Raymundo Riva Palacio
Julio 02, 2021
Nada distinto a lo que hemos visto a lo largo del sexenio sucedió este jueves en el informe trimestral del presidente Andrés Manuel López Obrador sobre su gestión de gobierno. El nombre del juego es minimizar, mentir, tergiversar, hablar con medias verdades y esconder la cara oscura de su administración, como lo hizo en cada uno de los rubros que tocó. Mal haría en no difundir sus logros y avances, pero fue poco honesto al hablar de otros temas. Era mejor que no los tocara y que los pasara de largo, pero va contra su naturaleza. Después de todo, su mundo es el de las percepciones y el engaño, donde hasta ahora, ha tenido éxito.
Qué importan los datos, porque él tiene sus dichos. Como el autoelogio sobre lo que considera una eficaz gestión en el manejo de la pandemia del coronavirus, donde “hemos hecho todo lo que humanamente es posible para salvar vidas en la pandemia… y respondimos a tiempo. Nuestro país no está colocado en los primeros lugares de mortalidad en el mundo”. Depende de la métrica, por supuesto, pero si tomamos la de la Universidad Johns Hopkins, que ha hecho un rastreo de la Covid-19 en casi 190 países, México ocupa el lugar cuatro en muertes y el 15 en casos positivos. El exceso de mortalidad es el tercero más alto del mundo, y de acuerdo con la Secretaría de Salud, los muertos directos o indirectos por la pandemia, hasta hace 15 días, casi llegaban al medio millón.
Sus datos salen de quién sabe donde, así como sus interpretaciones, pero son su verdad. Dijo que 19 entidades se encuentran en semáforo verde epidemiológico, pero los datos de la Secretaría de Salud ubican a 17 entidades con una alza en contagios, y sólo en la última semana de junio, con datos aún no consolidados, se tenían registrados 13 mil 700 nuevos casos positivos. El optimismo de López Obrador no empata con las estimaciones del propio gobierno, donde señalan que no más de cinco entidades tendrían que estar en semáforo verde, con una tendencia a incrementar la alerta nacional. No lo va a hacer, porque de promover la ilusión de que vamos bien en la pandemia, construye el consenso para mantener abierta la economía.
Presumió que la crisis del coronavirus no desembocó en una crisis de consumo, lo cual es incorrecto. Desde enero del año pasado ha tenido una contracción el consumo, y en el primer trimestre de su sexenio, ya había caído medio punto porcentual con respecto al último trimestre del gobierno de Peña Nieto. Tampoco es cierto que la inflación esté controlada, cuando es todo lo contrario (subió a 6 por ciento, casi el doble del rango manejable), que obligó al Banco de México a elevar sus tasas de interés.
Ya sabemos que el presidente es muy proclive a traducir los temas más complejos en forma simple y de acuerdo con sus intereses. El mejor ejemplo es el tipo de cambio, que siempre lo ha llevado a jactarse de ser resultado de la confianza que hay en su gobierno, cuando la realidad es que se debe al diferencial de las tasas de interés, donde las que se tienen en México son más altas que en otros países y dan más rendimientos.
Cada quien juega con las cifras y las estadísticas y le puede dar su propia interpretación. Lo que es más difícil es afirmar lo que no es, aunque en el caso del presidente, hacerlo le sigue saliendo bien. La seguridad, por ejemplo. En su informe dijo que había habido un avance en la seguridad, lo cual no es así. Dijo el presidente que le heredaron el problema de la violencia, lo cual es completamente cierto, pero nunca admitirá que se encuentra peor que antes.
El homicidio doloso, que es en donde han hecho énfasis para mostrar avances, el año pasado, cuando hubo un largo confinamiento, la tasa de víctimas por ese delito a nivel nacional fue de 27.04 por cada 100 mil habitantes, similar a la del año previo que fue de 27.40. Esa tasa fue más alta que cualquier año en el sexenio de Enrique Peña Nieto, de acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Hasta ayer, según la consultora TResearch, el número de homicidios dolosos en el gobierno de López Obrador llegó a 88 mil 493, contra 43 mil 956 durante el mismo periodo en el gobierno de Peña Nieto, y muy por arriba de los 31 mil 972 en el de Felipe Calderón.
López Obrador minimizó la violencia política y dijo que no hubo masacres el día de la elección. Es cierto que no hubo masacres ese día, lo cual, para efectos de accionar de las organizaciones criminales, no tiene sentido ni antecedente. El narcotráfico actuó antes del 6 de junio con intimidación y asesinatos de candidatos que competían contra quienes apoyaban. Después fue otra cosa.
En la prensa se publicó esta semana que se han registrado al menos 10 masacres posterior a las elecciones, que se explica por los ciclos que se dan después de procesos de esta naturaleza, al reajustarse la correlación de fuerzas criminales en municipios y estados. Según la consultora Etellekt, el último proceso electoral fue el más violento en la historia de México, al extenderse a todas las 32 entidades, abarcó 570 municipios, incluidas 29 capitales estatales, y se registraron más de mil delitos, incluidos 106 homicidios dolosos.
Nadie esperaría que López Obrador se flagelara. Mal haría, porque el objetivo de la comunicación política de los gobernantes es subrayar los logros y hacer de lado aquellas cosas que no resultaron como esperaban. Eso se entiende, a diferencia de rendir cuentas con datos falsos, tergiversados o descontextualizados. Pero esa es la marca de la casa, los discursos mareadores, que no tendría porqué cambiarlos si encuentra en la gradería el aplauso y el apoyo. La realidad, sin embargo, en algún momento se les cruzará.
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