Raymundo Riva Palacio
Mayo 27, 2021
En la épica de la llamada “Cuarta Transformación”, un eufemismo que justifica la destrucción de todo lo habido sin necesidad de presentar alternativas viables que sustituyan la pérdida de valor, ayer se vivió un nuevo capítulo de este proceso en las horas reservadas diariamente para gobernar. “El petróleo es el mejor negocio del mundo”, proclamó el presidente Andrés Manuel López Obrador, al justificar la compra del 50.1 por ciento de las acciones de la empresa anglo-holandesa Royal Dutch Shell de la refinería en Deer Park, en Texas, donde el gobierno de Carlos Salinas se hizo co-propietario del 49.9 por ciento hace casi tres décadas. “No hay pérdidas”, agregó. “El petróleo es el mejor negocio del mundo. Había pérdidas cuando operaba la corrupción”.
En la mañanera había una atmósfera de celebración. El paquete de la compra de la refinería en la epopeya del rescate moreno de Pemex, envuelto en papel tricolor con la bota sobre la corrupción. Laura Itzel Castillo, consejera independiente de Pemex, nombrada por López Obrador, y quien por el apellido de su padre Heberto, obtuvo por ósmosis experiencia en la industria, elogió la operación financiera, cuyo Consejo de Administración reconstruido también por el presidente aprobó. Fue un momento heroico para la audiencia masiva, que tiene una cara oculta, la de la verdad, antítesis de la epopeya, pero sin mentiras ni verdades a medias.
El lunes pasado en la mañanera, el presidente anunció la compra de las acciones de la Shell, que tuvo un costo de alrededor de 12 mil millones de pesos, que no requirieron crédito ni endeudarse. Totalmente cierto, aunque omitió algo que ayer el director de Pemex, Octavio Rodríguez Oropeza, reveló: la operación incluye que México se quedará con un pasivos de 980 millones de dólares, alrededor de otros 19 mil 500 millones de pesos, que será una deuda que sin haberla contratado el gobierno, compró. Los datos se le empezaron a hacer bolas y mintió, no se sabe si deliberadamente o por ignorancia.
“El año pasado no hubo ganancias en esta empresa”, reconoció, explicando los problemas que tuvo la refinería por la pandemia del coronavirus, “pero a lo largo de todos los demás años ha tenido una actividad constante, un buen desempeño de utilidades”. Esto no es cierto. Como publicó El Financiero el lunes en su página en internet con datos de la Securities and Exchange Commission, equivalente al SAT mexicano, la refinería empezó a tener problemas desde 2015, cuando sus ingresos (mil 900 millones de dólares) empezaron a tener una caída sostenida hasta 2018 (870 millones de dólares), el último año en estar en un balance positivo. En 2019, antes de la pandemia, tuvo mil 400 millones de dólares de pérdidas, y en el año de la pandemia, cuatro mil.
El rendimiento decreciente no fue motivo de preocupación del gobierno, por lo que se puede apreciar de la euforia discursiva. López Obrador dibujó un horizonte promisorio porque la demanda prospectiva de combustibles fósiles, dijo citando a “las principales consultoras especializadas en el sector energético”, se incrementará en los próximos años. No reveló de dónde sacó sus datos, pero si se asume para efectos de argumentación, que utilizó a Barclays, el banco que asesoró a Pemex para la compra de la refinería, López Obrador podría estar forzando, tergiversando o mintiendo a los mexicanos sobre las perspectivas de la industria petrolera.
En un reporte de ese banco de inversión publicado en 2019, el pico de la demanda de petróleo será entre 2025 y 2030. El presidente dijo que habrá una demanda creciente hasta 2051. Barclays predice que la demanda se paralizará en 2050, cuando, como dijo López Obrador, el crecimiento de la demanda en los próximos años será de los países emergentes, principalmente asiáticos, pero irá reduciéndose como en los países industrializados por el incremento en la utilización del transporte eléctrico. De hecho, la oferta de Pemex le cayó como anillo al dedo a Shell, que le fue muy bien en esta venta por donde se vea. Este miércoles una corte en La Haya le ordenó reducir sus emisiones de carbón en 45 por ciento para 2023, en comparación con sus niveles de 2019, en un fallo considerado histórico por los abocados a la defensa climática.
Shell sólo vendió la refinería –la operación deberá ser aprobada por las autoridades reguladoras–, pero se queda con su planta de petroquímica, la rama del sector energético que sí crecerá durante bastantes años. El gobierno sólo estaba interesado en el petróleo, la obsesión cultural del presidente, quien jugando con conceptos técnicos, dijo que esta compra cambiaría su modelo de negocio. Qué quiso decir, no se sabe, pero subrayó que el petróleo no pierde dinero. No hoy, cierto, pero su valor decrece sistemáticamente.
La demanda de los países miembros de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, donde está México pero no China, se está reduciendo. Un reciente reporte de la Agencia Internacional de Energía señala que la demanda de esas economías de 43.8 millones de barriles diarios en el primer trimestre de este año, topará en 2023 en 46.2 millones, y comenzará a bajar, 46 millones en 2025 y 45.8 en 2026 por el incremento en el uso del transporte eléctrico.
Este tema está totalmente ajeno a la agenda de López Obrador, como otros, como el desarrollo de fuentes alternas de energía limpia. Para él, el petróleo es la panacea, y sin importar los esquemas financieros de costo-beneficio, tener bajo control toda una refinería que sí funciona, es una bendición, literalmente hablando. Las risas en la mañanera reflejaban la celebración, que no deja de ser coyuntural y cortoplacista. Pero no importa. López Obrador terminará su mandato en el otoño de 2024 y lo que venga después será otra cosa. Así como no se responsabiliza del presente y culpa de todo al pasado, cuando alguien más ocupe su despacho, ya sabemos, echará la culpa al futuro de los estropicios que cometió en su sexenio.
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