EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

POZOLE VERDE

Dos novelas de Píndaro Urióstegui / 5

José Gómez Sandoval

Diciembre 05, 2018

Doble juego de Tocho

Ya sugerimos que la anécdota principal de Guardar las formas se va armando con lo que le van contando al reportero Román Viniegra personas que conocieron a Chinto, a Tocho y a los demás, en una red de relaciones políticas tan profusa que terminará abarcando la Presidencia de la República. Esto abre la puerta al tiempo político en que el periodista realiza sus entrevistas. Así, mientras sabemos que Lorenzo Félix, el gobernador vigente en esta etapa, es doctor, pero “no de los que curan” y tiene fama de saber “de todo”, en un tiempo anterior Tocho anda en la capital de la República visitando “a quienes lo patrocinaban y apoyaban”.
Y es que, aunque parecía que Tocho “actuaba con determinación propia…, estaba sujeto a directrices muy precisas”. En su doble juego, estaba vinculado a organizaciones de oposición y proyectaba una imagen de disidente y rebelde a toda la nación, y al mismo tiempo “había creado compromisos con funcionarios federales de mucha influencia, que no perdonaban” que el general Radilla hubiera sido elegido para gobernar Guerrero. Aquí aparece “el terrible ministro”, al que Tocho conoció por Fernando, y quien durará buen rato manejando los hilos de la trama desde su alto puesto presidencial. Con él, Tocho recoge “consignas y dinero”.

El ministro

“Hombre de larga trayectoria y reconocida habilidad política”, el ministro presidencial (del que Píndaro no da nombre propio) era “hombre de larga trayectoria y reconocida habilidad política”, “temido por propios y extraños; su influencia no tenía límite y… hasta al propio Presidente lo hacía víctima de sus arranques de omnipotencia, abusando” de su antigua amistad. Lo que sigue da razón de su ánimo ambicioso tanto como de sus pareceres y alcances:
“–Veinte años me he pasado aspirando a ser gobernador de Sierra Caliente; fui diputado, senador, alcalde de Puerto Esperanza, presidente del Partido, magistrado de la Corte de Justicia y ahora ministro, pero nunca pude gobernar mi tierra… ¡Y de repente que llaman a este Radilla, que había olvidado hasta dónde nació…, para decirle que era el indicado…”
Como reconoce que el gobernador Anselmo Mandujano, “viejo amigo mío…, sí sabe de política y para qué sirve el poder”, dispone respetar su investidura, pero sin que olvide “que en cualquier momento le podemos mover el piso”. A espaldas de Anselmo, recomendará a Tocho para que sea “una especie de ‘visitador de Alcaldías’ por parte del Partido”, para que Anselmo le dé su lugar. Por eso lo apura “a darle cuerpo a la nueva asociación: procura que se incorporen todos los dirigentes que lucharon contra Radilla y otros desplazados”…, aunque sean de otros partidos. Tras regañar e instruir a Tocho (quien deberá presentar sus respetos a Anselmo), le recuerda que ellos “no se conocen” y que si Anselmo va a quejarse con el Presidente “yo voy a negarlo todo”.
Por si no hubiéramos advertido que hace rato entramos a una comedia de equivocaciones política, en la que casi nadie es el que parece ser, o, de otra manera, en la que casi todos son más de lo que dicen o aparentan ser, el narrador dispone a Tocho sintiendo “la cercanía…, el peso…, el rostro y la confianza del poder”, consciente de que “todo se puede tocar, manosear y aun golpear; se le puede desprestigiar, exhibir y aun matar. La historia de este país, pensó, es muy sencilla; es como una tómbola en la que los genios de hoy son los pendejos del mañana, los honestos de hoy son los pillos de mañana, los trabajadores de hoy… Así de sencillo: los poderosos ministros de hoy, serán los embajadores, presos o exiliados del futuro”.

Tocho decide actuar solo

Esa noche, tres individuos golpean a Tocho y le roban el dinero que acaba de recibir del ministro presidencial. En el hospital, Tocho niega rotundamente que el ataque que sufrió haya provenido del gobernador de Sierra Caliente, pero Vicenzo, “acompañado de la plana mayor de la Central y de periodistas y fotógrafos…, denunció enérgicamente la forma cavernícola en que iniciaba su gobierno el viejo cacique, don Anselmo Mandujano”, a quien culpó de haber mandado golpear a un “representante de la juventud estudiosa”, un “acto vandálico” que “ponía en evidencia la autoridad del Presidente”…
Tocho sospecha que “algo se trae entre manos” Vicenzo, quien con sus declaraciones ha establecido una “guerra total” contra el gobernador Mandujano, a quien ya no podrá visitar y disque ponerse a sus órdenes, según las instrucciones del ministro. Como no sabe cuál es la intención de Vicenzo (y de la Central) al victimizarlo, y como “el ministro es capaz de levantarme la canasta de los pesos”, cree que de aquí en adelante lo mejor será actuar solo…

Fracaso del desalojo

Por teléfono, el alcalde de Puerto Esperanza, Cándido Tenorio, cuenta al gobernador Anselmo Mandujano que el comandante militar le ha pedido que sume a la Policía Municipal en el desalojo de los “paracaidistas” que encabeza Chinto Rey. “Él puede llevar a cabo la operación con sus propios recursos, pero quiere protegerse con nosotros. ¡Cuídate que no te vaya a echar después la culpa de todo!”, le advierte Mandujano. Luego, el gobernador recibe la llamada de Rómulo, quien, enterado de “lo de Tocho”, de inmediato le suelta: “¡Te lo dije!”… Enseguida, por la misma vía, el comandante le informa que tiene “instrucciones de desalojar de inmediato a los invasores”. Anselmo anuncia que, después de que “cumpla sus órdenes” hablará con el señor presidente, y el comandante se incomoda: “Mientras el informe fuera al Ministro de Guerra y Marina, no había problemas, pues siempre justificaría lo que hiciera”; con el presidente “se ponderarían otros valores y conceptos fuera de su alcance y éstos serían eminentemente políticos”…
El fracaso de la operación de desalojo “por fuerzas a la orden del comandante militar” (Píndaro no escribe: “soldados”) recreó en Anselmo Mandujano su ánimo por proyectar “una vez más su imagen de gobernante identificado con las clases populares…”

Otra jugarreta de Chinto Rey

Rómulo visita a Chinto Rey en La Leña. Éste, que ha anunciado que “¡Rómulo, el más importante líder campesino del estado, quiere venir a verme a mi casa!”, lo recibe con sus cercanos Chico Estrada, Chante Pino, Goyo Muciño, Adela Pintos y el Güero Lince, unos 500 nuevos colonos y varios fotógrafos. Cuando Chinto le enseñó la “improvisada” placa que tenía preparada, donde decía: “Hoy 14 de mayo de 19… Rómulo Galeana, con la representación del C. gobernador del Estado, Anselmo Mandujano, declara inaugurada la colonia La Leña, construida con las aportaciones de los colonos y del gobierno del estado”, comprendió que había caído en una de las terroríficas telarañas políticas en que se estaba especializando Chinto Rey. La aportación del gobierno del estado consistía en “el pago de la indemnización del terreno”.
Rómulo abandona el lugar. Antes, advierte a Chinto sobre lo arriesgado de sus actos. Éste se ufana de que “aquí está la verdadera fuerza política del puerto” y, por medio de Rómulo, propone un pacto al gobernador. Éste consiste en: no agresión; “soy el único dirigente de esta asociación; cuenta incondicionalmente con esta gente para todo lo que quiera; lo reconocemos como líder indiscutible” y “que nos regularice nuestros lotecitos y nos otorgue servicios públicos…”

Cita con el ministro

Julián Arizmendi, “uno de sus viejos y queridos, compañero de aventuras políticas y secretos afectivos, su confidente y ahora tesorero del gobierno del estado”, informa al gobernador Mandujano sobre el despilfarro que encontró en Tesorería, pero sugiere a su amigo llevársela en paz y restañar las heridas sociales que dejó la caída del general Marcos Radilla.
Por fin, Mandujano consigue comunicarse con el ministro presidencial, a quien agradece “la gentileza que tuviste de proponerme con el Presidente”, a sabiendas de su pretensión personal y de que se opuso a su nombramiento.

Regularización y sospecha de que Chinto va a fallar

La jugarreta que Chinto Rey le hizo a Rómulo en La Leña sirvió para que éste lo llevara a platicar con el gobernador Mandujano. Éste recuerda a Chinto que él y su gente ha caído en los delitos de despojo, homicidio, lesiones y “sabrá cuántos más”, en un regaño que termina con una aceptación: “Rómulo –ordena–, toma mi nombre y habla con el dueño del predio, trata de que lo venda, involucra a Cándido como Alcalde que es; ve que toda esa gente se comprometa a no vender sus lotes; a ver cómo le hacemos llegar los primeros servicios públicos y que se les regularice la tenencia de la tierra cuanto antes…”
Bien claro deja que lo que pasó en La Leña no volverá a ocurrir. Chinto “recostó su cabeza sobre el pecho del gobernador” (“gracias, jefe”) y en cuanto salió “comprendió que ya había pasado lo peor” y “se sentía… más dueño de sí mismo y del futuro”. Adentro, el gobernador “empezó a repetirse: ‘¡Va a fallar!’”

Tocho suelta la sopa

De pronto, en la novela, resentimos la ausencia del reportero que investiga los hechos. Después comprenderemos que Román Viniegra tiene la función de bisagra: abre puertas y ventanas alrededor de los personajes y los hechos que el narrador que todo lo sabe habrá de ir rehilando a su modo. Así es como conocemos detalles de la farsa política trascendental en la que los personajes se van quitando la máscara en cuanto tienen que tomar un camino u otro, inclinando la historia hacia situaciones aún más conflictivas. Así sabemos cómo Tocho buscó al ministro inútilmente, cómo se distancio de Vicenzo y de la Central por echarle la culpa de la golpiza que le dieron al gobernador Mandujano, para luego reconciliarse con él y con la Central; cómo suplicó al gobernador su perdón y cómo “de pronto” empezó a desplazar su imagen histórica (había encabezado a los tiraron al general Radilla) en playas, mercados, colonias populares, oficinas públicas y universidades, para no tener que confrontarse con el gobernador en desventaja, “con las manos vacías”.
Nada sirve a Tocho, sin embargo, para que suelte la sopa ante Anselmo Mandujano: “detrás de mí [confiesa] estaba alguien demasiado poderoso que me presionaba para actuar así… Sí, usted tiene razón al suponer que además de la Central hay alguien más”, y este alguien –añadió– es nada menos que el ministro presidencial.

Desalojo de comerciantes del centro de la capital

Entre los problemas que el exgobernador Radilla había heredado a Mandujano estaba pendiente el de los mercaderes que se habían instalado en el centro de Ciudad Luz. Tras dialogar inútilmente, Anselmo Mandujano ordena desmantelar los puestos instalados en calles, con beneplácito de vecinos, organizaciones de comerciantes, transportistas y algunas más.

Personajes a punto de un ataque de nervios

Mariana, La Capi, “era una mujer baja que podía calumniar a su propia madre si con ello obtenía algún provecho”. Así había conseguido ser alcaldesa y diputada. Apenas la recibe, Mariana le ofrece un convivio: “hay por ahí dos muchachas jovencitas y chulitas que quieren conocerte”… El gober promete comer con ella y “la vieja guardia femenil” y la manda por un tubo.
La inclusión de La Capi parece responder al impulso de retratar, somera pero suficientemente, a personajes intermediarios entre alguna organización verdadera o fantasma con el poder en turno. Así, cuando fue jefe de tránsito porteño, Victoriano se hizo de muchos “permisos de transportación”…, y ahora (acompañado de banda de música y su grupo de acarreados) quería volver al puesto. El gobernador Mandujano no sólo desdeña su abrazo: en cuanto lo ve salir pide al director de tránsito que “revise todos los permisos de transportación que se otorgaron” a nombre de Victoriano y a los de sus prestanombres.
Con estos y otros personajes secundarios Píndaro Urióstegui esboza gestos y ambiciones de oportunistas cercanos al partido hegemónico o del poder; al tiempo que remite al organigrama priista (y panista, y perredista) salpica su historia con ejemplos de agandalle y descarada picardía política.

Tocho y Homero

Tocho cuenta a Homero que Fidencio se sentía enfermo y “fue a Zitlala a ver al brujo Colacillo”, y todo lo que acababa de platicar con Anselmo Mandujano. Lo que no le dijo “es que don Anselmo, independientemente de que le había brindado apoyo para que formara su Asociación, también le leyó la cartilla, advirtiéndole que a la primera alteración del orden terminaría entre ellos toda relación amistosa. Y don Anselmo era de los que cumplían”.