Raymundo Riva Palacio
Marzo 18, 2019
En una plática que dio el 28 de febrero en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, el vocero de la presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, afirmó tener las listas de 15 “periodistas, columnistas” que durante el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto recibieron alrededor del total del presupuesto de comunicación, por lo cual se dedujo que cada uno de ellos recibió mil millones de pesos. Ninguno de ellos entraría en la lista de los multimillonarios de Forbes, pero no estaría nada mal. Cada uno de ellos habría generado al día 2.7 millones de pesos. Con ese dinero en la bolsa, todos o la gran mayoría de esos 15 “periodistas, columnistas”, habrían estado en condiciones de comprar el medio para el cual trabajan, o retirarse, al tener garantizada la vida acomodada en varias generaciones de su familia.
En una entrevista posterior con la revista Contralínea, Ramírez Cuevas añadió que esos pagos no sólo fueron por publicidad, sino por asesorías de imagen y “menciones” favorables al gobierno de Peña Nieto en columnas y noticieros. Dijo tener contratos de ello, aunque dejó ver que están incompletos, porque “muchos pagos se hicieron sin que mediara documento alguno”. Lo que revelan sus palabras es que tiene una miscelánea de cosas, como convenios de publicidad que son regulados por normas y por los que se pagan impuestos; contratos adicionales por otros rubros, con sus correspondientes cantidades y los impuestos que hay que pagar, así como un alto volumen de pagos que no tiene manera de documentarse.
Ramírez Cuevas declinó dar los nombres de las personas aludidas, pero Contralínea publicó su propia lista, que viene de una relación imprecisa y tendenciosa publicada previamente en la misma revista, donde los enumera –quien esto escribe aparece en el primer lugar de la clasificación que hace el director del semanario, Miguel Badillo, ampliamente conocido en detalle en el medio– y adjudica a cada uno de ellos la espectacular cifra de ingresos individuales por mil millones de pesos. Algunos periodistas están convencidos de que se las dio Ramírez Cuevas, quien ha dado muestras de temeridad acusatoria, que cuando menos pareció avalar lo dicho en la publicación porque no sintió necesidad de una corrección contextual a lo difundido, o un deslinde siquiera.
Hasta ahora, no se ha dado, o no se sabe de que algún periodista aludido por el binomio Ramírez Cuevas-Contralínea haya sido víctima de robo o secuestro, al ser mil millones de pesos una cifra bastante atractiva para miles de rateros o personas desesperadas que por mucho menos cometen delitos. Lo que sí provocó fue una renovada campaña de difamación en las redes sociales, con nuevos memes circulando en Twitter y Facebook con las fotografías de cada uno de los millonarios de Ramírez Cuevas, acusándolos de corrupción. No es nuevo. Personas asociadas a Morena o cercanas a él llevan meses difundiendo mensajes de odio para desacreditar a periodistas con mentiras y difamaciones. En cerca de seis meses de campaña ininterrumpida, de acuerdo con una empresa que hizo un somero análisis de Twitter, más de cinco millones y medio de retuits fueron hechos sobre la primera lista, denominada “chayoteros” –la palabra que en el argot periodístico mexicano es equivalente a corrupto–, y sobre una segunda lista fabricada sobre la misma calumnia, donde tildaron a periodistas de “huachicoleros”, palabra convertida hoy en eufemismo de criminal.
El señalamiento que acompañó esas listas era haber estado “vendidos” al gobierno de Peña Nieto, y de haber ocultado críticas o callado ante la corrupción o el robo de combustible. Son palabras que casi textualmente ha repetido el presidente Andrés Manuel López Obrador, y que con diferente fraseo señaló Ramírez Cuevas a Contralínea. En las hemerotecas y videotecas, o en las búsquedas simples en la red, se podría corroborar que los dichos pronunciados son falsos. Puede haber diferencias en los niveles de crítica a Peña Nieto y a su gobierno, y ellas también pueden verse en los trabajos de los periodistas, pero de lo que a simple memoria uno puede alegar, es que todos, sin excepción, llevan años refiriéndose al robo de combustible.
Las difamaciones y las calumnias no tienen sustento en el trabajo periodístico, sino en la construcción de la idea de que ese grupo, donde la coincidencia es que nadie es incondicional del presidente o está al servicio del vocero, es corrupto. Esta idea ha sido sembrada de manera sistemática por años, pero se intensificó en 2018 y se profundizó en 2019, que corresponde al patrón de demolición de instituciones que ha seguido el presidente López Obrador.
El trabajo de convertir todo en cenizas para de ahí reconstruir la nueva República de la cuarta transformación, tiene como componente indivisible las campañas de odio en las redes sociales que en los últimos días están comenzando a trasladarse al mundo real, con insultos a los periodistas que cada madrugada cumplen profesionalmente con su trabajo de registrar las comparecencias públicas del presidente.
La semana pasada el Laboratorio Interdisciplinario del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, dio a conocer un estudio sobre tendencias y tipologías en Twitter durante los dos primeros meses de este año, y entre otros hallazgos encontró la permanencia de “una narrativa de la prensa como enemiga”, a través de 16 comunidades en esa plataforma y un centro generador de discusiones, desde donde salen las campañas de mensajes virales que buscan la estigmatización a medios de prensa convencionales y periodistas de larga trayectoria (curioso, de carreras profesionales no habla nadie).
El ITESO no señala por nombre y apellido a quienes están detrás de estas campañas de odio, sobre lo cual ya hay peticiones de intervención al Mecanismo de Protección a Personas Defensoras de los Derechos Humanos y Periodistas, que depende de la Secretaría de Gobernación. Pero el tema del acoso a la prensa ya comenzó a saltar las fronteras. A Ramírez Cuevas no parece interesarle que eso suceda. Él aprieta el acelerador. Hoy empieza una nueva semana de apariciones presidenciales en Palacio Nacional, donde una vez más, habrá de esperar con qué nuevas sorpresas difamatorias nos salen los altoparlantes del vocero implantados entre los profesionales.
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