EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

El Partido Revolucionario Institucional. Su historia

Fernando Lasso Echeverría

Enero 28, 2020

 

(Décima octava parte)

 

Concluimos el anterior artículo comentando los acontecimientos políticos fuera de serie, ocurridos en los finales de 1987: el año del “destape” del candidato priista para la presidencia de la República; primero las renuncias al PRI, del grupo disidente que buscaba esta aspiración para uno de sus miembros; luego el intento de “madruguete” que pretendieron darle al presidente De la Madrid y su candidato, específicamente de parte del secretario de Energía, Alfredo del Mazo, quien se sintió frustrado y engañado por De la Madrid al saber que no era él el elegido. Horas antes de que ocurriera el “destape” oficial, se suscitaron varias acciones que tendían a impedir el nombramiento de Salinas como candidato oficial del PRI a la Presidencia de la República; una de ellas, fue la difusión “oficial” entre periodistas y radiodifusoras, de que el “bueno” era Sergio García Ramírez, quien se desempeñaba como titular de la Procuraduría General de la República; este hecho provocó en las primeras horas de ese día una verdadera avalancha humana en la casa del procurador, formada en su mayoría por burócratas y políticos de bajo y medio nivel, pero también por políticos de peso como Ojeda Paullada, Muñoz Ledo –ex compañero de la Facultad de Derecho y amigo personal de Garía Ramírez–, Guillermo Rossell de la Lama y otros más, que se dieron una fenomenal “quemada” con el grupo salinista, de la cual no se repusieron jamás.
Asimismo, la madrugada de ese domingo centenares de personas del sector obrero y petrolero estaban ya apostados frente a las instalaciones del PRI, con mantas y pancartas que apoyaban la candidatura de García Ramírez; sin embargo, estos grupos fueron desalojados en forma violenta por otros contingentes y de inmediato, De la Vega Domínguez –titular de PRI–, obligado por las circunstancias, se pronunció en nombre de los tres sectores, a favor de Carlos Salinas de Gortari, impidiendo el “madruguete” iniciado en forma intempestiva por Del Mazo y otros grupos priistas, inconformes con el nombramiento de Salinas. Consumado el “destape” oficial, don Fidel Velázquez y La Quina se mostraban muy contrariados y se fueron del evento sin despedirse ni hacer declaración alguna.
El discurso de Salinas como candidato oficial, fue un texto tan prometedor como lo fueron todos los de los candidatos del partido del Estado en el pasado; daba –como siempre– esperanzas a la población de que “ahora sí” las cosas iban a mejorar en el país; proponía la construcción de una nueva economía, hablaba de erradicar la pobreza con más capacidad de ahorro, inversión y generación de empleos con estabilidad de precios; habló de la historia de sacrificio, abnegación y trabajo del pueblo mexicano, hecho que lo obligaba –dijo– a cumplir con la soberanía de nuestro país, con la democracia, con la libertad y la justicia para todos… habló de cincelar un rostro moderno para México… ¡Hagamos política! ¡Más política! ¡Mucha política y más moderna! Gritaba en forma desgarbada y desaforada Salinas de Gortari cuando protestó como candidato oficial. Hablaba de democratizar el país, modernizar México sin centralismos, sin permitir –decía, obviamente con dedicatoria– que unos cuantos iluminados o una junta de notables decidan el destino de México. Afirmó, finalmente, que sus más grandes retos eran cuatro: la soberanía, la democracia, lo social y la economía. Nunca mencionó a la Revolución Mexicana ni hizo alusión a los objetivos sociales de esta, por cierto, incumplidos por las administraciones priistas pasadas.
Ya en su campaña proselitista en busca del voto, Salinas empezó a prometer muchas acciones a los diversos sectores organizados que conformaban “su partido” y a la población general del país, que finalmente nunca cumpliría, pues contradecían los objetivos fundamentales del neoliberalismo iniciado por él mismo durante el gobierno de su antecesor, y que obviamente pensaba remachar durante su gobierno. Salinas decía con mucha enjundia (y falsedad) lo siguiente:
–Defenderemos con nacionalismo la independencia y la soberanía de nuestra patria. Seremos ante el mundo, ejemplo de orgullo nacional; ser mexicano es un honor, un privilegio y un compromiso.
–No reconoceremos más obligación que la defensa de la soberanía popular, la defensa apasionada de la libertad de los individuos y de los derechos sociales de los mexicanos.
–Seremos los más firmes defensores de elecciones limpias, transparentes y veraces, y nos opondremos sin cuartel, a cualquier intromisión extranjera en nuestros procesos internos.
–Lucharemos decididamente por recobrar el crecimiento, abatir la inflación y ampliar la justicia; redoblaremos el esfuerzo y el trabajo para ello; fortaleceremos el mercado interno, que es el reflejo del poder de compra de los mexicanos.
–Avanzaremos con tolerancia, con respeto a la crítica, con capacidad de debate sobre los grandes problemas nacionales, con disposición para escuchar y sin pensamientos inflexibles.
–Incorporaremos a los mejores hombres y mujeres, a los jóvenes de la nación; abriremos las puertas del partido a todo el que de buena fe, quieran promover los principios de la Revolución Mexicana.
–Protegeremos los salarios reales, ampliaremos las fuentes de trabajo, abatiremos la inflación, garantizaremos los niveles de vida de la clase laboral y me convertiré en el primer defensor de la autonomía del sindicalismo mexicano.
–Transformaré la situación del agro, y elevaré las condiciones de vida de los habitantes de las zonas rurales. En vigencia del ejido, no daremos ni un paso atrás, y sabremos fortalecerlo y promoverlo; atenderemos sus demandas, sus exigencias y le daremos mucha importancia a la voz de los jóvenes, las mujeres y los trabajadores del campo. Lucharemos por una mejor producción del campo, respetando la dignidad de los campesinos, quienes deben producir de acuerdo con sus costumbres.
Seguramente, los miembros de la bien llamada “familia feliz” –que sabían perfectamente hacia donde llevaría Salinas al país, desde el punto de vista social y económico– externaban sonrisas sarcásticas, al escuchar estas promesas que su líder moral hacía al ingenuo pueblo de México con fines electorales.
Sin embargo, a pesar de las esperanzadoras promesas vertidas y los atractivos proyectos que exponía el candidato, la campaña salinista con el lema “Que hable el pueblo” no prendió entre la población, a pesar del derroche económico, la complicidad de los medios masivos de comunicación y la aplicación de los mecanismos típicos del partido en el poder, como llenar los mítines con cientos de “acarreados”, el candidato oficial era abucheado y repudiado por la mayoría de la población. Por el contrario, sus principales adversarios –Cárdenas y Clouthier– reunían en sus concentraciones a miles de espontáneos que reclamaban un cambio ante el hartazgo natural del pueblo; esta situación adversa para el PRI y su candidato creció a tal grado en el país que en el partido oficial y en el mismo gobierno, se empezó a temer una situación adversa en el proceso electoral y se iniciaron las medidas drásticas; las actividades oscuras y gangsteriles del partido del Estado empezaron a emerger, y en la víspera de las elecciones fueron asesinados en la Ciudad de México, Francisco Xavier Ovando –uno de los principales colaboradores de Cuauhtémoc Cárdenas– y su ayudante Román Gil, crímenes que tenían un tufo político insoportable y buscaban amedrentar a los oponentes del candidato oficial; estas muertes violentas nunca se aclararon y terminaron en la absoluta impunidad; Cuauhtémoc Cárdenas publicó años después, un libro titulado Sobre mis pasos en el cual comenta que Ovando y Gil habían diseñado y armado una red de colaboradores que facilitaría contar oportunamente con la información de los resultados de la votación de los 300 distritos electorales de todo el país; para ello, estos hombres habían formado una sólida estructura con nombres, domicilios y teléfonos, de las personas que les reportarían de cada distrito los resultados de las votaciones; al ser asesinados, les fueron quitados las relaciones nominales y todos los documentos que sólo ellos conocían y que contenían esa valiosa información que amenazaba la posibilidad de que el gobierno cometiera con facilidad –de ser necesario– un potencial fraude electoral para que Salinas llegara al poder.
El 6 de julio 1988 se llevaron a cabo las elecciones más cuestionadas en la historia del país. Por primera vez, se usaba equipo de computación para el registro y conteo de los votos, manejado desde la Secretaría de Gobernación encabezada por Manuel Bartlett, ya aliado en ese momento con su principal oponente para sustituir a De la Madrid; estas elecciones no fueron la excepción en cuanto a las viejas mañas aplicadas por la maquinaria del PRI: en ella hubo “carruseles”, “ratones locos”, votos de ciudadanos ya difuntos, sobornos, inducciones, amenazas, falsificaciones, relleno de urnas, etcétera. A pesar de ello –y de que hubo un 49.7 por ciento abstencionismo en la población votante– la oposición no se amedrentó e iba adelante en la elección. Ante esto, ocurre lo in?sólito: ¡Se cae el sistema computacional! y con ingenios cibernéticos, Salinas ganó la presidencia con el 50.3 por ciento de los votos y Bartlett, el autor directo del fraude logró –como premio– la Secretaría de Educación y posteriormente, la gubernatura del estado de Puebla.
Los malos resultados económicos del gobierno de De la Madrid, ya mencionados –con datos oficiales– en artículos anteriores, y que hicieron difícil la vida a la mayoría de la población mexicana, influyeron para que el electorado que fue a las urnas votara en contra del candidato oficial con la finalidad de castigar al gobierno manifestando su agravio y un deseo absoluto de cambio. Cuando la primera información sobre el proceso electoral llegó a la Secretaría de Gobernación, los resultados a favor de Cárdenas eran tan alarmantes para el gobierno, que se decidió en la Comisión Federal Electoral –bajo la responsabilidad de la Secretaría de Gobernación en ese entonces– a cargo de Manuel Bartlett, que se inventara un desperfecto técnico para impedir que continuara el flujo de la información, artimaña que llamaron “caída del sistema” y que nadie creyó; esto les permitió ganar tiempo, manipular la elección electrónicamente, revertir la tendencia y dar en forma descarada el triunfo a Salinas de Gortari, el último presidente ilegítimo del siglo XX, pues llegó al poder mediante un gran timo electoral en el cual, estuvieron vinculados –además de Bartlett– múltiples funcionarios mayores y menores, entre los que se distinguieron dos subordinados del secretario de Gobernación: José Neuman Valenzuela y Oscar de Lassé. El primero era el encargado en ese momento de un sistema de cómputo paralelo al Registro Nacional de Electores, creado por De Lassé, responsable del Sistema Nacional Político-Electoral, los que ante la amenaza de la derrota electoral y al frente de expertos hackers, se apoderaron del sistema computacional para consumar el fraude. Según la Secretaría de Gobernación, Carlos Salinas de Gortari había ganado con el 50.3 por ciento de los votantes, por 31.1 de Cárdenas, el 17.0 del panista Clouthier, con un 49.7 por ciento de abstencionismo, cifra que reflejaba un alto nivel de votantes que se habían negado ir las urnas a expresar sus preferencias electorales, por prejuicios ya conocidos: “Para qué voto, si el PRI siempre gana”; “Para qué voto, si gane el que gane, mi situación personal o familiar no mejora nunca”; “Yo no voto, porque no necesito nada del pinche gobierno”, etcétera.
En referencia a la “caída del sistema”, José Agustín Ortíz Pinchetti, comenta en su texto Reflexiones privadas, testimonios públicos lo siguiente: “Hay versiones en el sentido de que Miguel de la Madrid y el equipo de Salinas de Gortari concretamente José María Córdoba Montoya, fueron los que determinaron este colapso, que llenó de vergüenza a la nación entera. Si fue así, la cuenta la pagó Bartlett, a quien la historia le recordará siempre como “el hombre que ordenó tirar el sistema”. Y si algún mexicano tuvo alguna duda respecto al fraude electoral cometido, la decisión del ya presidente Carlos Salinas de Gortari, para que se quemaran los paquetes electorales correspondientes a esta elección, resguardados en los sótanos de la Cámara de Diputados, borraron cualquier incredulidad existente. Para llevar a cabo esta acción reprobable e ilegal, que suprimió cualquier prueba del timo electoral realizado en contra del pueblo mexicano, Salinas contó con la complicidad absoluta del influyente diputado panista Diego Fernández de Cevallos, jefe de la bancada panista de esa Legislatura. Ahí nació el “prianismo”; esa unión a conveniencia entre las cúpulas de ambos partidos, que olvidando sus diferencias y acentuando sus afinidades –que en ese momento eran más numerosas– llegaron a acuerdos secretos que eran convenientes para ambas dirigencias; los miembros del PAN habían olvidado los principios y valores heredados de sus fundadores, que durante 50 años les habían “restregado en la cara” a los gobiernos priistas y estos, cada vez se parecían más a los “reaccionarios” miembros del PAN.
En su libro Cambio de rumbo, testimonios de una presidencia: 1982-1988, publicado en 2004, Miguel de la Madrid hace comentarios en el capítulo correspondiente a las elecciones presidenciales de su sucesor, que describen el drama que vivió el sistema de gobierno durante el proceso electoral: “A las 10:30 de la noche –escribió De la Madrid– la información que me dio Bartlett me resultó escalofriante. Me dijo: lo que tengo es poco, pero señala que el Valle de México viene en contra y muy fuerte. No tengo datos suficientes y no quiero dar a conocer los que tengo, hasta que la información sea más representativa”.

* Ex presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC

[email protected]