EL-SUR

Lunes 14 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El país político y el país nacional

Gibrán Ramírez Reyes

Noviembre 14, 2018

La hipótesis de la polarización es del todo falsa. En nuestro México pasa lo mismo que pasaba en la Colombia de los años 1940, cuando Jorge Eliécer Gaitán habló de la existencia de dos países en un mismo territorio. Hablaban y vivían realidades que, siendo tan divergentes, no podían pertenecer al mismo país. Estaba, por un lado, el país político. De él hablaban los diarios principales, los comentaristas, los noticiarios y los debates públicos. En el país político, en sus cafés y restaurantes, se discutían los proyectos del gobierno, la confianza de los financieros extranjeros, a veces la alta cultura.
Por otro lado, estaba el país nacional, o sea la realidad que vivía la gran, enorme mayoría del pueblo colombiano; problemas que estaban en pocos periódicos, si acaso en alguno, y definitivamente no ocupaban el tiempo de discusión en el Congreso o entre los columnistas, ni siquiera en los restaurantes de la clase política. En el país nacional se hacían problemáticos los precios de los alimentos, la violencia descarnada y creciente, el problema del reparto de la tierra. Brillante en su operación retórica, más que una metáfora simple, Gaitán logró desmontar el mito de la Colombia moderna. Ese país en efecto existía, como existe en México uno donde no pasan chatarreros en calles urbanas, donde las depreciaciones del peso son importantes por todo lo que hay que pagar en dólares.
La mayoría de los diarios y programas del país político mexicano, sobre todo en sus secciones de opinión, hablan de polarización, de incertidumbre –la de las bolsas y los banqueros–, de la complicación de la vida pública del país por la decisión de cancelar un aeropuerto, construir otro, y la consulta para construir un tren. Muchos han perdido la calma. Hay que ver la desconexión de ambos países. A Federico Reyes Heroles y los señores que frecuentan un cierto circuito médico les da el soponcio, y a él le parece que su subida de presión, en tanto que no se debe a la subida de ingesta de jamones, debe ser materia de una opinión nacional –porque son señores muy importantes que sacrificadamente generan empleos. José Woldenberg propone a la oposición jugar al Catenaccio en defensa de los pilares de la democracia, y diversas primeras planas se ocupan más de la marcha fifí que del trabajo de Alejandra Guillén, Mago Torres y Marcela Turati que da cuenta de las 2 mil fosas clandestinas en 24 estados del país convertido en cementerio, del país nacional, quiero decir. En esas fosas personas desaparecidas, muchas no identificadas, a cuyos dolientes les pesa el corazón todos los días, aunque no puedan ni siquiera ir a los cardiólogos del país político. No niego, por supuesto, el problema de Reyes Heroles, y encuentro en sus letras verdadera angustia. Algunos de su círculo deben estar cerca del infarto por el gobierno de AMLO, aun sin empezar, pero la proyección que tienen es absolutamente desproporcionada en la discusión pública, al revés de lo que sucede en el país una vez que la guerra se ha normalizado. Es la importancia de que ellos mismos se dotan, que logran instalar en la discusión, a la que hacemos caso.
Pero más allá de la consabida diferencia en las prioridades, hay una nueva trampa de percepción. El país nacional vive su momento de mayor consenso en lo que va del siglo, incluso comparado con el triunfo de Vicente Fox. Con todas las reglas del pluralismo operadas por el INE, Andrés Manuel López Obrador ganó con 53 por ciento de los votos, y desde la jornada electoral sólo ha aumentado su popularidad. Se registra en las encuestas del GCE y de Enkoll, que coinciden en general. Tomo los datos de la más reciente: AMLO tiene 78 por ciento de opiniones buenas o muy buenas, y 21 por ciento de opiniones malas; 65 por ciento espera que nos vaya mejor y apenas 11 por ciento cree que nos irá peor y, aun con la baja participación, 60 por ciento de los encuestados de una muestra nacional están de acuerdo con el resultado de la consulta sobre el aeropuerto de Texcoco. Ese amplísimo acuerdo nacional en el nuevo rumbo del país, entre el poder presidencial y una enorme mayoría, incontestable, es el hecho fundamental del proceso político mexicano, algo nunca antes visto por mi generación y aun la generación de mis padres, pero en nuestros medios estamos hablando de la polarización, y en el extremo, de cardiólogos de los empresarios que pierden negocios.
Esto quizá se debe al estilo populista de llegada al poder. Como López Obrador enfrentó la hostilidad de sectores de las clases medias en la sociedad civil organizada, de los sindicatos empresariales y de los medios de comunicación dominantes, no se ocupó de construir un acuerdo entre ellos –misión imposible y desnaturalizadora para un líder auténticamente popular–, sino sobre todo abajo. Al despreciar la batalla democrática dentro de los medios y en el espacio de la sociedad civil, esos sitios de la política mexicana siguieron bajo el dominio de los promotores del neoliberalismo mexicano. Por eso son espejos que distorsionan a tal grado. En su país, en el país político, sus reclamos tienen sentido. Son una ínsula, aunque sea una ínsula empoderada y eufórica por su pleito de pocos contra el gran y multicolor nuevo consenso mexicano.