EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Doña María Ignacia Rodríguez, la famosa Güera Rodriguez

Fernando Lasso Echeverría

Marzo 05, 2019

La Güera Rodríguez fue un personaje célebre del siglo XVIII y principios del XIX, que nació en la Ciudad de México en 1778 en pleno auge colonial, y le tocó vivir el inicio del México independiente.
En todos los textos escritos por contemporáneos de esta encumbrada dama de la sociedad colonial de la Nueva España, se refieren a ella como una mujer de belleza incomparable, carismática, inteligente e ingeniosa, e inmensamente rica, pues además de ser acaudalada por su familia de origen, estuvo casada tres veces con hombres adinerados y poderosos, que la dejaron viuda en forma consecutiva, hechos que le permitieron acumular mayor fortuna. Sus padres fueron don Antonio Rodríguez de Velazco y Jiménez, regidor perpetuo de la Ciudad de México y miembro del Consejo de su Majestad, y doña María Ignacia Ossorio Barba y Bello Pereyra, española de ascendencia noble; esta dama novohispana –dicen sus cronistas- llamó la atención por su belleza desde que era niña; sus ojos de un azul profundo, su boca pequeña, con una dentadura perfecta y una sonrisa primorosa, hechizaban a sus interlocutores; pero lo más notable de su físico, era su pelo rizado natural de un color rubio como el oro, que le ganó el mote de La Güera. Existe un texto de Humboldt, en el cual éste afirma, que La Güera Rodríguez “era la mujer más bella que había conocido en sus numerosos viajes”.
Esta recordada celebridad, tuvo varias hermanas, pero con la mayor de ellas llamada María Josefa, era inseparable, y con esta –ya adolescentes de 15 y 17 años respectivamente– visitaban por las tardes en los inicios de la última década del siglo XVIII, el cuartel de granaderos que estaba a un costado de Palacio; este cuerpo militar de élite, estaba formado por jóvenes varones de la aristocracia colonial, la mayoría bien parecidos y de familias adineradas, que inquietaban a las jóvenes Rodríguez; pronto, empezaron románticos noviazgos con dos jóvenes militares de origen noble, dando lugar a comentarios escandalosos de la alta sociedad colonial, provocados por las rondas que hacían solas estas señoritas de prosapia por el cuartel, hecho que produjo toda una gama de chismes vergonzosos en el medio, que llegaron a oídos del virrey, quien se vio precisado a llamarle la atención al padre de estas jovencitas –hombre muy cercano a él– con la finalidad de que vigilara mejor a sus hijas; esta situación, provocó que el padre decidiera casarlas de inmediato con los novios, aún con la oposición de los padres de estos, que calificaban la conducta de las Rodríguez como escandalosa y consideraban el matrimonio de sus hijos con ellas, como inapropiado e indigno para estos, pero la autoridad del virrey se impuso y no pudieron hacer nada.
Nuestro personaje, tuvo cuatro hijos con su primer marido don Jerónimo López de Peralta de Villar Villamil: un varón y tres mujeres, quienes se llamaron Jerónimo –como el padre– y María Josefa, María Antonia, y María de la Paz, las hijas, las que como su madre, se distinguían por su belleza a grado tal, que en la sociedad colonial llamaban a La Güera y a sus tres hijas: “la Venus y las Tres Gracias”.
Estas jóvenes, fueron internadas para su educación, en el Convento de la Enseñanza, institución seleccionada para educar a todas las jóvenes de la aristocracia colonial, bajo la responsabilidad de instruidas y eficientes monjas.
Pero a doña María Ignacia Rodríguez, La Güera, no sólo se le recuerda por su belleza física y por haber sido un personaje distinguido de la sociedad colonial de la Nueva España… ¡No! Ella se perpetuó en la historia de México, porque fue una fanática partidaria del movimiento independentista; primero, del iniciado por Hidalgo y Allende en 1810, a los que ayudó discretamente con cuantiosas cantidades de dinero, y después del plan separatista ideado en las juntas efectuadas en la casa de ejercicios espirituales del templo de San Felipe Neri –llamada La Profesa–,donde se reunía en 1820 un grupo de aristocráticos conspiradores, encabezados por el inquisidor honorario, el canónigo Matías Monteagudo, quienes fueron en realidad los autores del Plan de Iguala, modificado después por Iturbide a su conveniencia en los tratados de Córdoba; este grupo conspirador era apoyado por el virrey Ruiz de Apodaca y por muchos otros personajes del alto clero y la aristocracia colonial, quienes deseaban la separación de España, para evitar la instalación de la Constitución de Cádiz, ya aceptada forzadamente, por el rey español Fernando VII para todo su imperio.
A estas juntas, La Güera Rodríguez acudía con regularidad formando parte de la conspiración.
El padre Hidalgo conoció a finales del siglo XVIII, a La Güera y a su esposo en Querétaro, en una gran propiedad que el matrimonio tenía en esa ciudad, y posteriormente, en cada visita del clérigo a la Ciudad de México, pasaba a saludar a ella y a su madre, con quienes logró una cercana amistad, hecho que explica en gran parte el apoyo económico que esta dama de la alta sociedad novohispana, les dio a los insurgentes originales.
Por otro lado, don Matías Monteagudo acudía cuando menos tres veces por semana, a la regia casa de la célebre matrona, a tomar chocolate de cacao del Soconusco, en tazas de auténtica porcelana china, que acompañaban con ricos panecillos enmantecados, que le traían del cercano convento de Santa Clara; las reuniones por lo general eran a solas, situación que favorecía las confidencias, y entre sorbo y sorbo de la sabrosa bebida, el canónigo solía confiarle a su anfitriona, algunos secretos de la alta política novohispana y de la madre España, pues esta gozaba de toda su confianza. La Güera, también era visitada por el virrey y los inquisidores mayores, sobre todo con motivo de las frecuentes fiestas aristocráticas que se realizaban en su casa, y a las cuales, todos los miembros de la alta sociedad novohispana anhelaban ser invitados.
En el Archivo General de la Nación, existen documentos sobre un proceso que le siguió la Santa Inquisición, precisamente por las ayudas económicas proporcionadas a los insurgentes; esta situación se derivó porque el tambor mayor del Batallón Provincial de Guanajuato, llamado Juan Garrido, denunció en los inicios de septiembre de 1810, una vasta conspiración que encabezaba Hidalgo en ese Departamento, para lograr la independencia de México; Garrido fue devuelto a su lugar de adscripción, con el objetivo de que como espía consiguiera más información sobre el movimiento, acudiendo a las juntas que don Miguel realizaba en Dolores, sobre todo –le insistieron– para que investigara todo lo relacionado con los principales implicados en este asunto. Garrido, volvió efectivamente con abundante información, y entre otros datos dijo que doña María Ignacia Rodríguez, habitante de la Ciudad de México y mejor conocida como La Güera Rodríguez, había aportado mucho dinero para la revolución. Esto motivó el proceso de la Inquisición que la investigaba; sin embargo, su posición social y sobre todo su amistad cercana con el virrey en turno, el arzobispo Francisco Javier Lizana y Beaumont, así como con los inquisidores mayores, hizo que el proceso fuera muy discreto y lento, dando como resultado que solo le impusieran como castigo, un destierro de seis meses en su propiedad de Querétaro. Para ese entonces, ya había muerto su primer marido, quien estando en Querétaro con su regimiento murió en esa ciudad en 1805, y había vuelto a casarse en segundas nupcias, con don Mariano de Briones, alto empleado de gobierno.
Posteriormente, casada con el mencionado Briones, tuvo otra hija póstuma de este hombre –pues la niña nació cuando el padre ya había fallecido– situación que le sirvió para recibir parte de la gran fortuna que dejó Briones, aunque antes tuvo que pelear judicialmente esta riqueza con otros hijos que su fallecido marido había procreado en un matrimonio anterior.
Su último esposo lo fue don Juan Manuel Elizalde, originario de la República de Chile, cuya representación diplomática tuvo años más tarde, cuando se empezaron a extender las relaciones exteriores del México independiente con otras naciones.
Durante su matrimonio con este señor de origen Chileno, La Güera Rodríguez conoció a Agustín de Iturbide, cuando este fue desposeído del mando que tenía en las fuerzas realistas que peleaban contra los insurgentes en el Bajío, debido a las numerosas quejas que presentaron en su contra comerciantes y hacendados de estas regiones, a causa de los saqueos y despojos que realizó en su contra. Este deshonesto militar, que se había distinguido por su acentuado partidarismo hacia la monarquía española y su comportamiento bestial con los insurgentes, había sido “castigado” por el virrey para que acudiera a la Profesa, a realizar “ejercicios espirituales”, mientras pasaba la tormenta legal en la cual se había metido este fiel soldado realista, con sus bajezas indecentes perfectamente detectadas y comprobadas; fue ahí donde se relacionó Iturbide con Monteagudo y sus conspiradores, que –como ya se dijo– intentaban independizar a la Nueva España, para evitar someterse a la Constitución de Cádiz, que perjudicaba a sus intereses y privilegios.
Iturbide se enamoró perdidamente de La Güera Rodríguez, y sostuvo una larga relación amorosa con ella, iniciada antes de que esta enviudara por tercera vez. Hay autores que afirman que esta mujer fue la que logró cambiar a Iturbide de feroz e implacable realista, a simpatizante de la independencia de México, y que fue ella quien lo recomendó al virrey Juan Ruiz de Apodaca (metido en la conjura para imponerse en el trono de la Nueva España independizada), para que fuera Agustín de Iturbide el que comandara militarmente el movimiento para acabar rápidamente con las fuerzas insurgentes que todavía estaban levantadas en armas en el sur de la Colonia, y declarar la independencia.
Sin embargo, después de tres o cuatro derrotas sufridas por las fuerzas realistas a manos de los insurgentes, Iturbide –temiendo una inútil, interminable y desgastante lucha– inicia una comunicación epistolar con don Vicente Guerrero, tratando de convencerlo de que unieran sus fuerzas para lograr la independencia de México. En ese momento Iturbide, ya acariciaba la idea de ser él y no Ruiz de Apodaca, el próximo emperador de México, y usó todo su poder de convencimiento con Guerrero para persuadirlo de que bajara el brazo armado, y se unieran para alcanzar la tan anhelada independencia, sin mencionar jamás su intención de formar un imperio mexicano ya que esto chocaba con los deseos de los insurgentes, que siempre fueron los de establecer una república federal en los vastos dominios de la hasta entonces Colonia española, similar a la formada por los norteamericanos pocos años antes.
En este punto, es de preguntarse: ¿Cuánto pudo haber influido en don Agustín esta encumbrada dama, en la idea de rendir con engaños a Vicente Guerrero, el líder de los insurgentes, y finalmente, en traicionar y suplir a Apodaca en el trono del imperio que íntimamente Iturbide pensaba formar al independizar a la Nueva España? No hay respuesta. Pero esta situación no pudo haber sido imposible, dada la íntima y apasionada relación de Iturbide con La Güera Rodríguez, quien era una mujer inteligente y ambiciosa, hecha y forjada en el pináculo del poder colonial.
Quizás –inclusive– ya habían hablado sobre la posibilidad de reinar juntos como marido y mujer, a pesar de continuar casados ambos, pero esta situación tenía remedio como a continuación veremos.
Don Vicente Rocafuerte y Bejarano, historiador decimonónico, se refiere a la relación amorosa de La Güera Rodríguez con Iturbide, en los siguientes términos: “Contrajo (Iturbide) trato ilícito con una señora principal de México, con reputación de preciosa rubia, de seductora hermosura, llena de gracias, de hechizos y de talento, tan dotada de un vivo ingenio para toda intriga y travesura, que su vida hará época en la crónica escandalosa del Anáhuac. Esta pasión llegó a tomar tal violencia en el corazón de Iturbide, que lo cegó al punto de cometer la peor bajeza que puede hacer un marido; con el objetivo de divorciarse de su esposa, fingió una carta (algunos dicen que el mismo la escribió) en la que falseando la letra y firma de su señora, se figuraba que ella escribía a uno de sus amantes; con ese falso documento, se presentó Iturbide con el Provisor, pidiendo el divorcio, el que consiguió, haciendo encerrar a su propia mujer, en el convento de San Juan de la Providencia. Esta inocente y desgraciada víctima de tan atroz perfidia, solo se mantuvo con seis reales diarios que le asignó para su subsistencia su desnaturalizado marido. Esto (y más) lo escribió Rocafuerte y Bejarano, cuando acababa de subir al trono don Agustín de Iturbide en 1822, y el libro circuló ampliamente en México, el cual por supuesto no fue impreso aquí, sino en Filadelfia, Estados Unidos de Norteamérica.
Las tres hijas de La Güera Rodríguez, contrajeron matrimonio con jóvenes que formaban parte de las mejores familias de la sociedad novohispana; María Josefa casó con don Pedro Romero de Terreros y Rodríguez Sáenz de Pedroso, conde de Regla y nieto del fundador del Monte de Piedad. tuvo mucha familia este matrimonio, pero en un viaje realizado a Nueva York en 1828, murió en aquella ciudad y fue sepultada en la Catedral de San Patricio.
María De la Paz casó con don José María Rincón Gallardo y Santos del Valle, marqués de Guadalupe, y María Antonia, formó matrimonio con José María Echeverz Espinal de Valdivieso, marqués de Aguayo, hombre riquísimo, con vastas propiedades en Coahuila y en la Ciudad de México.
Las tres hijas de La Güera fueron nombradas “damas honorarias” de la corte de Agustín I, y sus maridos, cortesanos distinguidos, con títulos un tanto ridículos como Mayordomo mayor, Caballerizo mayor, y Gentil hombre de cámara, y de hecho, no hubo un familiar de La Güera ausente en la corte imperial; todos tenían algún nombramiento, incluyendo su tercer marido, que aún vivía. Mientras, La Güera continuaba viviendo un tórrido romance con el emperador, y sus visitas a la recámara real, eran frecuentes. Después vino la caída de Iturbide, su destierro y su muerte, suceso que la hizo vestir de luto durante el resto de su vida y terminó por ingresar a una orden religiosa, llamada la Tercera Orden de San Francisco.
La Güera Rodríguez murió en 1851 a los 73 años de edad, después de sufrir la muerte de su hija mayor y la de su único hijo varón. En 1840, la marquesa de Calderón, esposa del primer embajador de España en México, escribió en un texto suyo, denominado Recuerdos de mi estancia en México, que había conocido a la famosa Güera Rodríguez, quien la sorprendió por su belleza poco común, a pesar de la edad que tenía.

* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI A C.