EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El país del dolor

Gibrán Ramírez Reyes

Octubre 17, 2018

Juzgado por los resultados, ya sea respecto a los objetivos que se planteó personalmente Javier Sicilia o los 72 producto de la deliberación colectiva del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el resultado de dicho movimiento sería indudablemente el fracaso. Nuestro país no tiene más verdad ni justicia, la estrategia de guerra continuó por más de siete años y el número de muertos se quintuplicó desde el inicio del movimiento. Ese es el sabor de boca y la principal conclusión que me deja El país del dolor, un libro de Jesús Suaste Cherizola editado por Proceso –si bien las conclusiones del propio Jesús son bastante diferentes.
El libro de Suaste es digno de leerse. La guerra, la política de muerte lanzada por Felipe Calderón, ha sido el proceso fundamental de la historia mexicana del siglo XXI, y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad su opositor más firme, su principal reacción, el momento de visibilidad de las víctimas. Entre sus méritos, innegables, está el de recuperar, sobre todo mediante Javier Sicilia, el derecho a la palabra, interrumpir el orden de los símbolos colocando en el orden estético el hecho de la muerte, la sangre, la personalidad de víctimas y sus familiares, hasta entonces invisibilizados en la narrativa de la guerra. “Todos son nuestros hijos”, consigna Suaste que dijo Javier Sicilia, estableciendo así, en primer lugar, la presunción de inocencia de las víctimas y, en segundo, la responsabilidad social de la violencia. También ellos, los jóvenes corrompidos por el narco o por el crimen, son parte nuestra, están en nuestra sociedad, ligados a nosotros, desatendidos o marginados. El MPJD quiso hacerse cargo de eso, de la necesidad de la sociedad de reconciliarse consigo misma.
Si acaso, lo único que puede reclamarse al libro es su compromiso con la narrativa del movimiento. Complaciente por momentos, el autor consigna que el MPJD “hace política fuera del Estado”, “intercambia fuera del mercado”, “reelabora los lazos de la convivencia a la media luz de las meriendas compartidas”. Se deja de lado que todo ello fue posible merced a que, como dice en el inicio de su texto, Javier Sicilia y los hombres con que se rodeó –y su grupo dirigente del movimiento– tenían los medios necesarios para sobrevivir sin trabajar, la fama, el capital social, y que fue eso lo que los dotó de una posición central que nunca dejaron de tener. La dinámica externa de la sociedad mexicana hizo posible esa comunión episódica, pero marcó también sus límites en todo momento.
No concuerdo con la principal tesis teórica de Jesús Suaste, es decir, que el Movimiento perturbó la normalidad de las cosas, interrumpiendo el orden y actualizándolo. No: el MPJD utilizó voces que ya estaban reconocidas, que poseían el suficiente prestigio, poder económico o político, para introducir en el debate público sus propios dolores y los dolores de personas que, en efecto, no tenían voz antes de ellos. Esa es su principal aportación: el Movimiento elaboró el dolor de las víctimas en lenguaje de derechos humanos, en lenguaje poético, en expresiones creativas, en fórmulas que demandaban la memoria de vidas segadas de modo injusto. Antes del Movimiento, el dolor fue mudo en el debate público. Después del Movimiento, el dolor se concibió como un agravio moral y se reflejó en demandas, más concretas o más genéricas, delineando en la figura colectiva de las víctimas una nueva voz, con necesidades y demandas.
Es bastante mérito, pero el MPJD no transformó el orden de las voces que son escuchadas, ni hizo más deseable una política distinta; no constituyó un cambio del sentido común en materia de lo que tenía que hacerse. El libro de Suaste es honesto y bastante informado. Permite hacerse una opinión fundamentada diferente a la del autor, por lo que puede uno dialogar con él. De él tomo la información que me permite discrepar. El MPJD no transformó el orden principalmente por la cándida impronta antipolítica de Javier Sicilia, que rechazó el conflicto con los responsables de la política de guerra, que besó a Felipe Calderón, que convocó a una candidatura de unidad a la presidencia, igualando en los hechos a los responsables de la política guerrista y a sus opositores en el espectro partidista.
El histrionismo de Sicilia, además, captó más atención que la situación de la guerra. Y contribuyó a la narrativa espectacular de Calderón, haciéndolo un interlocutor empático y permitiéndole proyectar incluso una imagen valiente en los diálogos de Chapultepec. No se cuestionaron los términos que usó el gobierno para justificar la guerra. Sicarios, carteles, crimen organizado, la realidad de la que hablaba Calderón parecía, en efecto, estar ahí (y por eso estuvieron junto al Movimiento, al principio, las organizaciones civiles gobiernistas que no cuestionaban las verdades oficiales). Al limitarse a hablarle al poder vigente en sus términos, el MPJD le permitió desplegar toda su artillería política, engañar a las víctimas, burlarse de ellas vetando la Ley de Víctimas pactada. Más de un sexenio después, uno de los triunfos institucionales del Movimiento, la mentada Ley y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, son prácticamente inoperantes. Sobre las semillas que haya plantado el Movimiento –y otros movimientos de víctimas– deberán florecer las voces de las víctimas, la creatividad y las propuestas que permitan pensar otra política posible, más allá de la continuidad del militarismo. No habrá cambio automático, como no lo hubo sin asumir los antagonismos, sin dar voz a quienes no la tuvieron sino episódicamente, las víctimas pobres, los verdaderos oprimidos, los realmente sin voz.
El país del dolor se presenta este viernes a las 6 de la tarde en el Zócalo de la Ciudad de México.