EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

PÁGINAS DE ATOYAC

Crónicas del Palacio XIII

Víctor Cardona Galindo

Enero 07, 2019

El Ejército Popular Revolucionario (EPR) hizo su aparición el 28 de junio de 1996 en el primer aniversario de la masacre de Aguas Blancas. Ese día siendo director de Comunicación Social del Ayuntamiento de Atoyac acudí al vado para acompañar a Wilibaldo Rojas Arellano quien fungía como síndico. Entre otros, iba la directora de la Participación Social de la Mujer Angélica Castro Rebolledo, recuerdo también a don Cipriano de la colonia Cuauhtémoc.
Marchamos desde la salida de Aguas Blancas al vado, en el camino saludé algunos reporteros de Acapulco como Heriberto Ochoa Tirado y Javier Trujillo. Entre la gente iban jóvenes que hablaban por radio. Uno de camisa roja pedía sacar de la marcha a un infiltrado que ya tenían identificado. Al llegar al vado observé que había vigilancia al fondo arriba de unas gigantescas piedras.
Al llegar al evento, como no llevaba comisión específica, me dediqué a platicar con los reporteros, también me encontré a la defensora de los derechos humanos Aurelia Pérez Cano que colocaba unas mantas y comentamos asuntos de Atoyac. En el presídium hablaba el padre Máximo Gómez Muñoz y no supe qué dijo Cuauhtémoc Cárdenas. Luego comencé a buscar a Lucio Castillo Gervasio para enfrentarlo, en los albures, con un fotógrafo de nombre Urbano. En eso estaba cuando la gente comenzó a correr, miré hacia el cerro y vi hombres armados caminado rápido hacia la multitud con cuernos de chivo en la mano. Pensé que había caído el Ejército a masacrarnos. Mi primera reacción fue correr rumbo a una zanja, pero unos hombres de camisa blanca y gorra amarilla que estaban tomados de las manos decían: “no corran, son compañeros”, entonces regresé a buscar a los míos. No se podía dejar el lugar, los hombres de gorras amarillas eran muchos y habían formado una cadena humana en torno a la concentración. Ya nadie pudo salir. Una mujer de Aguas Blancas decía: “Yo solamente vine a la misa, ya me quiero ir”.
Confieso aquí que yo nunca fui cardenista. Me incorporé al cardenismo y después al PRD porque pensé que era la vía para cambiar la vida de los pobres de este país. Nunca simpaticé con la personalidad del líder más importante de la izquierda de México en los últimos años. Es más, nunca le puse atención a sus discursos y nunca los leí cuando los encontré impresos. Pero ese día lo vi solo, parado en la orilla del mitin, rumbo a la salida, y dije entre mí: “bueno si me van a matar aquí, que me maten cerca de Cárdenas” y me le acerqué lo saludé por primera vez y hasta lo abracé. El viejo correspondió a las muestras de afecto pero sin mover ningún músculo de la cara. Cuando volví los ojos al presídium ya hablaban los encapuchados y las columnas guerrilleras estaban apostadas a los lados. Entonces me regresé donde estaba la muchedumbre escuchando los discursos. Confundido, al principio pensé que los rifles AK-47, conocidos como cuernos de chivo, eran de plástico. Pero al acercarme al primer miliciano que estaba a un costado del presídium ya supe que eran de verdad, me di el lujo de darle un toquecito con el dedo en el cargador. El guerrillero no se movió. Mientras escuchaba “La primera declaración de Aguas Blancas” un líder campesino se me acercó me saludó y me dijo: “Ahora sí, el pueblo tiene quien lo defienda”.
Ya sabiendo que se trataba de una guerrilla de verdad, quise acercarme a la columna que estaba a la izquierda con relación al presídium, pero resbalé y cuando ese grupo de guerrilleros abandonó el lugar, un eperrista chaparrito me dijo adiós. Pensé que a lo mejor ese guerrillero tenía miedo o quería darme algún recado para su familia. “A lo mejor se trata de un amigo”, reflexioné.
Después de su presentación pública los guerrilleros se fueron y pudimos salir. Al llegar al puente de Coyuca los atoyanqueses, que veníamos en una camioneta de redilas, nos bajamos para tomar un refresco, recuperarnos de la impresión y esperar que se sumaran los compañeros perdidos, porque algunos por miedo se subieron a la primera camioneta que encontraron. Nos reorganizamos. Hasta ahí me alcanzaron cuatro reporteros de Acapulco que se movían en un coche Tsuru blanco, entre ellos iba mi amigo Cecilio Molina Martell, querían que les dijera quiénes eran los que aparecieron en el vado. Yo les contesté entre risas nerviosas que no sabía. Uno de ellos fue muy duro me dijo: “Tú sabes, te haces pendejo si son de tu gente”. Me sentí acosado.
Luego partimos rumbo al Zócalo de Acapulco donde el PRD haría un mitin. El presidente del partido Octaviano Santiago Dionicio dijo que se avecinaban tiempos oscuros y llamó al gobierno a respetar los derechos humanos de los civiles. Por la noche nuestro contingente regresó para Atoyac, en el camino fue revisado dos veces por los militares. Ya había soldados bien pertrechados, con casco y todo, custodiando la carretera. Ya era muy noche cuando llegamos a Atoyac y lloviznaba. Me quedé a dormir en la casa de Fortunato Hernández y Angélica Castro Rebolledo. No me pude ir a El Ticuí. Entre nosotros todo era un mar de confusiones, no atinábamos en un análisis serio. No asimilábamos lo ocurrido durante el día. Ya pasada la emoción comencé a recorrer el casete. Entonces ya fui sincero conmigo mismo. La verdad es que yo ya esperaba la irrupción de un grupo guerrillero en cualquier momento. Ya lo habíamos comentado con algunos cuadros experimentados de la izquierda. Algunos compañeros del PRD me dijeron que había rastros de un campo de adiestramiento al sur de La Remonta y que, después de la masacre de Aguas Blancas, habían visto atravesar el río un grupo numeroso de hombres armados. “No son guachos”, me dijeron.
Recordé que un día, parece que de 1988, alguien deslizó un periódico Proletario por debajo de la puerta de un vecino en El Ticuí. Me lo mostró. Los ticuiseños siempre se han mantenido ajenos a ese tipo de cosas, para él ese periódico era extraño. Yo lo leí, hacían un análisis de la realidad nacional e internacional, hablaban del concepto Guerra Popular Prolongada (GPP) y esas cosas. Llamaban al pueblo a formar comités de autodefensa armada en contra de la oligarquía.
También fui dirigente estudiantil de la preparatoria número 22 en la generación 1987-1990. Como me formé en la izquierda era el único estudiante que intentaba adoctrinar a mis compañeros a favor del socialismo, y en las “saloneadas” hablaba de burguesía, de proletariado, oligarquía, Estado burgués e imperialismo. Un día en las butacas de varios salones aparecieron ejemplares del periódico Proletario que editaba la alianza Procup-Pdlp. Mi novia levantó varios ejemplares y me dijo ¿por qué dejaste esto en los salones? Yo tomé uno y lo leí. Fui a ver a un viejo maestro de izquierda y le pregunté sobre eso. Me expresó su concepto del Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo (Procup) decía que era una organización guerrillera muy radical surgida en la Universidad de Oaxaca y que el Partido de los Pobres (Pdlp) eran lo que había quedado el grupo de Lucio Cabañas Barrientos, que habían secuestrado a Arnoldo Martínez Verdugo y asesinado a Francisco Fierro Loza en Chilpancingo. Había que tener cuidado con esas organizaciones. Tener una idea sobre esas estructuras políticas no evitó que yo fuera el principal sospechoso de repartir esos folletos. Cursaba el segundo año en la tarde y ese día estaba ahí muy temprano, “qué casualidad” dijo un estudiante del grupo contrario. La verdad es que llegué temprano, a la preparatoria, acompañando a mi novia que iba en la mañana.
En 1989 un joven estudiante me confió que platicó con un encapuchado que le habló de socialismo y de seguir la vía armada para cambiar el sistema.
En 1990 después de realizar una reunión del PRD, en una comunidad sin energía eléctrica, un hombre desconocido se me acercó en la oscuridad de la cancha de basquetbol para decirme que un jefe de la alianza Procup-Pdlp quería platicar conmigo.
Le respondí que no podía porque en ese momento abandonaría la comunidad y le dije que si querían me salieran en el camino y platicábamos. La verdad es que tuve mucho miedo, pero formalmente le dije que volvería. Esa noche acompañado de Ramoncito Pino, caminamos en la oscuridad y dormimos en la comunidad siguiente arropados por unos costales. El compañero que nos dio posada era muy pobre, solamente pudo compartir un zarape y nos tendió unos costales en el suelo del corredor de su casa. Luego nos dimos cuenta que el sarape también era muy pequeño. Pasamos mucho frío porque la casa del campesino estaba a la orilla de un arroyo.
El encuentro con los hombres encapuchados del monte no se dio porque me fui al puerto de Acapulco dizque a estudiar. Encontré trabajo repartiendo periódicos en El Suriano de Carlos Yáñez, después me habilitaron como reportero. En esa época nos llegaba por correo personalizado nuestra suscripción del Proletario. Recuerdo que un día dormitaba en la sala de redacción de la oficina de comunicación social del gobierno del Estado en La Garita, llegó Rodrigo Huerta y dijo: “Está dormido el guerrillero”. Supongo que por ser de Atoyac me hacían esa broma. Pero los “orejas” se lo tomaron en serio. El día primero de enero de 1994 cuando apareció en Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas hubo periodistas que me llamaron para preguntar mi opinión. El primero que me llamó, y me dio la noticia del levantamiento, fue Leodegario Aguilera Lucas, me dijo: “prende la tele y me dices qué opinas”. La verdad la irrupción del EZLN en Chiapas me confundió, al principio pensé que eran de la ETA de España. Luego, el 10 de abril de 1994, enviado por la agencia de noticias IRZA de Chilpancingo, estuve todo el día en Ayutla cubriendo un evento de campesinos. Recuerdo que bajito el agua se hablaba de un posible levantamiento armado ese día. No se dio.
Por eso esa madrugada del 29 de junio de 1996, tirado en la hamaca de la casa de Fortunato Hernández y Angélica Castro comencé a sentir miedo. Ya casi al amanecer llegó El Boris un huracán devastador, sus vientos destrozaron la Costa Grande. Después de pasada la tormenta y de ayudar a mis vecinos afectados por ese fenómeno natural, escribí éste verso: “Se fueron con el rayo /y antes de la tempestad /enverdecieron con la sierra /en busca de la libertad”.

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El Ejército Popular Revolucionario (EPR) apareció en siete estados pero principalmente en Oaxaca y Guerrero. En este estado su mayor actividad la ejecutó en Atoyac donde visitó ocho comunidades de este municipio, y realizó pintas en casi todas las colonias de la cabecera y poblaciones del bajo como Cacalutla. La primera aparición del grupo armado fue en la colonia 18 de Mayo, el miércoles 4 de diciembre de 1996, como parte de su campaña de propaganda armada “Lucio Cabañas Barrientos”, el EPR llamó a un mitin en ese núcleo poblacional. Eso obligó al presidente municipal Javier Galeana Cadena a declarar que los guerrilleros eran sus amigos “si buscaban beneficio para el pueblo”. Galeana Cadena emitió un discurso el 2 de diciembre por la radio en honor a Lucio Cabañas buscando un acercamiento con los sectores de izquierda.
A raíz de la aparición de esa nueva guerrilla del movimiento armado socialista los conflictos sociales de El Cucuyachi, Cacalutla y Agua Fría se agudizaron. Se vino la militarización y el hostigamiento permanente a los perredistas en las diferentes comunidades. Por esas fechas también comenzaron a caer asesinados algunos líderes priistas. Los “orejas” agentes de Gobernación estatal y federal se multiplicaron. Había informantes del Centro de Información y Seguridad Nacional (CISEN), soldados de civil del Grupo de Inteligencia de Zona (GIZ), un grupo de militares de inteligencia que venía directamente de la Ciudad de México, de la Policía Federal Preventiva, de la PGR, Policía Judicial Militar, de la Policía Motorizada y muchos “madrinas de la Judicial”. La cosa se puso cabrona.

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Cuando terminó el gobierno de María de Luz Núñez Ramos me reincorporé al periodismo, me abrieron las puertas en El Sur. Un día un “periodista” me citó en un pasillo que había en el cine Playa Hornos de Acapulco. Me dijo emocionado que le habían filtrado una lista de los guerrilleros del Ejército Popular Revolucionario. Me invitaba a compartir la información por si le pasaba algo al publicarla. Me entregó la copia de una lista de nombres escrita a máquina, era una copia simple sin logotipos. Comencé a leer encontré muchos nombres conocidos de políticos y luchadores sociales de izquierda de la Costa Grande. Le dije “esta lista no es confiable”, me dijo “sí, es buena la fuente que me la dio”. Le alegue que no era confiable porque mi nombre aparecía en el número 13 de la lista.