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Opinión  

El mundo en estos días: elecciones en Estados Unidos

(Segunda y última parte) En la entrega anterior he abusado de la paciencia y amabilidad de mis cuatro lectores haciendo un rápido resumen de las reglas del juego presidencial en Estados Unidos. Continuaré abusando, ahora con el análisis de los jugadores. Como sabemos, Estados Unidos tiene desde hace más de un siglo un sistema político … Continúa leyendo El mundo en estos días: elecciones en Estados Unidos

Noviembre 05, 2016

(Segunda y última parte)

En la entrega anterior he abusado de la paciencia y amabilidad de mis cuatro lectores haciendo un rápido resumen de las reglas del juego presidencial en Estados Unidos. Continuaré abusando, ahora con el análisis de los jugadores. Como sabemos, Estados Unidos tiene desde hace más de un siglo un sistema político basado en la competencia de dos partidos, el Republicano y el Demócrata. No es que no haya más, y en estas elecciones del próximo martes se presentan otros partidos y candidatos, pero ninguno aparte de los dos citados ha tenido opción alguna de ganar unas elecciones desde, al menos, 1912, cuando el ex presidente Teddy Roosevelt compitió con un tercer partido, sin éxito.
¿Cómo son los dos partidos predominantes en la Unión Americana? ¿En qué se parecen a los partidos mexicanos? En primer lugar, más que organizaciones permanentes con vida partidaria, afiliados que se reúnen periódicamente y con, por ejemplo, escuelas de cuadros, son instituciones que se activan básicamente para las elecciones. Por poner un ejemplo, la elección del nuevo presidente del Partido Republicano, pongamos, sólo interesaría a un reducido número de expertos y no tendría la repercusión que aquí vivimos cuando se discute por el liderazgo del PRI, el PAN o el PRD. En ningún caso dicha elección de presidente del partido en Estados Unidos sería noticia de la primera página de un periódico, a diferencia de lo que aquí ocurre.
Una segunda diferencia, aunque esta es menor, es que en el seno de ambos partidos conviven opciones ideológicas muy diferentes que en otros lugares estarían en partidos diferenciados. Por ejemplo, el precandidato de las primarias Bernie Sanders es, y así lo dijo expresamente, un socialista que compite en el seno del Partido Demócrata. Y por ese partido ha sido alcalde de su pueblo y senador de su estado. En el caso de Trump, sea lo que fuere su ideología, si es que tiene tal cosa, ha entrado en conflicto con alguno de los postulados tradicionales del Partido Republicano. Uno de sus principales líderes, Paul Ryan, que ocupa el cargo equivalente al de presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, ha renegado públicamente del candidato de su partido.
Esta falta de disciplina interna, donde partidos y candidatos pueden ir por caminos divergentes, dota, sin embargo, al sistema político estadunidense de suficiente flexibilidad para hacer frente a desafíos. Porque, en el fondo ¿qué significa Trump y qué explica su inesperado triunfo como candidato republicano? Más allá de la demagogia y el fácil recurso de buscar culpables ajenos a todos los problemas del país, Trump es la variante en Estados Unidos de un malestar creciente en muchas democracias con respecto a las elites políticas tradicionales y a los procesos de globalización. En concreto, estos procesos globalizadores han tenido ganadores y perdedores y lo raro sería que, en cuanto a perdedores se refiere, no reaccionaran políticamente. Son esos perdedores –reales o que sienten que lo son, así sea sin motivo– los que, dejando al margen cualquier comportamiento racional, votan (el famoso Brexit) a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, estarían dispuestos a entregar a Marine Le Pen –de orígenes, discurso y postulados programáticos cuasi fascistas–  el poder en Francia, e incrementan la votación por los partidos xenófobos en todos lados.
Por otro lado, la globalización económica y la de las comunicaciones han tenido el efecto de disminuir la capacidad de acción de los gobiernos, incapaces de regular movimientos económicos que impliquen costos para los gobernados y, a la vez, las redes sociales facultan movilizaciones alternativas muchas de las cuales tienen como objetivo debilitar las formas tradicionales del ejercicio del poder. Nunca como antes en la historia es posible inventar teorías conspirativas y mentir y tergiversar los hechos de manera sistemática, que todo ello se difunda con velocidad de vértigo sin que haya manera eficiente de contrarrestar los bulos y difamaciones con análisis serios y fundamentados. El poder ya no es lo que era.
Además –en el caso de Estados Unidos– los tratados de libre comercio han tenido serias consecuencias en el bienestar de las clases trabajadoras locales, que ven cómo las empresas se trasladan a otros lugares (la última, Carrier, de aire acondicionado, se viene a México) afectando a sus empleos, o ven –creen ver– que la presencia de trabajadores extranjeros implica una competencia desleal y una tendencia a la disminución de los salarios reales. A esta frustración o ansiedad por su bienestar material, hay que añadir el choque cultural que implica la pérdida de centralidad de sus valores tradicionales.  En un plazo relativamente corto, asuntos que hace apenas diez años eran tabúes (el matrimonio entre personas del mismo sexo, la legalización de la mariguana para actividades recreativas) forman parte del debate político y su normalización parece imparable.
El mundo de los llamados wasp (blancos, anglosajones y protestantes) y de los que Trump se ha hecho abanderado, es un mundo, si no en extinción, si en claro retroceso. Ya no forman el grupo dominante en Estados Unidos, porque, a su pérdida de hegemonía cultural, hay que añadir su disminución numérica, que convertirá a este sector, en un mediano plazo, en minoritario. La ansiedad de este sector es comprensible y ello explica –es verdad que a posteriori– la sorpresa de la propia candidatura de Trump, capaz de desplazar al resto de precandidatos y hacerse con la candidatura del Partido Republicano. Y explica también la acidez de sus discursos a tono con la creciente polarización de los votantes republicanos, radicalizados por una red de emisoras de radio y televisión que lucran con la demagogia.
Por la parte demócrata, la candidata Hillary Clinton representa las formas tradicionales de la política estadunidense y, también, la sensatez. Se mantiene en la línea de poner en segundo término las tradiciones proteccionistas del Partido Demócrata, y continuar lo que, aunque tarde, se ha empezado a reconocer como una excelente presidencia, la de Barak Obama.
Me duele en el alma y en mi conciencia, cuando escucho argumentos que sostienen la tesis de que Trump y Hillary son lo mismo y representan los mismos intereses. Se trata de posiciones radicales que se proponen inhibir el voto a favor de la candidata demócrata; algunos seguidores de Sanders y, otros, indiferentes. El fenómeno Sanders es la constatación de los cambios en las mentalidades de la ciudadanía norteamericana. Miles de jóvenes se incorporaron a la campaña de un hombre mayor y declarado abiertamente socialista. En honor a la verdad, deseaba que fuera Sanders el abanderado demócrata y el próximo presidente de la nación más poderosa del mundo. Pero, también en honor a la verdad, Hillary no desmerece ni un ápice, es una extraordinaria y experimentada política demócrata. Será la primera mujer presidenta de Estados Unidos, y esto es muy relevante, alienta al feminismo y a la participación política de las mujeres. Hillary consolidará las políticas progresistas de Obama y tendrá oportunidad de desplegar, con su propio estilo, políticas públicas que proyecten el liderazgo norteamericano en el planeta comprometido con los derechos humanos, las políticas de género a favor de las mujeres, la paz y el progreso de todos los pueblos del mundo. Trump es la mayor amenaza para México y para todo el planeta. Es la más grande amenaza hitleriana preñada de racismo, xenofobia, exclusión, belicismo, homofobia y misoginia, desde el Holocausto hasta nuestros días.
¿Quién ganará? Pronosticar resultados electorales se ha convertido en estos tiempos en un deporte de alto riesgo. Miren si no lo ocurrido con el referéndum británico sobre la permanencia en la Unión Europea, o el lamentable rechazo a los acuerdos de paz en Colombia, por no hablar de nuevo de la sorpresa que dio el propio Trump al hacerse con la candidatura republicana.
Así que más que un pronóstico voy a concluir con un deseo, que imagino compartido en Acapulco, Alcozauca, Malinaltepec, CDMX y, entre las ruinas de Alepo, en las playas de Túnez, en las pequeñas tiendas de los comerciantes vietnamitas de Hanoi o Ciudad Ho Chi Minh, en Antigua Guatemala o en el malecón de La Habana.
Que no. Que no gane Trump.