Rosa Icela Ojeda Rivera
Julio 20, 2016
Muchas de las mujeres que fueron asesinadas por sus parejas habrían sobrevivido si hubieren tenido la oportunidad de ejercer un mínimo de libertades, si la violencia contra las mujeres no tuviera un estatus tan naturalizado, si ellas tuvieran acceso a derechos, bienes y poder.
Muchas veces hemos oído decir que la política está presente en todos los aspectos de nuestras vidas, incluso en lo que comemos y en lo que vivimos en el día a día, y es verdad; la política determina incluso aspectos en los que creemos actuar con la más entera de nuestras libertades: el amor, la familia y las relaciones de pareja.
El amor, las relaciones de pareja y la familia responden a un modelo construido social, cultural e históricamente basado en relaciones de dominio, un dominio que es ejercido por parte de quien dispone de derechos, recursos y poder, de forma inversamente proporcional sobre quien o quienes se hallan desprovistos de ellos.
En la cultura amorosa predominante, son las mujeres las desiguales, las desposeídas de derechos, recursos y poder, por tanto las que viven el amor, las relaciones de pareja y el ámbito familiar desde la subordinación y la servidumbre, lo que significa que están al servicio del otro o de los otros.
Este modelo de amor hegemónico y enajenante, se crea y recrea en todos los aspectos de la vida, cultural y social por medio del cine, la televisión, la literatura y las canciones, que trasmiten un único modelo de amor construido de una vez y para siempre. Este modelo amoroso no tiene espacio para ser reconstruido por medio de pactos que, como todos los acuerdos para ser válidos y verdaderos, deben ocurrir entre personas libres e iguales.
Las mujeres sólo pueden intervenir en estos pactos amorosos si son libres y sólo pueden ser libres si poseen iguales derechos, recursos y poder que sus parejas. Si no tienen el mismo nivel de empoderamiento, difícilmente podrán acudir en igualdad de condiciones. Si como es común, ellas están desempoderadas y sin derechos materializables, el pacto de las nuevas condiciones será impuesto por sus parejas, ellas seguirán siendo sujetas de la dominación bajo el velo del amor. El sujeto empoderado es el que pone fin a la relación cuando quiere y conviene a sus intereses, es el sujeto empoderado el que impone los castigos cuando a su juicio las mujeres se hacen merecedoras de ellos. Los castigos impuestos por el cónyuge empoderado tienen un catálogo de violencia machista y pasional que va desde la infidelidad, los golpes, el insulto, el abandono o la muerte.
Afortunadamente vivimos un momento de transición que ha permitido, aunque de manera limitada, la actuación de grupos organizados que están generando nuevas relaciones de poder, más democráticas, más participativas, más transversales, por lo menos esa es la aspiración. Dentro de esos grupos que promueven el cambio, están las feministas que plantean una una nueva ética amorosa, que promueve el fin del modelo patriarcal basado en la desigualdad y la dominación de las mujeres.
La nueva ética amorosa proyecta un cambio en las relaciones amorosas, familiares y de pareja que generen espacios de libertad, donde hombres y mujeres sean libres en su individualidad, donde el amor, la pareja o la familia no impliquen renuncia y subordinación, donde sea posible identificar y ejercer mi tiempo y tu tiempo, mi espacio y tu espacio. Para la nueva ética amorosa es imprescindible que los derechos, los recursos, las propiedades y los conocimientos sean al menos similares entre los componentes de la relación amorosa, de pareja o familia. La nueva ética amorosa es válida, viable y necesaria.
Se trata de un nuevo modelo de relación donde nadie renuncia a ser persona con todas las características filosóficas modernas que ello implica: realización, trascendencia y libertad. Como sostenía Sartre: combinar mi libertad con tu libertad, no mi sujeción con tu sujeción, habida cuenta que una relación de pareja implica una cierta pérdida de libertad que debe obligatoriamente ser compensada con la potenciación de otras libertades. Se trata de construir el amor entre personas que se afirman en su individualidad, pero como decía Simone de Beauvoir, mientras las mujeres no seamos libres, no podemos aspirar ni al amor ni a la libertad.
Debemos empezar por ser conscientes de que las mujeres tenemos derecho al amor, como un derecho humano, como un derecho que promueve la libertad, la vida y la felicidad, sin que implique renuncia a la autonomía y a la auto realización.
En una sociedad como la guerrerense donde las mujeres son las más pobres y analfabetas, sin acceso al ámbito laboral, las más desiguales en términos sociales, económicos, políticos y culturales su posición de dominadas está garantizada, también por tanto su vulnerabilidad. Su vida queda entonces en riesgo porque como parte de su desigualdad han sido privadas del más elemental de los derechos, el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos. Algunas consecuencias de la privación de sus derechos se expresa en embarazos adolescentes, muerte materna, altas tasas de natalidad y altas tasas de homicidios violentos perpetrados por sus parejas o en el ámbito de la familia.
Las mujeres en Guerrero mueren y son asesinadas porque no tienen forma de ejercer sus derechos, porque carecen de propiedades pero fundamentalmente porque carecen de la más elemental de las libertades, su libertad sexual que implica tener derecho a decidir sobre su maternidad. Es necesario que en la agenda legislativa se recupere la maternidad como un derecho. Es imprescindible quitar a la maternidad el sentido del deber y convertirlo en lo que debe ser: una opción en libertad.
Muchas de las mujeres que fueron asesinadas por sus parejas habrían sobrevivido si hubieren tenido la oportunidad de ejercer un mínimo de libertades, si la violencia contra las mujeres no tuviera un estatus tan naturalizado, si ellas tuvieran acceso a derechos, bienes y poder, algo fundamental en una relación de pareja, si no se hubieran convertido en la propiedad del otro.
¿Qué vida puede ser la de una mujer que a los 24 años tiene un hijo de 8, otro de 6, uno más de 4, está embarazada de 4 meses y es asesinada por su pareja? ¿Qué vida puede ser la de la niña de 13 años que es casada con un hombre de 33 que la asesina dejando caer un pico sobre su cabeza? ¿Qué vida es la de las jovencitas de 13, 14, 15 y 16 años que para sobrevivir ejercen la prostitución y son violadas y asesinadas a manos de sus clientes.
¿De qué libertades hablamos? ¿De qué igualdad, en un lugar dónde las mujeres no pueden ejercer el amor como parte de sus derechos humanos, donde no pueden negociar condiciones como pactantes?
Al menos, sí, al menos, deben tener el derecho a decidir sobre su maternidad, quitándole el sentido de condición natural de las mujeres. Las mujeres merecemos construir el amor, la sexualidad y la maternidad como opciones en libertad, con plena autonomía en la toma de decisiones. Eso es lo que queremos como parte de la agenda legislativa y como parte fundamental de las políticas públicas hoy en Guerrero.