiento.

Ojalá y pronto los políticos mexicanos entiendan que una mayor productividad electoral la conquistan buenos gobiernos, representantes comprometidos con su pueblo, un ejercicio honrado y transparente de los recursos públicos.

Un buen gobierno conquista su continuidad de manera natural, porque los ciudadanos lo reconocen y lo premian con su voto. Todo lo demás, es simple y llana propaganda, que es toda acción o efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores.  [email protected]