EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Noviembre 12, 2019

 

(Décima quinta parte)

La aparición de la Corriente Democrática dentro del PRI en 1986, surgiría finalmente algunos meses más tarde como un verdadero cisma dentro del Partido, parecido al que hubo en el mundo político del país a principios de la década de los años 50, cuando el general Miguel Henríquez Guzmán, como candidato a la presidencia, unió a muchos priistas desplazados del poder que, además, estaban indignados por la acentuada corrupción del gobierno de Miguel Alemán que finalizaba en 1952, y al frente del partido llamado Federación de los Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM) luchó por la presidencia contra Ruiz Cortines el candidato del sistema; pero antes de este franco enfrentamiento, –coincidentemente también en aquella época– el priismo cupular, intentó convencer a los “principales” del Henriquismo para que volvieran al seno del PRI y abandonaran sus propósitos de formar otro partido para apoyar a un candidato propio, pero éstos, para renunciar a sus proyectos y volver al Partido oficial, exigían que fuera el PRI el que efectivamente designara a su candidato, y que la opinión de sus miembros al respecto, se expresara abierta y democráticamente, peticiones que iban justamente en contra de los intereses del CEN del Partido y sobre todo, del presidente en turno.
Regresemos al tema de la Corriente Democrática. Porfirio Muñoz Ledo tuvo una última entrevista con el presidente Miguel de la Madrid, en la cual a pesar del trato cordial hacia Muñoz Ledo, le reprochó que hubiera atacado a Salinas de Gortari en la prensa; sin embargo, le respondió al Presidente que la Corriente “ya no se podía parar” y que sus miembros “no se iban a echar para atrás”, pero le hacía hincapié a De la Madrid, que este movimiento no era instrumento de ningún aspirante y que no estaban a favor o en contra de ninguno de ellos, y que lo que él observaba era la necesidad de resolver “el problema con habilidad y talento político”, que permitiera darle al conflicto “una salida benéfica para el país”.
Por su lado, el presidente del CEN del PRI, Jorge de la Vega Domínguez, prometía cambios; les autorizaba a los disidentes que presentaran sus propuestas en la próxima Asamblea Nacional del Partido, en donde –ofreció– serían escuchados, e hizo hincapié, que en los discursos que él pronunciaría en la apertura y clausura del evento partidista, se tomarían en cuenta sus puntos de vista, para lo cual les pidió algunas notas al respecto para agregar algo de ellas en los textos que iba a leer, pero les pedía que fueran “prudentes” y “discretos” en lo correspondiente a los “ataques al presidencialismo y a la política económica”.
No obstante, el acuerdo era inexistente; el presidente del Partido se les “desapareció” a los miembros de la Corriente Democrática, y éstos, muy pronto se dieron cuenta, que la próxima Aasamblea realmente no iba a ser el foro en donde pudieran exponer tranquilamente sus argumentos y dialogar razonablemente con los otros miembros del Partido; lo que pasó en ella, fue exactamente todo lo contrario, pues en vez de abrirse cauces democráticos al Partido como lo estaban proponiendo, se reafirmó en forma general, acentuada y reiterativa, la oposición a todos los puntos en los cuales la Corriente planteaba cambios.
Los priistas, siguiendo las líneas recibidas del CEN de su Partido, defendían en bloque al “sistema” y los principios del presidencialismo, tal como tradicionalmente se venía haciendo desde hacía 50 años; el evento, pues, no tuvo más objetivo que condenar y descalificar las actividades de la Corriente; las ocho mesas de trabajo en las que se discutieron algunos temas centrales, fueron la ocasión para que se lanzara desde la cúspide del Partido –y del mismo gobierno a través de ella– una verdadera reprimenda en contra de los “democratizadores”, y se impugnaran con intolerancia, las ponencias expuestas por los miembros de la Corriente, evidenciándose que la consigna de los delegados, era cerrarse a todo diálogo.
La clausura de la XIII Asamblea Nacional del PRI culminó con una condena abierta a la Corriente Democrática, con todo el peso de la burocracia gobernante; la insólita presencia del presidente de la República en la ceremonia de clausura, acompañado de los ex presidentes Echeverría y López Portillo, hacían indiscutible la unión de la “Familia Revolucionaria” en torno a las reglas “no escritas” del sistema político mexicano.
En la ceremonia de clausura, Jorge de la Vega Domínguez hizo hincapié en su texto, sobre la importancia de la institución presidencial en la vida del país, y la trascendencia de la “unidad política priista” para poder avanzar. Quienes consideraban –agregó- que la democracia exigía “restar facultades al Ejecutivo Federal” ignoraban que éstas eran producto de la “experiencia histórica mexicana”, y en el caso de De la Madrid, éste había ejercido “el liderazgo” de manera ejemplar, por lo que también por derecho propio era “el líder nacional” del PRI.
La democracia, por otra parte, –subrayó– se vinculaba con “la idiosincrasia de la comunidad”, por lo que no podía implantarse en México un sistema político inspirado en los existentes en otros países. Y dirigiéndose sin sutilezas a los miembros de la Corriente, les dijo que el desorden beneficiaría a “las oligarquías”, por lo que invitó a los que habían manifestado propuestas rechazadas por la Asamblea, a que asumieran su responsabilidad. Todos los priistas –agregó De la Vega– deberían saber, que el CEN del PRI, reforzaría la estructura sectorial del Partido y que fuera de ella, no tendrían cabida “otro tipo de agrupaciones y de membretes políticos”, y los que no aceptaran esa “voluntad mayoritaria” deberían renunciar al PRI y afiliarse a otros partidos, pues en el PRI –sentenció– no tendrían cabida ni la “quinta columna” ni los “caballos de Troya”.
Después De la Vega señaló que en sus cuatro décadas de militancia, había aprendido las reglas “escritas y no escritas” de la política mexicana, y por ello, con oportunidad, “sin adelantos ni retrasos, ni antes ni después”, el Partido elegiría candidato. Las posiciones quedaban perfectamente claras: el gobierno no toleraría más a la Corriente Democrática, y a sus dirigentes les exigía someterse o autoexcluirse del Partido.
El discurso del presidente del CEN del PRI, fue en un tono inesperadamente áspero para los miembros de la Corriente Democrática, y sorprendió incluso a los mismos priistas; era perceptible un ambiente desorientado en el recinto, a pesar de que los delegados a la Asamblea aplaudieron ruidosamente; los más confundidos eran los colaboradores más cercanos del presidente del Partido, pues la tarde anterior su jefe les había leído en privado el texto de su discurso poco antes de partir a Los Pinos, y en él, no aparecía la mayoría de las frases condenatorias mencionadas, ni se señalaba ninguna “quinta columna” ni los “caballos de Troya”, por lo que era evidente, de que éstas, habían sido agregadas a última hora en la residencia presidencial por el mismo Ejecutivo de la Nación o alguno de sus colaboradores más cercanos (quizá, el mismo candidato ya seleccionado por De la Madrid).
Era obvio, pues, que De la Madrid había abandonado cualquier actitud conciliatoria, y había buscado hacer de la XIII Asamblea Nacional del PRI –con la presencia de dos ex presidentes de la República y el discurso del presidente del CEN del PRI– un acto extraordinario de respaldo a su autoridad presidencial, con el único fin de terminar con la disidencia que proponía la democratización del Partido, hecho que ponía en riesgo la candidatura de “su” candidato, Carlos Salinas de Gortari y sus planes transexenales del nuevo proyecto económico en proceso de implantación. Por lo consiguiente, la dirigencia del PRI confiaba en que la manifestación de fuerza mostrada en la Asamblea, doblegaría a los miembros de la Corriente Democrática y los forzaría a comportarse como si nada hubiese acontecido.
Pero De la Vega, se equivocó; dos días después, Cárdenas divulgó una carta pública sin precedentes, en la cual razonó que el discurso del presidente de su Partido anunciaba para el PRI, una etapa de “autoritarismo antidemocrático, de intolerancia y por lo tanto de retrocesos”, contrarios al “espíritu y letra” de la Declaración de Principios del Partido. La “discusión de ideas” y “análisis de alternativas de acción de trabajo” –replicaba– debían ser tareas permanentes de las organizaciones democráticas, por lo que cerrar las decisiones partidarias más trascendentes, justificándose en el aprendizaje de reglas “no escritas”, era vulnerar derechos fundamentales de los miembros. Esa intransigencia de la dirección nacional, impedía en consecuencia “toda colaboración digna y respetuosa con ella”. La lucha de los miembros de la Corriente Democrática –terminaba Cárdenas– era de principios, y ceder en ellos, sería tolerar “indignidades”, por lo que ellos, continuarían en la lucha con la fuerza que les daba la convicción y la razón.
La publicación de este documento, causó un verdadero impacto en la burocracia política, y provocó una ola de críticas a los dirigentes de la Corriente de parte de quienes defendían al “sistema” a toda costa: el líder cetemista Fidel Velázquez declaró que Cárdenas tendría que salir del Partido, como cualquier otro miembro de la Corriente, que no estuviese de acuerdo con las “resoluciones” de la Asamblea; los líderes de los otros sectores también pidieron castigo para Cuauhtémoc Cárdenas.
Al día siguiente, en un boletín de prensa del CEN del PRI, sin fundamento estatutario alguno, se consignó que el CEN del Partido tomaba nota de la decisión de Cuauhtémoc Cárdenas, de no colaborar más “con el Partido”, lo que se hacía “del conocimiento de los dirigentes y las bases” que integraban al PRI en toda la República “para los efectos correspondientes”, y luego, don Fidel Velázquez, declaró que Cárdenas ya se había ido del PRI.
Ante esto, Cárdenas aclaró que él, no había pedido su “baja” y que como tampoco se le había expulsado, continuaba considerándose con todos los derechos de militante del PRI. La tensión creció en el medio político, ante declaraciones de personalidades políticas, que defendían al ex gobernador de Michoacán, y como consecuencia de ello, hubo un editorial “oficial” en el Excelsior, en donde se suavizaba la situación y se aseguraba que no se produciría la ruptura, porque a nadie le convenía. Muñoz Ledo, se solidarizó entonces con Cárdenas, pidiendo poner un alto a la “degradación política” que éste sufría, afirmando que la dirigencia partidista estaba actuando en forma “desproporcionada, equívoca y distante de la palabra empeñada”, y “no reflejaba de ninguna manera el sentido del debate ocurrido en días anteriores”, de tal manera que el gobierno sólo pretendía con esa actitud, ocultar la realidad social existente y “exhibir un aparente monolitismo político”, en vísperas de las renegociaciones financieras.
Estas renegociaciones financieras, con las voraces organizaciones prestamistas internacionales –mencionadas por Muñoz Ledo– debía realizarlas el nuevo gobierno que entraría un año más tarde, y el gobierno vigente deseaba imponer como futuro candidato, a alguien inmerso en las políticas económicas recién implantadas, que asegurara un entramado gubernamental continuista, que se caracterizara por antinacionalista y antiestatista –como el que estaba en funciones– y por ello, éste debería ser algún miembro íntimo del equipo tecnocrático que formó De la Madrid para gobernar su sexenio, y el elegido –adivinaban todos– era Carlos Salinas de Gortari, el poderoso secretario de Programación y Presupuesto, que había iniciado en el país –a través del presidente De la Madrid– un sistema de neoliberalismo económico, que había cambiado totalmente las políticas económicas practicadas por los gobierno anteriores.
Por ello, De la Madrid y colaboradores, no aceptaban el establecimiento de la democracia interna en el Partido, pues esto ponía en riesgo la continuidad de las políticas económicas implantadas, y había mucho que hacer al respecto en los seis años siguientes; por lo mismo, el gobierno en funciones no aceptaba la propuesta de la Corriente Democrática de que se abrieran espacios de diálogo y debate en el Partido, se discutieran abiertamente los nombres y los programas de los aspirantes y se decidiera de manera democrática quién sería el candidato presidencial…corría riesgo su proyecto de gobierno, afín a los intereses norteamericanos.
Lo cierto era, que estas instituciones financieras internacionales –manejadas por Norteamérica– se estaban llevando el petróleo mexicano sólo a cuenta de los intereses de la deuda, sin que los cuantiosos pagos puntuales que nuestro país hacía, lograran bajar el monto de la misma. El gobierno mexicano no hacía gran cosa por mejorar la grave situación de nuestro país, y parecía no querer defender los intereses nacionales, aceptando incondicionalmente todos los requerimientos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; sin embargo, no podía esperarse otra cosa de un equipo gubernamental cuyos miembros más importantes, estaban formados en universidades norteamericanas en donde perdieron toda noción de mexicanidad y nacionalismo… eran los norteamericanos nacidos en México, que seguramente pensaban, que la anexión de nuestro país al gigante del norte era lo mejor que podía pasarle a nuestro país, pero mientras esto no sucediera, todas nuestras riquezas naturales se seguirían yendo –prácticamente a cambio de nada– al vecino norteño.
Pero volviendo al tema de la fractura que sufrió el PRI, ante el manejo inflexible que el gobierno instituido le había dado al enfrentamiento con la Corriente Democrática, era notorio que después de todos los acontecimientos sucedidos, las cosas no podían volver a ser las mismas; tras lo ocurrido en la XIII Asamblea Nacional del Partido oficial, ya no hubo intentos de diálogo entre la Corriente Democrática y el gobierno delamadridista. Los esfuerzos de conciliación habían concluido y los miembros de la Corriente Democrática del PRI, empezaron a observar la necesidad de tomar –como disidentes– otras decisiones difíciles y riesgosas; y no podía ser de otra manera, pues la actitud del gobierno fue acentuar las obstrucciones al movimiento durante las semanas siguientes a la Asamblea Nacional, pues los líderes de éste, se mostraban igual de sólidos y firmes en sus objetivos; por ello, se buscó aislarlos haciéndoles el vacío y limitarlos aún más. Las posiciones se volvieron más encontradas, y la sucesión de declaraciones de ambas partes, fue configurando un amplio debate que no dejaba dudas sobre su trasfondo: la grave crisis a la que se enfrentaba el Partido, iba de la mano de la que sufría el propio régimen político mexicano.
Sin embargo, la disidencia de la Corriente Democrática, mantenida a pesar de la condena lanzada desde la cúspide del Estado, no fue el único conflicto serio que tuvo que enfrentar el CEN del PRI en ese tiempo; otro frente de importancia surgió con gran vigor en las juventudes priistas, pues un grupo del Frente Juvenil Revolucionario, encabezado por dos de sus secretarios dirigentes (el de Coordinación: Alejandro Rojas y el de Divulgación Ideológica: Ramiro de la Rosa), mostraban desde hacía mucho tiempo su inconformidad con la línea asumida por la dirección del Partido, por considerar que su organización era un “órgano monolítico cerrado”, con una estructura “anquilosada y sin permeabilidad”, y enfocaron su protesta a la inexistencia de vida democrática del Partido.

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*Ex Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI” A.C.