Fernando Lasso Echeverría
Octubre 01, 2019
(Décima segunda parte)
Finalizamos el artículo anterior comentando el descontento existente dentro de las propias filas del Partido Revolucionario Institucional que continuaba siendo hegemónico en el país; este malestar se empezó a ventilar en forma pública a partir de 1986, dos años antes del cambio presidencial, y la discusión se daba porque los inconformes exigían mayor democracia dentro del partido, proponiendo limitar la autoridad absoluta del presidente en turno en el momento de elegir sucesor, y buscando mayor participación de las bases en esta decisión partidista.
Por otro lado, los viejos priistas notaban que su partido había caído en manos de personajes oportunistas –como el mismo Miguel De la Madrid– y distantes de este organismo político, que carecían de formación política y tenían una ideología conseguida en el extranjero ajena totalmente a la que tenían los estatutos del PRI; fue un grupo “priista” de nombre, que sólo se sirvió –en forma largamente planeada– del partido para acceder al poder total. Eran los tecnócratas, grupo encabezado aparentemente por De la Madrid (impuesto por López Portillo) pero con el ambicioso joven Carlos Salinas de Gortari y su grupo atrás de él, manipulando a don Miguel en forma maquiavélica, tal como lo habían hecho con don José López Portillo, para que éste seleccionara a De la Madrid como su sucesor: el mismo López Portillo confiesa el engaño del que fue víctima, en sus memorias escritas dos sexenios después.
En 1986 el gobierno en turno a cargo de Miguel de la Madrid Hurtado, ya había cumplido cuatro años de su periodo sexenal y algunas viejas personalidades priistas, inconformes con las políticas económicas de su gobierno, reprobaban “el papel que se le había asignado al partido en ese periodo, tratándolo como un organismo carente de vida propia, y reducido a legitimar las nuevas políticas gubernamentales que se desligaban totalmente de los principios revolucionarios de 1910”. Este grupo afirmaba que el PRI, a su juicio, sufría una desviación de lo que había sido como proyecto histórico del PRM –y del PNR– ya que desde la década de los años 50 el Partido venía sufriendo un proceso lento pero continuo de reducción de sus funciones reales, hasta llegar a convertirse –en el sexenio que se vivía– en un simple aparato electoral del Estado, burocrático, conservador y sin autoridad alguna. Los priistas ortodoxos e inconformes, eran políticos de sensibilidad “nacionalista” y situados a la izquierda dentro del partido, que estimaban que a lo largo de los últimos cuatro decenios, había estado latente siempre en la organización una lucha oculta entre una tendencia burocrática y conservadora que veía al Partido de manera utilitarista, y quienes defendían una concepción “histórica” del mismo, y que entendían que éste debía ser una instancia crítica y con diversidad interna, relativamente autónoma frente al gobierno.
Esta pluralidad –de acuerdo a su criterio– se había perdido desde la llegada a la Presidencia de la República de Miguel de la Madrid –un abogado formado en las instancias del sector financiero del aparato estatal– tiempos en los que la burocracia gobernante había desplazado a quienes tenían una visión social del ejercicio de la política y entendían al Partido como un mediador entre los intereses de la mayoría y el poder público. Las listas de los candidatos del PRI a cargos públicos y en especial a diputados federales en 1985, habían confirmado esta tendencia. El Partido, encabezado formalmente desde inicios del sexenio por un abogado sin mayor experiencia política (Adolfo Lugo Verduzco), estaba quedando relegado al papel de ratificar –sin mayor trámite– todas las políticas oficiales, manipulado por una corriente derechista, antiestatista y extranjerizante dentro del propio gobierno mexicano y aliada con la administración Reagan, que de tener éxito rompería los principios forjados en torno a la Constitución Mexicana, y para oponerse a esto, no veían otra vía más que la democratización del Partido.
En el libro La ruptura (La corriente democrática del PRI) de Luis Javier Garrido, de la Editorial Grijalbo (1993), el autor afirma que los inconformes eran muchos, y no todos guardaban una actitud pasiva; entre ellos destacaba Rodolfo González Guevara –embajador de México en España– quien durante esta gestión, en varias reuniones, expresó la necesidad de organizar una “corriente crítica” al interior del anquilosado PRI; González Guevara, era un veterano político sinaloense con mucha experiencia, que se había desempeñado como presidente del PRI capitalino, dos veces como diputado federal y había fungido como subsecretario de Gobernación en el gobierno de López Portillo, y que durante su estancia en España como embajador de nuestro país, había tenido la oportunidad de forjarse una idea más precisa del caso mexicano, luego de casi dos años de contacto con la vida política europea; esto le permitió cambiar impresiones al respecto con varios embajadores mexicanos en Europa, y con diversas personalidades políticas mexicanas que estuvieron de visita en la península, como Porfirio Muñoz Ledo y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, con quienes nunca dudó en tratar abiertamente el tema: la necesidad de organizar “una corriente crítica, nacionalista y democrática” dentro del PRI.
La propuesta democratizadora se volvió una posibilidad real al término del segundo semestre del año mencionado, cuando González Guevara se volvió a reunir en Madrid con Muñoz Ledo –ex embajador de México ante la ONU– y ahí convinieron de manera formal encauzar “un movimiento dentro del Partido, a fin de promover una mayor participación de las bases en la discusión y toma de decisiones partidistas”, esfuerzo al que, sin duda, se agregarían de inmediato otros priistas. Porfirio había tenido una destacada carrera política, hasta que fue cesado por López Portillo como secretario de Educación Pública, iniciándose ahí una distancia entre él y el sistema de gobierno imperante, que sin embargo, se mitigó con su posterior nombramiento en la ONU, cargo en el que fue ratificado por el presidente De la Madrid –su ex condiscípulo– al asumir el poder ejecutivo en 1982. En 1985, iba a ser nombrado embajador de nuestro país en el Reino Unido, pero acentuadas diferencias con Bernardo Sepúlveda, secretario de Relaciones Exteriores, abortaron la designación y Muñoz Ledo se refugió en la práctica docente; fue en ese tiempo, cuando volvió a hablar con González Guevara en Madrid y al regresar a México, Porfirio decidió seguir trabajando sobre las ideas de González Guevara –que reconocía más avanzadas que las suyas– y que en síntesis eran las siguientes: el movimiento debía ser dentro del PRI; tenía que ser de carácter democrático, hecho que implicaba que debían cumplirse las normas estatutarias del Partido, lo cual iba a reflejarse en una mayor participación de sus miembros (las bases y sus cuadros de dirigencia) tanto en el proceso interno del Partido para seleccionar candidato presidencial, como en las políticas económicas del país, que abarcaban: el ajuste al servicio de la deuda, la inflación, los salarios reales y el desempleo, y por otro lado, que les asegurara una “cuota” en los cargos partidistas. Era necesario –además– que este movimiento se desarrollara en forma amplia, con el objetivo de que alcanzara una gran fortaleza “de cara al 88”, y para ello, requería postular un precandidato presidencial, a fin de que lo encabezara.
El encuentro de Muñoz Ledo y el gobernador michoacano Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, inició la consolidación del movimiento democratizador, pues después de cambiar impresiones, se dieron cuenta que ambos coincidían en las ideas, propósitos y proyectos, y convinieron en seguir trabajando sobre el asunto, invitando a personajes del medio político con las mismas inquietudes, entre las que estaba la distinguida economista Ifigenia Martínez –ex directora de la Facultad de Economía de la UNAM– quien junto con los anteriores, formó el núcleo fundador de lo que se iba a llamar: “La Corriente Democrática del PRI”. Su casa sirvió para llevar a cabo la reunión inicial del grupo en cuestión, el 11 de julio de 1986, con la presencia del embajador de México en España, y poco más de 20 personalidades políticas, que incluían a dos senadores, un gobernador, un subsecretario de Educación, un diputado, el abogado general de la UNAM, algunos intelectuales y varios exfuncionarios de alto nivel. Ifigenia, estimaba que el movimiento había surgido de una manera natural, como consecuencia de la inconformidad que tenían varias figuras de la política “sobre el rumbo que estaba tomando el país”, y que veían con preocupación la política económica internacional e interna del gobierno delamadridista, y el riesgo de que esta prosiguiera, si De la Madrid eligiera a su sucesor.
Por ejemplo, en la negociación de la deuda externa el gobierno mexicano no hacía más que acatar los puntos de vista de los acreedores en forma pasiva, sin observar que estos entrañaban una serie de graves consecuencias para la vida económica y social del país.
Los reunidos expusieron uno a uno sus puntos de vista sobre la situación del país, y fueron dando con gravedad su visión crítica sobre lo que consideraban “desviaciones” del régimen, el deterioro que había sufrido el PRI, y la necesidad de democratizarlo; González Guevara expuso que el año de 1987 era un año preelectoral, y que de constituirse el “movimiento” o la “corriente”, esta debería de surgir públicamente hacia abril o mayo de ese año, con el propósito de aprovechar el periodo previo a la postulación del candidato oficial del PRI, haciendo una “intensa campaña” dentro del mismo Partido con la “tesis de la democratización”, que propusiera acabar con el “dedazo” presidencial, e incluso, sugirió la posibilidad de lanzar al que llamó “un precandidato de sacrificio”, reconociendo que probablemente no podrían registrarlo como tal, pues en la convocatoria partidista casi siempre se exigía para ello contar con el apoyo de cuando menos dos de los sectores del Partido. Con un buen precandidato –aseguró– se podría realizar una importante labor interna, impulsando la democratización del PRI y sugirió inclusive el nombre de Cuauhtémoc Cárdenas, por su “limpieza personal” y la evocación del cardenismo que entrañaba su apellido, aunque en principio, lo importante –insistía González Guevara– no era alcanzar realmente la candidatura presidencial, sino formar un bloque democratizador dentro del Partido, que fuera reconocido y pudiera “negociar como cualquier corriente dentro de cualquier gran partido del mundo” para tomar parte en la designación del candidato presidencial oficial, e igualmente obtener así, “posiciones a nivel de senadurías y diputaciones”.
Para ello –propuso también– no es necesario que el grupo crezca desmesuradamente, sino que sus miembros sean distinguidos y respetados priistas, con una capacitación política adecuada, y deseos reales de que el Partido cambie y se democratice, en bien de la nación.
González Guevara, también sugirió que los miembros del grupo, deberían dedicarse a dos tareas fundamentales: establecer una serie de contactos en el país, para organizar “la corriente” y elaborar dos documentos básicos. El primero lo constituirían los principios políticos, que podrían ser elaborados por Porfirio Muñoz Ledo y el senador Gonzalo Martínez Corbalá, y el segundo, los fundamentos de índole económica, que él ofreció preparar con la colaboración de los embajadores mexicanos en París y en Londres: Horacio Flores de la Peña y Jorge Eduardo Navarrete, respectivamente. La iniciativa era obviamente novedosa dentro del Partido, y estaba por lo mismo llena de riesgos, pero los asistentes a la reunión acordaron que no le darían un carácter clandestino y que la harían pública en el momento oportuno; sin embargo, a partir de la segunda reunión formal del grupo –que por cierto resultó muy accidentada más que nada por la rivalidad entre personajes presentes– hubo salida de la agrupación de algunos de ellos, con el argumento de que lo que era una “idea de trabajo dentro del Partido”, podría convertirse en “un planteamiento de ruptura”, y por otro lado, la existencia del “movimiento” se empezó a conocer entre la población, pues el periódico Unomásuno publicó en sus páginas –sin dar a conocer sus fuentes– una nota informativa sobre la existencia de una “corriente prodemocrática” al interior del PRI, hecho que provocó, como era de suponerse, un gran revuelo político, pues además daba listas de nombres –no muy exactas– de los políticos que la formaban; se afirmaba en ella, que la coordinaba Rodolfo González Guevara, el embajador de México en España, con el apoyo del gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, y Porfirio Muñoz Ledo, ex embajador de México en la ONU, y que el movimiento tenía la intención de reencauzar el rumbo del Partido, y por ende, del régimen político mexicano.
Después vino lo peor, pues algunos diarios nacionales le dieron el cariz de “conjura” a la Corriente Democrática, especulando con los nombres de los participantes en la misma, y sus posibles intenciones; el PRI, podía compararse en ese momento, con un verdadero “avispero” agredido y agitado buscando a quien “picar”, y no era de extrañarse, pues este era un partido de Estado casi monolítico, en el que sus miembros usualmente no opinaban, y sólo solían expresarse para aplaudir las iniciativas presidenciales, y esto que observaban sus integrantes era escandaloso para todos, y daba lugar a todo tipo de interpretaciones, a pesar de que la mayoría de las notas periodísticas decían que la “Corriente” estaba aún en etapa de “gestación” y aclaraba que “se proponía influir en el interior del PRI” hasta el logro de un consenso, que permitiera crear, “una cultura democrática y la definición de una alternativa de política económica”.
La misma Ifigenia Martínez, declaró que la “Corriente”, pretendía evitar que se generase en el PRI “un vacío entre las bases y los dirigentes”; Muñoz Ledo, negó que se tratara de una “conspiración” y calificó al movimiento como una “vasta corriente de pensamiento” en la que participaban “desde distintos ángulos y con objetivos comunes” numerosos militantes del PRI; Martínez Corbalá señaló, desde la tribuna de la Comisión Permanente del Congreso, que “el movimiento de renovación” se desarrollaba en los límites de la “disciplina partidista” y conforme a los acuerdos de la XII Asamblea Nacional, reiterando que no se trataba de un grupo o “club de amigos”, sino una verdadera “Corriente Democrática en el marco de la crisis”.
Finalmente, el gobernador Cárdenas reconoció que efectivamente existía una iniciativa de un grupo de priistas, que se reunían a fin de pugnar por una democratización de su partido y por una reorientación de las políticas del régimen; finalizó diciendo que: “Nos interesa que todo proceso de la vida pública sea democrático”.
Obviamente, a los tecnócratas –el grupo político en el poder– no les importaban nada estos razonamientos, pues iban en contra de sus intereses personales y de grupo.
* Ex Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C.